martes, 13 de diciembre de 2011


EEUU no se retira, le expulsan de Pakistán

La relación entre EEUU y Pakistán ha llegado a tal punto de inflexión que nos hace rememorar los prolegómenos de octubre de 1958, cuando Washington apoyó el golpe de estado del general Ayub Khan impidiendo la llegada al poder de un gobierno electo en Pakistán que podría haberse negado a colaborar como aliado de EEUU en la Guerra Fría contra la Unión Soviética.

Algo en apariencia inocuo sucedió el domingo: Pakistán recuperó la posesión de la base aérea de Shamsi en Balochistan, cerca de la frontera con Irán, tras desalojar de la misma la presencia del ejército estadounidense. Los Emiratos Árabes Unidos (EAU) llevaban alquilando esa misma base desde 1992.

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El acontecimiento es a la vez simbólico y táctico, aunque al mismo tiempo sumamente estratégico en un momento en que por el horizonte se barruntan nubes de guerra contra Irán. Simbólico en el sentido de que supone una afirmación de la soberanía de Pakistán; táctico porque la estrategia bélica de EEUU, que depende en gran medida de los ataques con aviones no tripulados sobre el Norte de Waziristán, tendrá que volver a revisarse ahora. ¿Está acaso llegando a un brusco final la etapa de los aviones teledirigidos en la guerra contra Afganistán?


En toda esta historia, es preciso sin embargo hacer un cuidadoso análisis de por qué el desalojo de EEUU de Shamsi tiene implicaciones estratégicas.


Un suave estímulo
Washington no se creyó inicialmente la decisión de Islamabad de expulsar de Shamsi al personal y a todos los aviones teledirigidos de EEUU y pensó que era una reacción visceral de los generales pakistaníes que se sentían molestos por el ataque aéreo de la OTAN del 24 de noviembre contra el puesto fronterizo de Salala, en la agencia territorial de Mohmand, que acabó con las vidas de 24 soldados pakistaníes. Por tanto, Washington presionó a su aliado, los EAU, para que ejercieran un papel mediador.


El ministro de asuntos exteriores de los EAU, el jeque Abdullah bin Zeyed al-Nahyan, se reunió con el presidente Asif Ali Zardari intentando que revocara la decisión pakistaní o que al menos ampliara el plazo límite fijado de quince días, pero se volvió con las manos vacías. Cuando el jeque le comunicó las malas noticias, la secretaria de estado de EEUU Hillary Clinton telefoneó al primer ministro pakistaní Yusuf Reza Gilani, llamada que fue seguida al día siguiente por otra del presidente Obama a Zardari.


Tanto Clinton como Obama se llevaron un chasco y a partir de entonces el Pentágono empezó de mala gana la evacuación de Shamsi.


Queda muy claro que EEUU subestimó las consecuencias que podrían derivarse del ataque del 26 de noviembre sobre Pakistán. El director general de operaciones militares pakistaní, el general de división Ashfaq Nadim, explicó la pasada semana ante el gabinete federal y ante el comité de defensa del parlamento en una detallada reunión informativa en Islamabad, que el ataque de la OTAN llevaba la marca de un “complot” bien planeado por parte de EEUU y el mando de la OTAN en Afganistán.


Si la probable intención de EEUU era “comprometer” a la cúpula militar pakistaní con un estímulo suave tipo “conmoción y pavor”, el tiro les salió por la culata. Los dirigentes militares y civiles en Pakistán siguen hablando con la misma voz. El apoyo “ex post facto” de Gilani, ofrecido en la reunión mantenida en Islamabad el pasado sábado, al jefe del ejército, el general Ashfaq Kiani, en su decisión de desplegar los sistemas de defensa en la frontera afgana “para detectar cualquier avión o helicóptero y echarlo abajo”, es la prueba más reciente de ello.


Pero el quid de la cuestión es que la administración Obama ha transferido de nuevo la política al Pentágono. Con la CIA también dirigida por un general del ejército, David Petraeus, el Pentágono está presionando por una presencia a largo plazo en Afganistán a pesar de que el objetivo declarado de Obama es una solución política. El ejército estadounidense pretende intensificar los combates. La “estrategia” de retirada designada por Obama el año pasado está siendo convenientemente reinterpretada en función de ese objetivo.


Las declaraciones más recientes de EEUU han arrojado una ambigüedad estratégica sobre tal “retirada” y ahora está claro como el agua que decenas de miles de tropas estadounidenses de combate van a permanecer después de todo en Afganistán más allá de 2014 durante un futuro indeterminado, además de los instructores y asesores dedicados a la “creación de capacidad” de las fuerzas armadas afganas.


The New York Times señalaba que el Pentágono había estado “presionando calladamente” para conseguir cambiar esa política durante algún tiempo. En resumen, aunque las negociaciones sobre el pacto estratégico estadounidense-afgano para allanar el camino para el establecimiento de bases militares en Afganistán hayan llegado a su etapa final, EEUU está desechando la ambigüedad estratégica respecto al alcance y naturaleza de su presencia militar a largo plazo.


Asociación impulsada por la demanda
Esto no debería resultar sorprendente. Pero Pakistán se enfrenta a una difícil situación. A diferencia de la línea de pensamiento pakistaní de que la vía militar es inútil, EEUU se aferra al enfoque de la “provocación verbal”, que supone continuar combatiendo mientras explora la posibilidad de abrir conversaciones desde una posición de fuerza con un talibán militarmente degradado.


En segundo lugar, EEUU no está dispuesto a conceder un papel central a Pakistán en las conversaciones de paz y no siente compromiso alguno ante el deseo de Pakistán de tener un gobierno “amistoso” en Kabul, porque busca coreografiar un acuerdo que ante todo satisfaga las necesidades de sus estrategias regionales.


En tercer lugar, por paradójico que parezca, el hecho de que prosigan los combates le viene bien a EEUU para el próximo período, porque no sólo le proporcionan la justificación para un despliegue a largo plazo de tropas de combate en Afganistán a pesar de la oposición regional (y afgana), sino que le aportan también la raison d’etre de la Red Norte de Distribución (léase, presencia militar de EEUU y la OTAN en Asia Central), sobre la que Rusia está haciendo señales que la vinculan a la resolución de la disputa sobre el sistema de defensa antimisiles de EEUU y a que se disipe la “tensión” actual entre EEUU y Rusia.


Más allá de todo lo anterior, la decisión de Obama de mantener una gran fuerza de tropas de combate en Afganistán tiene que valorarse en el contexto de las crecientes tensiones en las relaciones EEUU-Irán. En la eventualidad de cualquier conflicto con Irán en un futuro próximo, este tipo de presencia militar masiva sobre el flanco oriental de Irán supondría un gran activo estratégico para EEUU y la OTAN.


No lo duden, EEUU intenta utilizar las bases militares en Afganistán como trampolín para invadir el este de Irán si el conflicto estalla, sin que importe nada lo que el presidente Karzai pueda pensar o decir. Por cierto, Shamsi es también la base aérea clave cercana a la frontera iraní. Como era de esperar, la OTAN está considerando la posibilidad de un “centro conjunto” en la región del Golfo Pérsico con los países del Consejo de Cooperación del Golfo. Por tanto, EEUU confía en “enjaular” a Irán militarmente desde el Golfo Pérsico por un lado y Afganistán por el otro.


De hecho, la OTAN está transformándose velozmente en una “alianza inteligente” basada en una asociación de seguridad entre sus 28 miembros y el resto del mundo gracias a la intervención militar en Libia. Ivo Daalder, el embajador de EEUU ante la OTAN, lo manifestó muy claramente en una reciente reunión informativa:
    La operación de Libia fue la consecuencia lógica del punto de vista de que necesitamos asociarnos con países de todo el mundo… Los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Jordania y Marruecos no solo apoyaron la operación, sino que también participaron en ella… El Líbano fue también clave en la operación, porque presidía en aquel momento el Consejo de Seguridad de la ONU que aprobó la resolución 1973… Esto es una asociación impulsada por la demanda. Una demanda por parte de los países árabes.
Por tanto, en términos generales, la “agenda oculta” de la guerra afgana es vox populi. Pakistán se encuentra cogido entre el demonio y el profundo mar azul. En primer lugar, el ejército pakistaní desconfía de las intenciones estadounidenses tras la penetración en los últimos años de su inteligencia tan a gran escala en su aparato de seguridad bajo el pretexto de la “guerra contra el terror”, incluidos su Inteligencia Inter-Servicios (ISI, por sus siglas en inglés) y su ejército. La cúpula militar teme especialmente que EEUU albergue la intención de apoderarse de los activos nucleares de Pakistán en el momento que considere oportuno.


Primero, la decisión sin precedentes de Obama de promover a Petraeus como jefe de la Agencia Central de Inteligencia hizo sonar las alarmas en la mente pakistaní. Segundo, los intereses y prioridades de EEUU en Afganistán están entrando cada vez más en conflicto con los de Pakistán. Tercero, Pakistán no puede sencillamente permitirse alienarse de China e Irán (o de Rusia, llegado el caso). Finalmente, más pronto que tarde EEUU desplegará su sistema de defensa antimisiles en la región, que amenazará la capacidad estratégica de Pakistán.


Sacudiéndose el lastre de encima
El mensaje del ataque estadounidense del 26 de noviembre fue una prueba para intentar “ablandar” a la cúpula militar pakistaní y obligarla a alinearse con la estrategia de EEUU. El jeque Nahyan trató de hablar con sensatez a las mentes de los generales pakistaníes. Pero el episodio de Shamsi pone de relieve que la contradicción en las relaciones entre EEUU y Pakistán es demasiado grave para que puedan reconciliarse fácilmente o en un plazo inmediato.


El asunto está planteando una contradicción de índole fundamental. Las implicaciones son graves. Pakistán está “obstruyendo” la estrategia regional de EEUU. Digámoslo de otra manera, Pakistán es una pieza vital en el engranaje de la estrategia estadounidense.


Pakistán se desmarcó abiertamente de la agenda de la reciente conferencia de Estambul (2 de noviembre), que pretendía crear un mecanismo de seguridad regional para el Sur y Centro de Asia al estilo de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa y lanzar el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda con objeto de revertir la influencia rusa y china en Asia Central. Pakistán boicoteó también la conferencia de Bonn (5 de diciembre) en la que EEUU esperaba legitimar su presencia militar a largo plazo en Afganistán. Sin duda, los dos eventos se malograron.


A Washington le queda ahora adivinar si el desafío estratégico de Pakistán va en serio. Su experiencia histórica es que las elites pakistaníes acaban finalmente cediendo bajo la presión estadounidense. Sin embargo, el “desafío estratégico” sobre Shamsi ha resultado ser una sorpresa. Mientras tanto, al ceder la política afgana al Pentágono (y a la CIA), Obama ha tomado la precaución de minimizar el alcance de la controversia que esta zona problemática pueda crearle en su intento por salir reelegido el próximo año. Petraeus es también muy apreciado por los republicanos.


Este es un “momento Ayub Khan” en las relaciones entre EEUU y Pakistán. De nuevo, la opinión pública pakistaní amenaza con inmiscuirse en la relación. Pero hay también diferencias fundamentales. Kiani está muy lejos de parecerse al jovial general Ayub Khan que Sandhurst entrenó y que era tan aficionado a la bebida y las cosas buenas de la vida y solía obedecer las órdenes.


Además, China no solo no es la Unión Soviética o un adversario de Pakistán sino que en realidad es su único “amigo para todo tiempo y condición”. ¿Cómo puede, o por qué debería Pakistán colaborar con la estrategia de contención de China por parte de EEUU?
Sin embargo, la diferencia más importante entre 1958 y 2011 es, en primer lugar, que las “tradiciones nativas” de Kiani le exigen que actúe colegiadamente con el cuerpo de comandantes que son muy conscientes del estado de ánimo existente entre las fuerzas armadas, y ese estado de ánimo indica que Pakistán debería sacudirse ya el lastre que lleva soportando desde finales de 2001.


En segundo lugar, el ejército pakistaní está siendo muy meticuloso y poniendo mucho cuidado para que al atravesar en los próximos meses las aguas infectadas de tiburones, vaya aferrado a las manos de los dirigentes civiles del país en cada etapa y en todo momento.


El desafío al que se enfrenta EEUU es tener que localizar un Ayub Khan, pero es bastante improbable que lo logre.


El embajador M. K. Bhadrakumar fue diplomático de carrera del Servicio Exterior de la India. Ejerció sus funciones en la extinta Unión Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/South_Asia/ML13Df03.html

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