miércoles, 26 de octubre de 2011

El linchamiento de Gaddafi

Aborrezco los linchamientos, tanto los mediáticos como los reales, de las turbas armadas, de la venganza primaria e instintiva, de las torturas, de la indignidad para con los seres humanos. Las imágenes de la captura y de la ejecución de Gaddafi, las palabras oprobiosas de su asesino, Mohammed al – Babi un muchacho de 18 años, son una muestra más de la peor condición humana. Ni siquiera el monstruo más cruel merece semejante trato.

José Antonio Marina dice que la mayor conquista de la humanidad no es el nivel de desarrollo tecnológico, la capacidad de conquistar el espacio, los grandes descubrimientos científicos, los avances de la medicina, la sofisticación armamentística… no, la mayor conquista de la Humanidad es la idea de justicia, los derechos humanos y su universalidad. En la magnífica película, El árbol de la vida, de Terrence Malik, podemos ver una extraña escena, cuando un dinosaurio, un velocirraptor quizás, mantiene aprisionada con su pata a una criatura indefensa. Todo hace pensar que la aplastará sin piedad, cruelmente. Sin embargo ante nuestra sorpresa decide retirarse. La cría débil y vulnerable, vivirá. Un modo extraordinariamente visual de explicarnos el nacimiento de la compasión, de la clemencia, del perdón. Sin esa capacidad la vida, todos y cada uno de nosotros no existiríamos.

El linchamiento de Gaddafi, así visto, en directo, horroriza. La venganza, el “ojo por ojo”, tan bíblico, tan antiguo, está presente en todas las culturas no es patrimonio exclusivo de los árabes o de los musulmanes. Sabemos mucho de eso. Llevamos nuestra propia crueldad dentro de nosotros. En el disco duro.Y la misericordia, la generosidad, la indulgencia o el sentido de justicia. Con esa ambivalencia construimos lo que llamamos humanidad.

Tenemos una larga historia de linchamientos, de ejecuciones extrajudiciales aquí y en todas partes. Baste recordar a Andreu Nin, de la guerra civil española en 1937 y a los miles de asesinados en las cunetas. A Mussolini y su mujer Clara Petacci. O a Patricio Lumumba en 1961. Al Ché Guevara en La Higuera, Bolivia en 1967. A Nguyen Van Lemm en 1968 en Saigón, que dio la vuelta al mundo. A Ceaucescu y su mujer Elena, en 1968 en el corazón de Europa. Y luego Sadam Hussein y Osama Bin Laden… Y ahora Gaddafi. Baste con esta breve y mínima secuencia para visualizar algunas de las ejecuciones y de los linchamientos que no debieron producirse nunca. Ni aquí ni en ninguna otra parte.

Reconozco que cuando ví por primera vez Novecento, de Bernardo Bertolucci, por la habilidad del director, sentí alivio , hasta deseaba la captura de Atila y Regina, con su cinematográfico final. Con el paso de los años uno aborrece cada vez más los linchamientos y las turbas airadas anónimas. La jauría humana de Arthur Penn. Con el tiempo se aprende la importancia del sentido de justicia como la mayor conqista en defensa de la dignidad, base fundamental de los derechos humanos. Y disfruta más con películas como “Conspiración del silencio” de John Sturges y admira más a personajes como el de Spencer Tracy cuando como hombre con un solo brazo logra descubrir la verdad. O a Atticus Finch, aquel extraordinario personaje magistralmente interpretado por Gregory Peck en “Matar a un ruiseñor” de Robert Mulligan, aquel héroe que enseñaba a sus hijos Jem y Scout, por medio del diálogo y del afecto a conocer el mundo y a entender que la justicia tiene que estar siempre por sobre la venganza. Estoy seguro que Mohamed al – Babi y la turba que lo acompañaba no tuvieron oportunidad de conocer a Attticus Finch y su sentido de la justicia. Tampoco pensaron en lo enormemente útil que hbiera sido llevar a Gaddafi ante el Tribunal Penal Internacional. Pesaron más los gobiernos comprometidos con esta maldita guerra. Ellos son los responsables últimos tanto como el Consejo Nacional de Transición libio de utilizar una turba airada y un muchacho de 18 años de levantar una monumental conspiración de silencio para ocultar su indignidad.

Los linchamientos y el anuncio de la Sharia como fundamento del nuevo estado libio deberían avergonzarnos a todos. 

Estados Unidos cae en la depravación

La ética protestante, definió una vez el carácter americano. Sociólogos la proclamaron como responsable del éxito del capitalismo en el norte de Europa y América, pero la ética protestante y el capitalismo son incompatibles, y el capitalismo en última instancia, causó la el abandono de la ética protestante.

Hay un nuevo espíritu que la élite gobernante malentiende. El espíritu de la "gran oportunidad", el "gran premio", la "próxima gran idea." El antiguo camino lento y pausado hacia el éxito es ahora anatema. Junto con la próxima gran idea comercial viene un nuevo modelo del sueño americano. Todo lo que importa es el dinero. Teniendo en cuenta esa actitud, algunos en Estados Unidos expresan preocupación moral. La riqueza se ha vuelto la propia recompensa, que vale más aún que nuestra propia destrucción. Y si no ha aún sucedido, sucederá seguramente pronto.

Sospecho que la mayoría de la gente le gusta creer que las sociedades, no importa cuan bajos sus orígenes, se mejoran con el tiempo. Lamentablemente la historia desmiente esta idea, hay a menudo sociedades que empeoran con el tiempo. Los Estados Unidos de América no son una excepción. Su origen no fue muy benigno y ahora desciende a una región de depravación rara vez igualada, aún por las peores naciones de la historia.

A pesar de que es imposible encontrar números sólidos para probar que la moral en los Estados Unidos ha disminuido, la evidencia anecdótica está en todas partes a la vista. Casi todo el mundo puede citar situaciones en las que se sacrificó el bienestar de la gente para beneficiar instituciones públicas o privadas, pero parece imposible citar un solo ejemplo de una institución pública o privada, sacrificada por el bien de la gente. Si la moralidad tiene que ver con el trato entre las personas, es legítimo preguntarse si la moral juega un papel en lo que sucede en Estados Unidos? La respuesta parece ser: "En ninguna parte!" Que ha sucedido en los Estados Unidos para explicar la actual epidemia de acusaciones sobre que la moral en los Estados Unidos se ha derrumbado? Bueno, la cultura ha cambiado drásticamente en el último medio siglo, eso es lo que pasa.

Érase una vez en América, una definición del carácter norteamericano en términos de lo que se llamó la ética protestante. El sociólogo Max Weber, atribuyó a esa el éxito del capitalismo. Por desgracia Max se equivocó, totalmente. El capitalismo y la ética protestante son incompatibles entre sí. Ninguno puede ser responsable del otro.

La ética protestante (o puritana) se basa en la idea de que el trabajo duro yla frugalidad son dos importantes consecuencias de ser de los elegidos de la cristiandad. Si una persona es muy trabajador y frugal, ella/ él se le considera como uno de los elegidos. Esos atributos benéficos, se creía, hicieron a los norteamericanos un pueblo más industrioso que los de otros lugares (los protestantes de Europa del Norte se consideraron en un cercano segundo lugar, mientras que los pueblos católicos del sur de Europa se les vio como negligentes.) Algunos afirman que ahora estamos siendo testigos de la decadencia y caída de la ética protestante en las sociedades occidentales. Como la ética protestante tiene una raíz religiosa, esa caída se atribuye a un aumento de la laicidad. Pero el argumento tiene más peso en Europa que en Estados Unidos, donde el fundamentalismo protestante aún tiene un gran número de seguidores. Así que debe haber alguna otra explicación para el descenso. Sin embargo, la creciente secularización hace afirmar que el laicismo destruye los valores religiosos, junto con los valores morales que enseña la religión. Hay otra explicación.

En la América colonial del siglo 17, la economía era agraria. El trabajo duro y la frugalidad se ajustaban perfectamente a ese tipo de economía. Pero los Estados Unidos ya no son agrarios. La economía estadounidense de hoy se define como capitalismo industrial. Las economías agrarias rara vez producen más de lo que puede consumir, pero las economías industriales lo hacen todos los días. Así que para mantener un funcionamiento una economía industrial, el consumo no sólo debe ser continuo, sino que debe aumentar continuamente.

Dudo que haya un lector que no haya escuchado que el 70% del resultado económico de los Estados Unidos proviene del consumo. Pero el 70% de uno es 0,7, de dos, 1.4, de tres, 2.1, etc. Asi que cuando la economía crece a partir de una unidad de PIB hasta dos unidades, el consumo debe crecer de 0,7 unidades a 1,4 unidades. Sin embargo, un continuo incremento del consumo no es compatible con la frugalidad. Una economía industrial exige que la gente gaste, gaste y gaste y gaste, mientras que la frugalidad requiere que la gente a ahorre y ahorre. La economía estadounidense destruyó la ética protestante y la referencia religiosa en que fue fundada. El consumo conspicuo sustituye el trabajo duro y al ahorro.

En su Riqueza de las Naciones, Adam Smith afirmó que el capitalismo beneficia a todo el mundo, mientras la gente actúa en el propio interés. Ahora se nos viene a decir que “Mas ahorro y menos deudas puede sonar como un buen plan para salir de la recesión. Pero que si todos hacemos eso, sólo se empeoramos las cosas … que la economía necesita que los consumidores gasten liberalmente”. La gran recesión le ha girado a Adam Smith sobre su cabeza, pero ningún economista lo quiere admitir. Un ambiente en que todo el mundo quiere ahorrar, no puede ser propicio para el crecimiento. La producción necesita vender y para eso se necesitan clientes."

El ahorro es (presumiblemente) bueno para las personas, pero es malo para una economía que requiere un continuo crecimiento del gasto. Si un economista me hubiese dicho eso en mi cara, yo le habría dicho que eso dice claramente que hay algo fundamentalmente equivocado en la naturaleza de la economía; que eso significa que la economía no existe para satisfacer las necesidades de las personas, sino que existe para satisfacer las necesidades de la economía. Aunque no lo parezca, es un tipo de economía que esclaviza a la gente que supuestamente sirven. En efecto, el capitalismo industrial ha perpetuado la esclavitud; ha re-esclavizado a los que fueron una vez emancipados.

Cuando el consumo reemplazo la parsimonia en la mente de los norteamericanos, el resto de la moral se hundió en la depravación. La necesidad de vender requiere “marketing”, que no es sino la guarida de mentirosos. Después de todo, toda esa actividad se basa en el libro de Edward L. Bernays en 1928, “Propaganda”. La cultura estadounidense se ha visto inundada por un tsunami de mentiras. La comercialización es la actividad predominante de la cultura. No se puede aislar a sí mismo de ella. Es llevada a cabo por todas las empresas, todos los políticos y todos los medios de comunicación. Nadie puede tener seguridad de que que cualquier persona le está diciendo la verdad. Ningún código moral puede sobrevivir en una cultura de la deshonestidad, y ninguno lo ha hecho!

Después de haber subvertido la ética protestante, la economía destruyó cualquier ética que Estados Unidos haya alguna vez promovido. El país se convirtió en una sociedad sin un ethos, una no- sociedad sin algún propósito humano. Los estadounidenses se han convertido en corderos sacrificables en aras de las máquinas. A continuación, hay un nuevo espíritu surgido del caos, que la élite gobernante entiende mal.

Con frecuencia se afirma que Washington ha perdido el contacto con los estadounidenses que gobierna, que ya no entiende a su gente y cómo funciona su cultura común. Washington y la élite de la nación no se da cuenta, pero la cultura norteamericana ya no diferencia lo bueno de lo malo o el trabajo o duro y la frugalidad de la pereza y el despilfarro. Los estadounidenses de hoy buscan la "gran oportunidad", el "premio mayor", la "próxima gran idea." El sueño americano se ha reducido ahora a "pegarla en grande!" El camino lento y pausado hacia el éxito es un anatema. Basta ver [películas como] “American Idol, The X Factor y America’s Got Talent Estados Unidos y mirar las hordas mongólicas que llegan para las audiciones. Estas personas, en su mayor parte, no han trabajado duro para nada. Cuente el número de personas que apuesta a la lotería con regularidad. Tales apuestas no requieren trabajo en absoluto. Toda esta gente quiere hacer es pegarla a lo grande. Y que son nuestros hombres de negocios más exaltados? Los empresarios! Los empresarios son, en su mayor parte, una luz que parpadea una vez, aunque haya notables excepciones. El problema con la iniciativa empresarial, es la alta estima en que se tiene. Sin embargo, el único valor que se le atribuye es la cantidad de dinero que hayan hecho. Rara vez se oye algo sobre la forma nefasta en que lo han hecho. Bill Gates y Mark Zuckerberg, por ejemplo, difícilmente representan gente con un carácter moral puro, pero en una economía sin escrúpulos morales, a nadie le importa, todo lo que cuenta es el dinero que hayan hecho. Teniendo en cuenta esa actitud, ¿por qué alguien en esta sociedad, debería expresar sus preocupaciones morales? Pocos en Estados Unidos lo hacen. Así que, mientras la elite estadounidense todavía habla de la necesidad de producir una fuerza de trabajo adecuada a las necesidades de la industria, la gente no quiere nada de eso.

La élite lamenta a menudo el fracaso del sistema educativo americano y tratan de arreglarlo sin éxito desde hace varias décadas. Pero si piensa que muchos de los empresarios más exitosos abandonaron la universidad, ¿cómo se va a convencer a los jóvenes de que una educación universitaria es un esfuerzo que vale la pena? Como Bill Gates, Steve Jobs, y Mark Zuckerberg han demostrado, aprender a escribir software no requiere un título universitario. Tampoco ganar la lotería o un obtener un lugar en American Idol. Ser escogido por la NFL [Nacional Football Association] puede requerir una temporada en la universidad, pero no requiere un grado. Todo lo que lo empresarial requiere es una nueva idea comercial.

Entretenimiento y deportes, loterías y juegos, productos de consumo que la gente no ha necesitado por millones de años, son ahora la sustancia de la cultura americana. Pero no son sustancia, son la pelusa, no pueden formar la base de una sociedad estable, próspera y humana. Se trata de una cultura regida por sólo un atributo. Riqueza, mal habida o no!

La capacidad humana para el autoengaño no tiene límites. Los americanos se han engañado al creer en la riqueza total, la suma total de la riqueza, en lugar del modo cómo se le distribuye, crea el derecho. No importa cómo se consigue o lo que se hace con ella. La riqueza agregada es su propia recompensa, aún cuando implique la destrucción de nosotros mismos. Algo que si no se ya ha hecho, seguramente, se hará pronto.

La historia describe muchas naciones que se han depravado. Ninguna que se haya reformado a si misma. No se puede contar con que vendrá algún hermoso niño que deshaga la catástrofe del toque de Midas. El dinero, después de todo, no es de las cosas que los seres humanos necesitan para sobrevivir, y si el dinero no se usa para producir y distribuir las cosas que si son necesarias, la supervivencia humana es imposible, no importa cuánta riqueza agregada se acumule.

La guerra de Iraq ha terminado

La guerra de Iraq se acabó. Soterrado por las noticias de Libia, Barack Obama anunció el viernes que todas las tropas de EE.UU. abandonarán Iraq antes del 31 de diciembre.
El presidente se mostró compuesto, cuando afirmó que estaba cumpliendo una promesa electoral de terminar la guerra, aunque en realidad había estado apoyando un esfuerzo del Pentágono por llegar a un acuerdo con el primer ministro de Iraq, Nouri al-Maliki, a fin de mantener indefinidamente bases estadounidenses y varios miles de soldados en ese país.
Las conversaciones se rompieron porque los miembros del parlamento de Muqtada al-Sadr y otros nacionalistas iraquíes insistieron en que los soldados estadounidenses estuvieran sometidos a la ley iraquí. En todos los países en los que tiene bases, EE.UU. insiste en garantías de inmunidad legal y se niega a que sus soldados sean juzgados por extranjeros. En Iraq el tema es particularmente delicado después de numerosos asesinatos de civiles y del escándalo de Abu Ghraib en el que prisioneros iraquíes fueron humillados sexualmente. En casi todos los casos en los que tribunales estadounidenses juzgaron a soldados de EE.UU., estos han sido absueltos o recibieron sentencias de prisión relativamente leves.


La retirada final de las tropas marca la derrota total del proyecto Iraq de Bush. El grandioso plan de los neoconservadores de utilizar la invasión de 2003 para convertir al país en una segura democracia pro occidental y una guarnición de bases de EE.UU. que pudiera aplicar presión sobre Siria e Irán ha sido aniquilado totalmente.


Sus esperanzas de convertir Iraq en un modelo democrático en Medio Oriente se han derrumbado. La inestabilidad y el derramamiento de sangre desencadenados por EE.UU. en Iraq fueron el ejemplo que los árabes querían evitar, no emular. La ofensiva autónoma por la democracia en Egipto y Túnez ha hecho más por galvanizar a la región y debilitar a sus dictaduras que todo lo que hizo EE.UU. en Iraq. Y cuando amaneció la primavera árabe, el gobierno iraquí se vio a la defensiva cuando los manifestantes salieron a las calles de Bagdad y Basora para protestar contra el autoritarismo de Maliki y su represión, apoyada por el gobierno de EE.UU., contra la actividad sindical. Maliki recibió dos delegaciones del gobierno sirio durante este verano y se ha negado a criticar la represión contra los manifestantes de Bashar al-Assad.


Pero la mayor derrota de los neoconservadores es que, gracias al derrocamiento de Sadam Hussein, el mayor enemigo de Irán, la influencia de Teherán en Iraq es ahora mucho más fuerte que la de EE.UU. Irán no controla Iraq pero Teherán ya no tiene nada que temer de su vecino occidental cuando existe un gobierno dominado por los chiíes en Bagdad, formado por partidos cuyos dirigentes pasaron muchos años en el exilio en Irán bajo Sadam o, como Sadr, han vivido allí recientemente.


Los republicanos estadounidenses acusan a Obama de ceder ante Irán al sacar a todas las tropas de EE.UU. de Iraq. Su reacción automática es instructiva y solo muestra la bancarrota de sus consignas, ya que fue Bush el que ofreció a Teherán su oportunidad estratégica al invadir Iraq, así como fue Bush en las últimas semanas de su presidencia quien firmó el acuerdo de retirar a todos los soldados de EE.UU. a finales de 2011, que Obama esperaba modificar. Pero el senador John McCain tuvo razón cuando dijo que el anuncio de Obama se verá “como una victoria estratégica de nuestros enemigos en Medio Oriente, especialmente el régimen iraní, que ha trabajado incansablemente por asegurar una retirada total de las tropas de EE.UU. de Iraq”. Lamentablemente no culpó a Bush (y Tony Blair) que hicieron que todo fuera posible.


Las memorias de los dos ex dirigentes muestran que no han aprendido nada, a pesar de que sus reputaciones en la historia jamás podrán deshacerse del desastre.


Más importante es ver si las lecciones han sido aprendidas por los actuales dirigentes estadounidenses y británicos. Ya utilizan el relativo éxito de la OTAN en la campaña libia para cubrir el pasado con un velo. Por cierto, la fortuita oportunidad de la muerte de Gadafi ha eclipsado casi por completo en la agenda de los medios la retirada estadounidense de Iraq.
Pero el pasado sigue presente. Una lección clave de Iraq es que colocar a soldados en el terreno en una guerra extranjera, en particular en un país musulmán, es una locura. Parecía que eso lo habían aprendido los funcionarios estadounidenses, británicos y franceses cuando solicitaron en marzo al Consejo de Seguridad de la ONU que autorizara su campaña en Libia. Prometieron que no habría soldados en tierra, u ocupación.


Esto también debiera valer en Afganistán donde Obama afirma que está librando una guerra necesaria, a diferencia de la guerra de Iraq que califica de elegida. La distinción es falsa, y ahora la pregunta es si retirará todas las tropas de EE.UU. en 2014.


Siguiendo el modelo del acuerdo abortado con Iraq, sus funcionarios tratan de negociar un arreglo con el gobierno de Karzai que autorice que miles de soldados estadounidenses se queden indefinidamente en Afganistán, como entrenadores y consejeros, después de la partida de las fuerzas de combate. Eso prolongaría la insensatez de avivar la interminable guerra civil del país. Ahora, cuando se ha expulsado a al Qaida de Afganistán, Washington debería apoyar negociaciones para un gobierno de unidad nacional que incluya a los talibanes y termine con los combates entre afganos. Iraq no es un santuario de estabilidad asegurada, pero sin la presencia de tropas de combate estadounidenses durante los últimos 15 meses, ha logrado una paz intranquila. Si las conversaciones en Afganistán se alientan con seriedad, podría pasar lo mismo una vez que finalmente se retiren los soldados extranjeros.

Una revolución asistida por ordenador


Se esperaba el final desde que el 19 de octubre de 2011, por sorpresa, Hillary Clinton aterrizó en Trípoli para declarar públicamente su deseo de que Gadafi fuera eliminado.
El epílogo, sangriento, previsible. Cruzar miles de kilómetros, el océano Atlántico y después el mar Mediterráneo para formular ese deseo en Trípoli no es una casualidad. Sólo podía surgir de manera tan imperativa en cuanto que el objetivo del viaje era informar a los servidores libios de que se había puesto en marcha la ejecución ordenándola por una proclama pública.


Se podría imaginar un comportamiento mejor que fundase una nueva ética política. Pero el ejemplo viene de arriba, de un país que se autodenomina la primera democracia del mundo y acaba de sufrir una mutación de graves consecuencias.


Jamás un dirigente de una gran democracia occidental había dado rienda suelta, públicamente, a semejantes instintos asesinos.


La conmemoración del décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre en 2011 y la proximidad de las elecciones presidenciales estadounidenses en realidad debieron estimular el ardor guerrero de un presidente que se presentó, hace poco, como el primer presidente post racial de la sociedad multicultural estadounidense y que, en realidad, sólo es la reproducción, en negativo, de sus carniceros antecesores.


Dar el nombre en clave de «Jerónimo» a la operación especial dirigida a eliminar a Osama bin Laden nos devuelve a los peores recuerdos de la conquista del Oeste y del correspondiente exterminio de los «pieles rojas». Y revela la patología de su autor.
Eliminado bin Laden el 2 de mayo, su sucesor en la Península Arábiga, Anuar al Awaliki, de Yemen, también fue eliminado por un drone estadounidense, así como el hijo de su compañero de viaje, el mulá Omar, en septiembre en Pakistán, por un segundo drone estadounidense. A Gadafi le tocó el turno en octubre, mientras los liberadores libios marcaban el paso a las puertas de Sirte y sus tutores occidentales padecían las sacudidas inflacionistas de la operación en plena crisis del endeudamiento bancario europeo y de la desafección de la opinión pública árabe ante el veto estadounidense a la admisión de Palestina en la ONU.


Bajo el paraguas de la instauración de la democracia, en realidad Estados Unidos ha inaugurado, en el orden subliminal, una política de asesinatos extrajudiciales a la manera de sus émulos israelíes, las famosas operaciones homicidas prohibidas por la legislación desde los excesos de la CIA en América Latina en las décadas de 1960 y 1970.


Es cierto que Estados Unidos no es el responsable directo del asesinato de Gadafi, pero creó las condiciones al detener a su convoy que intentaba escapar de la ratonera de Sirte.
Gadafi es el principal responsable del caos destructor de Libia y nadie lo niega. Pero sus oponentes no se han cubierto de gloria con semejante ensañamiento morboso sobre un hombre tirado en el suelo.


La historia contará que la revolución libia habrá sido «la primera revolución asistida por ordenador» y el asesinato liberador de su antiguo verdugo habrá sido objeto de una asistencia a distancia.


El final de Gadafi es el final de una larga levitación política y de una ilusión lírica. Los libios tienen que purgar la pesadilla que ha poblado su subconsciente y su inconsciente y demostrar que no son un pueblo de asistidos permanentes.


Al final de un prolongado letargo, forzar el respeto del mundo impulsando la reconstrucción del país sin corrupción, la reconciliación de los conciudadanos sin derramamiento de sangre, lo contrario, en suma, del esquema iraquí.


Que la liberación de Libia sea una acción de la OTAN, el enemigo más implacable de las aspiraciones nacionales del mundo árabe, es un síntoma grave que indica la inversión de los valores en plena primavera árabe y la vigencia de la contraofensiva occidental para hacerse con el control de los levantamientos populares árabes.


Si nos descuidamos, corremos el peligro de una nueva ola de colonización del mundo árabe, bajo el paraguas democrático, esta vez con la complicidad de los colaboracionistas árabes.


La peor de las posibilidades, que reducirá a la nada cualquier esperanza de renacimiento árabe.
Fuente: http://www.renenaba.com/libye-une-revolution-assistee-par-ordinateur/

¡Aguas con los falsos amigos!

El plantón en Nueva York se convirtió en un epicentro de la rabia acumulada y de la energía política orientada a buscar los cambios sistémicos. Se apoderó del espacio físico en las entrañas del orden hegemónico y acaparó el imaginario social, atrayendo el apoyo desde los sindicatos, hasta los intelectuales y artistas como Naomi Klein, Slavoj Zizek o Michael Moore. Todos activistas y verdaderos amigos de las causas progresistas que vinieron a dialogar con los ocupantes.


También Lech Walesa, ex líder sindical, premio Nobel de la Paz, reveló que quiere venir y solidarizarse con los manifestantes (lo informó aquí David Brooks el viernes pasado).
A la invitación de uno de los plantonistas, que subrayó que él y Solidaridad son para el movimiento neoyorquino una gran inspiración, el ex presidente polaco contestó (citado por la prensa polaca hace dos semanas): El capitalismo no aguantará este centenario. Estas protestas son en contra de este sistema. Los sindicatos y los capitalistas tenemos que hacer algo, porque habrá una rebelión global en contra del capitalismo. En una entrevista añadió: Este sistema tiene que caer. Los capitalistas se quedaron con el dinero, lo mandaron al extranjero y no quieren crear empleos. Les permitimos esto, pero el dinero es de nosotros. Si no hacemos algo, las masas trabajadoras no aguantarán y habrá anarquía.


Aunque estas declaraciones podrían parecer bien a primera vista, en realidad resultan bastante problemáticas.


Primero, el afán de Walesa de hacerse amigo de Ocupa Wall Street (OWS) y su indignación con el sistema suenan falsos. Contrastan con sus creencias y prácticas como el abrazo a la revolución conservadora de Reagan-Thatcher, la introducción de las reformas neoliberales en Polonia (descritas entre otros por Naomi Klein en La doctrina del shock) o con su papel de neutralizar Solidaridad para que no estorbara a éstos. El resultado fueron menos democracia, desigualdades, alto desempleo y el sufrimiento de los trabajadores abandonados por su líder y forzados a aguantar porque no había alternativas. Segundo, su nueva retórica se inserta en un cambio de lenguaje de los políticos y banqueros que ayer promovían el capitalismo globalizado y hoy claman por la justicia social, tratando de succionar la energía y frenar las movilizaciones.


Un peligro que ya se lo advirtió al movimiento Slavoj Zizek hablando en el parque Zuccotti: “Cuidado con los enemigos, pero también con los falsos amigos, que ya trabajan para diluir su protesta de la misma manera que se obtiene el café sin cafeína […]. Ellos tratarán de convertirla en una protesta por los valores”.


Walesa, hoy ni obrero ni sindicalista, sino empresario-conferencista, miembro del uno por ciento de la élite mundial, es justamente ese tipo de falso amigo que busca diluir las protestas (ése es el mensaje de sus declaraciones). De eso sabe.


David Ost, politólogo estadunidense, en su magistral estudio The defeat of Solidarity. Anger and politics in postcommunist Europe, analizó cómo Walesa y otros líderes destruyeron el potencial democrático de Solidaridad y la energía política de los comités fabriles y ciudadanos para poder llevar a cabo la transformación pos-89 sin la participación política (el primer golpe lo dio el gobierno comunista, luego remataron los oposicionistas). Y cómo neutralizaron su filo anticapitalista al abandonar los temas económicos y la articulación de los conflictos según los intereses de clase organizando la rabia generada por el avance del mercado en torno a los temas simbólicos. En vez de contra el capital, la dirigieron contra el aborto, los enemigos de la religión o los poscomunistas, con lo que Solidaridad, de defender los derechos laborales, pasó a defender los valores. Esto mató a la izquierda y fortaleció la ultraderecha.


El mismo proceso vivió Estados Unidos, donde la clase obrera sindicalizada, ante la falta de voluntad de los políticos de abordar sus problemas en términos económicos, fue acaparada por la ultraderecha evangélica, que dirigió su rabia, como en Polonia, contra el aborto o el comunismo. Mecanismo político –analizado por Thomas Frank en ¿Qué pasa con Kansas?– que conquistó el país y acabó en la locura del Tea Party.


Se podría decir que Walesa, con su anticomunismo y fanatismo religioso, siempre estuvo más cerca de este grupo que de Ocupa Wall Street. De hecho hoy su decepción con el capitalismo o los reproches a los ricos se parecen más a la lucha de clases invertida de los tepartidistas, que a las ideas de los ocupas.


Ocupa Wall Street finalmente logró trasladar el debate en Estados Unidos más al centro, revivir un poco el movimiento laboral y dirigir la energía hacia las causas progresistas. Si en la búsqueda de maneras de hacer las cosas (tanto los movimientos sociales como las élites saben que este sistema no durará, y la cuestión es en favor de quién será formateado el nuevo) sus integrantes quieren inspirarse en Solidaridad y/o revivir sus ideales (la lucha pacífica, democracia directa, etcétera), para eso no hace falta la presencia de Walesa, el enterrador de ese movimiento.
Maciek Wisniewski es periodista polaco.