Allende y la vía chilena al socialismo
Treinta y nueve años luego de acaecido el sangriento golpe de Estado perpetrado en Chile por las fuerzas armadas capitaneadas por el General Augusto Pinochet, aún se discute si el gobierno del Presidente Salvador Allende habría derivado o no hacia un gobierno eminentemente popular y radical que facilitara la construcción del socialismo revolucionario en dicho país. En tal sentido, mucho se ha afirmado -a veces sin una base argumental sólida- que todo ello fue causado por las pugnas y los fraccionalismos de los diversos factores políticos de izquierda que conformaran la Unidad Popular mediante la cual ganara Allende la presidencia de la república, aparte de las intrigas y el intervencionismo del imperialismo yanqui, como se comprobara después. Sin embrago, frente a esta opinión generalizada, se levanta otra que establece que una gran cuota de responsabilidad recae en el martirizado Allende y su gobierno al intentar una vía al socialismo utilizando las herramientas de la democracia representativa, buscando apoyarse en una alianza con sectores de la burguesía chilena, obviando lo que la historia siempre ha puesto al descubierto: la imposibilidad de contar con la burguesía para hacer una revolución socialista que termine afectando sus privilegios e intereses capitalistas, en una hibridación ilusoria que nada más ha favorecido a los sectores burgueses desde que éstos empezaran a dominar la escena política al producirse la Revolución Francesa en 1789 y, mucho antes, cuando Oliver Cromwell hiciera lo propio en Inglaterra. Desde entonces -y a la luz de lo que tiene lugar actualmente en naciones como Ecuador, Bolivia o Venezuela- se ha planteado y creído que la vía chilena al socialismo sería algo posible y permanente si se conquistan los mismos mecanismos legalizados utilizados por los sectores dominantes, esperando que algún día se concreten las condiciones subjetivas y objetivas que hagan del proletariado -en términos clásicos- el sujeto histórico de la revolución socialista. Esto ha supuesto diferentes modos de entender la realidad nacional en cada país, con el error común de quererlos aplicar como ley universal, sin atender a las peculiaridades de cada uno. Así, se recurre a formulaciones automáticas de aportes teóricos que pudieron servir coyunturalmente de guía de acción revolucionaria en algún tiempo y latitud, pero que hoy requieren redefinirse sin que se interprete como una negación -también automática- de su posible vigencia.
Por ello, la experiencia impulsada por Salvador Allende no puede simplificarse así nomás y terminar en el terreno común de señalar que la misma sólo hubiera sido consolidada mediante las armas, negando con esto las perspectivas que crearía un mejor nivel de organización, de movilización y de formación revolucionaria de los sectores populares, liderados por una vanguardia revolucionaria debidamente formada y consciente de la necesidad histórica de demoler radicalmente las estructuras políticas, sociales, culturales y económicas que han legitimado la explotación, las injusticias y la hegemonía capitalistas. Basta ver cómo la correlación de fuerzas favorece en la actualidad a los sectores populares de nuestra América, conformando un abanico de opciones que, aun siendo diferentes en su concepción e intereses, coinciden en la necesidad urgente de trascender al capitalismo y de remover desde sus cimientos las relaciones perniciosas que éste ha generado para reproducirse en contra de los valores esenciales de la humanidad; todo lo cual podría concretarse de tomarse en cuenta los pormenores de la experiencia transformadora de Allende en Chile, de manera que esto sirva para cuidarse de los errores entonces cometidos.
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