Economía
En economía, como en cualquier ciencia social, es imposible la neutralidad aséptica de un laboratorio. Esta complicación metodológica distingue las disciplinas sociales de las naturales, con sus leyes exactas, y en las que el objeto de análisis es totalmente externo al investigador, facilitando una mayor objetividad. En la economía, sujeto y objeto de análisis forman parte de lo mismo, de la sociedad. Los comportamientos e ideas económicas responden a un tiempo histórico y a unos intereses sociales y económicos concretos; en el éxito e influencia política de unas u otras doctrinas influyen las relaciones de poder.
Si a esto sumamos la interesada preeminencia del pensamiento neoclásico en universidades y think tanks, a beneficio de sus patrocinadores, entenderemos por qué las recetas del pensamiento único están teñidas de subjetividad, desmintiendo la imparcialidad de economistas y tecnócratas, respondiendo en su reiteración al poder cuasi-ilimitado de las empresas globalizadas; y lo complicado que resulta abstraerse de tanto canto de sirena en los entornos profesionales si no quieres quedarte fuera. El problema son tanto el falso saber como los falsos sabios. Y cómo la política se ha subordinado de forma rotunda a esta ciencia, excedida de sus funciones, hasta dejar de ser ciencia instrumental.
Hace pocos meses un grupo de estudiantes de Economía de Harvard se retiró de la cátedra de Introducción a la Economía en protesta por su contenido y enfoque. Los alumnos criticaron el vacío intelectual y la corrupción moral y económica de gran parte del mundo académico, cómplice por acción y omisión de la crisis, y reclamaron una economía crítica que incorporara alternativas económicas. Quizás la revolución contra los falsos sabios parta de las aulas. Quizás sea posible aún recuperar la preeminencia de la política frente al economismo; recuperar la idea saint-simoniana de que la felicidad y el bienestar de las mayorías son las auténticas bases legitimadoras del poder político. Porque no hay peor disparate que subordinar un programa de gobierno al empeño de recortar varios puntos de déficit, para así contentar a una Europa de burócratas -o tecnócratas-, sometidos a los mercados.
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