La deuda y la espada: Neoliberalismo en América Latina y el sur de Europa
RODRIGO FERNÁNDEZ MIRANDA | ALBA SUD
Los programas neoliberales que desde los años 70 deterioraron de forma drástica el bienestar de América Latina, se imponen desde 2008 en el sur de Europa. Se analizan aquí los principales impactos de estas recetas en búsqueda de aprendizajes para Europa.
Hay dos formas de conquistar y esclavizar a una nación: una es con la espada, la otra con la deuda
John Adams, 2º Presidente de EEUU (1797 - 1801)
El neoliberalismo es un modelo que aspira a imponerse como regulador de la vida política, económica, social, cultural, y también de los entornos naturales. Su implementación se hace a través de una receta universal, que no requiere de adaptación a las realidades y particularidades de cada país o región. Esto no se debe a la implacabilidad de su diseño teórico ni a la idoneidad de su praxis, sino al objetivo nuclear que se pretende alcanzar con este modelo: crear las mejores condiciones posibles para la acumulación capitalista.
Con una visión estrictamente utilitarista de la economía y la sociedad, el neoliberalismo en el marco de la globalización económica es una vía para el sometimiento de los Estados-nación a los intereses del capitalismo global. El Estado sigue siendo un actor clave que interviene reciamente en la economía, aunque no en contraposición o como fuerza de compensación o reequilibrio frente al mercado, sino directamente alineado y subordinado a éste.
Bajo el paradigma neoliberal, las rentas del capital y el equilibrio de los indicadores macroeconómicos tiene absoluta primacía sobre la inclusión y la cohesión social, hecho que conlleva, necesariamente, un amplio y profundo coste social en los territorios en los que se pone en marcha. Si las ideas diseñadas por académicos de la Escuela de Chicago e impulsadas por el poder económico transnacional a partir de los años 70 no respondieran a los intereses de la clase dominante global, el modelo neoliberal sería asumido como un gran fracaso en la historia del pensamiento y la práctica de la disciplina económica.
Los mismos programas que desde los años 70 han deteriorado de forma drástica el bienestar de muchos países de América Latina (AL), se están imponiendo desde 2008 en el sur de Europa. En este contexto, es interesante observar de forma comparativa los impactos políticos y socioeconómicos de la aplicación de estas recetas. Basta echar la vista poco tiempo atrás para conocer cuáles son las consecuencias que conlleva, inevitablemente, el neoliberalismo.
La deuda y la espada
La historia de la implantación del neoliberalismo ha estado relacionada con la deuda externa. La cuarta crisis de la deuda latinoamericana [1], iniciada en 1982 con el default de México, dio lugar al inicio de la llamada “década perdida” de América Latina.
Con el pretexto de reducir el déficit público y liberar divisas para el pago de la deuda externa, durante los siguientes años comenzaron a aplicarse en la región los dogmas neoliberales. Los llamados planes de ajuste estructural (PAE) produjeron una gran transferencia neta de capitales desde la región hacia el Norte económico (más de 200 mil millones de dólares). En concepto de “servicio de la deuda”, entre 1982 y 2000 AL devolvió más de cuatro veces el stock total de su deuda [2]. El endeudamiento, incluyéndose la estatización de la deuda privada de las oligarquías nacionales, creció sin parar desde entonces (Toussaint, 2003):
Aunque fue la deuda de países latinoamericanos lo que dio inicio a la hegemonía del neoliberalismo, sin embargo, se debe ir más atrás para conocer la dócil aceptación de esta doctrina en la región: los golpes, la represión y el terrorismo de Estado de los años 70. Los gobiernos militares [4] generaron una enorme deuda externa y fueron dando lugar, a punta de fusil, al desmantelamiento del Estado y a la articulación de una nueva forma de dependencia económica y dominación política. Un resultado: el enorme acrecentamiento de la brecha entre clases populares y élites.
En Europa la denominada “crisis de la deuda soberana” que derivó en la “crisis financiera” también supuso un paso adelante en la instalación de un férreo programa neoliberal en el sur del continente, en los países peyorativamente llamados PIGS [5]. El trasfondo del endeudamiento público de la periferia europea se relaciona directamente con la hegemonía de un sistema de gobierno y un Banco Central (BCE) afines con los intereses de la banca y de la economía alemana.
El BCE imprimía dinero para prestarlo a un tipo de interés muy bajo a la banca, no a los Estados de la UE. La misma banca compraba deuda pública a un interés varias veces mayor (6 ó 7 veces en el caso español). Si el Estado hubiera recibido fondos del BCE al 1% de interés (lo que pagaba la banca), a 2012 la deuda pública sería del 14% del PIB, no del 90%. En lugar de imprimir dinero para comprar deuda pública y de esa manera reducir el interés que pagan los Estados periféricos [6]: “El Banco Central está ahí para defender a su Estado frente a la especulación de los mercados financieros. En contra de lo que se dice y de lo que se escribe, los intereses de la deuda los decide un Banco Central, no los mercados financieros” (Navarro, 2012).
La deuda externa se constituye como forma de dominación. Los mercados son quienes definen las políticas públicas, induciendo un ajuste sin precedentes, con el subterfugio de una hipotética recuperación de la confianza de estos mismos mercados. Mercados que “castigan” o “premian” haciendo variar el precio del financiamiento público, en función de la medida en que las decisiones políticas sean más o menos beneficiosas para sus intereses, siempre especulativos, pecuniarios y de corto plazo.
Lo que el neoliberalismo dejó (y deja)
El Consenso de Washington fue el marco en el cual se formalizó la hegemonía del neoliberalismo en casi toda AL. Los ejes centrales de las políticas propuestas por el Consenso eran: desregulación económica, privatización, reducción del nivel salarial, apertura y liberalización de flujos de bienes y capitales extranjeros, y prioridad de los intereses del capital financiero. En concreto, sus líneas de actuación se centraron en los siguientes aspectos de los países deudores (Bell Lara & López, 2007).
Medidas que, en última instancia, se resumían en un cambio de los ejes de poder: la retracción de un Estado, cada vez más limitado en su capacidad y su autonomía, y la expansión de un mercado, cada vez más poderoso y presente en más aspectos de la vida del país.
Las décadas de neoliberalismo en AL dejaron secuelas a diferentes niveles. Consecuencias de la implementación de este modelo que, con las diferencias del caso, empiezan a ser incipientes en los países neoliberalizados de la periferia europea.
Desigualdad. El paso del neoliberalismo por América Latina dejó a la región como la más desigual del planeta. En el período entre 1975 y 1995 el 83,9% de la población latinoamericana residía en países en los que la desigualdad se acentuó. En 2001, AL sufría el peor nivel de desigualdad desde que éste se calcula (CEPAL, 2001).
A la transferencia de riqueza Sur-Norte, se le añade la transferencia entre clases sociales, con una pérdida sostenida de ingresos y poder adquisitivo de las clases medias y medias bajas (los salarios en el Producto Bruto disminuyeron 10 puntos en estas dos décadas).
Este mismo resultado está teniendo el neoliberalismo en el sur de Europa: desde 2012, después de cinco años consecutivos de crecimiento, el Estado español ocupa la primera posición en desigualdad social de la UE. Seguida de cerca por Grecia y Portugal, España es por primera vez el país con una mayor distancia entre rentas altas y bajas.
Desempleo y precarización del trabajo. El desempleo ha sido otra de las duras manifestaciones de las políticas neoliberales en Latinoamérica. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2002 la tasa de desempleo en la región fue la más alta de las últimas dos décadas. Los jóvenes y mayores de 50 años fueron entonces especialmente castigados por aquel mercado de trabajo.
A la falta de empleo se le sumaba la precarización y el rápido retroceso de conquistas y derechos adquiridos por décadas de lucha sindical y obrera. La mentada “flexibilización laboral” conllevó una importante reducción de la seguridad en el trabajo, con “contratos basura” y despidos más fáciles y baratos [7]. A la inseguridad laboral se le añadía el miedo de los trabajadores a perder el empleo: en 2004 el 76% de las personas empleadas en la región consideraba que podía estar desempleada durante el siguiente año (Corporación Latinobarómetro, 2004).
Subiendo la vista en el mapa, el desempleo en el territorio español superaba a finales de 2012 el 26% de la población activa (más de 6 millones de personas desempleadas y la destrucción de 850 mil puestos de trabajo desde la Reforma Laboral [8]), mientras que en Grecia alcanzaba la cifra record del 26,8%. La tasa de desempleo juvenil superaba el 50% en España (INE, 2012) y el 61,7% en Grecia (ELSTAT, 2013).
Empobrecimiento. Entre 1990 y 1999 once millones de personas se incorporaron a las bolsas de pobreza de AL. En los albores del Siglo XXI, el 43,8% de la población latinoamericana vivía en condiciones de pobreza y un 18,5% en condiciones de indigencia (CEPAL, 2001).
Volviendo a la periferia europea, a finales de 2012 la tasa de pobreza económica en España superaba el 25% (Fundación Luis Vives, 2011) y los hogares sin ingresos aumentaron un 50% desde el inicio de la “crisis” (Fundación FOESSA, 2012). En Grecia un tercio de la población estaba en situación de pobreza en diciembre de 2012, 11 millones de personas contra 3,1 millones que lo estaban un año antes.
Este deterioro de las condiciones de vida de las mayorías supone una movilidad social descendente: una parte significativa de las clases medias se incorporan a la creciente “nueva pobreza” que va dejando tras de sí el neoliberalismo.
Recorte de derechos y decadencia democrática. La transferencia de poder hacia las élites económicas globales, con la connivencia de las instituciones políticas nacionales, supone un avance en la expropiación de la soberanía popular y el recorte de derechos sociales y políticos. La ciudadanía es limitada y la política vaciada de contenido, “el reino del ciudadano termina en la antesala de la economía (…) La democracia se convierte en un mecanismo para elegir quién va a ejecutar las decisiones de un organismo transnacional. La política nacional se vacía de poder” (Bell Lara & López, 2007).
El equilibrio del presupuesto público se persigue recortando partidas directamente vinculadas con derechos sociales de amplias mayorías, a pesar del enorme fraude fiscal de grandes capitales (en España se estima en 80 mil millones de euros). En nombre de la “eficiencia” se ponen en marcha procesos de mercantilización y privatización: de esta manera, lo que eran derechos se convierten en mercancías, accesibles sólo para quienes tengan capacidad de comprarlos. Asimismo, se añaden otro tipo de intervenciones del Estado como el retraso en la edad de jubilación, la reducción de salarios, la reducción del seguro por desempleo, la limitación o eliminación de beneficios sociales y laborales, entre otros.
Las instituciones políticas comienzan a sufrir una crisis de legitimidad, reduciéndose la afección social y la participación electoral. Entre 1980 y 1995 disminuyeron los niveles de participación electoral en AL (Lavezzolo, 2006), mientras que en 2012 en las elecciones griegas un 45% del electorado se abstuvo de votar, un 44% lo hizo en las del Principado de Asturias y un 37% en las de Andalucía: en todos los casos, los comicios más abstencionistas de la democracia representativa [9].
En AL a finales del siglo pasado entre el 30 y el 40% de la ciudadanía consideraba que el voto no tenía poder de cambio: un “desencanto con la democracia” (Corporación Latinobarómetro, 2004). En 2012 “los políticos” se convirtieron en el tercer problema más importante percibido por la sociedad española (INE, 2013). Analizando este dato en perspectiva histórica, se puede apreciar la evolución del descrédito de “los políticos en general, los partidos políticos y la política” en España (CIS, 2013) [10]:
Parece evidente que lo que el neoliberalismo dejó en América Latina es equivalente a lo que está dejando en el sur de Europa.
Cambio de rumbo, cambio de época
En América Latina, tras el colapso social devenido de décadas de neoliberalismo, varios países emprendieron un cambio de rumbo político y económico, bajo una fuerte presión de unos movimientos populares cada vez más fortalecidos.
Grandes revueltas populares y una sangrienta represión del Estado fueron dando paso, más o menos gradualmente, a la remoción de gobiernos cómplices de la “dictadura de los mercados”, al nacimiento de nuevos sujetos políticos y al inicio de un cambio de rumbo en la región. La intensificación de la lucha social dio lugar a hechos históricos de rebeldía colectiva, como el levantamiento zapatista en Chiapas en 1994 (gobierno de Salinas de Gortari), las revueltas indigenistas, la toma del Congreso y el establecimiento del “Parlamento del Pueblo” en Ecuador en enero de 2000 (gobierno de Jamil Mahuad), el 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina (gobierno de De la Rúa), la “guerra del gas” en Bolivia en 2003 (gobierno de Sánchez de Losada), entre otros.
Desde entonces, en estos y otros países latinoamericanos se fueron poniendo en marcha profundos procesos políticos de “desneoliberalización”. A las políticas de desendeudamiento externo, fortalecimiento del mercado interno, sustitución de importaciones o redistribución de riqueza, se fueron añadiendo medidas como la expropiación y re-estatización de empresas públicas, el control político de recursos estratégicos en el territorio, la creación de nuevas instituciones o la transformación de algunas de las existentes. Asimismo, destaca una política internacional de limitación de la incidencia de países centrales[11] e instituciones financieras internacionales en las economías nacionales de la región, y el fomento de una democracia con mayor participación popular.
Este proceso de cambio tuvo como resultado la reversión de algunos indicadores, tendencias y dinámicas socioeconómicas que el neoliberalismo había dejado en herencia en la región.
- La creación de empleo mejoró sustancialmente desde el período postneoliberal en la región. El nivel de desempleo en AL y el Caribe alcanzó en 2012 el 6,4% de la población activa (su mínimo en 22 años, con la creación de más de 30 millones de puestos de trabajo), acompañado por una expansión del 3% del empleo asalariado formal cubierto por la seguridad social y un aumento de los salarios reales del 3% (OIT & CEPAL, 2012).
- El nivel de pobreza en la región pasó del 48,4% en 1990 al 30,4% en 2011; y durante este período la indigencia se redujo del 18,6% al 12,8%. Entre 2002 y 2011 más de 50 millones de personas salieron de la situación de pobreza o indigencia en países de AL (CEPAL, 2012). Entre 2003 y 2009 en Argentina se duplicó la clase media, de 9,3 a 18,6 millones de personas (Banco Mundial, 2012).
- El Índice de Desarrollo Humano (IDH) en AL pasó de 0,573 en 1980 a 0,704 en 2010 (PNUD, 2010). Argentina alcanzó en 2011 un nivel de desarrollo humano “muy alto”, mientras que Uruguay, Brasil o Ecuador se posicionaron como países con desarrollo humano “alto” (PNUD, 2012)
- Indicadores relacionados con derechos sociales como la educación y la sanidad también pueden ilustrar esta evolución: la esperanza de vida y el nivel de alfabetización en AL crecieron como media un 9% y un 10%, respectivamente, entre 1990 y 2010 (PNUD, 2012).
Las políticas en la región están redefiniendo una nueva ecuación entre mercado, Estado y sociedad, lo que implica una reconfiguración de los pilares elementales de la convivencia. Esta redistribución del poder tiene como correlato una fuerte presión de los poderes económicos nacionales y transnacionales (justamente, quienes bendijeron y se beneficiaron de los años de neoliberalismo), generalmente apoyados por las corporaciones concentradas de comunicación [12]. El permanente intento de desestabilización de estos procesos políticos forma parte del accionar de las clases dominantes, llegando incluso a provocar golpes de Estado (sin militares) contra gobiernos electos [13].
Otro hecho relevante de este proceso en AL es que la política va volviendo a ocupar la centralidad, mientras que una parte creciente de la ciudadanía exige un espacio en la toma de decisiones políticas, en los últimos años se ha extendido un profundo debate ideológico en amplias capas de las sociedades de la región (CEPAL, 2012).
Estos procesos, llenos de retos y contradicciones, tienden a una reapropiación de la soberanía económica y la independencia política. Y, aunque sería arriesgado valorar su evolución futura, hasta el momento están teniendo como resultado mejoras en las condiciones de vida de amplias mayorías sociales. Además, están contribuyendo a quebrar la ortodoxia de la cultura global, el pensamiento único y la arquitectura socioeconómica que la globalización neoliberal había dejado en herencia.
Recordar, aprender y seguir actuando
La observación de la historia latinoamericana reciente permite comprender el potencial de destructividad del neoliberalismo y lo determinante de las luchas sociales en el territorio para erradicar el modelo. Cuando el sur de la Eurozona está iniciando su propia “década perdida”, se hace necesario revisar esta historia y aprender de lo sucedido en otras partes del planeta que han sido sometidas al mismo modelo que la Troika, Alemania y las instituciones políticas de la periferia europea presentan como inevitablemente dominante.
Pocas dudas caben de lo que sucederá en el sur de Europa si esta deriva continúa. Cuanto más arrastre el poder económico al poder político-institucional, cuanto más se avance en este camino neoliberal, más destrucción económica, social y medioambiental será producida; y más tiempo y esfuerzo colectivo será necesario para reconstruir la justicia social, la independencia económica y la soberanía política de los países.
El hecho de que esta región parta de una situación de bienestar material significativamente mayor al de AL durante la “década perdida” no significa que el daño vaya a ser menor, sino que la caída es desde un punto más elevado, y el menoscabo social y económico será mucho más abrupto.
Las transformaciones políticas, la conquista y reconquista de derechos o las mejoras sociales no se alcanzan a partir de las concesiones y la resignación voluntaria de privilegios de las clases dominantes. En este contexto, la construcción y el sostenimiento de un modelo alternativo más justo y equitativo parece únicamente posible a partir de las luchas y el conflicto social por una redistribución del poder político.
América Latina está aprendiendo de un pasado al que sus mayorías no quieren regresar. Parte de la ciudadanía, la sociedad civil, organizaciones, colectivos y movimientos sociales del sur de Europa están asumiendo el desafío de cuestionar la esencia del poder político-institucional, plantar cara al neoliberalismo, empezar a organizarse y a transitar una etapa de luchas y resistencias emancipadoras que se tornan imprescindibles.
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