Que los gobiernos integrantes de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) hayan dado a conocer que se opondrán a la presencia en la ONU de personeros del titulado Consejo Nacional de Transición, de Libia, como pretendidos representantes de esa nación norafricana, coloca de nuevo sobre la mesa global el urgente tema de la defensa de los principios regidores de los vínculos internacionales. El término urgente no se utiliza por gusto.
Si la comunidad mundial asume pasivamente la presencia de esa controvertida y dividida entidad de los llamados rebeldes libios en el seno de la Organización de Naciones Unidas, se legitimará la regla imperialista de cambiar gobiernos y atacar países a conveniencia, y de colocar al frente de sus engendros a aquellos grupos que más se avengan a sus intereses expansionistas y hegemónicos.
Al propio tiempo, se daría por santificada la manipulación aviesa que Washington y sus aliados hacen del máximo organismo internacional, al sacarle de la boca una declaración de sanciones a Libia que se convirtió en patente de corso para el desarrollo de la verdadera guerra contra las autoridades de Trípoli y el pleno derecho de autodeterminación del pueblo libio.
Justo por todo ello los menesteres de absoluto rechazo a la “representatividad” de grupos armados y pagados desde el exterior, donde por demás militan mercenarios, agentes occidentales y terroristas de la agrupación Al Qaeda, se convierte en un asunto de honor para la gente digna a lo largo y ancho del orbe.
De hecho, pocos días antes, el ALBA ya había manifestado que no reconocería al Consejo Nacional de Transición como la máxima autoridad en Libia, por considerarlo fruto del más descarnado injerencismo imperialista, e instrumento impuesto contra las prerrogativas del pueblo de ese estado norafricano.
La Alianza Bolivariana había rechazado los planes de Washington y de la belicosa Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de aplicar la receta libia al caso de Siria, otra nación de la zona mesoriental bajo la mira de los grupos de poder más reaccionarios de nuestra época.
Y ciertamente, con esta actitud vertical frente al producto de la violencia ejercida por el imperialismo contra las naciones de nuestro entorno tercermundista, el ALBA contribuye además a intentar anular el precedente y los patrones de acción que precisamente los poderosos intentan ejercer como política cotidiana también en el espacio latinoamericano.
No se puede pasar por alto que algunas mentes calientes dentro de las filas imperiales acarician hoy, con más vehemencia que nunca, la idea de fomentar en las naciones del área con gobiernos progresistas y contra la Cuba revolucionaria, situaciones similares a la creadas en torno a Trípoli y cortar la tela en estos patios a la usanza que en tierras africanas y de Asia Central.
Experiencias sobran de que Washington y sus consortes sueñan con dar vuelta atrás a la historia en nuestros parajes autóctonos, de manera que proceder tajante y firme contra sus aventuras en otras latitudes, es también defender todo lo positivo que se va gestando por nuestro esfuerzo, inteligencia y empeño colectivo
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