jueves, 15 de noviembre de 2012

quien manda en chile?

Las fuerzas invisibles del mercado
Punto Final
Los comentarios, a modo de reflexión, abarcaron un amplio espectro, que ya no iba desde la plaza al bar sino del mall al supermercado. Los testimonios en televisión de quienes optaron el domingo 28 de octubre por no votar estaban más acotados al escenario comercial que al político. El ciudadano, el elector potencial, es para los medios un integrado consumidor.

 Reflexiones del tipo “esos señores (políticos) no me dan de comer”, o “igual tengo que trabajar el lunes”, percibidos casi diariamente en la conversación callejera, fueron lanzados a modo de defensa personal ante la pregunta periodística de aquel domingo de elecciones y del lunes siguiente. Una respuesta del consumidor que no reconoce ninguna recompensa inmediata en el acto de votar. Y si esta vez se ha levantado también el castigo, la reacción ha sido la abstención y la indiferencia. “Esto no me lo compro”.
 
Más de un analista ya ha ahondado en esa idea mercantil y ha acusado a los partidos de no tener una buena oferta electoral, como si de un producto o servicio se tratara. Lo mismo para los oficiantes del binominal y sus cómplices, quienes observan este no tan nuevo mercado de la política bajo las leyes de la oferta y la demanda. Si falla la demanda, dicen, es porque también hay problemas con la oferta.
 
La simplicidad del análisis puede llegar a niveles de obscenidad intelectual. Bajo estos criterios y a diferencia de un buen catálogo de tienda de departamentos repartido con el periódico los domingos, o un buen aviso en televisión, que consiguen llenar los centros comerciales los fines de semana, la publicidad de los candidatos no logró sacar de sus casas a la mayoría de la población.
 
¿Es eso lo que pasó el domingo 28? Según algunos medios de comunicación y otros analistas funcionales al binominal-neoliberal, es eso o algo muy similar. El elector-consumidor no percibe ningún beneficio en el acto de votar; por tanto, como solución, más mercado, mejores ofertas, estudiar las verdaderas demandas de los consumidores. En lo concreto, aun cuando así no lo dicen, es más farándula, más simulación, más espectáculo. Es reality show y people meter, es marketing y promociones, es publicidad engañosa, maquinaria del crédito y el endeudamiento, industria del espectáculo y los afectos. Si funciona bien en el comercio, y para eso la mejor muestra son los malls llenos los domingos, ¿por qué no hacerlo en política?
 
La parálisis cívica que hoy vivimos, que bien sabemos es un síndrome socio-político cuyo diagnóstico parece enfermedad catastrófica y terminal, tiene como causa precisamente esas formas de entender y hacer política. La crisis de representación tal vez se inicia con la canalización de los discursos a través de los medios de masas, cuando la política se adapta al mercado y a la demanda de la audiencia de los medios. Por un lado un protagonista, al otro extremo la masa de espectadores. Desde entonces, con binominal, consenso neoliberal y cultura de libre mercado de por medio, la política, lo mismo que la farándula y los negocios, sólo ha sido rentable para sus protagonistas. La gente, el pueblo, la ciudadanía, es una masa de disciplinados espectadores.
 
En este diseño de mercado político certificado por los medios de comunicación hemos quedado enredados por las formas y atascados en los procedimientos. Estamos encerrados en los consensos acordados hace dos décadas, pero esta performance política, cuya retórica han amplificado los medios de comunicación, ha tocado fondo.
 
Aquel domingo, cuando las imágenes de televisión mostraban una evidente desolación en las mesas electorales, el apego a las reglas del sistema impedía a periodistas ver lo más evidente, que era la masiva abstención. La verdadera acción política, evidente en su silencio y ausencia, era invisible para esos observadores y sus cámaras.
 
La política de mercado como espectáculo de masas se derrumbó estrepitosamente el domingo 28 de octubre. El problema no es el producto, sino el sistema que elabora, distribuye y comercializa esos productos. Porque del mismo modo como la economía neoliberal de libre mercado ha pasado a ser una economía monopólica y oligopólica animada por unos medios de comunicación duopólicos, la política también ha caído hoy en los mismos niveles de concentración, elitización, oligarquización. Un proceso que pudo extenderse por un par de décadas pero que ha terminado por tocar fondo. En sus propias leyes, el mercado político está quebrado, por productos defectuosos, contratos engañosos, servicios no cumplidos. El cliente, que hoy ha visto traspasados a la política sus derechos de consumidor, ha optado simplemente por restarse de este servicio.
 
La política espectáculo parece agonizar. Las verdaderas acciones políticas, aquellas invisibles el domingo 28, esperan otros momentos y figuras. Las condiciones para su inminente expresión parecen dadas.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 770, 9 de noviembre, 2012

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