lunes, 16 de enero de 2012


Así es Guantánamo, la cárcel que Obama mantiene ilegalmente en Cuba

Diez años después, Guantánamo sigue siendo el limbo de las contradicciones. Cada vez hay menos detenidos -hoy son 171, frente a los más de 700 del 2002-, pero el complejo no para de crecer y cuenta con más trabajadores que cuando abrió.

También es paradójico que más de la mitad de los reos, que ya tienen autorización para irse, sigan atrapados allí porque no hay dinero para su traslado y porque el Congreso ha endurecido las condiciones para los países de acogida. O que los carteles que se colgaron en los pasillos del penal anunciando su cierre, tras la orden del presidente Barack Obama, en el 2009, hayan sido reemplazados por otros, escritos por los presos, en los que se lee: “No deberíamos ser castigados por actos que cometieron otros”.

Emma Reverter es escritora, abogada y periodista de BBC Mundo en Nueva York, a donde llegó procedente de Barcelona en el 2002, un día después de que la prisión abrió sus puertas. Ha publicado decenas de reportajes y dos libros sobre el penal. El último de ellos, Guantánamo, diez años (Editorial Roca), recoge las distintas caras de la cárcel, a partir de sus tres visitas a la prisión, entrevistas con altos funcionarios en Washington, reuniones con abogados, defensores de derechos humanos y charlas con ex prisioneros. EL TIEMPO (Colombia) habló con ella.

¿Cómo es Guantánamo 10 años después?
Ha cambiado bastante. La imagen que el mundo tiene es la del llamado Campamento Rayos X, en el que los prisioneros estaban encerrados en jaulas, con uniformes naranja. Ese campamento ya no existe y los trajes naranja tampoco. Ahora los detenidos visten de blanco y hay dos módulos: uno, para los reos considerados menos peligrosos, en el que tienen más libertad de movimiento y pueden asistir incluso a un aula en la que reciben clases de inglés, informática y arte. El otro es el módulo de máxima seguridad, que es como una donut. En el agujero del centro están los guardias, que, desde allí, ven todos los movimientos de los presos. Es como mirar una pecera.

Es decir, se ha sofisticado…


Y no solo la prisión. El entorno, en general, se ha modernizado. Ha pasado de ser una base naval a un pueblo americano que podría ser Wisconsin. En total, hoy viven en Guantánamo unas 5.000 personas. Presos solo hay 171; el resto son los soldados que los vigilan, sus familias, traductores, médicos, etc. Buena parte de esta población son filipinos y jamaicanos, mano de obra más barata que EE. UU. llevó a la isla porque podía pagarles sueldos más bajos.

¿No es paradójico que el penal siga creciendo cuando se habla de su cierre?
El Washington Post se hacía la misma pregunta y publicaba hace poco un artículo sobre la inversión millonaria en Guantánamo; una inversión brutal porque se han construido carreteras, parques infantiles, hospitales, gimnasios, la cárcel… Una de las empresas que recibieron muchos contratos al inicio fue Halliburton, muy vinculada al entonces vicepresidente Dick Cheney.

¿Cómo se trata ahora a los presos?
Se les sigue violando el derecho fundamental de ser puestos ante un juez o de ser liberados en caso de que no existan pruebas en su contra. De los 171 que aún están presos, la mayoría llegó antes del 2003. Son muchos años de ‘detención preventiva’. En ese sentido, no hablaría de una mejora. Sin embargo, es verdad que las condiciones del encierro han mejorado. La primera vez que fui, en el 2004, se mascaba la tensión y percibías que el régimen era duro, muy militar. Hoy reciben un buen trato, tienen actividades de recreo y ya no se les interroga.

¿Y las denuncias de tortura?
Siempre ha estado esa sombra sobre Guantánamo, pero el Gobierno de EE. UU. se ha defendido diciendo que lo que ha empleado son ‘tácticas de interrogación reforzada’: privación del sueño, encierros de los prisioneros desnudos en habitaciones con bajas temperaturas, interrogatorios extenuantes, etc. La discusión es si estas técnicas son tortura o no. Según los médicos que entrevisté de la unidad Sobrevivientes de Tortura del Hospital Bellevue, de Nueva York, sin duda lo son, porque sitúan el cuerpo y la mente al límite. Aunque está claro que Guantánamo no ha sido Abu Ghraib.

¿Quiénes siguen en Guantánamo?
Hay 171 prisioneros. Unos 5 o 6 que, según EE. UU., participaron directamente en los atentados del 11-S, están aislados en el llamado Campamento Platino, que depende directamente de la CIA, a la espera de ser juzgados por una comisión militar. Otros 47 están en lo que el Gobierno llama ‘detención indefinida’, porque se consideran peligrosos, pero no hay pruebas suficientes para condenarlos. Han optado por darles ese estatus y revisar su situación periódicamente. Unos 30 más están en una situación indefinida, entre la cárcel y la libertad. Y, curiosamente, más de la mitad, unos 90, ya tienen autorizada su salida, pero no pueden abandonar la isla porque el Congreso bloqueó los recursos para trasladarlos a los países dispuestos a acogerlos.

Es decir, ¿no pesan cargos contra ellos pero sigue en el limbo?
Sí. Algunos viven en Camp Iguana, una casa blanca que, en principio, acogió a los detenidos menores de edad. La mayoría son de la etnia uigur (chinos musulmanes) a los que hace algún tiempo se les ofreció la posibilidad de ser trasladados a Palaos, una pequeña isla del Pacífico. Ellos prefirieron esperar un destino mejor, pero el Congreso bloqueó la partida presupuestaria para moverlos. EE. UU. destinaba más de 100.000 dólares por cada liberado. El país de acogida utilizaba esos recursos para ayudarlos a iniciar una nueva vida.

¿Por qué se bloqueó esa partida?
Fue una jugada más de la mayoría republicana en el Congreso, que no está de acuerdo con desmantelar el penal ni con liberar a más prisioneros. Primero bloquearon la posibilidad de que EE. UU. pudiera recibir a liberados en su territorio -hay ex presos de Guantánamo en casi toda Europa y en otros países, pero ni uno en EE. UU-; luego pusieron condiciones excesivas a los países dispuestos a acoger a los liberados y, finalmente, consiguieron frenar los traslados.
¿Y cuáles son los argumentos?
Dicen que alrededor del 20 por ciento de los liberados vuelven al campo de batalla o se vinculan de nuevo a actividades terroristas contra EE. UU. Y es cierto que algunos ex prisioneros han caído en combate, pero la mayoría de los expertos considera ese porcentaje exagerado. El fondo del asunto es que temen que algunos presos terminen en suelo estadounidense cuando cierre el penal.

¿Qué historias personales de los presos la han impactado?
En mis visitas a la cárcel no pude hablar con ninguno. Está prohibido. Pero he ido recogiendo testimonios de muchos que ya están fuera. Algunos han rehecho su vida, como los cuatro uigures que no quisieron regresar a China y ahora trabajan en un campo de golf en las Islas Bermudas. Otros, como el británico Moazzam Beeg, uno de los pocos que han sido indemnizados, invirtió el dinero que le dio el Gobierno de Reino Unido en una organización dedicada a ayudar a otros ex prisioneros de Guantánamo.

¿Por qué le cuesta tanto a Obama cumplir su promesa de cerrar el penal?
Después de perder la mayoría en el Congreso, no ha podido encontrar una vía para resolver la situación de los presos. Además, es difícil tomar una medida con la que, según las encuestas, la mitad de los estadounidenses está en desacuerdo. Porque aunque es cierto que muchos ven la cárcel como una aberración, otros consideran que convierte al mundo en un lugar más seguro.

¿Cómo puede influir en el futuro de Guantánamo el año electoral en EE. UU.?
Creo que este año no se va a tomar ninguna decisión. Es un hecho que, por ahora, Obama no va a poder cerrar Guantánamo. Su equipo cree que podrá hacerlo en un segundo mandato. Pero, claro, primero tiene que salir reelegido.
Fechas clave de una prisión cuestionada

11 de enero del 2002: Llegan los primeros 20 prisioneros al Campo Rayos X, de Guantánamo.

25 de mayo del 2005:
 Amnistía Internacional pide el cierre de la cárcel. Luego se suman al llamado la ONU los ex presidentes estadounidenses Carter y Clinton, jefes de Estado de Europa y organizaciones de derechos humanos.

10 de junio del 2006:
 Tres detenidos mueren en prisión. Al parecer se suicidaron. Son los primeros de seis, en estos 10 años. 28 de septiembre del 2006: El Congreso de EE. UU. crea los tribunales militares para enjuiciar a los detenidos. 

Julio-agosto del 2008:
 Se celebra el primer juicio ante un comisión militar, que condena al yemení Salim Hamdan a cinco años y medio de prisión.22 de enero del 2009: Obama ordena el cierre de la cárcel en un plazo máximo de un año. No obstante, el pasado 31 de diciembre promulgó una ley que autoriza la detención militar indefinida sin juicio para sospechosos de terrorismo.

Reino Unido no descarta ataque militar contra Irán
El ministro británico de Exteriores, William Hague, aseguró este domingo que el Reino Unido no descarta un ataque militar contra Irán por su programa nuclear con fines pacíficos y civiles, según la nación europea el desarrollo atómico "es cada vez más peligroso".

"Somos de la opinión de que todas las opciones deben estar sobre la mesa (...) Es parte de la presión sobre Irán", advirtió Hague a un canal británico.

Asimismo, dijo que Londres "quiere intensificar las sanciones contra Teherán (capital)", supuestamente para que la nación islámica retome el diálogo sobre su desarrollo nuclear pacífico.

"La posibilidad de que Irán desarrolle un programa atómico es cada vez más peligrosa", según la autoridad de la potencia occidental.

Las sanciones contra Irán por su plan nuclear han aumentado recientemente. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, decretó en diciembre de 2011 que las personas o empresas que aportan ayuda y material a Irán, o apoyen al desarrollo de los recursos petroleros y del sector petroquímico de esa nación islámica serán penalizadas.

Estados Unidos es el país que más ojivas nucleares tiene, además de ser el único que ha utilizado bombas de este tipo contra población civil, sin embargo, acusa a la República Islámica de supuestamente ocultar bajo su programa otro de naturaleza clandestina y de ambiciones bélicas cuyo objetivo sería la adquirir armas atómicas.

Por su parte, el Reino Unido ha anunciado la ruptura de todos los contactos con los bancos iraníes, mientras que Canadá dijo que bloquearía "virtualmente" todas las sanciones con el país.

Francia propuso a países como Alemania, Estados Unidos, Japón y Canadá congelar "de inmediato" los activos de la banca iraní y de interrumpir las compras de petróleo a ese país, para convencer a Irán a renunciar a su programa nuclear.

Irán ha reiterado su rechazo a suspender el enriquecimiento de uranio con fines pacíficos y medicinales, como lo han exigido las potencias occidentales y ha reafirmado su derecho y soberanía a tener un programa nuclear.

Fuente: http://www.telesurtv.net/secciones/noticias/102685-NN/reino-unido-no-descarta-ataque-militar-contra-iran/


Europa
La dictadura de las calificadoras
El viernes pasado la agencia Standard & Poor’s (S&P) rebajó la calificación de la deuda de nueve gobiernos integrantes de la Unión Europea (UE), en algunos casos a niveles considerados humillantes, como el de Portugal, cuyos bonos públicos fueron colocados en la categoría basura. La firma financiera dio cumplimiento así a la amenaza formulada el 5 de diciembre del año recién pasado en el sentido de revisar las clasificaciones crediticias de las principales economías europeas con una perspectiva negativa.

Diversas autoridades de la eurozona han buscado minimizar el hecho, como las francesas: el ministro de Economía, François Fillon, dijo que la rebaja era una medida anunciada y que “hay 21 escalones en la calificación de deuda, y Francia –que fue bajada por S&P del exclusivo estatuto AAA a AA+ – está ahora en el vigésimo sobre 21; seguimos, por tanto, entre los mejores del mundo, junto a Estados Unidos”. En Alemania –único país del euro cuya calificación crediticia no fue degradada–, la canciller Angela Merkel se abstuvo de criticar la decisión de S&P y aprovechó la circunstancia para presionar por la aprobación de nuevos paquetes económicos de choque y disciplina fiscal en Europa.

Si bien es cierto que en un primer momento los mercados reaccionaron poco, como lo afirmó Fillon, la rebaja en la calificación de la deuda tendrá, necesariamente, efectos devastadores para la UE y, en particular, para los países de la zona euro, pues los gobiernos deberán pagar mayores tasas de interés para los créditos que contraten y para las nuevas emisiones de deuda pública, lo que llevará a un incremento generalizado de los intereses. El consiguiente encarecimiento del dinero será, a su vez, un obstáculo adicional para la recuperación de la estabilidad en una de las tres principales regiones económicas del mundo y se traducirá en mayor sufrimiento social para las poblaciones correspondientes, de por sí afectadas por los recortes generalizados, las medidas de austeridad que afectan a los grupos más vulnerables y el creciente desempleo.

Significativamente, tanto las calificadoras de deuda –S&P, Moody’s, Fitch y demás– como los bancos de inversiones –UBS, Deutsche Bank, Credit Suisse, Nomura, Goldman Sachs, Merryl Linch y otros– han venido presionando a las autoridades económicas europeas para que profundicen y extiendan las medidas recesivas, adelgacen los programas sociales y se olviden de cualquier idea de Estado de bienestar, como no sea para procurar el de las pequeñas elites financieras y comerciales y el de los grandes conglomerados trasnacionales.

El hecho aquí comentado pone sobre la mesa, de nueva cuenta, el vastísimo poder fáctico que han acumulado esas entidades privadas para determinar políticas económicas y sociales y para asegurar el sometimiento de cualquier gobierno nacional a los dictados de los organismos financieros internacionales, los cuales condicionan la entrega de asistencia financiera a que las autoridades sacrifiquen a sus respectivas sociedades.

Tal circunstancia pone en entredicho los principios básicos de representatividad política y soberanía nacional, toda vez que la conducción macroeconómica de un país acaba dependiendo, en última instancia, de un puñado de tecnócratas al servicio de intereses particulares que emiten dictados sobre la base de una atribución de poder absolutamente anómala.
Para colmo, tales firmas son corresponsables plenas de la actual crisis en el viejo continente, pues, en su momento, dieron su aprobación a los techos irracionales de endeudamiento del gobierno griego y se hicieron de la vista gorda ante la gestación de desajustes fiscales como los que han terminado por reventar en Europa. Cabe recordar, a mayor abundamiento, que en los meses previos al inicio de la crisis de 2008, tales compañías otorgaron las calificaciones crediticias más altas a las hipotecas basura estadunidenses que contaminaron los mercados financieros mundiales, y que hicieron otro tanto con el desfondado banco Lehman Brothers.

Una crítica adicional que ha de formularse a las calificadoras es su doble o triple rasero para calificar economías: aunque las inestabilidades y desajustes de la estadunidense contagiaron al resto del mundo en 2008, y pese al abultadísimo déficit fiscal que ostenta la superpotencia, S&P y sus análogas no se atreven a rebajar la calificación de la deuda de Washington; en el caso europeo, lo hacen a destiempo, cuando la medida no sólo ha perdido su capacidad preventiva sino que contribuye a magnificar la crisis; por lo que hace a los países de América Latina, las calificadoras suelen premiar las subordinaciones al llamado Consenso de Washington y castigar a los proyectos económicos orientados a fortalecer la soberanía, el mercado interno y la integración regional.



Nadie entiende la deuda

En 2011, como en 2010, Estados Unidos experimentaba una recuperación técnica, pero seguía sufriendo un desempleo desastrosamente alto. Y a lo largo de la mayor parte de 2011, como en 2010, casi todas las conversaciones en Washington giraban en torno a otra cosa: el problema supuestamente urgente de reducir el déficit público.

Los países con Gobiernos estables y responsables han sido capaces de vivir con niveles de deuda elevados Este enfoque inapropiado dice mucho sobre nuestra cultura política, en concreto sobre lo desconectado que está el Congreso del sufrimiento de los estadounidenses de a pie. Pero también revela algo más: cuando la gente en Washington habla de déficits y deuda, la inmensa mayoría no tiene ni idea de lo que está hablando, y la gente que más habla es la que menos entiende.

Lo más evidente es quizá que los "expertos" económicos en los que confía gran parte del Congreso han estado totalmente equivocados una y otra vez sobre los efectos a corto plazo de los déficits públicos. La gente que obtiene sus análisis económicos de instituciones como la Fundación Heritage lleva esperando desde que el presidente Obama asumió el cargo a que el déficit público disparase los tipos de interés. El día menos pensado.

Y mientras ha estado esperando, esos tipos han descendido hasta mínimos históricos. Se podría pensar que esto llevaría a los políticos a cuestionar su elección de expertos (es decir, se podría pensar eso si no supiéramos nada sobre la política posmoderna no basada en hechos).

Pero Washington no se confunde solo en lo que respecta al corto plazo; también está confundido acerca del largo plazo. Porque aunque la deuda pueda ser un problema, la forma en que nuestros políticos y lumbreras piensan en la deuda es incorrecta y exagera el tamaño del problema.

Los que se preocupan por el déficit retratan un futuro en el que nos vemos empobrecidos por la necesidad de devolver el dinero que hemos tomado prestado. Ven a EE UU como una familia que pidió una hipoteca demasiado alta y que se ve en apuros para pagar las cuotas mensuales. Sin embargo, esta es una analogía realmente mala por lo menos en dos sentidos.

En primer lugar, las familias tienen que devolver su deuda. Los Gobiernos, no; todo lo que tienen que hacer es asegurarse de que la deuda aumenta más lentamente que su base imponible. La deuda de la II Guerra Mundial nunca se devolvió; sencillamente, se fue volviendo cada vez más irrelevante, a medida que la economía estadounidense crecía, y con ella, la renta sometida a tributación.

En segundo lugar, y esto es lo que nadie parece entender, una familia excesivamente endeudada debe dinero a otra persona; la deuda estadounidense es, en gran medida, dinero que nos debemos a nosotros mismos.

Esto era claramente cierto en el caso de la deuda en que incurrimos para ganar la Segunda Guerra Mundial. Los contribuyentes asumieron la responsabilidad de una deuda que era significativamente más elevada, como porcentaje del PIB, que la deuda actual; pero los titulares de esa deuda también eran los contribuyentes, como la gente que compraba bonos de ahorro. De modo que la deuda no hizo más pobre a los Estados Unidos de la posguerra. En concreto, la deuda no impidió que la generación de la posguerra experimentara el mayor aumento de la renta y el nivel de vida en la historia de nuestra nación.

Pero esta vez es diferente, ¿no? No tanto como creen.

Es verdad que ahora los extranjeros poseen grandes intereses en EE UU, entre ellos una buena cantidad de deuda pública. Pero cada dólar de participaciones extranjeras en Estados Unidos se ve igualado por 89 céntimos de participaciones estadounidenses en el extranjero. Y como los extranjeros tienden a hacer sus inversiones en Estados Unidos en activos seguros y de baja rentabilidad, EE UU gana en la práctica más por sus activos en el extranjero de lo que paga a los inversores extranjeros. Si se han hecho la idea de que es un país profundamente endeudado con los chinos, les han informado mal. Y tampoco estamos avanzando rápidamente en esa dirección.

Claro que el hecho de que la deuda federal no implique ni mucho menos que el futuro de Estados Unidos esté hipotecado no quiere decir que la deuda no sea perjudicial. Para pagar los intereses hay que recaudar impuestos, y no hay que ser un ideólogo de derechas para reconocer que los impuestos suponen algún coste para la economía, aunque solo sea porque apartan los recursos de las actividades productivas y los desvían hacia la elusión y la evasión de impuestos. Pero estos costes son mucho menos trágicos de lo que la analogía de la familia excesivamente endeudada podría dar a entender.

Y esa es la razón por la que los países con Gobiernos estables y responsables -o sea, Gobiernos que están dispuestos a elevar moderadamente los impuestos cuando la situación lo exige- han sido por regla general capaces de vivir con niveles de deuda mucho más elevados de lo que la opinión convencional nos induciría a pensar. Gran Bretaña, en concreto, ha tenido una deuda superior al 100% del PIB durante 81 de los últimos 170 años. Cuando Keynes escribía sobre la necesidad de gastar para salir de una depresión, Gran Bretaña estaba más endeudada que cualquier país desarrollado hoy en día, con la excepción de Japón.

Naturalmente, EE UU, con su movimiento conservador furibundamente antiimpuestos, podría no tener un Gobierno que sea responsable en ese sentido. Pero en ese caso, la culpa no es de la deuda, sino nuestra.

De modo que, sí, la deuda es importante. Pero en estos momentos hay cosas más importantes. Necesitamos más, no menos, gasto público para sacarnos de la trampa del desempleo. Y la terca y desinformada obsesión con la deuda se interpone en el camino.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4655

La primera potencia militar en su lucha contra la principal potencia económica
Y ahora, a por China

El presidente de EEUU Barak Obama, debe de pensar que Irán es pan comido para declarar que la nueva estrategia de Defensa en 2012 es contener a China. Adicto a la guerra, Washington, que ha borrado la palabra “paz” de su diplomacia, considera a Pekín un peligro para “sus intereses nacionales” en el Pacífico y Asia Meridional y para su hegemonía unilateral planetaria.

Con el 5% de la población mundial el país occidental tiene un presupuesto militar siete veces mayor que el gigante amarillo, posee fuera de sus fronteras alrededor de 900 bases militares, once flotas navales que pasean por todos los océanos y cientos de miles de soldados esparcidos por el globo, y aun así está preocupado por una China sin tropas ni instalaciones militares fuera de su territorio.


Regreso a Asia es el “santo y seña” del Pentágono para allanar el Extremo Oriente y tomar el Mar de China cuyos fondos marinos, además, ocultan millones de barriles de petróleo y billones de pies cúbicos de gas. El pretexto no le faltará: velar por la seguridad marítima mermada por las supuestas armas nucleares ocultas de China, luchar contra el terrorismo islámico y la piratería y ayuda “humanitaria” en los desastres naturales.


La primera potencia militar, en su lucha contra la principal potencia económica, pretende controlar el estratégico Estrecho de Malaca, que une el Mar de China Oriental (al que Hillary Clinton llama Mar Occidental de Filipinas) con el océano Indico y Europa. Por sus aguas circula la mitad del tonelaje mercante mundial y los 20 millones de barriles del petróleo del Golfo Pérsico con destino Japón, Corea del Sur y China.


Pekín avanza sin colonizar ni ocupar países. Consigue sus objetivos mediante el sereno y sutil método de “acupuntura” en vez de “ataques quirúrgicos”. Ha construido, por ejemplo, el conducto más largo del mundo que lleva el gas del Caspio desde Turkmenistán a sus tierras, sin pegar un solo tiro, mientras decenas de miles de soldados de la OTAN llevan una década en Afganistán sin poder construir el gasoducto transafgano.


Que el coloso asiático sea, además, el único proveedor de tierras raras –usadas en microchips y alta tecnología-, aumenta el nerviosismo de EEUU, que actúa antes de verse superado por Pekín: se apodera de las fuentes de energía (Irak, Sudan, Libia, y ahora prueba con Irán), estrecha su alianza con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), arma a Taiwán con sistemas antimisiles y en Myanmar apoya a la oposición presionando al gobierno para que suspenda la construcción de un importante gasoducto hacia China. Por otro lado incrementa el número de 70.000 soldados que tiene en Corea del Sur y Japón, fortalece el Comando Estadounidense del Pacífico, refuerza las bases militares en Corea del Sur, Tailandia, Taiwán, Indonesia, Filipinas y Australia, e impide la formación de “Chindia” (China+India).

Reducir a Pakistán y un escaño en el Consejo de Seguridad sería el premio a India a cambio de su cooperación, que junto con Japón harían de contrapeso al enemigo.


Pekín ante una situación de desventaja geopolítica en Europa, África y Asia comienza a reaccionar, sin perturbar sus relaciones con Washington. Su armada realizó, en noviembre, unas maniobras militares sin precedentes cerca de las fronteras de Pakistán, para advertir a EEUU de que no toleraría una invasión al país centroasiático. También incrementó, en 2011, su presupuesto militar en un 12%, cayendo en la trampa de la carrera armamentística, que tiene incluida una Guerra de las Galaxias.


Despunta la nueva Guerra Fría.