lunes, 31 de enero de 2011

¡Por el triunfo de las Revoluciones tunecina y egipcia! ¡Que nadie se apropie de esta victoria!

REVELA EN EL DIVINO PADRE ETERNO EN LA DOCTRINA ALFA Y OMEGA.

920.- Entre la divina Revelación y las revoluciones del mundo, exsiste ley común; Revelación, significa revolución en el Reino de los Cielos; porque lo de arriba es igual a lo de abajo; la Revelación o divina escritura telepática, unificará al mundo de la fé, al Tercer Mundo; mundo de la Trinidad, en la propia espíritualidad; la divina parábola que fué dada al mundo, hace ya muchos siglos, que dice: Todo humilde es primero, delante de dios; significa que todas las naciones llamadas sub-desarrolladas, surgidas del extraño y desconocido sistema de vida, salido de las leyes del oro, se unificarán formando una sola potencia; ciento ocho países inician el más formidable poder, que se haya conocido en este mundo; ni antes, ni ahora, ni en lo futuro, se verá cosa igual; toda nación rica salida del extraño sistema de vida del oro, quedarán en la más grande pobreza; el divino Creador dá y quita en todo lo imaginable; los que más tuvieron en la prueba de la vida, son juzjados por sus propios y extraños procederes; con la vara que midieron a otros, son ellos medidos; hicieron sentir la pobreza a otros por siglos, ahora ellos vivirán la pobreza en carne propia; porque no imitaron a la divina igualdad, enseñada por el Padre, en su divino evangelio; con las llamadas naciones ricas, se inicia en este mundo, una época que fué anunciada, como el llorar y crujir de dientes.-
“Derroquemos a los dictadores y sus dictaduras”
La Revolución continúa en Túnez, y se extiende a Egipto, los ciudadanos y ciudadanas siguen en las calles reivindicando un verdadero gobierno del pueblo y para el pueblo donde no tengan cabida los esbirros del régimen.
El pasado día 14 de enero, después de un mes de revueltas cada vez más fuertes en todo el país, el dictador Ben Alí tuvo que rendirse ante las evidencias: el pueblo tunecino no iba a echarse atrás a pesar de la represión, los disparos, las detenciones, la tortura. Veintitrés años son suficientes, ya era demasiada la indignación. Por eso, cuando esa misma noche el dictador declaró en televisión que se había equivocado, que se disculpaba y que prometía no presentarse a las elecciones de 2014, el pueblo salió a la calle con más rabia y más valor que nunca. Durante años el pueblo tunecino lo ha ido perdiendo todo: desde el empleo y la libertad de expresión, hasta la dignidad. Y sólo cuando comprendieron que ya no tenían nada que perder, perdieron de repente lo último que les quedaba: el miedo. A partir de ese momento el pueblo tunecino sólo tuvo cosas que ganar. Por eso, esa noche, miles de personas rompieron el toque de queda, exigiendo la marcha del dictador bajo una lluvia de balas. A la mañana siguiente, la llamada de la UGTT a la huelga general fue un rotundo éxito, y la manifestación pacífica convocada por la mañana reunió en el centro de la capital a decenas de miles de personas. Pocas horas después, el dictador, ante el definitivo fracaso de su estrategia, ordenó a la policía disparar sobre la multitud. Los y las manifestantes se vieron obligados/as a refugiarse en las casas vecinas, mientras que las fuerzas represoras detenían, torturaban, violaban y asesinaban indiscriminadamente a los que no conseguían escapar. A pesar de todo, el pueblo no cedió en su determinación de derrocar al régimen, y esa misma tarde se confirmó la esperada huida de Ben Ali del país. Su lugar se vio inmediatamente ocupado por su primer ministro, prueba de que su partida era solo provisional y de que las cosas en absoluto habían cambiado. Esa misma noche las calles se llenaron una vez más de manifestantes pidiendo su destitución y la aplicación del artículo correcto de la Constitución que, en caso de «situación vacante de la Presidencia de la República por muerte, dimisión o impedimento absoluto», obliga al Consejo a nombrar al presidente del Parlamento como presidente interino del país. Y lo consiguieron. Dos “presidentes” en 24 horas, dos victorias en un día. Pero cuando vieron que el gobierno provisional formado por el parlamento era sólo una fachada de transición democrática, donde los ministerios de más relevancia eran ocupados por miembros del antiguo régimen, esbirros de la dictadura que les había reprimido y silenciado durante tantos años, decidieron, una vez más, no darse por vencidos/as. Por eso ya hace más de una semana que el pueblo de Túnez sigue concentrándose en las calles y en las plazas, cada vez más numerosos, cada vez más radicales. Ya no sólo piden pan: piden dignidad. Ya no sólo piden libertad de expresión: piden poder para el pueblo. Los barrios se organizan en comités populares, los obreros y obreras ponen a sus patrones en las calles y toman el control de las fábricas y empresas, los sindicatos convocan huelgas indefinidas, los y las estudiantes se lanzan a las calles. Desde las zonas rurales, las más empobrecidas, miles de hombres y mujeres están llegando a la capital para seguir manifestándose contra un gobierno ilegítimo, el residuo podrido de la dictadura.
El pueblo tunecino no habla de cambio, es una palabra que no les suena demasiado bien: así llamaba el dictador derrocado al Golpe de Estado con el que tomó el poder en 1987. El pueblo tunecino habla de democracia, en el sentido más puro y original de la palabra. Habla de Revolución, con todo lo que eso conlleva.
Y mientras los medios de comunicación tratan de convencernos de que en Túnez la democracia ha triunfado, de que reina la libertad de expresión y de que ya está todo hecho en un país que durante dos décadas hemos ignorado, los tunecinos y las tunecinas no callan. Mientras Obama y Merkel felicitan al pueblo tunecino por su valor, ese mismo pueblo se niega a llorar a sus mártires mientras no se realice lo que tantos piden desde hace tanto tiempo. La burguesía afrancesada se da por satisfecha con la nueva y relativa libertad de expresión y con los cambios prometidos por el gobierno provisional; l@s obrer@s, l@s campesin@s, l@s estudiantes parad@s y precari@s, l@s trabajador@s de las zonas rurales, l@s sindicalistas, l@s militantes de izquierdas y de los partidos ilegalizados por el régimen, mayores víctimas de la dictadura, verdaderos artífices de esta Revolución, duermen desde hace noches en las plazas y permanecen todo el día en las calles para seguir gritando reivindicaciones que aún no han sido respondidas. Lo dicen ellos/as mismos, que han demostrado en estos días ser los/as más radicales y conscientes a pesar de su aparente falta de educación política: la Revolución no se hace en un día, es un proceso largo y no podemos perder ni un solo minuto, porque nos arrebatarán esta victoria que tanta sangre nos ha costado y en la que aún queda tanto que ganar. Túnez no se rinde. Porque la lucha se ha librado en las calles, y en las calles se celebrará la victoria, antes que en Internet. Y ahora más que nunca es el momento de seguir luchando, porque aunque hemos ganado la batalla, aún están a tiempo de ganarnos la guerra.
Unos días después de la revolución tunecina se ha desencadenado otra revuelta popular en Egipto, que está desafiando la tiranía del dictador Mubarak, cuya reacción ha sido la de sacar los tanques a la calle. El pueblo egipcio está emulando al tunecino y ha perdido el miedo: quieren el fin de la dictadura y la salida del tirano del país. La solidaridad con el pueblo egipcio es también muy necesaria en estos momentos. En otros países ( Yemen, Argelia,…) también están produciéndose movilizaciones fuertes, que pueden transformarse en revueltas en los próximos días.
Por lo tanto, ante las noticias falsas o incompletas que nos dan los medios de comunicación, frente a los que creen que esto ya ha terminado y que no queda nada por hacer, frente a los que piensan que los pueblos que piden, y siguen pidiendo, “dignidad, trabajo y libertad” se van a dar por satisfechos con máscaras de democracia avaladas por los Estados Unidos y una libertad de charanga y pandereta:
Demostremos nuestro apoyo al pueblo tunecino y egipcio y al resto de países árabes que se están levantando y a sus Revoluciones, ¡acudamos todas a la concentración en Sol el día 2 de febrero a las 19h! Las dictaduras siguen impunes, ¡la lucha continúa!
Convocan: Ecologistas en Acción, Izquierda Anticapitalista, Cristian@s de Base, En Lucha, ATTAC, Sodepau-Catalunya, Casapueblos, Solidaridad Obrera, Corriente Roja,Co.Bas , Izquierda Castellana, Plataforma de Apoyo Político al Pueblo Saharaui, CGT, Comité de Solidaridad con el África Negra UMOYA, Fundación Hijos del Máiz, Vía Democrática, Asoc. Marroquí de Derechos Humanos-Madrid, Asamblea Social de Rivas, AAVV La Flor,

Una vaca bien sagrada. ¿Por qué el gasto militar es intocable?

DICE EL DIVINO PADRE JEHOVA EN LA DOCTRINA DEL CORDERO DE DIOS ALFA Y OMEGA, EN EL DIVINO TITULO N°:
751.- El hambre que padeció el mundo de la prueba, tuvo dos causas; la primera fué la excesiva ambición de los creadores, del extraño capitalismo; la segunda el inmoral gasto en armamentos; en ambas causas, lo pagan los culpables; es así que tres cuartas partes del divino juicio, recae en financistas y militares; el camino de la felicidad, no estaba en escoger la ambición ni en escoger la desconfianza; la prueba de la vida consistía en no equivocarse.-
En los círculos de la defensa, "recortar" el presupuesto del Pentágono ha vuelto a ser un tema de conversación. El país no debe confundir esa cháchara con la realidad. Cualquier recorte que se haga, a lo más, reduciría la tasa de crecimiento del gasto. Los hechos esenciales son: los gastos militares de EE.UU. hoy en día son iguales a los de todas las otras naciones del mundo juntas, una situación sin precedentes en la historia moderna.
El Pentágono gasta actualmente más en dólares constantes de lo que en ningún momento durante la Guerra Fría – esto a pesar de la ausencia de cualquier cosa que se aproxime remotamente a lo que los expertos de seguridad nacional llaman “competidor par”. ¿El Imperio del Mal? Existe sólo existe en la imaginación febril de aquellos que tiemblan ante la perspectiva de que China sume un oxidado portaaviones de ruso a su flota o los que toman en serio los delirios de los islamistas radicales que prometen, desde el fondo de sus cuevas, unir a la Umma en un nuevo califato.
¿Que qué están comprando los estadounidenses? Lamentablemente, no mucho. A pesar de los exorbitantes gastos (por no hablar de los esfuerzos y sacrificios de las tropas estadounidenses), el retorno sobre su inversión es, por decirlo suavemente, poco impresionante. La lección principal que surge de los campos de batalla de la era post-11S es la siguiente: el Pentágono simplemente no llega a traducir su "supremacía militar" en una victoria que valga la pena mencionar.
Washington sabe cómo se inician las guerras y la manera de prolongarlas, pero no tiene ni la menor idea de cómo acabarlas. Irak, la última adición a la lista de las guerras olvidadas de Estados Unidos, se presenta como la Prueba A. Cada bomba que explota en Bagdad o en alguna ciudad iraquí, salpicando sangre por toda la calle, pone de manifiesto lo absurdo que es juzgar "la oleada" como la hazaña épica que celebra el lobby Petraeus.
Los problemas son de carácter estratégico y operacional. Las expectativas de la Guerra Fría, de proyectar el poder de los EE.UU. para aumentar la influencia y la posición estadounidenses, ya no es aplicable, sobre todo en el mundo islámico. Allí, las actividades militares estadounidenses están, por el contrario, fomentando la inestabilidad y el anti-americanismo. Como Prueba B, basta ver la ciénaga profunda en que se ha convertido lo que Washington denomina AfPak – el teatro de operaciones militares afgano-pakistaní.
Sume a eso la montaña de pruebas que demuestran que Pentágono, Inc. es una empresa pésimamente gestionada: absolutamente obstinada, hinchada, lenta y propensa al despilfarro en una escala prodigiosa – especialmente en temas de adquisición de armas y tercerización a "contratistas" de funciones anteriormente militares. En lo que respecta a la seguridad nacional, como principal criterio de decisión, la eficacia (lo que funciona) siempre debe prevalecer sobre la eficiencia (pero, ¿a qué precio?). Sin embargo, más allá de cierto nivel, la ineficiencia socava la eficacia, y el Pentágono es notable en exceder ese nivel. En comparación, las muy vilipendiadas Tres Grandes de Detroit (Ford, General Motors y Chrysler) son prototipos de empresas bien administradas.
Defensas inexpugnables
Todo esto ocurre en un contexto de crecientes problemas domésticos: el alto desempleo, un billón de dólares de déficit federal, la gigantesca deuda, que sigue creciendo, y déficits en educación, infraestructura y empleo, todos claman atención.
Sin embargo, el presupuesto de defensa - nombre inapropiado, ya que para el Pentágono, Inc. la defensa, per se, es irrelevante – el presupuesto sigue siendo una vaca sagrada. ¿Por qué?
La respuesta reside en entender las defensas alrededor de esa vaca, que se aseguran de que permanezca intacta e intocable. Ejemplificando lo que a los militares les gusta llamar "defensa en profundidad", ese escudo consiste en cuatro barreras distintas, pero que se protegen mutuamente.
Egoísmo institucional : La victoria en la Segunda Guerra Mundial no produjo paz, pero una atmósfera de crisis de seguridad nacional permanente. Como nunca antes en la historia de los EE.UU., las amenazas a la existencia de la nación parecían omnipresentes, una actitud que emergió a finales de la década de 1940 y que aún persiste. En Washington, el miedo - en parte real, en parte artificial - desencadenó una poderosa respuesta.
Una de las consecuencias fue el surgimiento del estado de la seguridad nacional, una serie de instituciones que dependen de (y por lo tanto se esforzaron para perpetuar) esta atmósfera de crisis y, así, justificar su existencia, su estatus, sus prerrogativas y sus presupuestos. Además, surgió una industria armamentística permanente, que pronto se convirtió en una importante fuente de empleo y de ganancias corporativas. Los políticos de ambos partidos se apresuraron a identificar las ventajas de la adaptación a este "complejo militar-industrial", tal como lo describió el Presidente Eisenhower.
Aliado a este vasto aparato –que transforma dólares en créditos fiscales, beneficios empresariales, contribuciones de campaña y votos (y alimentándose de él)– había un eje de seudo intelectuales - los ‘laboratorios’, apoyados por el gobierno, los institutos universitarios de investigación, las publicaciones, los grupos de reflexión, y los lobbys de la industria (muchos de ellos integrados por altos ex–funcionarios de gobierno) - dedicado a la identificación (o a la creación) de ostensibles amenazas a la seguridad nacional, siempre supuestamente graves y siempre empeorando, para luego elaborar respuestas a las mismas.
El resultado: en Washington, las voces de peso en todos los ‘debates’ sobre la seguridad nacional comparten una predisposición para el sostenimiento de elevadísimos niveles de gasto militar, por razones que tienen cada vez menos que ver con el bienestar del país.
Inercia estratégica: En un documento de 1948 del Departamento de Estado, el diplomático George F. Kennan hacía la siguiente observación: "Tenemos alrededor de 50 por ciento de la riqueza del mundo, pero sólo el 6,3 por ciento de su población." El desafío que enfrentan los políticos estadounidenses, continuaba, es "diseñar un modelo de relaciones que nos permita mantener esta disparidad". Aquí tenemos una descripción de los propósitos de los Estados Unidos que es mucho más sincera que toda la retórica sobre la promoción de la libertad y la democracia, la búsqueda de la paz mundial, o el ejercicio de un liderazgo global.
El fin de la Segunda Guerra Mundial encontró a los Estados Unidos en una posición de privilegio espectacular. No en vano, los estadounidenses recuerdan la época inmediata de posguerra como una Edad de Oro de prosperidad para la clase media. Los políticos, desde la época de Kennan, han tratado de conservar esa posición privilegiada. Sin embargo, sus esfuerzos han sido, en gran parte, inútiles.
Luego, en 1950, los políticos (con Kennan, para entonces, convertido en un notable disidente) llegaron a la conclusión de que la posesión y el despliegue del poder militar era la clave para preservar el estado de exaltación de los Estados Unidos. La presencia de las fuerzas de los EE.UU. en el extranjero y su demostrada voluntad de intervenir, ya sea abierta o encubiertamente, en cualquier lugar del planeta promoverían la estabilidad, garantizarían el acceso de los EE.UU. a los mercados y los recursos, y, en general, servirían para aumentar la influencia del país ante amigos y enemigos - esa era la idea, en todo caso.
En la Europa y el Japón de posguerra, esta fórmula logró considerables éxitos. En otras lugares - especialmente en Corea, Vietnam, América Latina, y (sobre todo después de 1980) en el llamado Gran Oriente Medio - o bien produjo resultados mixtos o fracasó catastróficamente. Ciertamente que los acontecimientos de la era post-11S brindan pocas razones para creer que ese paradigma de presencia/proyección de poder sirve de antídoto ante la amenaza que representa el yihadismo violento anti-occidente. En todo caso, la obstinación con dicho paradigma está exacerbando el problema al crear aún más animosidad anti-estadounidense.
Uno podría pensar que las manifiestas deficiencias del enfoque de presencia/proyección de poder – los miles de millones gastados en Irak, y ¿para qué? – podrían llevar a Washington a cuestionarse sobre su estrategia de seguridad nacional. Podría parecer que un poco de introspección vendría bien. Por ejemplo, ¿no sería beneficioso cambiar de enfoque para mantener lo que queda del estatus de privilegio de los Estados Unidos?
Sin embargo, hay pocos indicios de que nuestros líderes políticos, los cuerpos de oficiales superiores, o quienes forman la opinión pública desde fuera del gobierno, sean capaces de entretener tales debates. Ya sea por ignorancia, arrogancia, o falta de imaginación, el paradigma estratégico preexistente persiste tercamente, de modo que, también, como si por defecto, persisten los altos niveles de gasto militar que implica la estrategia.
Disonancia cultural : Debemos olvidarnos de la idea de que el surgimiento del movimiento Tea Party haya curado las divisiones producidas por las "guerras culturales". La agitación cultural desatada en la década de 1960, y centrada en Vietnam, sigue siendo un asunto pendiente en este país.
Entre otras cosas, los años sesenta destruyeron el consenso estadounidense, forjado durante la Segunda Guerra Mundial, sobre el significado de patriotismo. Durante la llamada Guerra Buena, el amor a la patria implicaba, incluso requería, el respeto al estado, evidenciado más claramente en la voluntad de la gente a aceptar la autoridad del gobierno de imponer el servicio militar obligatorio. Los soldados estadounidenses en esa época, la mayoría de ellos reclutados, eran la encarnación del patriotismo, arriesgando su vida para defender al país.
El soldado estadounidense de la Segunda Guerra Mundial era el estadounidense común y, tanto representaban como reflejaban, los valores de la nación de la que procedían (una percepción confirmada por el hecho irónico de que los militares se adhirieron a las normas vigentes de segregación racial). Era "nuestro ejército" debido a que el ejército éramos "nosotros".
Con Vietnam, las cosas se volvieron más complicadas. Los partidarios de la guerra sostenían que la tradición de la 2da Guerra Mundial era, todavía, aplicable: el patriotismo exigía respeto a las órdenes del Estado. Los opositores, en cambio, especialmente aquellos que se enfrentaban a la perspectiva del servicio militar obligatorio, insistían en lo contrario. Ellos revivieron la distinción, formulada una generación antes por el periodista radical Randolph Bourne, que separa al país y el estado. Los verdaderos patriotas, los que verdaderamente aman a su país, eran quienes se oponían a las políticas estatales que consideraban equivocadas, ilegales o inmorales.
En muchos aspectos, los soldados que lucharon en la guerra de Vietnam se encontraron incómodamente atrapados en el centro de esta controversia. ¿Era el soldado muerto en Vietnam en un mártir, una figura trágica, o un tonto útil? ¿Quién merece mayor admiración: el soldado que luchó con valentía y sin quejarse o el que sirvió y luego se volvió un opositor de la guerra? ¿O era el verdadero héroe el que se resistió a la guerra - el que nunca sirvió?
El fin de la guerra dejó sin resolver estas desconcertantes cuestiones y la decisión del presidente Richard Nixon en 1971 de acabar con el servicio militar obligatorio a favor de una Fuerza de Voluntarios, basada en la idea de que el país podría ser mejor servido con un ejército que no fuera "nosotros", sólo complicó aún más las cosas. Así, también, lo hicieron las tendencias en la política estadounidense, donde auténticos héroes de guerra (George H.W. Bush, Bob Dole, John Kerry y John McCain) perdían elecciones ante opositores con credenciales militares inexistentes o excesivamente leves (Bill Clinton, George W. Bush, y Barack Obama), pero que, una vez en el cargo, demostraron una notable propensión a derramar la sangre de otros estadounidenses (¡por supuesto que nunca la de miembros de sus propias familias!) en lugares como Somalia, Irak y Afganistán. Todo era más que un poco indecoroso.
El patriotismo, un concepto simple en otra época, se había convertido en algo confuso y polémico. ¿Qué obligaciones, si alguna, impone el patriotismo? Y si la respuesta es ninguna - opción que cada vez más estadounidenses consideran correcta – entonces, ¿sigue siendo el patriotismo, en sí, una propuesta viable?
Queriendo responder a esa pregunta de manera afirmativa - para distraer nuestra atención del hecho de que el patriotismo se había convertido en poco más que una excusa para lanzar fuegos artificiales y tomar un ocasional día de descanso - la gente y los políticos encontraron una manera de hacerlo exaltando a los estadounidenses que elegían servir en uniforme. La idea fue la siguiente: los soldados ofrecen prueba viviente de que los Estados Unidos son, todavía, un lugar por el que vale la pena morir, que el patriotismo (al menos en algunos sectores) se mantiene vivo y saludable; por consiguiente, los soldados son lo ‘mejor’ de la nación, comprometidos con "algo más grande que sí mismos" en una tierra que, de otra manera, estaba cada vez más absorta en la búsqueda de una definición materialista y narcisistas de auto-realización.
En efecto, los soldados ofrecían una garantía harto necesaria de que aún sobrevivirían los valores de la ‘vieja guardia’, aunque limitados a un segmento pequeño y poco representativo de la sociedad estadounidense. En lugar de ser Juan del Pueblo, el guerrero de hoy es un icono, y es considerado moralmente superior al resto de la nación para la cual lucha, depositario de las virtudes que sostienen la pretensión, cada vez más dudosa, de la singularidad de la nación.
Políticamente, por lo tanto, "apoyar a las tropas" se ha convertido en un imperativo categórico de todo el espectro político. En teoría, dicho apoyo podría traducirse en la determinación de proteger a las tropas contra abusos, o en desconfianza antes de comprometer a los soldados a guerras innecesarias o innecesariamente costosas. En la práctica, sin embargo, "apoyar a las tropas" ha encontrado su expresión en una insistencia en darle al Pentágono carta blanca para disponer de los recursos del tesoro de la nación, creando enormes barreras para cualquier propuesta de reducción que afecte, más que simbólicamente, el gasto militar.
Historia mal recordada: El duopolio de la política estadounidense ya no permite una posición anti-intervencionista con principios. Ambos partidos son partidos pro–guerra. Se diferencian, principalmente, en las razones que esbozan para defender el intervencionismo. Los republicanos promocionan la libertad, los demócratas hacen hincapié en los derechos humanos. Los resultados tienden a ser los mismos: una inclinación por un activismo que sostiene una incesante demanda de altos niveles de gastos militares.
Históricamente, la política estadounidense alimentaba una viva tradición anti-intervencionista. Sus principales proponentes incluyen figuras como George Washington y John Quincy Adams. Esa tradición encuentra su fundamento no en principios pacifistas, una posición que nunca ha atraído un amplio apoyo en este país, pero en el realismo pragmático. ¿Qué pasó con esa tradición realista? En pocas palabras, la Segunda Guerra Mundial la mató - o por lo menos la desacreditó. Los anti-intervencionistas perdieron el intenso debate que se produjo entre 1939 y 1941, y su causa quedó, a partir de entonces, marcada con la etiqueta de "aislacionismo".
El paso del tiempo ha transformado la Segunda Guerra Mundial de una masiva tragedia en un cuento moralista, que tilda de canallas a los opositores de la intervención. Ya sea explícita o implícitamente, el debate sobre cómo deben los Estados Unidos responder a alguna amenaza ostensible - Irak en 2003, Irán, hoy – es sólo una repetición del debate que terminó, finalmente, con los acontecimientos del 7 de diciembre de 1941. Expresar, hoy, escepticismo sobre la necesidad y la prudencia de usar la fuerza militar es invitar a la acusación de ser un pacificador o un aislacionista. Pocos políticos o personas que aspiran al poder se arriesgarán a las consecuencias de ser así etiquetados.
En este sentido, la política estadounidense sigue estando atrapada en la década de 1930 - siempre se descubre un nuevo Hitler, siempre privilegiando la retórica de Churchill - a pesar de que las circunstancias en que vivimos hoy en día tienen poca semejanza a aquella época. Sólo hubo un Hitler, y está muerto desde hace tiempo. En cuanto a Churchill, sus logros y su legado son mucho más mixtos de lo que sus batallones de defensores están dispuestos a reconocer. Y, si alguien merece un crédito especial por la demolición del Reich de Hitler y por la victoria aliada de la Segunda Guerra Mundial, es Josef Stalin, un dictador tan vil y criminal como el propio Hitler.
Mientras los estadounidenses no acepten estos hechos, hasta que no acepten una visión más matizada de la Segunda Guerra Mundial, una que tome plenamente en cuenta las implicaciones políticas y morales de la alianza de los Estados Unidos con la Unión Soviética y de la campaña de bombardeos de destrucción dirigida contra Alemania y Japón, la versión mítica de la "Guerra Buena" seguirá proporcionando justificaciones simplistas para seguir esquivando la pregunta de siempre: ¿cuánto es suficiente?
Al igual que las barreras de seguridad concéntricas dispuestas alrededor del Pentágono, estos cuatro factores – egoísmo institucional, la inercia estratégica, la disonancia cultural y la historia mal recordada - protegen el presupuesto militar de un análisis serio. Para los defensores de un enfoque militarizado de la política, éstas barreras son fuente de recursos muy valiosos, que están dispuestos a defender a toda costa.
Andrew J. Bacevich es profesor de historia y relaciones internacionales en la Universidad de Boston. Su libro más reciente es el Reglamento de Washington: Camino de Estados Unidos de Guerra Permanente.

Fórmula capitalista de evasión fiscal


AUTOR DE LA CIENCIA CELESTE

 DICE EL DIVINO PADRE JEHOVA EN LA CIENCIA CELESTE ALFA Y OMEGA, EN EL DIVINO TITULO:

978.- Todos aquellos demonios que se aprovecharon de los dineros de los pueblos y de sus derechos, no entrarán al Reino de los Cielos; es más fácil que entre uno que fué honrado, a que pueda entrar, uno que no lo fué.-


Mientras el mundo se desenvuelve desde hace varios años en una profunda crisis económica, los llamados paraísos fiscales continúan creciendo y guardando en sus arcas millones de millones de dólares que en la mayoría de los casos provienen de dinero obtenido en transacciones ilícitas, o de multimillonarios, banqueros y trasnacionales de Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Suiza y otros países como fórmula de evasión fiscal a gran escala.
El caso del ex banquero suizo Rudolf Elmer, a quien se le celebra juicio en ese país helvético porque entregó al sitio web WikiLeaks una lista con 2.000 cuentas de evasores de impuestos, ha puesto nuevamente en la palestra pública la actividad de estos paraísos y sobre todo sus verdaderos responsables y benefactores.
A Elmer, quien resultó despedido en 2002 del banco suizo Julius Baer, donde dirigía la oficina de esa entidad en las islas Caimán, se le acusó de violar el secreto bancario, emblema principal del sistema financiero helvético. En su defensa, el procesado argumentó que se acercó a WikiLeaks porque las autoridades internacionales hicieron caso omiso de sus denuncias.
WikiLeaks anunció que en las próximas semanas publicará la lista de Elmer (estaba exiliado en la isla Mauricio) que denuncia además la entrelazada y oculta conexión entre el mundo financiero y los paraísos fiscales, nombrados Offshore Financial Centres (Centros Financieros Extraterritoriales (CFE).
Estos CFE, que según numerosos analistas resultaron claves en la crisis global que comenzó en 2008, son sitios donde compañías e individuos adinerados depositan sus ganancias sin tener que abonar impuestos en sus países de origen y adonde va a parar una gran cantidad de dinero procedente del narcotráfico, la corrupción, el negocio ilícito de armas, sin que sus depositarios tengan que responder a preguntas incómodas.
Las tres islas Caimán, territorios ocupados y dependientes del Reino Unido, donde Elmer ocupaba un importante cargo bancario, sólo tienen en conjunto 262 kilómetros cuadros con una población de 52.000 personas, pero existen 1.130 subsidiarias de multinacionales.
Los que escogen estas islas como asiento de sus negocios e inversiones no necesitan pagar impuestos. En este paradisíaco lugar con bellas playas y abundantes hoteles se hallan 544 bancos con depósitos de más de 500.000 millones de dólares.
Según datos de Organizaciones No Gubernamentales, están registradas 30.000 compañías sin que sus cuentas sean auditadas ni sus consejeros deban ser residentes permanentes.
En una entrevista con BBC Mundo, el director de la ONG Justicia Fiscal Internacional John Christensen puntualizó que “esa imagen de islas celestiales, refugio de millonarios, dictadores y mafiosos, es una simplificación del problema pues en la lista de los diez mayores paraísos fiscales del mundo se encuentran los respetables nombres de Estados Unidos, Londres, Alemania y Suiza”.
Christensen, agregó que hay cuatro grandes clientes de los paraísos fiscales: Las fortunas individuales, las multinacionales, las entidades financieras y el dinero de origen ilegítimo: sea del narcotráfico, el terrorismo o la corrupción".
Por esta razón, se comprende por qué pese a la gran publicidad que se dio en la Cumbre del Grupo de los 20 (G-20) efectuada en abril de 2009 sobre las medidas que se tomarían para eliminar o disminuir las actividades de los CFE, nada se ha hecho al respecto. Detrás de ellos están fuerzas financieras, bancarias y hasta gubernamentales muy poderosas.
En marzo de 2008 un gran escándalo estalló en Alemania cuando la fiscalía germana realizó una investigación para detectar a cientos de sus ciudadanos que evadían impuestos.
Las indagaciones llegaron hasta el jefe de la oficina de correos Deutsche Post, Klaus Zumwinkel, que había logrado esquivar el pago de 1,5 millones de dólares en gravámenes.
Fue entonces cuando el Servicio Secreto alemán mediante el pago de 7,3 millones de dólares a un intermediario de un banco de Liechtenstein obtuvo un DVD con la lista de más de mil ciudadanos germanos que poseían cuentas clandestinas en el Banco LGT de ese principado europeo, cuyo monto ascendía a cerca de 8.000 millones de dólares.
En ese pequeño país de 180 kilómetros cuadrados y 35.000 habitantes, se hallan depositados alrededor de 150.000 millones de dólares, pero resulta imposible conocer quiénes son sus dueños debido al llamado secreto bancario. La ONU en varias ocasiones ha criticado a Liechtenstein por “tener controles financieros que permiten lavar dinero”.
Para abundar en datos, se conoce fehacientemente que allí están establecidas 70.000 “fundaciones” que son modalidades para inscribir presuntas firmas familiares y sus capitales sin pagar impuestos.
En Alemania una empresa paga al Estado el 39% de sus utilidades como impuesto corporativo, mientras que un privado puede llegar a pagar el 50% de sus ingresos como impuesto a los ingresos.
Liechtenstein, junto a Mónaco, Andorra, Gibraltar, San Marino y Suiza son los países acusados de mantener sistemas financieros que facilitan la evasión de impuestos y también el lavado de dinero, pero de esas frugales denuncias no pasa pues la Unión Europea en su conjunto los apoya porque muchas personas con influencia dentro de la Unión depositan sus cuentas en esos paraísos.
Organizaciones internacionales aseguran que si las enormes fortunas que se esconden en los CFE pagaran impuestos, se resolvería alcanzar las Metas del Milenio propuestas por la ONU y sobre todo reducir la elevada pobreza mundial para 2015.
Un análisis realizado por la ONG británica Tax Justice Network (Red para la Justicia Tributaria) asegura que el monto de evasión fiscal en el mundo, debido a la existencia de esas entidades, alcanza 250 billones. Con esas cifras y los antecedentes antes expuestos, será difícil que el G-20 o la en muchas ocasiones inoperante ONU puedan hacer algo al respecto.
Los multimillonarios, las compañías transnacionales, corruptos y narcotraficantes continuarán guardando y lavando dinero en esas cajas fuertes llamadas paraísos fiscales.