Las fuerzas invisibles del mercado
Punto Final
Los comentarios,
a modo de reflexión, abarcaron un amplio espectro, que ya no iba desde la plaza
al bar sino del mall al
supermercado. Los testimonios en televisión de quienes optaron el domingo 28 de
octubre por no votar estaban más acotados al escenario comercial que al
político. El ciudadano, el elector potencial, es para los medios un integrado
consumidor.
Reflexiones del tipo “esos señores
(políticos) no me dan de comer”, o “igual tengo que trabajar el lunes”,
percibidos casi diariamente en la conversación callejera, fueron lanzados a modo
de defensa personal ante la pregunta periodística de aquel domingo de elecciones
y del lunes siguiente. Una respuesta del consumidor que no reconoce ninguna
recompensa inmediata en el acto de votar. Y si esta vez se ha levantado también
el castigo, la reacción ha sido la abstención y la indiferencia. “Esto no me lo
compro”.
Más de un analista ya ha ahondado en esa
idea mercantil y ha acusado a los partidos de no tener una buena oferta
electoral, como si de un producto o servicio se tratara. Lo mismo para los
oficiantes del binominal y sus cómplices, quienes observan este no tan nuevo
mercado de la política bajo las leyes de la oferta y la demanda. Si falla la
demanda, dicen, es porque también hay problemas con la oferta.
La simplicidad del análisis puede llegar
a niveles de obscenidad intelectual. Bajo estos criterios y a diferencia de un
buen catálogo de tienda de departamentos repartido con el periódico los
domingos, o un buen aviso en televisión, que consiguen llenar los centros
comerciales los fines de semana, la publicidad de los candidatos no logró sacar
de sus casas a la mayoría de la población.
¿Es eso lo que pasó el domingo 28? Según
algunos medios de comunicación y otros analistas funcionales al
binominal-neoliberal, es eso o algo muy similar. El elector-consumidor no
percibe ningún beneficio en el acto de votar; por tanto, como solución, más
mercado, mejores ofertas, estudiar las verdaderas demandas de los consumidores.
En lo concreto, aun cuando así no lo dicen, es más farándula, más simulación,
más espectáculo. Es reality show y people
meter, es
marketing
y promociones, es publicidad engañosa, maquinaria del crédito y el
endeudamiento, industria del espectáculo y los afectos. Si funciona bien en el
comercio, y para eso la mejor muestra son los malls llenos los domingos, ¿por qué no
hacerlo en política?
La parálisis cívica que hoy vivimos, que
bien sabemos es un síndrome socio-político cuyo diagnóstico parece enfermedad
catastrófica y terminal, tiene como causa precisamente esas formas de entender y
hacer política. La crisis de representación tal vez se inicia con la
canalización de los discursos a través de los medios de masas, cuando la
política se adapta al mercado y a la demanda de la audiencia de los medios. Por
un lado un protagonista, al otro extremo la masa de espectadores. Desde
entonces, con binominal, consenso neoliberal y cultura de libre mercado de por
medio, la política, lo mismo que la farándula y los negocios, sólo ha sido
rentable para sus protagonistas. La gente, el pueblo, la ciudadanía, es una masa
de disciplinados espectadores.
En este diseño de mercado político
certificado por los medios de comunicación hemos quedado enredados por las
formas y atascados en los procedimientos. Estamos encerrados en los consensos
acordados hace dos décadas, pero esta performance política, cuya retórica han amplificado los medios de
comunicación, ha tocado fondo.
Aquel domingo, cuando las imágenes de
televisión mostraban una evidente desolación en las mesas electorales, el apego
a las reglas del sistema impedía a periodistas ver lo más evidente, que era la
masiva abstención. La verdadera acción política, evidente en su silencio y
ausencia, era invisible para esos observadores y sus cámaras.
La política de mercado como espectáculo
de masas se derrumbó estrepitosamente el domingo 28 de octubre. El problema no
es el producto, sino el sistema que elabora, distribuye y comercializa esos
productos. Porque del mismo modo como la economía neoliberal de libre mercado ha
pasado a ser una economía monopólica y oligopólica animada por unos medios de
comunicación duopólicos, la política también ha caído hoy en los mismos niveles
de concentración, elitización, oligarquización. Un proceso que pudo extenderse
por un par de décadas pero que ha terminado por tocar fondo. En sus propias
leyes, el mercado político está quebrado, por productos defectuosos, contratos
engañosos, servicios no cumplidos. El cliente, que hoy ha visto traspasados a la
política sus derechos de consumidor, ha optado simplemente por restarse de este
servicio.
La política espectáculo parece agonizar.
Las verdaderas acciones políticas, aquellas invisibles el domingo 28, esperan
otros momentos y figuras. Las condiciones para su inminente expresión parecen
dadas.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº
770, 9 de noviembre, 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario