PALESTINA.- En la sede del Ministerio de los Detenidos de Gaza hay un 'museo de los horrores'. Unos muñecos colgados por los brazos del techo de la habitación, esposados, se aparecen en una sala como fantasmas sin rostro.
A su lado, otro está suspendido en una silla a punto de caer, con las manos esposadas al respaldo. En una pequeña celda contigua, languidece enjaulado un cuarto. Sus cuerpos rellenos recuerdan a las pinturas del artista Botero sobre las torturas de Abu Ghraib.
"Es una exposición sobre cómo son tratados los prisioneros palestinos en las cárceles israelíes", explica un funcionario del Ministerio. "Lo hacemos para que las familias de los presos sepan en qué condiciones están sus maridos e hijos", afirma.
Hay maquetas de las cárceles levantadas en el desierto del Neguev, que recuerdan a Guantánamo. Muestran cómo los reos no tienen para guarecerse del inclemente clima más que las lonas de sus tiendas de campaña.
Hay cuadros realistas donde la sangre chorrea por los hombros de un preso con la cabeza metida en un saco negro. Hay marionetas esposadas y torturadas… Las mujeres y madres de varios presos pasean por la sala y se detienen a ver las maquetas. Algunas llevan velo integral ('niqab'), cubriendo de negro no sólo su cuerpo, sino su pena. Otras sostienen en sus manos las fotografías de sus hijos o maridos detenidos.
6.000 presos palestinos
Hay unos 6.000 detenidos y presos palestinos en las cárceles israelíes –unas 30 prisiones repartidas por la geografía de este país, sin contar con los centros secretos, según fuentes palestinas-.
Toda una cultura en torno al martirio rodea a estas personas durante toda su vida. El drama que vive una familia cuando sus allegados son detenidos por los soldados israelíes es materia de culto y se exhibe públicamente. La cárcel, la tortura o la muerte se convierte en motivo de orgullo, en propaganda en manos de los poderosos y en dolor callado de familias reunidas frente a la estufa del hogar.
"En Gaza, es más natural hablar de la muerte que de la vida", reflexiona Rana Shubair, traductora jurada de inglés y bloguera.
"Mientras caminas por las calles, ves los muros embadurnados con los grafiti sobre los mártires. En mi ruta hacia casa, paso por el taller de un fabricante de ataúdes y pienso que este hombre hace una fortuna gracias a la muerte. Paso por el cementerio, que está dentro de la ciudad y veo un cartel que dice: 'No hay más espacio para enterramientos aquí'.
Pero la gente ignora la advertencia porque es muy difícil inhumar a los fallecidos en el cementerio de la parte este de la ciudad, cerca de la frontera con Israel", añade.
La mirada mártir
Dondequiera que uno va, los ojos de los mártires miran fijamente. Sus imágenes están por todas partes: en los muros, en los semáforos…
Atenazan a los niños. "Si llevo a los niños a dar una vuelta en coche y paro en un semáforo, se encontrarán con una gran foto de un mártir y ahí llega la pregunta: 'Mamá, ¿quién es éste?' No hay escapatoria: 'Es un 'shahid' (mártir)'. No creo que esta palabra esté pasada de moda cuando hayan crecido", opina Shubair.
Forman parte del imaginario colectivo, del vocabulario común, palabras como 'shahid', o los nombres de las torturas que Israel suele aplicar a los detenidos, como 'shabah', que se usa para describir cómo un preso es encadenado durante horas a una silla inclinada. Cuando un prisionero menciona el 'shabah', todo el mundo sabe de lo que está hablando.
Sí, la tortura se aplica en Israel, un país que se llama a sí mismo "la única democracia de Oriente Próximo". "El Tribunal Supremo prohibió oficialmente las torturas físicas, pero entonces llegaron otras técnicas: la privación del sueño, las posturas forzadas durante horas, los interrogatorios de un detenido sin abogado y acosado por 10 interrogadores", incide Hasan Gabareen, abogado de la ONG Adala, la más importante organización que defiende los derechos humanos de los palestinos en Israel.
Crueles torturas psicológicas
Y también otras crueles torturas psicológicas como la celda de aislamiento, con presos que la han sufrido durante 16, 15 o diez años.
"Yo sólo estuve 40 días, pero Ahmed Chukri pasó 5 años confinado en solitario. Fue liberado en el último intercambio. Ahora, cuando la gente le habla, él sonríe y luego vuelve a su rincón, es incapaz de relacionarse", explica Zidane Mohamed Zidane, un joven enclenque que también ha sido excarcelado en octubre, después de que Hamas entregara a Israel al soldado Guilad Shalit.
Zidane es de Jenin (Cisjordania), pero ha sido desterrado a Gaza. "Fui condenado a cadena perpetua. He estado en la cárcel nueve años y cinco meses. Es como si no me hubieran liberado. No puedo ver a mi familia: ni ellos pueden venir ni yo puedo ir allí", se queja.
Samar Sueih tuvo a su hijo en una prisión israelí. Apenas tenía 21 años cuando fue arrestada y acababa de casarse. Estaba embarazada de un mes. "Me torturaron física y psicológicamente", afirma. "Me golpearon en la espalda, en el cuello y me esposaron durante horas a una silla inclinada", explica describiendo la popular 'shabah'.
Samar estuvo dos años y medio en prisión. Tuvo a su hijo por medio de una cesárea. "Di a luz con las manos y los pies esposados a la cama", cuenta. El niño estuvo con ella en la cárcel. "Rehusaron facilitarme cualquier cuidado para mí o mi hijo recién nacido. No me dieron ningún calmante para el dolor después de la cesárea", recuerda.
Las voces de todo este sufrimiento retumban en la habitación del 'museo de los horrores' del Ministerio de los Detenidos. "La cuestión es: ¿Cómo vamos a criar a nuestros hijos en esta atmósfera? Es muy difícil esconderles la realidad", se pregunta Subair.
A su lado, otro está suspendido en una silla a punto de caer, con las manos esposadas al respaldo. En una pequeña celda contigua, languidece enjaulado un cuarto. Sus cuerpos rellenos recuerdan a las pinturas del artista Botero sobre las torturas de Abu Ghraib.
"Es una exposición sobre cómo son tratados los prisioneros palestinos en las cárceles israelíes", explica un funcionario del Ministerio. "Lo hacemos para que las familias de los presos sepan en qué condiciones están sus maridos e hijos", afirma.
Hay maquetas de las cárceles levantadas en el desierto del Neguev, que recuerdan a Guantánamo. Muestran cómo los reos no tienen para guarecerse del inclemente clima más que las lonas de sus tiendas de campaña.
Hay cuadros realistas donde la sangre chorrea por los hombros de un preso con la cabeza metida en un saco negro. Hay marionetas esposadas y torturadas… Las mujeres y madres de varios presos pasean por la sala y se detienen a ver las maquetas. Algunas llevan velo integral ('niqab'), cubriendo de negro no sólo su cuerpo, sino su pena. Otras sostienen en sus manos las fotografías de sus hijos o maridos detenidos.
6.000 presos palestinos
Hay unos 6.000 detenidos y presos palestinos en las cárceles israelíes –unas 30 prisiones repartidas por la geografía de este país, sin contar con los centros secretos, según fuentes palestinas-.
Toda una cultura en torno al martirio rodea a estas personas durante toda su vida. El drama que vive una familia cuando sus allegados son detenidos por los soldados israelíes es materia de culto y se exhibe públicamente. La cárcel, la tortura o la muerte se convierte en motivo de orgullo, en propaganda en manos de los poderosos y en dolor callado de familias reunidas frente a la estufa del hogar.
"En Gaza, es más natural hablar de la muerte que de la vida", reflexiona Rana Shubair, traductora jurada de inglés y bloguera.
"Mientras caminas por las calles, ves los muros embadurnados con los grafiti sobre los mártires. En mi ruta hacia casa, paso por el taller de un fabricante de ataúdes y pienso que este hombre hace una fortuna gracias a la muerte. Paso por el cementerio, que está dentro de la ciudad y veo un cartel que dice: 'No hay más espacio para enterramientos aquí'.
Pero la gente ignora la advertencia porque es muy difícil inhumar a los fallecidos en el cementerio de la parte este de la ciudad, cerca de la frontera con Israel", añade.
La mirada mártir
Dondequiera que uno va, los ojos de los mártires miran fijamente. Sus imágenes están por todas partes: en los muros, en los semáforos…
Atenazan a los niños. "Si llevo a los niños a dar una vuelta en coche y paro en un semáforo, se encontrarán con una gran foto de un mártir y ahí llega la pregunta: 'Mamá, ¿quién es éste?' No hay escapatoria: 'Es un 'shahid' (mártir)'. No creo que esta palabra esté pasada de moda cuando hayan crecido", opina Shubair.
Forman parte del imaginario colectivo, del vocabulario común, palabras como 'shahid', o los nombres de las torturas que Israel suele aplicar a los detenidos, como 'shabah', que se usa para describir cómo un preso es encadenado durante horas a una silla inclinada. Cuando un prisionero menciona el 'shabah', todo el mundo sabe de lo que está hablando.
Sí, la tortura se aplica en Israel, un país que se llama a sí mismo "la única democracia de Oriente Próximo". "El Tribunal Supremo prohibió oficialmente las torturas físicas, pero entonces llegaron otras técnicas: la privación del sueño, las posturas forzadas durante horas, los interrogatorios de un detenido sin abogado y acosado por 10 interrogadores", incide Hasan Gabareen, abogado de la ONG Adala, la más importante organización que defiende los derechos humanos de los palestinos en Israel.
Crueles torturas psicológicas
Y también otras crueles torturas psicológicas como la celda de aislamiento, con presos que la han sufrido durante 16, 15 o diez años.
"Yo sólo estuve 40 días, pero Ahmed Chukri pasó 5 años confinado en solitario. Fue liberado en el último intercambio. Ahora, cuando la gente le habla, él sonríe y luego vuelve a su rincón, es incapaz de relacionarse", explica Zidane Mohamed Zidane, un joven enclenque que también ha sido excarcelado en octubre, después de que Hamas entregara a Israel al soldado Guilad Shalit.
Zidane es de Jenin (Cisjordania), pero ha sido desterrado a Gaza. "Fui condenado a cadena perpetua. He estado en la cárcel nueve años y cinco meses. Es como si no me hubieran liberado. No puedo ver a mi familia: ni ellos pueden venir ni yo puedo ir allí", se queja.
Samar Sueih tuvo a su hijo en una prisión israelí. Apenas tenía 21 años cuando fue arrestada y acababa de casarse. Estaba embarazada de un mes. "Me torturaron física y psicológicamente", afirma. "Me golpearon en la espalda, en el cuello y me esposaron durante horas a una silla inclinada", explica describiendo la popular 'shabah'.
Samar estuvo dos años y medio en prisión. Tuvo a su hijo por medio de una cesárea. "Di a luz con las manos y los pies esposados a la cama", cuenta. El niño estuvo con ella en la cárcel. "Rehusaron facilitarme cualquier cuidado para mí o mi hijo recién nacido. No me dieron ningún calmante para el dolor después de la cesárea", recuerda.
Las voces de todo este sufrimiento retumban en la habitación del 'museo de los horrores' del Ministerio de los Detenidos. "La cuestión es: ¿Cómo vamos a criar a nuestros hijos en esta atmósfera? Es muy difícil esconderles la realidad", se pregunta Subair.
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