El 82 por ciento de la riqueza mundial está en manos de un 20
por ciento de la población
Pero un país crece cuando su economía total se engrosa con más cifras. Lo que no significa que cumplió su cometido, o sea que imprimió más calidad de vida y de felicidad a su población. El crecimiento tiene que ver con la producción agropecuaria, industrial y la expansión de la red de servicios. Desarrollo implica escolaridad, salud, saneamiento, vivienda, cultura y preservación del medio ambiente.
Alegrarnos por el crecimiento del PIB no significa que el país vaya en la dirección correcta. Vea por ejemplo la China, cuyo PIB es el que más crece en el mundo. Ni por eso nos causa envidia la calidad de vida de su población. Si el despalamiento de la Amazonía —pelada ahora en un 17 por ciento de su área total— aumenta, más se introducirán allí el agronegocio y rebaños inmensos, lo que haría crecer el PIB, así como reducir el equilibrio ambiental y nuestra calidad de vida.
El problema número uno del mundo no es económico, es ético. Perdimos la visión del bien común, de pueblo, de nación, de civilización. El capitalismo nos ha infundido la noción perversa de que la acumulación de riqueza es un derecho y que el consumo de lo superfluo es una necesidad.
Compare estos datos: según la ONU, para facilitar la educación básica a todos los niños del mundo sería preciso invertir, hoy, 6.000 millones de dólares. Y solo en los EEUU gastan cada año en cosméticos 8.000 millones.
El agua y el alcantarillado básico de toda la población mundial quedarían garantizados con una inversión de 9.000 millones de dólares. El consumo de helados por año en Europa representa el desembolso de 11.000 millones de dólares.
Habría salud elemental y buena nutrición de los niños de los países en desarrollo si se invirtieran 13.000 millones de dólares. Pero en EEUU y Europa se gastan cada año en alimentos para perros y gatos 17.000 millones; 50.000 millones en tabaco en Europa; 105.000 millones en bebidas alcohólicas en Europa; 400.000 millones en estupefacientes en todo el mundo; y más de un millón de millones en armas y equipamientos bélicos en el mundo.
El mundo y la crisis que le afecta sí tienen solución. Siempre que los países fueran gobernados por políticos centrados en otros paradigmas que huyan del casino global de la acumulación privada y de la incontenible espiral del lucro. Paradigmas altruistas, centrados en la distribución de la riqueza, en la preservación ambiental y en el compartimiento de los bienes de la Tierra y de los frutos del trabajo humano.
Ponga mucha atención a los candidatos que este año merecerán su voto para alcaldes y concejales. Investigue su pasado para saber con quién se va a comprometer de hecho.
Ah, ¿que a usted no le gusta la política? No sea ingenuo: quien se aparta de la política será gobernado por aquellos a quienes sí les gusta. Precisamente lo que los políticos corruptos desean es que la omisión de usted asegure la perpetuación de ellos en el poder.
http://www.librered.net/?p=21007
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Según Naciones Unidas, un 20 por
ciento de la población mundial, el equivalente a 1.320 millones de personas,
concentra en sus manos el 82 por ciento de la riqueza en el mundo. Mientras, los
más pobres, unos mil millones de personas, sobreviven con apenas el 1,4 por
ciento de la riqueza mundial.
Los economistas neoliberales toman el PIB (Producto Interior Bruto) como
indicador de la riqueza de una economía. Bajo su lógica, cuanto mayor sea el
PIB, mayor es el crecimiento de un país.
Pero un país crece cuando su economía total se engrosa con más cifras. Lo que no significa que cumplió su cometido, o sea que imprimió más calidad de vida y de felicidad a su población. El crecimiento tiene que ver con la producción agropecuaria, industrial y la expansión de la red de servicios. Desarrollo implica escolaridad, salud, saneamiento, vivienda, cultura y preservación del medio ambiente.
Alegrarnos por el crecimiento del PIB no significa que el país vaya en la dirección correcta. Vea por ejemplo la China, cuyo PIB es el que más crece en el mundo. Ni por eso nos causa envidia la calidad de vida de su población. Si el despalamiento de la Amazonía —pelada ahora en un 17 por ciento de su área total— aumenta, más se introducirán allí el agronegocio y rebaños inmensos, lo que haría crecer el PIB, así como reducir el equilibrio ambiental y nuestra calidad de vida.
El problema número uno del mundo no es económico, es ético. Perdimos la visión del bien común, de pueblo, de nación, de civilización. El capitalismo nos ha infundido la noción perversa de que la acumulación de riqueza es un derecho y que el consumo de lo superfluo es una necesidad.
Compare estos datos: según la ONU, para facilitar la educación básica a todos los niños del mundo sería preciso invertir, hoy, 6.000 millones de dólares. Y solo en los EEUU gastan cada año en cosméticos 8.000 millones.
El agua y el alcantarillado básico de toda la población mundial quedarían garantizados con una inversión de 9.000 millones de dólares. El consumo de helados por año en Europa representa el desembolso de 11.000 millones de dólares.
Habría salud elemental y buena nutrición de los niños de los países en desarrollo si se invirtieran 13.000 millones de dólares. Pero en EEUU y Europa se gastan cada año en alimentos para perros y gatos 17.000 millones; 50.000 millones en tabaco en Europa; 105.000 millones en bebidas alcohólicas en Europa; 400.000 millones en estupefacientes en todo el mundo; y más de un millón de millones en armas y equipamientos bélicos en el mundo.
El mundo y la crisis que le afecta sí tienen solución. Siempre que los países fueran gobernados por políticos centrados en otros paradigmas que huyan del casino global de la acumulación privada y de la incontenible espiral del lucro. Paradigmas altruistas, centrados en la distribución de la riqueza, en la preservación ambiental y en el compartimiento de los bienes de la Tierra y de los frutos del trabajo humano.
Ponga mucha atención a los candidatos que este año merecerán su voto para alcaldes y concejales. Investigue su pasado para saber con quién se va a comprometer de hecho.
Ah, ¿que a usted no le gusta la política? No sea ingenuo: quien se aparta de la política será gobernado por aquellos a quienes sí les gusta. Precisamente lo que los políticos corruptos desean es que la omisión de usted asegure la perpetuación de ellos en el poder.
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