Estados Unidos se está preparando en el norte de África y en otras partes de la región para la gran adaptación a la democracia árabe. Al no poder contar ya con una red de gobernantes autoritarios en la zona, la maquinaria diplomática que es el Departamento de Estado estadounidense se centra ahora en relacionarse con las nuevas fuerzas pro-democracia. La verdad es que Estados Unidos no estaba ligado exclusivamente a los Hosni Mubarak del mundo. Ha disfrutado de relaciones igualmente acogedoras con el aparato militar de cada país. Y este aparato, a diferencia del político, ciertamente no ha sido derrocado. Los ejércitos en el norte de África y en Oriente Próximo siguen siendo los mismos actores militares y económicos que eran antes de las protestas pro-democracia.
Lo podemos ver en Libia, donde el pacto faustiano de la oposición con Estados Unidos se ha extendido a las relaciones con el ejército egipcio. Armas egipcias sin duda con autorización estadounidense están fluyendo a través de Túnez hacia el este de Libia. Los vínculos entre los militares de toda la región representan un recurso importante para la adaptación de Estados Unidos a este proceso monumental de cambio. Hasta ahora, los militares en varios países han logrado poner límites reales a la magnitud de la transformación manteniéndola constreñida a cuestiones relativas a la representación política y a la forma de gobierno.
El proceso libio ha concedido a Estados Unidos incluso un mayor acceso al haber aprobado los rebeldes del este una campaña de bombardeos esencialmente liderada por Estados Unidos y destinada a debilitar las fuerzas leales al general libio Muamar Gadafi. De este modo, los rebeldes del este podrían estar a punto de aprender la dura lección de que las revoluciones no pueden ser subcontratadas. La intervención estadounidense tiene un precio, y la factura se pagará política, económica y militarmente. No hubo manera de escindir al ejército del régimen de Trípoli así que la intervención desde el exterior iba a ser con seguridad la principal estrategia una vez que la insurrección en el este estuvo en marcha.
Es evidente que Estados Unido está interesado en mejorar su posición estratégica en la región a la vez que en dar algo de sustancia a sus pretensiones en favor de la democracia. Otras naciones europeas, con algo más de mala gana, también han seguido imitando los mismos tópicos sobre la marcha. Sin embargo, ha sido el petróleo lo que realmente ha acelerado la política exterior de Estados Unidos moviéndolo desde las reclamaciones generales de democracia y libertad a una costosa intervención militar. La simple idea de un régimen de Gadafi militarmente victorioso haciendo proselitismo con grandes cantidades de petróleo ante los opositores económicos de Estados Unidos ha empujado a Obama a ponerse ya otra gorra de guerra. Mientras las calles árabes pueden haber cambiado el debate político en la región empujando a Estados Unidos en una dirección particular retóricamente, sigue siendo su petróleo lo que atrae la atención no deseada del Imperio.
Los rebeldes del este de Libia todavía pueden ganar el día. Puede que una insurrección quizá prematura y ciertamente mal equipada sea salvada de la aniquilación. La fuerza impresionante de las fuerzas armadas de Estados Unidos puede garantizar ese tipo de cosas. Sin embargo, si las transformaciones políticas del siglo XX sirven de alguna guía, cómo se gane puede ser tan importante como ganar. Cuanto más se acerque este movimiento del este de Libia a Estados Unidos menos independencia tendrá una vez que comience la transición política. Y, más tarde, cuando el petróleo comience a fluir de nuevo, vencerá el plazo de una factura colosal ¿Estarán dispuestos a pagarla los rebeldes? ¿Y a qué coste para sus sueños políticos de democracia?
Billy Wharton escritor, militante y editor de Socialist WebZine.
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