La política como golpismo por otros medios (o con los mismos)
Diario La República
La relativa consolidación en el tiempo de algunos países sudamericanos del giro progresista mediante sucesivas victorias electorales, viene a modificar raigalmente las estrategias de las derechas que siempre consideraron que sus posibles tropiezos son sólo episodios coyunturales y aún así, inclusive, que los progresismos -ante las mayores dificultades de apelar a los golpes de estado como antaño- resultarían cooptables y manipulables. Que ambas hipótesis se vean desmentidas, aún parcialmente, las obliga a un giro consistente, no exento de heterodoxia y exasperación.
Un ejemplo argentino, entre muchos otros identificables en otros países, ilustra esta intención cooptativa. El entonces CEO del aristocrático matutino fundado por Bartolomé Mitre, “La Nación”, Claudio Escribano, le transmitió a Néstor Kirchner antes de asumir, a través de su jefe de campaña y posterior Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, una suerte de virtual ultimátum mediante un pliego de condiciones de 5 puntos. A la vez le citó al “Council of Americas”, en su prognosis de que cualquier presidente no duraría más de un año en el gobierno, cosa nada improbable si aceptaba ese chantaje, habida cuenta de la sucesión de 11 presidentes (en el año y poco previo desde la huida de De la Rua) quienes -en detrimento de su estabilidad- se avinieron a ese tipo de exigencias, con la consecuente precarización institucional. Llamó a la amenaza “postulados básicos de La Nación”, apelando al nada casual nombre de la marca que reafirma la pretensión ideológica de coincidencia entre los intereses del diario con los de la propia nación argentina y enfatizó que serían inflexibles en su defensa. Los puntos exigidos eran:
1) El alineamiento con los EEU, un retorno (o más bien continuidad) de la genuflexa política de relaciones carnales del canciller menemista Guido Di Tella. 2) El abandono de toda pretensión de investigar y juzgar a los genocidas del terrorismo de Estado y la reivindicación de las FFAA. 3) Diálogo fluido y privilegiado con los empresarios. 4) Condena a Cuba. 5) Medidas duras y excepcionales de control de delito (obviamente contra la propiedad, sin incluir por ello al lavado de dinero, la corrupción, la fuga de capitales, las estafas, la usura, etc.) frente al incremento de la inseguridad.
Ante la ausencia de respuesta, el propio “periodista” lo glosó (de manera mucho más extensa que este resumen) en la edición del diario del 15/05/2003 que el lector puede consultar enhttp://www.lanacion.com.ar/496350-treinta-y-seis-horas-de-un-carnaval-decadente. Con convergentes intenciones, el candidato presidencial venezolano Henrique Capriles, cuando vio que perdía por escasa diferencia, trató de apurar un pacto con el ganador, Nicolás Maduro, quién lo rechazó públicamente en forma inmediata.
Los caminos de rearme derechista son diversos según una compleja determinación de cada una de las condiciones históricas locales y la cultura política particular de cada país. Sin embargo, hay comunes denominadores que en diversas proporciones se combinan en cada experiencia concreta, que intentaré esbozar aún a riesgo de la excesiva generalización. El primero y más extendido es el de la convergencia y unificación de sus múltiples variantes. En todos los países progresistas, o bien las derechas están unificadas o bien están en vías de unificación, no sólo por iniciativas de cúpulas, sino por reclamos de masas. La polarización es ya un hecho o lo será en casi todo el mapa sureño. Resultó patente en las consignas y convocatorias del último cacerolazo argentino de esta semana, pero también es reconocible hasta en Uruguay con los escarceos seductores entre los tradicionales partidos blanco y colorado (enemigos históricos al extremo de la guerra civil) con sus actuales insinuaciones de unificación de candidaturas departamentales. Basta que emerja algún nuevo actor o representante de intereses medianamente populares para que se desaten pulsiones centrípetas, como las que nos impulsaron en los ´70 a la lucha contra las dictaduras. Con la excepción -nada absoluta- de Brasil, esta convergencia tiene lugar también en Bolivia y Ecuador. Lo sería en Paraguay si su deshilachado progresismo tuviera alguna chance de avanzar, se unificará probablemente en Chile contra Bachelet, aunque difícilmente le sea necesario en Colombia y Perú.
El segundo común denominador es la batalla mediática y político-cultural que suele concentrarse en la denuncia de dictaduras o de formas dictatoriales o totalitarias. Sin reparar en contradicciones tales como que los propios medios o los políticos denunciantes han sido, salvo contadas y honrosas excepciones, cómplices y sostén material y simbólico de las dictaduras, espetan adjetivaciones de este tenor que pretenden transformar en sustantivas en la opinión pública. En Sudamérica no existe un solo país en el que se impida el derecho de reunión, asociación, de libre expresión, de circulación, de elegibilidad de los ciudadanos o se encarcele, asesine y torture, o donde no rijan sus constituciones. Obviamente hay abusos represivos -inclusive criminales- de las fuerzas del orden, violencia generalizada, discriminaciones racistas, amenazas y forzamientos fácticos por los resquicios de los débiles artículos constitucionales. Pero ninguna de esas derechas morigeraría siquiera estas lamentables formas del despotismo que conviven con la democracia liberal-fiduciaria, sino que, por el contrario, las incrementarían.
La movilización y la protesta, también se han incorporado al arsenal de intervención de las derechas sudamericanas. En el caso de Venezuela, no exentas de violencia extrema. Nada menos que 8 militantes chavistas fueron asesinados en la noche posterior a las elecciones, precisamente por los que denuncian la inseguridad. Algunos periodistas fueron tiroteados resultando heridos. Fueron atacados también centros hospitalarios y sedes partidarias. En Argentina, un grupo de caceroleros se concentró frente al Parlamento con palos, otros objetos contundentes y un ataúd, e intentó abrir a golpes el ingreso principal, rompió vidrios, además de agredir a reporteros gráficos y a un trabajador. Trabajadores e inclusive legisladores quedaron recluidos hasta que comenzaron a dispersarse los manifestantes.
El lobbysmo con los diversos sectores de la oposición. En la esfera política con particular epicentro en las embajadas estadounidenses (EEUU y España son los únicos dos países que aún no han reconocido la victoria de Maduro) y las jerarquías eclesiales según el peso que tengan en cada país (deberá recordarse que el actual Papa fue consultor y referente de todo el arco opositor de derecha mientras fue arzobispo de Buenos Aires). En la económica con las cámaras empresarias y los grandes grupos económicos y mediáticos con los que propone alianzas precisas y concretas.
Ante este panorama, cuyos síntomas tienden a ir enfatizándose conforme se perpetúan los progresismos, intento insistir en que los gobiernos no sólo deben ser evaluados por los alcances de sus intenciones, iniciativas concretas y formas de ejercicio del poder político, sino también por la extensión y cualidades de las fuerzas contra las que confronta. Los riesgos de un retorno al peor pasado neoliberal son tan factibles como la parálisis y la desmovilización ante lo poco o mucho logrado. No quiero con esto, desalentar crítica alguna a las diferentes experiencias. Por el contrario, creo que son indispensables para sostener y profundizar las conquistas.
En escenarios aún no tan polarizados, se corre el riesgo extra de que alternativas de izquierda o también progresistas sean arrastradas por esta tendencia unificadora derechista. En Argentina es un caso patético el del socialista Hermes Binner, quién logró atraer a casi todos los fragmentos progresistas e inclusive de izquierda desalentados tanto por el kirchnerismo, el proyecto sur de Pino Solanas, la Coalición Cívica de Elisa Carrió, la CTA (central sindical algo más combativa) y hasta Libres del Sur, un grupo que viene de tradiciones revolucionarias con el propósito de disputar por izquierda la hegemonía al gobierno. Con tal propósito creó el Frente Amplio Progresista (FAP, seguramente con intenciones de asociar su nombre a la experiencia uruguaya) y llegó a vincular imprudentemente los nombres del ex Presidente Vázquez y el publicista Esteban Valenti de Uruguay. Lo cierto es que no sólo participó con su grupo del último cacerolazo con los dirigentes de todo el arco derechista, sino que además coqueteó con la posibilidad de “buscar cada vez más, a través del diálogo, una concertación mayor”, sostuvo que las muertes en Venezuela “no eran responsabilidad de Capriles, sino del populismo” para volver a reiterar como hace algo más de un mes que si fuera venezolano votaría por Capriles. Peor que la derecha es un progresismo disfrazado, al menos hasta que las exigencias lo desmaquillen.
Mientras no se construyan variantes superadoras, es decir más radicales y consecuentes, cuya necesidad y posibilidad concreta dependerá de cada país y circunstancia, habrá que defender a los gobiernos progresistas de las amenazas derechistas que los azuzan y debilitan. Exactamente lo contrario de lo descripto para el FAP argentino. Pero también habrá que exigirles, inclusive en nombre de su propia supervivencia, que deben tomar como propia la lucha contra la corrupción, la concentración absoluta del poder personalista, y la burocratización porque constituyen un obsequio que el derechismo no va a rechazar cuando las posibilidades de acceso le sean favorables por cualquier vía.
La elección pasada en Venezuela refleja la magnitud de los riesgos, inclusive no detectados ni por los más pesimistas encuestadores. En octubre Chávez obtuvo 8 millones de votos (55,15%) contra 6,5 de Capriles (44,25%). Casi 1,3 millones se fugaron esta vez desde el chavismo hacia su opositor. También se perdieron 4 de los 20 (sobre 23) estados ganados meses atrás. Aunque no todo sea mérito de la derecha, ni tenga explicaciones unicausales. Pero siempre pueden aparecer un pajarito y alguna que otra imbecilidad propia.
Un ejemplo argentino, entre muchos otros identificables en otros países, ilustra esta intención cooptativa. El entonces CEO del aristocrático matutino fundado por Bartolomé Mitre, “La Nación”, Claudio Escribano, le transmitió a Néstor Kirchner antes de asumir, a través de su jefe de campaña y posterior Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, una suerte de virtual ultimátum mediante un pliego de condiciones de 5 puntos. A la vez le citó al “Council of Americas”, en su prognosis de que cualquier presidente no duraría más de un año en el gobierno, cosa nada improbable si aceptaba ese chantaje, habida cuenta de la sucesión de 11 presidentes (en el año y poco previo desde la huida de De la Rua) quienes -en detrimento de su estabilidad- se avinieron a ese tipo de exigencias, con la consecuente precarización institucional. Llamó a la amenaza “postulados básicos de La Nación”, apelando al nada casual nombre de la marca que reafirma la pretensión ideológica de coincidencia entre los intereses del diario con los de la propia nación argentina y enfatizó que serían inflexibles en su defensa. Los puntos exigidos eran:
1) El alineamiento con los EEU, un retorno (o más bien continuidad) de la genuflexa política de relaciones carnales del canciller menemista Guido Di Tella. 2) El abandono de toda pretensión de investigar y juzgar a los genocidas del terrorismo de Estado y la reivindicación de las FFAA. 3) Diálogo fluido y privilegiado con los empresarios. 4) Condena a Cuba. 5) Medidas duras y excepcionales de control de delito (obviamente contra la propiedad, sin incluir por ello al lavado de dinero, la corrupción, la fuga de capitales, las estafas, la usura, etc.) frente al incremento de la inseguridad.
Ante la ausencia de respuesta, el propio “periodista” lo glosó (de manera mucho más extensa que este resumen) en la edición del diario del 15/05/2003 que el lector puede consultar enhttp://www.lanacion.com.ar/496350-treinta-y-seis-horas-de-un-carnaval-decadente. Con convergentes intenciones, el candidato presidencial venezolano Henrique Capriles, cuando vio que perdía por escasa diferencia, trató de apurar un pacto con el ganador, Nicolás Maduro, quién lo rechazó públicamente en forma inmediata.
Los caminos de rearme derechista son diversos según una compleja determinación de cada una de las condiciones históricas locales y la cultura política particular de cada país. Sin embargo, hay comunes denominadores que en diversas proporciones se combinan en cada experiencia concreta, que intentaré esbozar aún a riesgo de la excesiva generalización. El primero y más extendido es el de la convergencia y unificación de sus múltiples variantes. En todos los países progresistas, o bien las derechas están unificadas o bien están en vías de unificación, no sólo por iniciativas de cúpulas, sino por reclamos de masas. La polarización es ya un hecho o lo será en casi todo el mapa sureño. Resultó patente en las consignas y convocatorias del último cacerolazo argentino de esta semana, pero también es reconocible hasta en Uruguay con los escarceos seductores entre los tradicionales partidos blanco y colorado (enemigos históricos al extremo de la guerra civil) con sus actuales insinuaciones de unificación de candidaturas departamentales. Basta que emerja algún nuevo actor o representante de intereses medianamente populares para que se desaten pulsiones centrípetas, como las que nos impulsaron en los ´70 a la lucha contra las dictaduras. Con la excepción -nada absoluta- de Brasil, esta convergencia tiene lugar también en Bolivia y Ecuador. Lo sería en Paraguay si su deshilachado progresismo tuviera alguna chance de avanzar, se unificará probablemente en Chile contra Bachelet, aunque difícilmente le sea necesario en Colombia y Perú.
El segundo común denominador es la batalla mediática y político-cultural que suele concentrarse en la denuncia de dictaduras o de formas dictatoriales o totalitarias. Sin reparar en contradicciones tales como que los propios medios o los políticos denunciantes han sido, salvo contadas y honrosas excepciones, cómplices y sostén material y simbólico de las dictaduras, espetan adjetivaciones de este tenor que pretenden transformar en sustantivas en la opinión pública. En Sudamérica no existe un solo país en el que se impida el derecho de reunión, asociación, de libre expresión, de circulación, de elegibilidad de los ciudadanos o se encarcele, asesine y torture, o donde no rijan sus constituciones. Obviamente hay abusos represivos -inclusive criminales- de las fuerzas del orden, violencia generalizada, discriminaciones racistas, amenazas y forzamientos fácticos por los resquicios de los débiles artículos constitucionales. Pero ninguna de esas derechas morigeraría siquiera estas lamentables formas del despotismo que conviven con la democracia liberal-fiduciaria, sino que, por el contrario, las incrementarían.
La movilización y la protesta, también se han incorporado al arsenal de intervención de las derechas sudamericanas. En el caso de Venezuela, no exentas de violencia extrema. Nada menos que 8 militantes chavistas fueron asesinados en la noche posterior a las elecciones, precisamente por los que denuncian la inseguridad. Algunos periodistas fueron tiroteados resultando heridos. Fueron atacados también centros hospitalarios y sedes partidarias. En Argentina, un grupo de caceroleros se concentró frente al Parlamento con palos, otros objetos contundentes y un ataúd, e intentó abrir a golpes el ingreso principal, rompió vidrios, además de agredir a reporteros gráficos y a un trabajador. Trabajadores e inclusive legisladores quedaron recluidos hasta que comenzaron a dispersarse los manifestantes.
El lobbysmo con los diversos sectores de la oposición. En la esfera política con particular epicentro en las embajadas estadounidenses (EEUU y España son los únicos dos países que aún no han reconocido la victoria de Maduro) y las jerarquías eclesiales según el peso que tengan en cada país (deberá recordarse que el actual Papa fue consultor y referente de todo el arco opositor de derecha mientras fue arzobispo de Buenos Aires). En la económica con las cámaras empresarias y los grandes grupos económicos y mediáticos con los que propone alianzas precisas y concretas.
Ante este panorama, cuyos síntomas tienden a ir enfatizándose conforme se perpetúan los progresismos, intento insistir en que los gobiernos no sólo deben ser evaluados por los alcances de sus intenciones, iniciativas concretas y formas de ejercicio del poder político, sino también por la extensión y cualidades de las fuerzas contra las que confronta. Los riesgos de un retorno al peor pasado neoliberal son tan factibles como la parálisis y la desmovilización ante lo poco o mucho logrado. No quiero con esto, desalentar crítica alguna a las diferentes experiencias. Por el contrario, creo que son indispensables para sostener y profundizar las conquistas.
En escenarios aún no tan polarizados, se corre el riesgo extra de que alternativas de izquierda o también progresistas sean arrastradas por esta tendencia unificadora derechista. En Argentina es un caso patético el del socialista Hermes Binner, quién logró atraer a casi todos los fragmentos progresistas e inclusive de izquierda desalentados tanto por el kirchnerismo, el proyecto sur de Pino Solanas, la Coalición Cívica de Elisa Carrió, la CTA (central sindical algo más combativa) y hasta Libres del Sur, un grupo que viene de tradiciones revolucionarias con el propósito de disputar por izquierda la hegemonía al gobierno. Con tal propósito creó el Frente Amplio Progresista (FAP, seguramente con intenciones de asociar su nombre a la experiencia uruguaya) y llegó a vincular imprudentemente los nombres del ex Presidente Vázquez y el publicista Esteban Valenti de Uruguay. Lo cierto es que no sólo participó con su grupo del último cacerolazo con los dirigentes de todo el arco derechista, sino que además coqueteó con la posibilidad de “buscar cada vez más, a través del diálogo, una concertación mayor”, sostuvo que las muertes en Venezuela “no eran responsabilidad de Capriles, sino del populismo” para volver a reiterar como hace algo más de un mes que si fuera venezolano votaría por Capriles. Peor que la derecha es un progresismo disfrazado, al menos hasta que las exigencias lo desmaquillen.
Mientras no se construyan variantes superadoras, es decir más radicales y consecuentes, cuya necesidad y posibilidad concreta dependerá de cada país y circunstancia, habrá que defender a los gobiernos progresistas de las amenazas derechistas que los azuzan y debilitan. Exactamente lo contrario de lo descripto para el FAP argentino. Pero también habrá que exigirles, inclusive en nombre de su propia supervivencia, que deben tomar como propia la lucha contra la corrupción, la concentración absoluta del poder personalista, y la burocratización porque constituyen un obsequio que el derechismo no va a rechazar cuando las posibilidades de acceso le sean favorables por cualquier vía.
La elección pasada en Venezuela refleja la magnitud de los riesgos, inclusive no detectados ni por los más pesimistas encuestadores. En octubre Chávez obtuvo 8 millones de votos (55,15%) contra 6,5 de Capriles (44,25%). Casi 1,3 millones se fugaron esta vez desde el chavismo hacia su opositor. También se perdieron 4 de los 20 (sobre 23) estados ganados meses atrás. Aunque no todo sea mérito de la derecha, ni tenga explicaciones unicausales. Pero siempre pueden aparecer un pajarito y alguna que otra imbecilidad propia.
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