La revelación de los detalles de una carta supuestamente enviada la pasada semana por el presidente Barack Obama a Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí, hará que los palestinos sientan aún mayor escepticismo sobre el papel de Israel y Estados Unidos en las actuales conversaciones de paz.
Según la filtración, Obama le hacía a Israel toda una serie de ofertas extraordinariamente generosas, muchas de ellas a expensas de los palestinos, a cambio de una única y mínima concesión de Netanyahu: que ampliara en dos meses la congelación parcial de la construcción de asentamientos.
Netanyahu no ha renovado aún la anterior congelación de diez meses, que acabó hace una semana, lo que amenaza la continuidad de las negociaciones. Se espera que en los próximos días los palestinos decidan si se van o continúan.
La semana pasada se informó de que Netanyahu había declinado la oferta estadounidense.
La Casa Blanca ha negado que enviara esa carta pero, según los medios israelíes, los funcionarios de Washington se han mostrado en privado indignados por la negativa de Netanyahu.
Las revelaciones las hizo una fuente bien informada: David Makovsky, del Instituto Washington para la Política sobre Oriente Próximo, un cercano colega de Dennis Ross, el principal asesor de Obama para Oriente Medio, de quien se cuenta que partió la iniciativa.
Los senadores judíos estadounidenses que asistieron la semana pasada a una reunión informativa convocada por Ross fueron quienes confirmaron parcialmente el contenido de la carta.
Según Makovsky, a cambio de la moratoria de sesenta días en la ampliación de asentamientos, EEUU prometía vetar cualquier propuesta que se presentara en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre el conflicto israelí-palestino a lo largo del próximo año, y se comprometía a no intentar nuevas ampliaciones de la congelación de los asentamientos. Sólo se abordaría el futuro de los asentamientos en un acuerdo final.
La Casa Blanca también permitiría que Israel mantuviera una presencia militar en el Valle del Jordán en Cisjordania, incluso después de la creación de un Estado palestino; que continuara controlando las fronteras de los territorios palestinos para impedir el contrabando; que proporcionara a Israel sistemas de armamento reforzado, garantías de seguridad e incrementara su millón de dólares de ayuda anual; que creara un pacto regional de seguridad contra Irán…
Hay varias conclusiones que los dirigentes palestinos podrían seguramente extraer de este intento de tomar decisiones al margen de ellos.
La primera es que el presidente estadounidense, al igual que sus predecesores, no está en condiciones de actuar como intermediario honesto. Sus intereses en las negociaciones coinciden en gran medida con los de Israel.
Obama necesita una breve renovación de la congelación y que parezca que israelíes y palestinos continúan participando en el “proceso de paz” hasta las elecciones al Congreso estadounidense de noviembre.
Las críticas provenientes del poderoso lobby pro-israelí en Washington pueden dañar al partido demócrata de Obama en cuanto supere una línea muy fina. Necesita dar la impresión de que hay avances en las conversaciones de Oriente Medio sin molestar a los partidarios de Israel presentándole demasiadas exigencias a Netanyahu.
La segunda conclusión –de la que ya tienen firmes sospechas Mahmoud Abbas y sus asesores- es que Netanyahu, a pesar de su supuesto deseo de establecer un Estado palestino, no está siendo sincero.
La oferta en privado de la Casa Blanca satisface la mayor parte de las exigencias de Netanyahu a EEUU sobre ayuda diplomática y de seguridad antes de que las negociaciones produzcan resultados tangibles. Que Netanyahu haya rechazado la oferta tan a la ligera, aunque EEUU estuviera esperando relativamente poco a cambio, sugiere que no está dispuesto o no está en condiciones de hacer concesiones reales a los palestinos sobre su estatalidad.
El periódico israelí
Haaretz informaba el pasado viernes de que los altos funcionarios de la Casa Blanca no estaban ya dispuestos a “comprar la excusa de las dificultades políticas” de Netanyahu para mantener unida su derechista coalición de gobierno. Si no puede mantener a sus socios a bordo ni para una breve congelación de la construcción de los asentamientos ilegales, ¿qué tipo de significativas concesiones permanentes va a poder ofrecer en las conversaciones?
La tercera conclusión que podrían sacar los palestinos es que ninguna posible combinación de partidos gobernantes en Israel es capaz de firmar un acuerdo con Abbas que no requiera compromisos importantes acerca de la integridad territorial de un posible Estado palestino.
Una de las concesiones estadounidenses –permitir que Israel mantenga su control sobre el Valle del Jordán, casi la quinta parte de Cisjordania, en el futuro inmediato- recoge una demanda común de todos los políticos israelíes, no sólo de Netanyahu.
De hecho, los términos de la carta de Obama se redactaron en cooperación con Ehud Barak, el ministro de Defensa israelí y líder del supuestamente izquierdista partido laborista. Cuando era primer ministro hace una década, insistió en una presencia militar parecida en el Valle durante las fracasadas conversaciones de Camp David.
Ariel Sharon, su sucesor y fundador del centrista partido Kadima, planeó una nueva sección del muro de separación para separar el Valle del Jordán del resto de Cisjordania, aunque el esquema se dejó en aquel momento en suspenso tras las objeciones estadounidenses.
Actualmente, la mayor parte de los palestinos no pueden entrar en el Valle del Jordán sin un permiso especial que muy raramente se concede, y las decenas de miles de habitantes palestinos de la zona se ven constantemente acosados por el ejército israelí. El grupo israelí por los derechos humanos, B’Tselem, ha acusado a Israel de “anexión de facto” del área.
Pero sin el Valle del Jordán la creación de un estado palestino viable –incluso uno que sólo comprenda Cisjordania, sin Gaza- es inconcebible. La estatalidad se parecería más bien a un modelo de queso suizo de agujeros, que es lo que desde hace mucho tiempo temen los palestinos que pretende Israel.
Jonathan Cook es escritor y periodista, vive en Nazaret, Israel. Sus libros más recientes son: “Israel and the Clash of Civilizations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East” (Pluto Press) y “Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Dispair” (Zed Books). Su página web es: www.jkcook.net
Este artículo apareció publicado por primera vez en
The National (
www.thenational.ae), de Abu Dhabi.