La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias,no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.
Para ser exactos, hace 93 años, los y las estudiantes de Córdoba se indignaron ante las circunstancias políticas y académicas de su época, se enfrentaron a un sistema adultocéntrico, afiliado a los detentadores del poder y la riqueza, y pétreo frente a las ideas revolucionarias e innovadoras que circulaban y se vivían en el momento. El Manifiesto de Córdoba, representa la autonomía estudiantil y el poder de los y las estudiantes para cambiar su realidad social, no solo en América Latina, sino en el mundo entero.
Ese ímpetu estudiantil revolucionario, esa indignación, no solamente se refería a la coyuntura histórica y política de su época, sino que representa la imperiosa necesidad de contar con sistemas educativos abiertos al debate, sensibles de las realidades sociopolíticas latinoamericanas y más aun, que reivindique una educación desinteresada, transparente y justa.
Joaquín Herrera Flores
[2] nos dejó como legado entender lo cultural como la capacidad de reacción humana ante los entornos de relaciones sociales, psíquicas y naturales en los que se vive, es decir, la posibilidad de
construir la realidad y, al mismo tiempo, de
construirnos en ese proceso inacabado que constituye el esfuerzo humano de
humanización de sí mismo y de sus entornos (2005:11).
En América Latina continuamos padeciendo las caducas recetas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional para la educación, los piratas cambiaron, ya no vienen en carabelas sino en misiones internacionales, pero sus planteamientos a pesar de haber fracasado [3], se conservan en el imaginario de nuestros/as dirigentes políticos/as, muchos/as de ellos/as amaestrados en los centros de pensamiento euro-estadounidenses.
Ante este entorno, vemos como Chile se revela como un bastión de la resistencia latinoamericana, a pesar de las vicisitudes históricas de este pueblo desangrado por la Dictadura, cuyos vestigios aun rigen su vida política (Constitución de Pinochet), los y las jóvenes, los sindicatos, los y las trabajadores/as que han padecido las vejaciones del sistema, al igual que en la argentina revolucionaria de inicios del Siglo XXI, han dicho ¡no más! y exigen educación digna para todos/as, educación como un derecho humano, y no como un bien comercial [4], educación de calidad y no únicamente con fines lucrativos, así como condiciones justas para los/as menos favorecidos/as, quienes, para pretender espacios de movilidad social, deben endeudar su vida e hipotecar en muchas ocasiones su futuro, si el sistema lo permite.
Hoy, chilenos/as han dicho no más, han reaccionado frente a un sistema fracasado que ha promovido más desigualdades y menos bienestar, han construido una “verdad” (
mythos en palabras de Pannikar
[5] ) que les permite enfrentarse de manera creativa, colectiva y contestataria a las políticas que los han flagelado y recluido. ¿Cómo es posible que un país con tanta riqueza, tenga tanta desigualdad?: ¡pregunta recurrente en América Latina!
No obstante, al parecer, acá en Costa Rica necesitamos un poco de la indignación chilena. Frente a un entorno sociopolítico cada vez más restringido, los y las costarricenses vemos como los políticos de turno (que en realidad han sido los mismos –PLUSC-), han usurpado las instituciones sociales creadas en el marco del proyecto socialdemócrata costarricense, y nos han impuesto una nueva ética, no la relacionada con los valores de la solidad y la igualdad, sino de la competitividad y la individualidad, es decir, la ética neoliberal que se evidenció particularmente en la coyuntura del TLC.
Hoy día, nos regocijamos de las prebendas del Banco Mundial [6], seguramente con eso se construirán algunos edificios, no obstante, ni siquiera sabemos cuáles serán los condicionamiento para la educación superior universitaria costarricense, que seguramente también se llamaran “compromisos de gestión”.
En el ámbito universitario vemos como cada vez más se traslada la educación superior hacia las universidade
s privadas, porque las públicas no cuentan con el soporte ni la voluntad para ampliar su capacidad, y los y las costarricenses vemos como entramos en la misma dinámica, frente a la que los chilenos se revelan. Los sectores menos favorecidos, quienes cuentan con menos posibilidades educativas, son quienes deben hipotecar su futuro
[7] a tasas “accesibles” para poder estudiar, y al final de cuentas, al igual que en Chile, la movilidad social es limitada, porque lo que importa ahora es la educación “técnica”.
Nos imponen un modelo fracasado, uno que no acepta convenciones colectivas, y en el cual, para ser competitivos debemos reducir los lapsos de estudio, las “humanidades” y todo el conocimiento que, según el sistema, no es productivo. Los niveles de matriculación a la educación superior de jóvenes costarricenses en edades entre los 18-24 años es de 25,8%. Y esto ¿no nos indigna?
Sigamos los pasos de la juventud chilena, luchemos por el derecho humano a la educación, exijamos transparencia en las negociones con los Organismos Financieros Internacionales, y actuemos como sujetos activos frente a un proyecto sociopolítico fracasado que pretende continuar experimentando con nuestras sociedades, y más aun, con los sectores menos favorecidos de Latinoamérica. ¡Qué Chile nos dé una lección!