Nuevamente, como en el 2008, el fantasma del hambre recorre el mundo. La extraordinaria subida del precio de los alimentos y del petróleo, que termina realimentando la suba de los primeros, han encendido todas las alarmas, sin que se tenga una solución a la vista.
“Los acontecimientos en el Medio Oriente durante las últimas semanas han servido de advertencia para todos nosotros sobre el importante papel que juega la seguridad alimentaria a la hora de calmar la ira pública y reforzar la estabilización.”
Alarmas fundadas
Estas palabras de la Directora del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de las Naciones Unidad para la Agricultura y la Alimentación (FAO por sus siglas en inglés) muestra el clamor de esas alarmas y cómo la crisis alimentaria juega un papel en las actuales revueltas en el norte africano y el Oriente Medio.
No es para menos. Según el informe de la FAO a diciembre pasado, el Indice de Precios de Alimentos que ese organismo elabora, alcanzó un valor sin precedentes, mayor que el alcanzado en 2007-08, peor aún en enero de este año ese mismo índice había aumentado un 3 por ciento más, y en febrero un nuevo 2.2 por ciento.
En los últimos 8 meses esos precios subieron en promedio más de un 35 por ciento batiendo récords en más de 20 años. El maíz, el trigo, la soja, el azúcar, los lácteos, la carne y el pescado todos suben, solo el arroz aumentó un moderado 6 por ciento.
¿Porque sucede?
Hay que retrotraerse al inicio de los años ’80 y la aparición de fuertes excedentes agrícolas en los EEUU y la UE para encontrar allí el origen de la crisis actual. Esta no es otra que las políticas de desregulación de los mercados de granos que impulsara desde entonces el BM, y que ahora promueve la Organización Mundial de Comercio (OMC)
Libre comercio
Desde entonces los créditos del BM estuvieron supeditados a que los países rebajaran sus barreras arancelarias a la importación de los excedentes agrarios y aceptaran la imposición de las semillas genéticamente modificadas. Los resultados están a la vista, en numerosos países los sistemas nacionales de agricultura fueron desarticulados, no pudieron resistir la importación de productos subsidiados, otros cayeron en el monocultivo. Hoy el 70% de los países en desarrollo son importadores netos de alimentos.
En América latina el caso mexicano es emblemático: una década después de haber firmado el Tratado de Libre Comercio con EEUU y Canadá (NAFTA por sus siglas en inglés) pasó de ser uno de los principales países agrícolas, a ser de los mayores importadores de maíz y frijoles -sus cultivos ancestrales- perdiendo su soberanía alimentaria y expulsando de sus tierras a millones de campesinos.
Pero desde el año 2000 en adelante se verifica un cambio en los intercambios mundiales, hay una escasez relativa de materias primas y productos energéticos. Es en este marco más general que hoy, como en el 2008, la crisis vuelve a estallar. Por la mayor demanda; por el alza de los precios del petróleo cuya contrapartida son las energías alternativas renovables de origen vegetal. Por el cambio climático que desertifica regiones y hace caer rendimientos y producciones. Todas estas causales combinadas son ahora agravadas por las restricciones a las exportaciones que los países imponen para desacoplar los precios internos de los internacionales.
Mayor demanda
Hay una demanda genuina de productos alimenticios, y en las actuales condiciones de producción y comercialización esta demanda supera a la oferta. Lo que los técnicos de la FAO llaman “rigidez entre el necesario equilibrio entre oferta y demanda”. Esta mayor demanda tiene dos componentes uno cuantitativo y otro cualitativo. El primero esta dado por un crecimiento de la población mundial, que en algunos países es explosiva, y por la incorporación al consumo de China y el sudeste asiático y la India. Pero también un aspecto cualitativo que está dado por cambios en los hábitos alimentarios y dietéticos, del arroz y vegetales a carnes rojas y blancas (vacunos, cerdos y peces).
Agrocombustibles
El alza del precio del petróleo ha incentivado la explotación de los biocombustibles. Es lo que está en la base del fuerte crecimiento de la demanda y de los precios del azúcar, del maíz y de las semillas oleaginosas.
El Time explicó hace algunos años: “… al sustituir los combustibles fósiles por el etanol, lo que verdaderamente están haciendo es elevar los precios mundiales de los alimentos y empeorar el calentamiento global. En la medida en que los precios del maíz suban, los pobres del mundo comerán menos, y mientras más maíz se siembre para uso de motores, más bosques desaparecerán”.
Calentamiento global .
Analistas e investigadores coinciden en que hay una estrecha relación entre Cambio Climático y precio de los alimentos. Es la concentración de gases del efecto invernadero que cambian el clima y este cambio impacta en las producciones agrícolas. El aumento del trigo en esta coyuntura, cuyo valor en el mercado mundial se duplicó en pocos meses, es más que emblemático: fue afectado por una sequía y una ola de calor extraordinaria en Rusia, uno de los principales productores mundiales, que debió cancelar exportaciones para priorizar su mercado interno.
Especulación
La agencia Goldman Sachs creó en su momento un fondo de inversión basado en el precio de las “commodities”, alimentos y minerales, desde entonces la cotización de estas materias primas está sujeta, en mayor o menor proporción, según las oportunidades de especulación. En la crisis del 2008 se calculaba que el 30 por ciento del precio alcanzado por las cotizaciones estaba determinado por el capital especulativo. En la última reunión del G-20 el presidente francés propuso regulaciones y límites a esta práctica sin lograr ningún resultado.
Un mundo con Hambre
Estamos frente a la segunda crisis alimentaria mundial en solo tres años. Esta crisis se descarga en un mundo que muestra la nada orgullosa cifra de 925 millones de personas que pasan hambre, de estos el 60 por ciento son mujeres. 1500 millones viven con un dólar diario y se registran 200 millones de desocupados. La mayoría de quiénes pasan hambre viven en países en desarrollo, representan el 16 por ciento de la población mundial y se concentran en regiones como el Asia y Pacífico, el Africa subsahariana y del Norte y América latina, que registra 53 millones de personas mal nutridas. (Datos del Informe de FAO 2010 “Estado de inseguridad alimentaria en el mundo”).
La actual crisis alimentaria amenaza con empujar a más millones de personas a la “inseguridad alimentaria” , categoría que identifica a las personas que carecen de un acceso seguro a una cantidad suficiente (1800 kcal/día) de alimentos y nutrientes para un crecimiento y desarrollo normales y una vida activa y sana.
El fantasma de las hambrunas vuelve a recorrer gran parte de la geografía mundial y nuevamente aparecen las voces que dicen es producto de la escasez de alimentos, y que ven el hambre como una oportunidad económica para el país.
Por el contrario afirmamos que en el mundo hay producción potencial suficiente y que las razones del hambre se encuentran en el derroche de los países ricos, en la mala distribución de los recursos, en privilegiar la alimentación de automotores por sobre la de las personas
y, particularmente, en las consecuencias de una política que ha favorecido que los excedentes de alimentos de los países centrales liquidaran las producciones de los países en desarrollo
No parece ser que el actual orden social y económico, el agro-negocios y el libre comercio vayan a resolver la catástrofe social en curso. Cambiar la matriz productiva mundial, las formas de comercialización y sobre todo el orden social existente está hoy mas vigente y más necesario que nunca antes.
*El autor es integrante del colectivo EDI-Economistas de Izquierda.
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