Más de 300.000 personas, en su mayoría sindicalistas de todos los rincones de Inglaterra y Escocia, se han manifestado este fin de semana por las calles de Londres en contra de los recortes salvajes que propone el gobierno de coalición Conservador-Liberal. Es la mayor manifestación del mundo laboral en treinta años, dato que expresa la amplia preocupación del sector público donde se anuncia un recorte de plantilla, a marchas forzadas, del 20%.
La manifestación, la primera desde que comenzó la Gran Crisis en 2008, ha sido la culminación de más de seis meses de organización y motivación. Pero aunque el número de participantes ha sido impresionante – este no es país de huelgas generales y manifestaciones gigantes – a la manifestación le ha faltado el metabolismo. Se ha mostrado tanto fuerzas como debilidades. El movimiento laboral inglés se enfrenta a varios problemas de envergadura para defenderse de los hachazos presupuestarios.
Veinte años de Thacherismo, seguidos de trece de neoliberalismo laborista, han logrado destruir la conciencia de clase y, en muchos casos, la conciencia sindical. El obrero inglés se encuentra atomizado. A menudo razona una repuesta a la crisis a perjuicio de otros sectores laborables: “no me des el hachazo, dáselo al otro”. Joan Stuart es un ejemplo. Formaba parte de un grupo de enfermeras de Nottingham que portaba una bandera grande que rezaba, : “No al despido de trabajadores de primera línea”. Le pregunto si la consigna no dificultaría el apoyo unitario de otros trabajadores, los de segunda linea? Me explica, dirigiéndose a mi razonamiento interesado: “Si te rompes la pierna y vas a urgencias, lo que necesitas es enfermeras y médicos de primera línea”. Lógica aplastante. Pero también necesitaría – le sugiero - un radiólogo, un celador y sobre todo un administrativo que asegure que se paguen las nóminas de enfermeras”. Se encoge de hombros, “Cada uno tiene que luchar por lo suyo”. Sálvese quien pueda.
La estructura sindical, organizada por oficios y no por centrales, tampoco facilita la movilización. Los sindicatos cuentan con una coordinadora, la Trade Union Congress, que patrocinó oficialmente la manifestación. Pero la TUC es célebre solo por su parsimonia y su falta de coordinación.
Treinta años de acoso ideológico, mediático y legislativo también han acobardado a los sindicatos. En su mayoría son instituciones que pertenecen a otra época – se les califica a menudo de ‘dinosaurios sin dientes’ - cuando el país se regía por acuerdos y arreglos tripartitos: El Estado, la patronal, los sindicatos.
Solo un sindicato, el RMT-Rail Maritime & Transport Workers (ferroviarios, marinos y del transporte), puede calificarse de combativo. Su secretario general, Bob Crowe, es uno de los promotores más fuertes de la campaña contra recortes y despidos. Crowe, un antiguo comunista, no se deja intimidar ni por la notoriedad ni el acoso mediático. Ha hecho carrera mostrando que un estilo agresivo y tajante produce dividendos a la hora de conseguir subidas salariales. Tiene un arma potente: su sindicato puede paralizar a los dos millones de viajeros que necesitan entrar y salir de Londres cada día para trabajar.
Pero el problema mayor que tiene el movimiento obrero es la falta de liderazgo político. El Partido Laborista no ha apoyado la manifestación, y se niega ha apoyar la lucha contra los recortes, aunque hayan participado ampliamente sus comités locales y sus activistas. La dirección laborista, a pesar de sus críticas retóricas, apoya, con matices, los mismo recortes que propone el Gobierno.
En el lado positivo, sigue desarrollándose el movimiento de jóvenes anticapitalistas, especialmente el de inspiración anarquista. A diferencia de las dos generaciones anteriores, la de la post-guerra y la de los años 60, cuya pasividad política se basa en la esperanza de que el estado de bienestar les iba a cuidar de la cuna a la fosa, la juventud presiente que la fiesta se acabó y que poco le espera con el capitalismo inglés. De ahí su anticapitalismo feroz y la dureza de su rechazo de todo lo existente. No es para ellos el desfile ordenado y encauzado de las manifestaciones tradicionales. Van a su bola y por donde les da la gana.
La policía londinense está acostumbrada a manifestaciones que se ciñen a un recorrido preestablecido, que casi siempre es el mismo: comienzo en Westminster, y hacia arriba hasta la plaza de Trafalgar, por Picadilly hasta Hyde Park para romper filas, tomarse un helado, escuchar discursos y a casa. La policía no tiene ni la experiencia, ni el equipo, para enfrentarse a decenas de grupos que se mueven rápidamente en distintos puntos de la ciudad. Por primera vez para mantener el control la policía ha tenido que utilizar tres helicópteros en vez de uno y 5000 efectivos. Aun así, se han visto desbordados.
Durante varias horas la juventud anticapitalista era dueña de la calle. Destruyeron los escaparates de tiendas de súperlujo y de una veintena de bancos, dos de ellos sucursales del Santander. Fortnum & Masons, la tienda emblemática de la Casa Real y de la aristocracia inglesa, fue invadida por un grupo anarquista y durante horas ondeó de su fachada la enseña roja y negra. Hubo 210 detenidos, la mayoría por delitos de orden público y una decena de policías resultaron heridos.
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