¿Has deseado alguna vez, en un instante de tedio, haber podido vivir uno de los grandes momentos de la historia europea? Bueno, ten cuidado con tus deseos. Estamos viviendo uno de esos momentos ahora, y no es muy divertido que digamos.
Los momentos históricos no son cambios repentinos. Son los puntos en los que termina por emerger algo que se ha estado generando hace tiempo, cuando algo turbio se cristaliza hasta ser claro. Sucedió la semana pasada, e Irlanda fue una parte significativa.
Lo que sucedió fue que dos de las grandes fuerzas que configuran Europa occidental, fuerzas que han estado trabajando en tándem durante 300 años, se separaron evidentemente. Una fuerza es el capitalismo; la otra es la democracia. A partir de la Ilustración, fue una verdad aceptada que la democracia y el capitalismo eran por lo menos compatibles. Las cosas que necesitábamos para que se desarrollara el capitalismo, la ruptura del poder aristocrático, el libre movimiento de la mano de obra, un mercado abierto de ideas, parlamentos que funcionan, sistemas legales independientes -Estados que puedan contar con el consenso popular y así apuntalen la estabilidad, tributación para financiar la educación masiva y la infraestructura- eran también condiciones para la democracia política. Puede que no hayan sido suficientes condiciones, pero eran necesarias.
Esto no quiere decir que no haya habido inmensas tensiones en la relación entre capitalismo y democracia, o que no haya habido períodos en los que los poseedores del capital prefirieron regímenes autoritarios o fascistas. Tampoco niega que las desigualdades en gran escala inherentes en la mayor parte de las formas de capitalismo han tendido a limitar la práctica de la democracia, mediante el control privado de los medios, el financiamiento de partidos políticos y la capacidad de los muy acaudalados de amenazar e intimidar a los gobiernos elegidos. Lo importante es simplemente que las dos fuerzas fueron generalmente compatibles. La baza del capitalismo contra el comunismo fue clara y simple: nosotros tenemos elecciones libres y vosotros no.
Lo que quedó en claro de modo tan dramático esta semana es que esta compatibilidad se acabó. La forma dirigente del capitalismo –el capitalismo financiero que se ha expandido de manera tan monstruosa durante los últimos 30 años– ya no es compatible con la democracia en Europa.
Y cuando digo democracia en este contexto quiero decir solo la forma limitada, básica: sufragio universal y gobiernos soberanos. Y ya es mucho decir.
Considerad las tres cosas que ocurrieron en Grecia e Irlanda la semana pasada. Primero, quedó explícito que la cosa más imprudente, irresponsable y en última instancia inadmisible que un gobierno pueda hacer es buscar el consentimiento de su propio pueblo para decisiones que condicionarán su vida. Y, por cierto, incluso si hubiera tenido lugar, el referendo griego habría carecido en gran parte de sentido. Como dijo un parlamentario griego, la pregunta debería haber sido: ¿quiere suicidarse o que lo maten? Segundo, hubo una intervención abierta y desvergonzada por parte de algunos dirigentes europeos (Angela Merkel y Nicolas Sarkozy) en los asuntos internos de otro Estado. Sarkozy saludó la posición “valerosa y responsable” del principal partido de oposición de Grecia, en los hechos fue un llamado a reemplazar al gobierno griego elegido.
La tercera parte de este momento de claridad fue lo que sucedió en Irlanda: el pago de mil millones de dólares a dueños de bonos no garantizados del Anglo Irish Bank. Aparte de esta evidente obscenidad, el aspecto más impactante fue que por primera vez hubo un gobierno que realizó una acción que declaró abiertamente que era errónea. Michael Noonan no estaba entregando esas vastas sumas de dinero de una nación en bancarrota a jugadores buitres capitalistas porque pensaba que era una buena idea. Lo hacía porque habían puesto una pistola en su cabeza. La amenaza provino del Banco Central Europeo y fue tan burda como brutal: dad a los parásitos vuestro dinero público o derrumbaremos vuestro sistema bancario.
De nuevo, como en Grecia, incluso las formas más básicas de democracia fueron incompatibles con este proceso. No pudo haber un referendo griego porque no hay ninguna pregunta aceptable que pueda ser respondida por una votación democrática. Y no pudo haber un debate en el Parlamento irlandés sobre la extorsión de mil millones de dólares porque no había nada que discutir. Los referendos y las votaciones parlamentarias son rituales de consenso público. Pero ahora el tema del consenso no es solo irrelevante. Es imprudente, indignante, categóricamente escandaloso.
Y no se trata solo de que un monstruo Merkozy nos avasalle a los pequeños PIGS. Porque en este momento histórico, incluso la canciller alemana es poco más que una cifra. También ha sido atrapada en la crisis democrática. ¿Recordáis cuándo en esta misma época del año pasado Angela Merkel comenzó a hacer ruidos sobre la participación de los dueños de bonos en el dolor de rescatar el sistema bancario? Tuvo que echar rápidamente marcha atrás y dejar claro que no quería decir los dueños actuales de bonos, no lo quiera Dios. Incluso a la canciller alemana no se le permite que diga ciertas cosas.
Europa, y el resto del mundo occidental, se encuentran por lo tanto ante una encrucijada. Podemos tener la forma de rapaz capitalismo financiero que se ha convertido en la fuerza dominante en nuestras economías y sociedades.
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