Es verdad, la Guerra Fría concluyó a finales del pasado siglo con la desaparición de la Unión Soviética y los países socialistas en Europa, pero el plan estadounidense de dominación global plasmado en el documento conocido como “El Nuevo Siglo Americano” (Project for the New American Century) y elaborado por un grupo de estrategas neoconservadores y sionistas, continúa en la mente de los políticos de Washington.
El control del Cercano Oriente debido a sus riquezas energéticas y posición geográfica estratégica, la eliminación de aquellos gobiernos que se enfrenten o interfieran sus intereses y excluir la emergencia de nuevas grandes potencias rivales, permanecen como prioridades en la agenda imperial, ya sea para demócratas como para republicanos.
Si las cosas no les han estado saliendo bien en Afganistán e Irak, ello no los llevará a cambiar de planes, solamente tratarán de ajustarlos a las nuevas condiciones. En definitiva, tienen una larga experiencia en métodos de “cambios de régimen”. En América Latina los conocemos bien.
En Libia, incluida desde hace años en la lista de siete países cuyos gobiernos debían ser cambiados [1] , lograron un éxito inicial, y aprovechando las incoherencias y cierta impopularidad de su máximo líder, tras intensa campaña mediática alcanzaron una cobertura de la Liga Árabe que les facilitó la resolución del Consejo de Seguridad, para bombardearla con aviones de la OTAN , destruir buena parte de su infraestructura, asesinar a miles de libios e instalar en Trípoli un gobierno subordinado a sus intereses. Ahora el abundante petróleo libio está más disponible para las empresas estadounidenses y europeas, aunque el caos creado en el país, no deja de provocar un futuro lleno de incertidumbre.
Cuando esto sucedía en Libia, ya la CIA y sus aliados de los Servicios Especiales de la OTAN , venían trabajando sobre el próximo en la lista: Siria. Es reconocido que en Turquía y otros países enemigos de Damasco, especialmente los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, y en áreas de Líbano bajo control de la Coalición del 14 de marzo (dirigida por el clan Hariri, pro saudita y vinculado al gobierno francés), se entrenaron y armaron cientos de sirios, predominantemente sunnitas pertenecientes a la organización ilegal y extremista de los Hermanos Musulmanes, pero también mercenarios de otros países árabes, incluidos comandos preparados para operaciones especiales. Estos recibieron armamento moderno y abundante, equipos de comunicación sofisticado e información obtenida por las redes satelitales de la OTAN.
El gobierno de Damasco, predominantemente alawita [2] , firme aliado de Irán y soporte importante de las fuerzas patrióticas libanesas encabezadas por Hizbulá, que controlan el poder en Beirut, tenía –como tienen todos los de la zona y de una buena parte del mundo, incluidos los países más desarrollados–, problemas reales: represión, falta de democracia y corrupción, y esto provocaba malestar en una parte de la población, que se manifestó al inicio alentada por lo que sucedía en otros lugares de la región, siendo reprimida especialmente donde se originaron, en la sureña ciudad de Daraa, justo en la frontera con Jordania.
La maquinaria de guerra mediática se puso inmediatamente en funcionamiento al igual que hicieron con Libia. Aún sin que sucedan cosas de este tipo, en Cuba, Venezuela y otros países latinoamericanos, somos expertos en conocer como funciona esto, llevamos muchos años sufriéndolo y también sabemos como combatirlos, a pesar de tener condiciones materiales desventajosas debido a los inmensos recursos de propaganda que posee el enemigo.
Contra Siria fueron a por todo. Aún con los defectos que puedan señalársele, su gobierno practicaba una política no sectaria en lo religioso y de relativa justicia social, antimperialista y antisionista, era un aliado de las causas progresistas del llamado Tercer Mundo y un obstáculo a los planes de EEUU e Israel en la región. No tienen serio fundamento quienes alegan, para desprestigiarla, que su política de paz, servía a los intereses de Israel.
Poner un gobierno prooccidental en Damasco, propiciaría el cambio de gobierno en Líbano y posiblemente una nueva guerra allí para liquidar el poder de Hizbulá, ambos aliados de Irán y considerados enemigos por las monarquías sunnitas del Golfo, plegadas a la política de Occidente, que les ofrece protección frente a una pretendida amenaza persa, aunque desde allí, en siglos, no se ha iniciado una guerra contra sus vecinos árabes.
Consumado este plan, irían sobre Teherán con esa fuerza más y en el camino doblegarían la resistencia palestina, obligándola a aceptar las migajas de territorio y los mínimos derechos que los sionistas de Israel estuvieran dispuestos a ofrecerles. El “Gran Medio Oriente” estadounidense se completaría con su extensión a Asia Central y el cerco a Rusia y China quedaría tendido.
Sin embargo Siria no es Libia. Aunque sus dirigentes han cometido innegables errores y actuado con extrema lentitud frente a la conspiración y los planes de sus poderosos enemigos, y perdieron mucho tiempo y terreno, al parecer cuentan con apoyo y recursos internos suficientes para hacerle frente a sus enemigos y derrotarlos, aunque les cueste un alto saldo en destrucción y muerte.
La clara visión de esta perspectiva, parece que fue lo que hizo levantar la mano de los representantes de estas dos potencias en el Consejo de Seguridad el pasado 4 de febrero, para vetar la resolución que, sin importar el contenido de su texto –como ocurrió en el caso de Libia–, abriría las puertas a la intervención extranjera para destruir el país e imponer un cambio de régimen. Las máximas autoridades de ambos países han declarado claramente que existe una línea roja y no están dispuestos a permitir una intervención militar extranjera en Siria.
La firmeza de Moscú y Beijing, y la colaboración que están prestando al gobierno sirio, parece comenzar a cambiar la situación sobre el terreno. El ejército libanés ha sido movilizado hacia la frontera para tratar de impedir que continúe la penetración de suministros y mercenarios hacía la cercana zona de Homs, centro de la sublevación contra el gobierno y cuya ciudad han querido convertir en la Benghazi siria. En los últimos días las fuerzas del gobierno sirio han pasado a la ofensiva allí.
El gobierno de Bagdad, más cercano ahora a la influencia de Irán que a la estadounidense, también está tratando de evitar que extremistas islámicos sunnitas, vinculados posiblemente a Al Qaeda, quienes reciben financiamiento de Arabia Saudita y Qatar, continúen penetrando en territorio sirio. Los últimos atentados terroristas contra población chiita en varios lugares de Iraq, parecen llevar el mensaje de protesta de sauditas y estadounidenses por los cambios de posición, favorables a Siria, adoptados por el gobierno iraquí.
Turquía y Jordania, otros dos países que adoptaron posiciones beligerantes contra el gobierno de Damasco, comienzan a hacer declaraciones más moderadas. Incluso se perciben señales de preocupación en las capitales occidentales ante la posibilidad de que fuerzas islámicas extremistas, afines a Al Qaeda, puedan llegar al poder en Siria en caso de que el gobierno actual sea derrocado.
La situación es muy fluida y en extremo compleja, pero si Siria logra resistir y vencer la agresión imperialista-sionista-contrarrevolucionaria, y si Rusia y China se mantienen firmes en su oposición a la agresión, ello podría implicar una derrota de dimensiones estratégicas. Irán saldría fortalecido y nuevas alianzas podrían establecerse para oponerse a los planes de dominación imperialistas. Los países del grupo BRICS, los nuevos países independientes de América Latina, especialmente el núcleo duro reunido en la Alternativa Bolivariana para las Américas, coincidentes en las principales posiciones de una política exterior que se oponga a la agresión; privilegie la solución de los conflictos por vías negociadas; y defienda la justicia, la soberanía y la no intervención, podrían iniciar el comienzo de un nuevo balance multipolar del mundo.
La grave crisis económica que afecta a las grandes potencias capitalistas y el debilitamiento que ello implica, junto a un auge del movimiento de los indignados, también podría ser una importante contribución a este posible nuevo escenario.
* Ernesto Abascal es cubano, fue embajador en Iraq
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