Benedicto XVI en México y Cuba
Las claves para comprender el viaje del Papa
El Papa Benedicto XVI está por aterrizar por primera vez durante su pontificado en la América Latina de lengua española en un viaje que incluirá México y Cuba. Sin embargo para los medios internacionales e italianos el mayor interés apunta a la etapa caribeña del viaje, aunque la estadounidense es por lejos la más importante. Los motivos son claros: México es un país del G20 con más de 100 millones de habitantes con relación a los 12 millones de Cuba.
Por otra parte, si la cubana aparece sobre todo como una visita pastoral que continúa 14 años después de la realmente histórica visita de su predecesor Karol Vojtyla, la mexicana sucede en un país en campaña electoral, en las turbulencias de la peor época de violencia desde la revolución de hace 102 años y donde a pesar de la religiosidad masiva, la cantidad de católicos se halla en permanente disminución a favor de las iglesias evangélicas y pentecostales. De modo que para entender de verdad el viaje de Benedicto XVI y los extraordinarios problemas que deberá enfrentar el Papa, es necesario observar especialmente a México, a partir de la misa de hoy en Guanajuato.
José Ratzinger llega por primera vez a América latina luego de siete años de pontificado. Una ausencia notable y por muchos motivos absurda, en lo que hasta hoy es el continente más católico del mundo. Solo con comparar estos siete años de ausencia con los cinco viajes que solo a México hizo Juan Pablo II, a partir de aquel histórico viaje a Puebla, en enero de 1979, apenas a los tres meses de pontificado, vuelve patente cuan ascendiente es el camino de un Papa que hasta el más benévolo de sus fieles considera eurocéntrico y poco sensible al catolicismo del sur del mundo y al latinoamericano en particular.
El Papa viaja a un México fiel, fidelísimo, pero en el que, durante los últimos 30 años, uno de cada cinco católicos ha dejado la iglesia para abrazar algún culto protestante de los que se disputan los cuatro ángulos del continente. La iglesia católica ha pensado históricamente que sus principales adversarios son el liberalismo, la secularización y el marxismo ateo pero quien esta corroyendo los fundamentos del catolicismo no es el progresivo laicismo de la sociedad moderna sino la competencia entre las diferentes iglesias protestantes que a menudo ven en la iglesia de Roma un certero y verdadero adversario a combatir. La Mexicana no es aún el alud brasileño, donde se pierde un fiel de cada tres o el aluvión centroamericano (uno de cada dos en Guatemala y El Salvador) pero comprender por qué está sucediendo esto debería ser el segundo paso a dar luego de haber dejado de negar un problema que ha sido largamente enmascarado por el gran carisma y las multitudes orantes de Karol Vojtyla
Las iglesias protestantes pervierten con su dinero procedente del vecino norte ofreciendo a los sufrimientos de los creyentes no lo que decidió tachar en teoría: la esperanza. Ofrecen la esperanza no de una solución pero sí al menos una explicación (conservadora) del porqué de tantos sufrimientos terrenales. Durante un breve lapso, la iglesia católica había ofrecido en cambio, a dichos fieles, la esperanza de una justicia terrena, la justicia social para darles luego la espalda. Una esperanza que en 1968 en Medellín, la conferencia episcopal más importante del siglo XX, se tradujo en la “opción preferencial por los pobres.” Contra aquellos lineamientos, contra la Teología de la Liberación, la punta más avanzada de un movimiento más amplio que se enraizaba con la movida del Concilio Vaticano II, se abatió el más sombrío y duro "wojtylismo" cuyo ideólogo era Ratzinger. Con el atuendo de Torquemada, Ratzinger persiguió a miles de religiosos, los removió, los humilló sin preocuparse de los fieles que esos pastores debían abandonar.
Fue una guerra sucia que llegó a oscurecer la figura del mártir salvadoreño Óscar Romero, pero al que ni Wojtyla ni Ratzinger han vencido, no solo porque la iglesia de los pobres está aún viva, sino porque sus consecuencias han sido la rápida sangría del mismo catolicismo, que aquella opción preferencial por los pobres no llegó por un accidente de la historia sino como una llegada del encuentro mismo con el Siglo. Lo que está viviendo el catolicismo en México y en América Latina es una crisis, que aunque en la locura de los próximos días será nuevamente negada, nace precisamente a partir del triunfo de Juan Pablo II. Un triunfo que refleja un eclipse sin precedentes en lo que debería haber sido la iglesia del futuro.
Wojtyla y Ratzinger creyeron poder separar la fe de la esperanza, La esperanza de un mejor mundo posible. Se equivocaron y en estos siete años Benedicto XVI ha preferido ignorar a la América Latina antes que afrontar un disenso que ha tomado la forma no de un desencuentro sino más bien de un rápido alejamiento de una iglesia que ha escogido no ofrecer respuestas a las injusticias de la sociedad contemporánea. ¿Cuál es la Pastoral alternativa que Ratzinger propone al continente? ¿Es posible superar la lucha sin cuartel a la Teología de la Liberación, la colusión con regímenes sanguinarios y profundamente injustos, desde Pinochet hasta el del neoliberal Felipe Calderón? ¿Le interesa de verdad al papa la erosión del catolicismo a favor de las más chapuceras y equívocas iglesias protestantes o eludirá todavía el problema? Será probablemente el sucesor de Ratzinger quién deberá enfrentar verdaderamente este tema.
También es causa de escándalo la opción de Benedicto XVI de rechazar cualquier encuentro con las víctimas de Marcial Maciel, el omnipotente fundador de los Legionarios de Cristo, organización aún más de derecha que el Opus Dei, en olor de santidad cuando todavía vivía, patrocinado por la dirigencia católica mexicana y vaticana y que se descubrió que ra un farsante, un estuprador y un pedófilo en serie durante toda su carrera de acumulador de una fortuna milmillonaria y que sembró el país de hijos ilegítimos, siendo sacerdote católico, además varias familias en diferentes lugares del país y violando sistemáticamente a sus propios hijos. ¿Por qué Benedicto XVI que se ha reunido con familias de curas pedófilos en sus seis últimos viajes al exterior (EE.UU., Australia, Portugal, Malta, el Reino Unido. Alemania) rechaza precisamente en México tales encuentros? ¿Es una señal de que el papa considera haber pagado ya un precio suficiente por el mayor escándalo de su pontificado, o son factores endógenos los que le desaconsejan dicha reparación, mínima, mediática, pero siempre algo? Y, ¿puede ser por el hecho de que el principal apoyo de Marcial Maciel es el todavía Cardenal primado mexicano Norberto Rivera? Lo que es seguro es que con su rechazo a recibir a las víctimas el papa Ratzinger está reabriendo una herida y dando un grave paso atrás con relación a la apertura de los últimos años después de décadas de silencio.
Además Ratzinger va a México a buscar dividendos. Ha elegido ir precisamente en plena campaña electoral presidencial y no es por casualidad que muchos observadores lo han considerado inoportuno. La reforma del artículo 24 de la Constitución, que preocupa al Papa, desbarataría la estructura laica en uno de los estados con mayor tradición en el mundo en cuanto al tema de la separación de la Iglesia y el Estado. Cuando Benito Juárez sancionaba con la Reforma la separación y sobre todo el laicismo de la enseñanza, reinaba todavía en Roma el Papa Rey.
Hoy los tres partidos principales se disputan el voto católico y el laicismo parece que ha desaparecido de la agenda política mexicana. Hace apenas doce años cuando el PAN ponía fin a los setenta años del PRI, primero con Vicente Fox y luego con Felipe Calderón, aquel podía capitalizar el hecho de ser el único partido católico. La candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, ve competir en este terreno tanto al candidato del PRI (actualmente un partido conservador como cualquier otro) Enrique Peña Nieto como al progresista Angel Manuel López Obrador, que estará hoy en Guanajuato recibiendo al Papa. En el país de los 50.000 muertos por la "narcoguerra" y en el que la clase dirigente gobierna el mismo narcotráfico desde los más altos niveles, no faltará un político que no trate de verse más fotogénico en el momento de la bendición papal, pero será difícil esperar de Ratzinger palabras claras sobre el problema más grave que está ensangrentando al México contemporáneo.
Luego de haber enfrentado o ilusionado sobre los aspectos aquí referidos, el Papa se dirigirá a Cuba. Será una visita pastoral importante pero que no tiene características del acontecimiento que fue en 1998 cuando los dos grandes viejos Fidel Castro y Karol Wojtyla, fieros adversarios de por vida, supieron conversar y al menos entenderse parcialmente terminando precisamente en Cuba una parte de la historia de la Guerra Fría. Se iniciaba ahora en Cuba la salida del aislamiento decidido por los EE.UU. y hoy completada con la isla completamente inserta en el consenso de las naciones y con el embargo como medida anacrónica que solo defienden los EE.UU. Hoy en día no está más Juan Pablo II y Fidel Castro es un autorizado pero enfermo jubilado, capaz de no tener ganas de reunirse con el ilustre huésped. El carácter pastoral de la visita a Cuba es ampliamente prevalente para una iglesia que desde hace algún tiempo no tiene nada que lamentar ni para el propio culto ni para el de los otros, en una isla en la que la libertad religiosa se halla garantizada y consolidada y es indiscutible. El Cardenal Ortega no es solo, desde hace tiempo, un interlocutor principal del gobierno (junto a otros eclesiásticos) sino también una figura pública con gran acceso a los medios controlados por el gobierno y los católicos tienen voz en el capitolio y también en cuanto a las reformas económicas que Cuba ha enfrentado en paz a despecho de quienes no hace mucho fomentaban una revolución tal vez casi violenta.
En los medios occidentales la falta de disposición del Papa a reunirse con los llamados disidentes, por lo general maniobrados, financiados y en contacto con el gobierno de los EE.UU., ha sido àsperamente criticada. En todo caso este rechazo ha sido comparado con el referido a las víctimas de Maciel, estableciendo comparaciones con elecciones absolutamente diferentes. Se trata de una interpretación equivocada. El Vaticano ha sido capaz en estas décadas de aislar con gran cinismo a quién -aún en el interior de la iglesia católica– luchaba contra dictaduras y regímenes sanguinarios considerados funcionales sobre todo a la lógica de la Guerra Fría. Si se piensa en el citado Monseñor Romero y la total adhesión ostentada por Wojtyla al pinochetismo hasta humillando deliberadamente a asociaciones católicas chilenas por los derechos humanos. Ninguno, y por lo tanto entre los pro cubanos a ultranza puede regodearse por la elección pontificia que es probablemente sobre todo la realpolitik de una iglesia que piensa sobre todo en sí misma y en sus propios ámbitos de acción.
Pero vale la pena hacer una última consideración. Los grupos de oposición al gobierno revolucionario cubano, en especial por los motivos expuestos, gozan de una extraordinaria e inmerecida buena prensa en el peor sistema mediático “mainstream” que los exalta como combatientes de la libertad en el presunto gulag tropical cubano. La opción de la conferencia episcopal cubana, de hace ya mucho tiempo, de trabajar en sinergia con el gobierno y obtener –entre muchas otras cosas– la libertad de algunos prisioneros políticos, testimonia dos cosas: por un lado, la persistente ínfima credibilidad de los presuntos líderes de la oposición creados y manipulados desde Miami (ínfima credibilidad que apoya el sistema mediático que trata a Cuba como el imperio del mal). Por el otro, lo que es un tabú para el gobierno de los EE.UU., la existencia de un país socialista como Cuba, es un hecho aceptado por el Vaticano desde hace por lo menos tres lustros. Luego uno puede elegir de que lado estar: con la Revolución (que no es ni terrorista, ni homofóbica, ni atea), con el ultraísmo estadounidense y de los medios mainstream o con el diálogo buscado y encontrado por el Cardenal Jaime Ortega. Algo más, esto último en relación con ese reaccionario de pésimas vinculaciones como Norberto Rivera que está por recibir al papa en un México que dicho con mucho dolor, es hoy en día la vena abierta de América Latina.
Por otra parte, si la cubana aparece sobre todo como una visita pastoral que continúa 14 años después de la realmente histórica visita de su predecesor Karol Vojtyla, la mexicana sucede en un país en campaña electoral, en las turbulencias de la peor época de violencia desde la revolución de hace 102 años y donde a pesar de la religiosidad masiva, la cantidad de católicos se halla en permanente disminución a favor de las iglesias evangélicas y pentecostales. De modo que para entender de verdad el viaje de Benedicto XVI y los extraordinarios problemas que deberá enfrentar el Papa, es necesario observar especialmente a México, a partir de la misa de hoy en Guanajuato.
José Ratzinger llega por primera vez a América latina luego de siete años de pontificado. Una ausencia notable y por muchos motivos absurda, en lo que hasta hoy es el continente más católico del mundo. Solo con comparar estos siete años de ausencia con los cinco viajes que solo a México hizo Juan Pablo II, a partir de aquel histórico viaje a Puebla, en enero de 1979, apenas a los tres meses de pontificado, vuelve patente cuan ascendiente es el camino de un Papa que hasta el más benévolo de sus fieles considera eurocéntrico y poco sensible al catolicismo del sur del mundo y al latinoamericano en particular.
El Papa viaja a un México fiel, fidelísimo, pero en el que, durante los últimos 30 años, uno de cada cinco católicos ha dejado la iglesia para abrazar algún culto protestante de los que se disputan los cuatro ángulos del continente. La iglesia católica ha pensado históricamente que sus principales adversarios son el liberalismo, la secularización y el marxismo ateo pero quien esta corroyendo los fundamentos del catolicismo no es el progresivo laicismo de la sociedad moderna sino la competencia entre las diferentes iglesias protestantes que a menudo ven en la iglesia de Roma un certero y verdadero adversario a combatir. La Mexicana no es aún el alud brasileño, donde se pierde un fiel de cada tres o el aluvión centroamericano (uno de cada dos en Guatemala y El Salvador) pero comprender por qué está sucediendo esto debería ser el segundo paso a dar luego de haber dejado de negar un problema que ha sido largamente enmascarado por el gran carisma y las multitudes orantes de Karol Vojtyla
Las iglesias protestantes pervierten con su dinero procedente del vecino norte ofreciendo a los sufrimientos de los creyentes no lo que decidió tachar en teoría: la esperanza. Ofrecen la esperanza no de una solución pero sí al menos una explicación (conservadora) del porqué de tantos sufrimientos terrenales. Durante un breve lapso, la iglesia católica había ofrecido en cambio, a dichos fieles, la esperanza de una justicia terrena, la justicia social para darles luego la espalda. Una esperanza que en 1968 en Medellín, la conferencia episcopal más importante del siglo XX, se tradujo en la “opción preferencial por los pobres.” Contra aquellos lineamientos, contra la Teología de la Liberación, la punta más avanzada de un movimiento más amplio que se enraizaba con la movida del Concilio Vaticano II, se abatió el más sombrío y duro "wojtylismo" cuyo ideólogo era Ratzinger. Con el atuendo de Torquemada, Ratzinger persiguió a miles de religiosos, los removió, los humilló sin preocuparse de los fieles que esos pastores debían abandonar.
Fue una guerra sucia que llegó a oscurecer la figura del mártir salvadoreño Óscar Romero, pero al que ni Wojtyla ni Ratzinger han vencido, no solo porque la iglesia de los pobres está aún viva, sino porque sus consecuencias han sido la rápida sangría del mismo catolicismo, que aquella opción preferencial por los pobres no llegó por un accidente de la historia sino como una llegada del encuentro mismo con el Siglo. Lo que está viviendo el catolicismo en México y en América Latina es una crisis, que aunque en la locura de los próximos días será nuevamente negada, nace precisamente a partir del triunfo de Juan Pablo II. Un triunfo que refleja un eclipse sin precedentes en lo que debería haber sido la iglesia del futuro.
Wojtyla y Ratzinger creyeron poder separar la fe de la esperanza, La esperanza de un mejor mundo posible. Se equivocaron y en estos siete años Benedicto XVI ha preferido ignorar a la América Latina antes que afrontar un disenso que ha tomado la forma no de un desencuentro sino más bien de un rápido alejamiento de una iglesia que ha escogido no ofrecer respuestas a las injusticias de la sociedad contemporánea. ¿Cuál es la Pastoral alternativa que Ratzinger propone al continente? ¿Es posible superar la lucha sin cuartel a la Teología de la Liberación, la colusión con regímenes sanguinarios y profundamente injustos, desde Pinochet hasta el del neoliberal Felipe Calderón? ¿Le interesa de verdad al papa la erosión del catolicismo a favor de las más chapuceras y equívocas iglesias protestantes o eludirá todavía el problema? Será probablemente el sucesor de Ratzinger quién deberá enfrentar verdaderamente este tema.
También es causa de escándalo la opción de Benedicto XVI de rechazar cualquier encuentro con las víctimas de Marcial Maciel, el omnipotente fundador de los Legionarios de Cristo, organización aún más de derecha que el Opus Dei, en olor de santidad cuando todavía vivía, patrocinado por la dirigencia católica mexicana y vaticana y que se descubrió que ra un farsante, un estuprador y un pedófilo en serie durante toda su carrera de acumulador de una fortuna milmillonaria y que sembró el país de hijos ilegítimos, siendo sacerdote católico, además varias familias en diferentes lugares del país y violando sistemáticamente a sus propios hijos. ¿Por qué Benedicto XVI que se ha reunido con familias de curas pedófilos en sus seis últimos viajes al exterior (EE.UU., Australia, Portugal, Malta, el Reino Unido. Alemania) rechaza precisamente en México tales encuentros? ¿Es una señal de que el papa considera haber pagado ya un precio suficiente por el mayor escándalo de su pontificado, o son factores endógenos los que le desaconsejan dicha reparación, mínima, mediática, pero siempre algo? Y, ¿puede ser por el hecho de que el principal apoyo de Marcial Maciel es el todavía Cardenal primado mexicano Norberto Rivera? Lo que es seguro es que con su rechazo a recibir a las víctimas el papa Ratzinger está reabriendo una herida y dando un grave paso atrás con relación a la apertura de los últimos años después de décadas de silencio.
Además Ratzinger va a México a buscar dividendos. Ha elegido ir precisamente en plena campaña electoral presidencial y no es por casualidad que muchos observadores lo han considerado inoportuno. La reforma del artículo 24 de la Constitución, que preocupa al Papa, desbarataría la estructura laica en uno de los estados con mayor tradición en el mundo en cuanto al tema de la separación de la Iglesia y el Estado. Cuando Benito Juárez sancionaba con la Reforma la separación y sobre todo el laicismo de la enseñanza, reinaba todavía en Roma el Papa Rey.
Hoy los tres partidos principales se disputan el voto católico y el laicismo parece que ha desaparecido de la agenda política mexicana. Hace apenas doce años cuando el PAN ponía fin a los setenta años del PRI, primero con Vicente Fox y luego con Felipe Calderón, aquel podía capitalizar el hecho de ser el único partido católico. La candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, ve competir en este terreno tanto al candidato del PRI (actualmente un partido conservador como cualquier otro) Enrique Peña Nieto como al progresista Angel Manuel López Obrador, que estará hoy en Guanajuato recibiendo al Papa. En el país de los 50.000 muertos por la "narcoguerra" y en el que la clase dirigente gobierna el mismo narcotráfico desde los más altos niveles, no faltará un político que no trate de verse más fotogénico en el momento de la bendición papal, pero será difícil esperar de Ratzinger palabras claras sobre el problema más grave que está ensangrentando al México contemporáneo.
Luego de haber enfrentado o ilusionado sobre los aspectos aquí referidos, el Papa se dirigirá a Cuba. Será una visita pastoral importante pero que no tiene características del acontecimiento que fue en 1998 cuando los dos grandes viejos Fidel Castro y Karol Wojtyla, fieros adversarios de por vida, supieron conversar y al menos entenderse parcialmente terminando precisamente en Cuba una parte de la historia de la Guerra Fría. Se iniciaba ahora en Cuba la salida del aislamiento decidido por los EE.UU. y hoy completada con la isla completamente inserta en el consenso de las naciones y con el embargo como medida anacrónica que solo defienden los EE.UU. Hoy en día no está más Juan Pablo II y Fidel Castro es un autorizado pero enfermo jubilado, capaz de no tener ganas de reunirse con el ilustre huésped. El carácter pastoral de la visita a Cuba es ampliamente prevalente para una iglesia que desde hace algún tiempo no tiene nada que lamentar ni para el propio culto ni para el de los otros, en una isla en la que la libertad religiosa se halla garantizada y consolidada y es indiscutible. El Cardenal Ortega no es solo, desde hace tiempo, un interlocutor principal del gobierno (junto a otros eclesiásticos) sino también una figura pública con gran acceso a los medios controlados por el gobierno y los católicos tienen voz en el capitolio y también en cuanto a las reformas económicas que Cuba ha enfrentado en paz a despecho de quienes no hace mucho fomentaban una revolución tal vez casi violenta.
En los medios occidentales la falta de disposición del Papa a reunirse con los llamados disidentes, por lo general maniobrados, financiados y en contacto con el gobierno de los EE.UU., ha sido àsperamente criticada. En todo caso este rechazo ha sido comparado con el referido a las víctimas de Maciel, estableciendo comparaciones con elecciones absolutamente diferentes. Se trata de una interpretación equivocada. El Vaticano ha sido capaz en estas décadas de aislar con gran cinismo a quién -aún en el interior de la iglesia católica– luchaba contra dictaduras y regímenes sanguinarios considerados funcionales sobre todo a la lógica de la Guerra Fría. Si se piensa en el citado Monseñor Romero y la total adhesión ostentada por Wojtyla al pinochetismo hasta humillando deliberadamente a asociaciones católicas chilenas por los derechos humanos. Ninguno, y por lo tanto entre los pro cubanos a ultranza puede regodearse por la elección pontificia que es probablemente sobre todo la realpolitik de una iglesia que piensa sobre todo en sí misma y en sus propios ámbitos de acción.
Pero vale la pena hacer una última consideración. Los grupos de oposición al gobierno revolucionario cubano, en especial por los motivos expuestos, gozan de una extraordinaria e inmerecida buena prensa en el peor sistema mediático “mainstream” que los exalta como combatientes de la libertad en el presunto gulag tropical cubano. La opción de la conferencia episcopal cubana, de hace ya mucho tiempo, de trabajar en sinergia con el gobierno y obtener –entre muchas otras cosas– la libertad de algunos prisioneros políticos, testimonia dos cosas: por un lado, la persistente ínfima credibilidad de los presuntos líderes de la oposición creados y manipulados desde Miami (ínfima credibilidad que apoya el sistema mediático que trata a Cuba como el imperio del mal). Por el otro, lo que es un tabú para el gobierno de los EE.UU., la existencia de un país socialista como Cuba, es un hecho aceptado por el Vaticano desde hace por lo menos tres lustros. Luego uno puede elegir de que lado estar: con la Revolución (que no es ni terrorista, ni homofóbica, ni atea), con el ultraísmo estadounidense y de los medios mainstream o con el diálogo buscado y encontrado por el Cardenal Jaime Ortega. Algo más, esto último en relación con ese reaccionario de pésimas vinculaciones como Norberto Rivera que está por recibir al papa en un México que dicho con mucho dolor, es hoy en día la vena abierta de América Latina.
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