martes, 5 de febrero de 2013


Los refugiados de la guerra de Libia protestan en Túnez




Cuatrocientas treinta y cuatro páginas. Othman escribió su libro en el campo de refugiados de Choucha, al sur de Túnez en la frontera con Libia, en donde vive desde hace dos años. Hace uno que lo comenzó. No es el lento transcurrir del tiempo en la tienda, en el desierto del sur, el que llenó sus cuartillas, sino todos sus conocimientos sobre plantas medicinales. Todas las propiedades que tienen las plantas y cómo cada una de ellas puede curar tanto un resfrío como un tumor. Cómo la granada o el apio pueden garantizar el bienestar, qué fruto posibilita llevar mejor un embarazo. Todo ello ilustrado con fotos y con nombres en latín, junto a los nombres en árabe. Viajó desde el Chad hasta Libia y luego a Túnez, ahora sin sus libros, que tuvo que dejar en Zuwara, cerca de Trípoli, cuando en febrero de 2011 se vio obligado a dejar casa, trabajo y familia a causa de la guerra. Pero continuó manteniendo correspondencia con un médico usamericano y otro de Irak que corrigen sus borradores. “Todo el dinero que me quedó lo gasto en Internet, en hablar con ellos y continuar mi trabajo.”



Pero ninguna planta puede curar su actual malestar. Su estatus de solicitante de asilo sin resolver, su pedido fue rechazado por la Oficina de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Clasificado como no refugiado, sin derecho a asistencia humanitaria. Primero la guerra, luego la espera y finalmente la negativa. Othman se ha quedado en el desierto con las tórridas temperaturas estivales, las frecuentes tormentas de arena y el hielo nocturno e invernal. Son ya dos los inviernos que ha pasado en el desierto, en las tiendas que serán desmanteladas el próximo mes de junio. En efecto, se ha previsto clausurar el campo en junio del 2013. Y luego ¿qué? ¿Nos arrojarán al mar?


No es el único. Un centenar de “no refugiados” está con él en la capital Túnez, otro centenar ha quedado en el campo. En la capital del país vive desde hace dos años, sin ningún derecho, en un campo de refugiados en el que no pueden acceder ni a la comida ni a ningún otro servicio desde hace cuatro meses. Eran un centenar en un ”sit in” permanente en la capital frente a la Oficina de las Naciones Unidas para los Refugiados. Othman con sus 46 años, su larga barba y una sonrisa acogedora, pero con lágrimas en los ojos, silenciosas y amargas, dice que no quiere volver a Choucha.


Tampoco Meriem, una señora sudanesa con su nietito Mohamed y su prima Hannen, quiere irse de la capital. Llegaron a Túnez caminando desde la estación de autobuses a la Plaza de los Derechos Humanos y de allí al Lac, un barrio periférico a siete kilómetros de la ciudad de Túnez, de donde no se han movido: mujeres, niños, ancianos y sobre todo muchísimos jóvenes. De Sudán, Gambia, Nigeria, Chad, Liberia, Ghana, Costa de Marfil, Bangladesh: todos ellos habitaban primero en Libia y luego estos dos últimos años en tiendas. A ninguno se le ha otorgado el carácter de refugiado y no se rinden a la espera de una respuesta, de que resuelvan sus expedientes de solicitud de asilo, de que se les dé una solución. Buscando una esperanza que las pocas plantas del desierto no pueden darles.


Actualmente existen cinco categorías diferentes en los campos de refugiados de las Naciones Unidas: los refugiados reconocidos y que esperan ser reinstalados en alguno de los países que han decidido acogerlos; los refugiados reconocidos como tales, admitidos para ser reinstalados en otros países pero que exceden las cuotas previstas y que corren el riesgo de permanecer en Túnez luego de la clausura del campo; los que no tienen posibilidad de ser reinstalados porque han sido reconocidos como refugiados tras el cierre del programa que lo permitía (el 1 de diciembre de 2011); los que están a la espera de que se trate su solicitud y finalmente Meriem y sus compañeros, los que han venido a protestar a la capital, que al carecer del carácter de refugiados políticos no están bajo la competencia de la ACNUR. Ellos no tienen derecho a ser trasladados algún día a otro lugar.


Derechos suspendidos, anulados, rechazados. Hombres y mujeres, niños y ancianos que se pregunta qué habría sido de su vida de no haber perdido el tiempo protegiéndose de la arena; y que ahora protestan silenciosamente en la periferia de Túnez, frente a una oficina, con el apoyo de algunas organizaciones tunecinas (FTDSE, Cetuma, Art. 13) y de algunos activistas internacionales que han acogido a madres e hijos en sus casas para que pasaran algunas noches al resguardo del frío. Incluso activistas alemanes han mandado dinero para poder cubrir las necesidades materiales durante los días de protesta.


Las demandas no solo se plantean ante la oficina de las Naciones Unidas y ante los países occidentales que los refugiados “rechazados” consideran responsables tras la intervención de la OTAN en LIbia. También se interpela al gobierno tunecino y con él a la sociedad civil ausente, ignorante en gran parte del fenómeno migratorio y de la problemática de los refugiados en su país. El derecho de asilo no se halla efectivamente recogido en la legislación nacional y en la actual agenda del gobierno transitorio no parece ser prioritario. Un proyecto de ley de la ACNUR, presentado el verano pasado, está aún lejos de ser discutido en el parlamento.


Entre los refugiados, los organizadores de la protesta y los referentes de cada comunidad dividida por procedencia nacional, debe votarse la decisión de mantener la protesta en la capital o volver al campo de Choucha. No hay soluciones ni se hubieran podido encontrar en una semana. Finalmente en la noche del 1 de febrero partieron en autobús hacia el sur. Vuelven a vivir en el desierto pero con una cita. Porque sus demandas no terminan con la finalización de la protesta y la vuelta al campo. Cita en marzo, de nuevo en la capital. Será con ocasión del Foro Social Mundial (que se celebrará por primera vez en un país árabe, aquí en Túnez) cuando volverán para hacer oír sus voces y decir a todas las organizaciones y a los activistas presentes en el Foro que no quieren ser abandonados. Ni en el desierto, ni en el mar.

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