El galardón del Premio Nobel de este año debería terminar de convencernos de que el jurado ignora la coyuntura, por grave y dramática que esta sea. El año pasado la distinción fue para tres economistas que se dedicaron a estudiar los determinantes de la tasa de desempleo voluntario, justo cuando las economías desarrolladas presentan tasas de desocupación involuntaria record. Este año el premio fue para Thomas Sargent y Christopher Sims, quienes desarrollaron modelos de interpretación de la realidad en los que los eventos de crisis no son objeto particular de estudio. Cuesta pensar en circunstancias macroeconómicas más importantes que una crisis, y sin embargo estos autores han elaborado modelos que las dejan de lado explícitamente.
Sargent y Sims han tenido un rol destacado junto con Kydland y Prescott, laureados en 2004, en la construcción del modelo macroeconómico estándar, edificado sobre el supuesto central de que el ciclo económico que observamos es una suma de posiciones de equilibrio. Presuntamente, cuando la actividad se reduce es porque los agentes económicos han decidido trabajar menos, y no porque no puedan hacerlo. Las recesiones, por tanto, no deberían preocuparnos porque de hecho estaríamos disfrutando de unas “merecidas vacaciones”.
Este mundo de equilibrio continuo es hermoso, pero no es el nuestro. En toda recesión la gente sufre, la pobreza se extiende y la distribución del ingreso suele empeorar. En una crisis, estos conflictos se exacerban a tal punto que disparan patologías muy difíciles de solucionar en los años posteriores, como las trampas de pobreza, el desempleo involuntario prolongado y las fracturas en el poder político. Los modelos de ciclo real de equilibrio sugieren que, si los precios funcionan correctamente, estas circunstancias de crisis constituyen elecciones soberanas de los individuos, no un problema social grave.
Un aporte clave de Sargent fue analizar la política macroeconómica en un mundo de expectativas racionales. En un planeta como ese, las expectativas agregadas convergen consistentemente, lo que implica entre otras cosas que las burbujas financieras simplemente no pueden ocurrir, y que las más de las veces las decisiones de política son inefectivas (en especial las transitorias). Sims ha desarrollado técnicas econométricas que contribuyen a hallar relaciones empíricas sin contrapartida teórica, esto es, sin explicación aparente.
Pese a la enorme complejidad de sus modelos, en estas aproximaciones teóricas las recomendaciones de política son las arcaicas recetas de reducción de la participación del Estado en la economía, en tanto el sector privado opera con total racionalidad y consistencia. No es necesario detenerse siquiera a discutir si esto está bien o mal. Lo notable es el magro progreso de la ciencia económica tradicional en el análisis macroeconómico, que en lugar de comprender con más detalle un mundo más complejo, se ha empeñado en justificar viejos argumentos. Pese a este fracaso epistemológico, estos macroeconomistas siguen recibiendo dinero y aplausos.
Valga una aclaración: no se está aquí atacando a dos economistas particulares. Ambos se han esforzado mucho (como tantos otros), y han hecho algunos aportes fuera del modelo tradicional. Sargent, por ejemplo, ha intentado apartarse del paradigma de la hiperracionalidad que caracteriza al modelo estándar; y las técnicas econométricas de Sims pueden en algún contexto resultar productivas. Lo que es difícil de rebatir respecto de estas investigaciones es que no han logrado mejorar en la práctica el desempeño del modelo básico, al cual se refiere el premio. Ante la falta de respuestas teóricas y empíricas de los modelos macro neoclásicos para diagnosticar o contribuir a resolver la crisis internacional más grande los últimos 80 años, el Premio Nobel podría haber hecho algo por no seguir perdiendo respeto
* Docente UBA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario