Mostrar / Ocultar ▼▲
Sin duda la oferta y la demanda son importantes. Pero hay otra razón por la que los alimentos se han vuelto tan caros en todo el mundo: la codicia de Wall Street.
Fueron las mentes brillantes del Grupo Goldman Sachs las que comprendieron la simple verdad de que no hay nada más valioso que el pan nuestro de cada día. Y donde hay valor, hay dinero para ganar. En 1991, los banqueros de Goldman, liderados por su clarividente presidente Gary Cohn, crearon un nuevo tipo de productos de inversión, los derivados (1) que rastrearon 24 materias primas, desde metales preciosos y energía al café, el cacao, el ganado, el grano, los cerdos, la soja y el trigo. Luego ponderaron el valor de la inversión de cada producto, mezclando y combinando las partes en el cálculo y posteriormente redujeron lo que había sido una complicada recopilación de bienes reales a una fórmula matemática que podía expresarse en un único enunciado, conocido en adelante como el Índice de Materias Primas de Goldman Sachs (GSCI).
Sólo durante un decenio el GSCI se mantuvo como un instrumento de inversiones relativamente estático, ya que los banqueros estaban más interesados en lo riesgoso y en las Obligaciones de Deuda Garantizadas (CDO) que en algo que, literalmente, podían sembrar o cosechar. Luego, en 1999, la Comisión de Comercio de Materias Primas y Futuros desreguló el mercado de futuros. Y súbitamente los banqueros pudieron tomar a su gusto “posiciones largas” (2) en el mercado de granos, una posibilidad que, desde la Gran Depresión, estuvo reservada sólo para los que tuvieran algo que ver con la producción de nuestros alimentos.
Así llegó el cambio a las grandes bolsas de granos de Chicago, Minneapolis y Kansas City que, durante 150 años, habían ayudado a moderar las alzas y las bajas en los precios globales de los alimentos. Porque la agricultura puede parecer bucólica, pero es una actividad intrínsecamente volátil, sometida a las vicisitudes del clima, las enfermedades y los desastres. El sistema de “comercio de granos a futuro”, promovido después de la guerra civil estadounidense por los fundadores de Archer Daniels Midland, el general Mills y Pillsbury, ayudó a situar a Estados Unidos como un gigante financiero para rivalizar con Europa y finalmente superarla. Las bolsas de granos también protegieron a los agricultores y molineros estadounidenses de los riesgos inherentes a su actividad. La idea básica era “el contrato a término”, es decir un acuerdo entre vendedores y compradores de trigo para fijar el precio razonable de una fanega, aún antes de que dicha fanega se cultivase. Esto no sólo ayudó a que el “precio futuro” del grano mantuviera estable el precio de la barra de pan en la panadería –y después en el supermercado- sino que además los mercados financieros a futuro permitían a los agricultores protegerse de los períodos de vacas flacas e invertir dinero en sus granjas y negocios. El resultado de esto fue que durante el siglo XX el precio real del trigo disminuyó (a pesar de uno o dos pequeños sobresaltos, en particular durante la espiral inflacionaria de los años 70), estimulando el desarrollo de la agroindustria estadounidense. Y después de la segunda Guerra Mundial los Estados Unidos produjeron rutinariamente un exceso de granos que se convirtió en un elemento esencial de sus estrategias políticas, económicas y humanitarias durante la Guerra Fría, para no mencionar el hecho de que el grano estadounidense alimentó a millones de personas hambrientas de todo el mundo.
Los mercados de futuros, tradicionalmente, incluían a dos clases de participantes: Por un lado estaban los agricultores, los molineros y los almaceneros, es decir los integrantes del mercado que tienen un interés verdadero, físico, en el trigo. Este grupo no sólo comprendía a los cultivadores de maíz en Iowa o a los agricultores de trigo en Nebraska, sino también a las principales corporaciones multinacionales como Pizza Hut, Kraft, Nestlé, Sara Lee, Tyson Foods y McDonald's, cuyas acciones en la Bolsa de Nueva York subían y bajaban en función de su capacidad para llevar alimentos a precios competitivos a las ventanillas de los autos, a las puertas de las casas y a las estanterías de los supermercados. Estos participantes en el mercado se denominan “hedgers (3) de buena fe” porque realmente necesitan comprar y vender cereales.
Del otro lado estaban los especuladores. El especulador no produce ni consume el grano, la soja o el trigo, y no tendría un lugar para depositar las 20 toneladas de cereal que podría comprar en cualquier momento, si alguna vez se las entregasen. Los especuladores ganan dinero por medio de un comportamiento tradicional de las bolsas, por el “arbitraje” (4) de comprar barato y vender caro. Y, por regla general, los que estaban materialmente interesados en los “mercados de futuros de granos” dieron la bienvenida a sus bolsas a esos especuladores tradicionales los cuales, con su interminable flujo de órdenes de compra proporcionaban liquidez al mercado y facilitaban a los “hedgers” auténticos una manera de manejar los riesgos, permitiéndoles vender y comprar a su gusto.
Pero el índice de Goldman pervirtió la simetría de este sistema. La estructura del GSCI no hizo caso del antiguo modelo de comprar-vender/vender-comprar. Este novedoso producto derivado implica sólo “posiciones largas”, lo que significa que se diseñó para comprar materias primas y sólo para comprarlas. En el fondo de esta estrategia de “posiciones largas” se advierte la intención de transformar una inversión en materias primas (antes un ámbito especializado) en algo muy parecido a una inversión en acciones, la clase de activo en el que cualquiera podría depositar su dinero y dejarlo acumularse durante décadas (del tipo de General Electric o Apple). Una vez que el Mercado de Materias Primas se había transformado para parecerse a la Bolsa, los banqueros podían esperar la nueva afluencia de dinero en efectivo. Pero la estrategia de “posiciones largas únicamente” tenía un defecto, al menos para aquellos de nosotros que comemos. El GSCI no incluía un mecanismo para vender una materia prima, es decir, una “posición corta" (5).
Este desequilibrio socavó la estructura esencial de los mercados de materias primas, exigiendo a los banqueros comprar y seguir comprando, sin importar el precio. Y cada vez que se aproxima el vencimiento de una “posición únicamente larga” en un contrato de futuros del índice de materias primas, los banqueros se verán obligados a “desplazar” sus miles de millones de dólares en órdenes de compra pendientes hacia el siguiente contrato de futuros, dos o tres meses hacia adelante. Y como el impacto deflacionario de las “posiciones cortas” simplemente no forma parte del GSCI, los comerciantes profesionales de grano pudieron forrarse anticipando las fluctuaciones del mercado que estos “desplazamientos” causarían inevitablemente. “Me gano la vida con dinero tonto” (6) dijo a Businesseeek el corredor de bolsa en materias primas Emil van Essen el año pasado.
Los corredores de bolsa de materias primas empleados por los bancos que habían creado los fondos de Inversión en Materias Primas, fueron los primeros en subirse a la oleada de ganancias.
Los banqueros reconocieron un buen sistema en cuanto lo vieron, y docenas de “hedgers” especulativos sobre bienes no reales siguieron el ejemplo de Goldman uniéndose al juego de los índices de materias primas. Esto incluía al Barclays, Deutsche Bank, Pimco, JP Morgan Chase, AIG, Bear Stearns y Lehman Brothers, por nombrar sólo a algunos proveedores de Fondos de Inversión en Materias Primas. De tal manera, el escenario ya estaba dispuesto para la inflación alimentaria que tarde o temprano tomaría por sorpresa a las molineras más grandes, a las plantas de procesamiento y las corporaciones de venta minorista en los Estados Unidos y desparramaría ondas sísmicas por todo el mundo.
El dinero nos cuenta lo que ha sucedido. Desde la explosión de la burbuja tecnológica en el año 2000, se ha incrementado 50 veces la cantidad de dólares invertidos en los Fondos de Inversión en Materias Primas. Para plantear el fenómeno en su verdadera dimensión, en 2003 el mercado de futuros de materias primas estaba en el orden de unos tranquilos 13.000 millones de dólares. Pero cuando a principios de 2008 la crisis global financiera puso a correr a los inversionistas nerviosos, que desconfiaban del dólar, de la libra y de los euros, las materias primas -incluyendo los alimentos- parecieron el último y mejor refugio para depositar el dinero en efectivo de los fondos de cobertura, de los fondos de pensiones y de los fondos soberanos de inversión. “De repente aparecieron personas sin ninguna idea de lo que eran las materias primas que compraban materias primas”, me dijo un analista del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. En los primeros 55 días de 2008, los especuladores volcaron 55.000 millones de dólares en los mercados de materias primas y hacia julio, 318.000 millones de dólares agitaban los mercados. La inflación alimentaria ha permanecido estable desde entonces.
El dinero fluía y los banqueros estaban listos con el nuevo y deslumbrante casino de los derivados de alimentos. Encabezados por los precios del petróleo y del gas (las materias primas dominantes en el índice de esos fondos de inversión) los nuevos productos inflamaron los mercados de todas las demás materias primas incluidas en el índice y condujeron a un problema familiar para los que conocían la historia de los tulipanes, de los puntocoms y de los bienes inmuebles baratos. Es decir, que condujeron a una burbuja alimentaria. El trigo duro de primavera que, por lo general, se negociaba entre los 4 y los 6 dólares el bushel de 60 libras, rompió todos los récords anteriores y los contratos de futuros subieron hasta superar los 25 dólares. Y así, desde 2005 hasta 2008, los precios mundiales de los alimentos subieron un 80% y siguen subiendo. “No tiene precedentes la cantidad de capital de inversión que hemos visto en los mercados de materias primas, me dijo Kendell Keith, Presidente de la Asociación Nacional de Granos y Alimentos. “No hay duda de que hubo especulación”. Y en una nota informativa publicada recientemente Olivier De Schutter, Relator Especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, concluía que en 2008 “una parte significativa del aumento de los precios se debe a una burbuja especulativa”.
¿Que ha estado sucediendo en los mercados de granos que no fuera el resultado “de la especulación” en el sentido tradicional de comprar barato y vender caro? Hoy el índice acumulativo Standard & Poors GSCI proporciona 219 índices distintos en las "teleimpresoras" y los inversionistas pueden arrancar sus “terminales Bloomberg” y apostar por cualquier materia prima, desde el paladio al aceite de soja, de los biocarburantes al pienso para ganado. Pero el auge de nuevas oportunidades especulativas en los granos a nivel global, en el aceite alimentario y en los mercados de ganadería ha creado un círculo vicioso. Cuanto más aumenta el precio de las materias primas de alimentos, más dinero se invierte en ese sector y los ya elevados precios siguen subiendo. De hecho, desde 2003 hasta 2008, el volumen de especulación de “index funds” (7) aumentó el 1.900%. “Lo que experimentamos fue un choque de demanda originado en una nueva categoría de participantes en los mercados de futuros de materias primas”, declaró ante el Congreso Michael Masters, miembro de un Fondo de Cobertura, en medio de la crisis alimentaria de 2008.
El resultado de la incursión de Wall Street en los granos, en los alimentos y en la ganadería ha sido un shock para la producción global de alimentos y el sistema de distribución. No sólo hace que la provisión mundial de alimentos tenga que luchar contra un suministro restringido y un incremento de la demanda de granos de verdad, sino que además los bancos de inversión han planteado un alza artificial de los precios de los granos a futuro. El resultado: El trigo “virtual” domina el precio del trigo “real” ya que los especuladores (usualmente un quinto del mercado) ahora superan en cuatro a uno a los hedgers auténticos.
En la actualidad los banqueros y los corredores de bolsa se sientan en la parte superior de la cadena alimentaria –son los carnívoros del sistema que devoran a todo el mundo y a todo lo que esté debajo de ellos-. Cerca de la parte inferior, el agricultor trabaja duro. Para él la subida del precio del grano debería haber sido un golpe de suerte, pero la especulación también ha creado alzas en todo lo que el agricultor tiene que comprar para hacer crecer su grano -desde las semillas hasta los fertilizantes y el combustible diesel-. Y, en el fondo de todo, se encuentra el consumidor.
El estadounidense promedio, que gasta aproximadamente del 8 al 12% de su salario semanal en alimentos no siente inmediatamente la crisis del aumento de los precios. Pero para los casi 2.000 millones de personas en todo el mundo que gastan más del 50 por ciento de sus ingresos en alimentos, los efectos han sido abrumadores: 250 millones de personas se unieron a las filas de los hambrientos en 2008, con lo que el total mundial de víctimas de la inseguridad alimentaria ha llegado a un máximo mil millones, un número nunca visto.
¿Cuál es la solución? La última vez que visité la Bolsa de Granos de Minneapolis, pregunté a un puñado de corredores de trigo qué sucedería si el gobierno de EE.UU. simplemente prohibiera a los bancos de inversión las posiciones “únicamente largas” en los productos alimenticios. Su reacción fue reírse. Unas llamadas telefónicas a unos aseguradores de riesgos auténticos como Cargill y Archer Daniels Midland y, después de un intercambio secreto de activos, la participación de un banco en el mercado de futuros es indistinguible de la de un comprador internacional del trigo. ¿Qué pasa si el gobierno prohíbe todos los productos derivados con posición únicamente largas?, les pregunté. Una vez más, risas. El problema se resuelve con otra llamada telefónica, esta vez a una oficina comercial en Londres o en Hong Kong, ya que los nuevos mercados de derivados de alimentos han alcanzado proporciones supranacionales, más allá del alcance de la ley soberana.
La volatilidad de los mercados de alimentos también ha desperdiciado la que podría haber sido una gran oportunidad de cooperación global. Cuanto más alto fuera el precio del maíz, de la soja, del arroz y del trigo, mayor debería ser la cooperación de las naciones que producen granos en el mundo para asegurar que las naciones asustadas (y generalmente más pobres) que deben importar granos no sufran el contagio cada vez más dramático de la inflación alimentaria y de la agitación política. En cambio los países, nerviosos, han respondido más bien con políticas de “yo primero”, de la prohibición de exportar al acaparamiento de cereales y la neo-mercantilista apropiación de tierras en África. Y los esfuerzos de los activistas preocupados o de las agencias internacionales para contener la especulación de granos no han servido para nada. Constantemente los fondos indexados de materias primas siguen prosperando, los banqueros se embolsas las ganancias y los pobres del mundo se tambalean al borde del hambre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario