Pequeñas santas criaturas…
I
Son criaturas pequeñas, pero no se ha esculpido ni erigido ninguna estatua ni creado icono alguno en su nombre… permanecerán para siempre en el anonimato… aunque jamás para mí.
No he visto sus rostros pero he oído sus historias… cada uno de esos santos tiene una historia.
No, esperen, sí que he visto sus rostros, porque… he visto vuestra inmundicia y fealdad trágicamente reflejadas en los suyos… y ¿no es eso de lo que los santos están hechos? ¿No se hacen a partir de la inmundicia, de la avaricia humana?
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¿No son acaso santos quienes lo apuraron todo, absorbiendo todo lo vuestro para ser finalmente recuperados de entre la basura humana? Pero no os equivoquéis acerca de vosotros mismos, porque no sois más que basura.
¡¿Acaso no son ellos los que tuvieron que ser testigos de todo lo inimaginable como si fueran un campo de entrenamiento para redimiros después a todos vosotros, alimañas de la especie humana?!
Bien, tengo tantas historias que contar sobre santos… ¿no es Iraq la tierra de los dioses, de las diosas, de los profetas y de los santos?
Lo que estáis a punto de leer son ejemplos auténticos… ejemplos de vuestra “Democracia y Libertad”. ¡Cuánto he llegado a odiar esas palabras… se han convertido en pequeños espejos en los que veo vuestras mentiras escritas en sangre, autorizadas y firmadas por cadáveres anónimos… vivos y muertos, hemos llegado a un punto donde la diferencia es tan borrosa… donde eso ya no importa, porque cada día se dictan sentencias de muerte… y los vivos están muertos!
En Iraq cuelgan a los santos, les linchan a una edad bien temprana, penetran en su interior con palabras… y las palabras se convierten en espadas, dagas, cuchillos, sajando, decapitando, pequeños rostros anónimos sin nombre… el asesinato de los santos, de los pequeños santos…
La encontraron tirada en una de las calles de Bagdad… su nombre es Rita, como Santa Rita, la santa que responde a vuestras plegarias…
La abandonaron en las calles de Bagdad, con su nombre escrito en un cartón atado a su cuello, como un perro que una vez tuvo un dueño. Un perro de tres años, un cachorrito, una niña, ciega… Rita es ciega. Totalmente ciega. ¿Cómo la llamáis vosotros, hijos de puta, en vuestra jerga políticamente correcta –discapacidad visual-? Porque vosotros os creéis jodidamente sensibles, ¿no es cierto?
Rita es ciega, tiene tres años. No solo está ciega, tiene también la cara gravemente deformada, con un labio leporino que le sube hasta la nariz… dividido en el medio, un reflejo en espejo de cómo nos habéis partido por la mitad… en todos los sentidos. Un pequeño espejo de vuestras propias deformidades, de la miseria de vuestras almas…
Y palpaba su camino alrededor, ciega, con un cartón colgado del cuello: mi nombre es Rita.
La policía local la llevó a un hospital, los doctores no sabían qué hacer con Rita… la pequeña Santa Rita… y allí se quedó, en los pasillos del hospital, un hospital que parece un retrete público, porque esas putas vuestras robaron el dinero, el dinero para los pequeños santos…
La pequeña Santa Rita caminaba por los pasillos de ese hospital convertido en retrete público, tropezando con las sillas rotas y las camas sin sábanas… hambrienta, esperando que alguien haga un diagnóstico de su situación… su situación de niña ciega de la calle, deformada por todos vuestros venenos tóxicos, abandonada porque nadie puede ya alimentarla en vuestro nuevo Iraq.
No puedo seguir… vuestra inmundicia hace que la cabeza me dé vueltas… vuestros vapores inundan mi nariz… los pequeños santos están llamándome… quieren jugar… dejad que tome de la mano a la pequeña Santa Rita y vayamos a oler el aroma de las flores…
II
Tardé tres días en poder atenuar la imagen de la pequeña Santa Rita deformada y ciega corriendo perdida por un pasillo del hospital, tropezando con las sillas rotas y con las camas sin sábanas… con su nombre marcado alrededor del cuello como el collar de un perro… me llevó tres días… y estoy preguntándome cuánto tiempo voy a necesitar para suavizar en mi mente la imagen siguiente…
Sé muy bien que jamás podré borrar esos pequeños santos iconos de mi cabeza, seguirán ahí para siempre como la antorcha de una verdad ardiente que va abrasando, como las llamas de la Verdad…
Provincia de Diyala, alrededores de Baquba:
Los valientes chicos estadounidenses, esos violadores, torturadores y asesinos que cruzaron océanos apestando odio y avaricia, bombardearon una casa solitaria de adobe y ladrillo en el campo, en los alrededores de Baquba. “Insurgentes sunníes”, dijeron.
Las tropas rodearon después la casa, llevándose al padre y a la madre. No se les ha vuelto a ver desde entonces. La casa se derrumbó excepto una habitación. Después de algún tiempo, cuando las cosas se calmaron, un vecino de una casa distante pasó por los campos y entró en la casa, dice que no sabe bien por qué, daba por hecho que en la casa todos habían muerto.
Todavía no puede contener las lágrimas cuando relata la escena que vieron sus ojos. En esa pequeña habitación se encontró con cuatro huérfanos escuálidos. Tres niños y una niña. El chico mayor tenía once años, el segundo siete, la tercera era una niña de cuatro años y el cuarto, un bebé en una cuna.
Ningún vecino pudo hacerse cargo de los niños, Diyala ha sido testigo de tantas masacres y exilios y alarmantes índices de pobreza... Pero el pueblo decidió reconstruir esa habitación que quedaba, proporcionar agua y comida a los niños y turnarse para vigilarles hasta “encontrar una solución”…
Pasó algún tiempo y un día llegó un hombre de edad avanzada, afirmando ser un pariente lejano de la familia. Nadie podía comprobar la verdad de esa afirmación ya que los niños decían no conocerle, pero parecía obrar de buena fe y la gente le otorgó el beneficio de la duda.
Pasó más tiempo y un día el vecino que les había encontrado decidió hacerles una visita, pero los niños y el hombre mayor habían desaparecido… nadie sabía adónde habían ido.
Transcurrió más tiempo y el vecino se encontró un día con el hombre y los tres chicos. Le preguntó qué había pasado con la niña de cuatro años. La llamaré X, el rostro anónimo. Pequeña Santa X.
El chico mayor, el de once años, sonrió feliz y contestó: “El tío la ha casado”, sin tener ni idea de lo que esto significaba.
Resultó que ese “tío”, el supuesto pariente lejano, había vendido a la pequeña Santa X a una matrona que dirige un burdel en el extranjero. Compra a las pequeñas santas iraquíes y, tras un período de “entrenamiento”, las vende de nuevo como esclavas sexuales al mejor postor extranjero.
No quiero saber en qué consiste el “entrenamiento” de una santa de cuatro años… No quiero ni imaginarlo…
Pero por la noche, cuando estoy tumbada, se arrastra hasta mi mente… entre mis inútiles intentos para fingir que duermo… a través de las rendijas de un dormitorio sumergido en una oscuridad total… Siento y lucho contra esas imágenes con escenas en las que aparezco cantando dulces canciones de cuna a una niñita dormida, peleo contra los recuerdos alentando cuentos de bellas princesas a salvo en esplendorosos palacios de mármol… pero las imágenes de mis niñas santas siguen ahí, persistentes, como antorchas candentes de vuestra Verdad…
Nota-recordatorio: Las cifras oficiales del gobierno-títere de Iraq confirman que el número de pequeños santos huérfanos ha alcanzado los cinco millones desde 2003, y que en Bagdad el número de pequeños santos de la calle es ya de 500.000. Los pequeños santos del “nuevo” Iraq.
Fuente: http://arabwomanblues.
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