Cambio climático y capital financiero: un comentario sobre Alejandro Nadal
Dice Alejandro Nadal [1] en SinPermiso que las fuerzas del capital financiero harán muy difícil frenar el cambio climático. Para Nadal el sistema financiero "es un potente obstáculo para prevenir una catástrofe derivada del calentamiento global"; en ese sistema "anidan fuerzas que se opondrán con todo a un acuerdo que evite el peligro del cambio climático catastrófico."
Nadal justifica su idea en el hecho de que las reservas de combustibles fósiles están en gran parte bajo el control de empresas que cotizan en bolsa y, por lo tanto, un compromiso firme de reducir sustancialmente el ritmo al que se consumen esas reservas reduciría enormemente el valor bursátil de esas corporaciones. "Desde el punto de vista contable a nadie le importa un pepino si la utilización de esas reservas es suficiente para sobrepasar el peligroso umbral de los dos grados centígrados. El cambio climático no es un concepto contable."
Según Nadal, se trata de un conflicto de dimensiones históricas entre la comunidad científica, que advierte que es necesario no quemar las reservas de combustibles fósiles, y las empresas e inversionistas que tienen interés en realizar sus activos, extrayendo y usando esas reservas.
Tal como he mostrado junto con Ed Ionides y Oscar Carpintero en una publicación reciente (Climate change and the world economy: Short-run determinants of atmospheric CO 2 , Environmental Science & PolicyVol. 21, pp. 50-62, 2012), no solo las emisiones mundiales de CO 2 , sino también las concentraciones atmosféricas de dicho gas son procíclicas respecto de la economía mundial. En la jerga macroeconómica que una variable es procíclica significa que tiende a aumentar en las épocas de expansión de la economía y a disminuir (o aumentar menos rápido) en las de recesión. O sea, que las emisiones mundiales y las concentraciones atmosféricas de CO 2 son procíclicas significa que aumentan tanto más rápido cuanto “más próspera” es la economía mundial. Los únicos "éxitos" de la humanidad en la lucha por impedir el desastre climático en los últimos cuarenta años han sido precisamente lo que la gran mayoría de los economistas consideran grandes desastres de la economía mundial, a saber, las crisis más o menos generalizadas de mediados de los setenta, comienzos de los ochenta, comienzos y finales de los noventa y la Gran Recesión de 2007-2009. En cada una de esas épocas en las que el ritmo de crecimiento del producto bruto mundial se redujo sustancialmente, también se redujeron sustancialmente las emisiones de CO 2 y el ritmo de aumento del CO 2 atmosférico.
Nadal tiene toda la razón en lo que dice sobre las reservas de combustibles fósiles. En el interés de quienes hoy son propietarios de esas reservas está generar ganancias mediante su extracción y venta. El ritmo al que se extraigan esas reservas podrá depender en cierta medida de los cambios de precio esperados, ya que si la expectativa es de precios muy altos en el futuro, los propietarios actuales pueden diferir la extracción y venta de esas reservas. Pero por otra parte, en las décadas recientes los precios de los combustibles fósiles han ido aumentando y, por ejemplo, según el Instituto Internacional de la Energía ya hemos llegado al pico de producción de petróleo, por lo que, salvo oscilaciones temporales dependientes del juego del cambio de la demanda, lo más probable es que el precio de los precios de la energía siga aumentando y ello será un acicate muy grande para que se sigan extrayendo reservas y poniéndolas en el mercado.
En lo que hay que discrepar de Alejandro Nadal es en la idea de que todo esto tiene que ver con el capital financiero. Porque, en realidad, un consumo creciente de energía no solo es una necesidad de las empresas que cotizan en bolsa o que comercializan esos combustibles fósiles, sino, básicamente, de todas las empresas y de todo el capital. La industria automovilística, de la que depende una gran proporción de la industria mundial, está directamente interesada en evitar cualquier reducción significativa del consumo de combustibles fósiles, por ejemplo mediante un impuesto a la producción que implique emisiones, ya que esa reducción también significaría una caída de sus ventas y de sus beneficios. Por razones similares, todo el sector de servicios vinculado con el turismo se opondrá con uñas y dientes a cualquier medida efectiva para recortar las emisiones. La agroindustria, que hoy depende de un uso sustancial de energía en forma de mecanización e insumos químicos, se opondrá a medidas que reduzcan las emisiones de CO 2porque esas medidas aumentarán el costo de esos insumos y reducirán sus beneficios. Salvo excepciones aisladas de empresas implicadas en la comercialización de energías alternativas (paneles solares, molinos generadores de energía eólica, etc.), las empresas en general de todos los sectores necesitan energía barata como insumo de su producción y como elemento básico de un transporte que permita extender su mercado a ámbitos cada vez mayores.
Es posible considerar al sistema financiero mundial como una representación del capital mundial en su conjunto, en la medida que ese capital es relativamente móvil y circula de unos sectores o países a otros, en búsqueda de rentabilidades mayores. Pero aplicar el término “capital financiero” a todo el capital en vez de reservarlo para las empresas que se centran en el mundo de las finanzas (bancos, compañías de seguros, fondos de inversión), parece un uso excesivo. En ese sentido no se puede estar de acuerdo con Nadal en que el capital financiero es un obstáculo principal para prevenir la catástrofe del calentamiento global. Es el capital en su conjunto el que representa "fuerzas que se opondrán con todo a un acuerdo que evite el peligro del cambio climático catastrófico". Por desgracia (¿o será por suerte?), luchar hoy contra el cambio climático parece muy difícil sin luchar a la vez contra el capital en su conjunto. O dicho de otra manera, evitar el desastre climático no parece posible sin ir más allá del capitalismo. Los intentos de hacerlo, como el interesante impuesto al carbono propuesto por James Hansen, caen en oídos que más que sordos, están ensordecidos por el ánimo de lucro. Y eso es cosa del capital, no del capital financiero solamente.
José A. Tapia es investigador y docente en la Universidad de Michigan, Ann Arbor. Es autor junto con Rolando Astarita de La Gran Recesión y el capitalismo del siglo XXI (Madrid, Libros de la Catarata, 2011). Próximamente aparecerá en Maia su edición de Crisis y teoría de la crisis: Un ensayo sobre Marx y la “ciencia económica” , de Paul Mattick.
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