¿Qué piensan algunos economistas sobre la crisis y la realidad actual del capitalismo?
ALAI AMLATINA
Los análisis del economista Michael Hudson y la socióloga Erin Hatton, así como el “mensaje subliminal” de la oligarquía que se reúne en Davos, como vimos en el primer artículo (1), apuntan a la crisis estructural del capitalismo industrial en los países avanzados, o sea a la pregunta que se formula el economista Paúl Krugman (2): ¿Puede la innovación y el progreso afectar a un gran número de trabajadores, y quizás incluso a los trabajadores en general? El Nóbel de economía agrega que “muy seguido me encuentro con aseveraciones de que eso no puede suceder. Pero la verdad es que puede, y desde hace casi dos siglos economistas serios han estado conscientes de esta posibilidad”.Con toda humildad Krugman agrega algo importante: “Yo no sé cuánto de la devaluación del trabajo se puede explicar por la tecnología o los monopolios, en parte porque ha habido tan poca discusión de lo que está sucediendo. Pienso que es justo decir que el cambio del ingreso proveniente del trabajo al del capital no ha entrado todavía en nuestro discurso nacional. Empero, este cambio está sucediendo, y tiene implicaciones de talla. Por ejemplo, hay un gran empuje, profusamente financiado para reducir la tributación fiscal de las corporaciones; ¿Es esto algo que realmente queremos que suceda cuando las ganancias están surgiendo a expensas de los trabajadores? O qué decir del empuje para reducir o eliminar los impuestos por herencia; ¿Si estamos retrocediendo a un mundo en el cual el capital financiero, y no la habilidad o la educación, determinan el ingreso, queremos realmente facilitar aún más la herencia de la riqueza? Como lo dije, esta es una discusión que apenas apunta, pero es tiempo de que comience, antes que los robots o los magnates ladrones conviertan nuestra sociedad en algo irreconocible” (Robots and Robber Barons).
Automatización, globalización, monopolización…
En agosto y noviembre del 2012 el analista económico David Leonhardt, corresponsal en Washington para el New York Times (3) abordó la cuestión de la caída de los salarios y el desempleo. En su columna del 21 de agosto cita al economista Stephen Roach, quien opinó que en Estados Unidos (EE.UU.) esos problemas se deben a varios factores: competencia global; pobre desempeño de la educación; estancamiento en la innovación; impacto de la automatización; desregulación y altos costos de los servicios de salud, entre otros más.
Roach, economista de la “vieja escuela” que vigila tanto los indicadores económicos como los sociales, y que en los últimos años se especializó en la economía de China, destacó el impacto del “rápido crecimiento de las plataformas de producción integradas globalmente (deslocalización de la producción y de las cadenas de abastecimiento) que exprimió los ingresos salariales en todas las etapas del proceso de producción”. En su columna del 24 de octubre Leonhardt retoma el tema y escribe que en entrevistas con diversos economistas, “en el tope de la lista” de las causas de la baja de salarios y el desempleo “está la revolución digital, que permitió que las maquinas reemplazaran diversas formas del trabajo humano, y la ola de globalización, que permitió que millones de trabajadores con bajos salarios en todo el mundo compitieran con los estadounidenses”, y añade que los trabajadores cuyas tareas pueden ser efectuadas por computadoras, sea en las fabricas o en los comercios, han pagado un alto precio: “el sector manufacturero estadounidense produce mucho más que antes de 1979, a pesar de que está empleando casi 40 por ciento menos de trabajadores”.
En varias de sus entradas en el blog, en diciembre pasado, Krugman sigue adentrándose en el meollo de esta crisis estructural, la relación entre capital y trabajo asalariado. El día 8 confesó que en la cuestión de la desigualdad de los ingresos, “nuestros ojos han sido desviados del capital/trabajo, por varias razones. No nos parecía crucial en la década de los 90 y no suficientes personas (incluyéndome a mí) dirigimos la mirada como para notar que las cosas cambiaban. Esto tiene ecos del viejo marxismo –lo que no debería ser una razón para ignorar los hechos, pero muy seguido lo es. Y realmente tiene inconfortables implicaciones. Pero pienso que mejor es empezar a prestar atención a esas implicaciones”. El 9 de diciembre elabora sobre la tecnología y el poder de los monopolios, y las conclusiones de un estudio sobre el rápido aumento de la concentración y el poder de las empresas de los economistas Barry Linn y Philip Longman, lo cual resolvería –según Krugman- “la aparente paradoja de las ganancias que aumentan rápidamente y las bajas tasas de interés”.
La analista Izabella Kaminska (Blog de Alphaville, Financial Times, 10-12-2012), retoma a Krugman, a Linn y Longman, y opina que esto explicaría la realidad actual: Entonces los robots y el poder de la tecnología están reduciendo la tasa de empleo natural. Pero en lugar de que estemos subsidiando a aquellos que han perdido sus trabajos por la tecnología, de manera a expandir el maná de riquezas que literalmente llueve sobre la superficie de la tierra sin provocar desventajas físicas, las empresas están usando su poder de monopolio para extraer rentas del capital que está creando toda esa riqueza gratuita. El mismo día el economista Dean Baker (www.cepr.net ) apunta en su blog que la cuestión que plantea Krugman sobre la distribución –de la riqueza social- “es extremadamente importante, tanto para los trabajadores que no están viendo aumentar sus niveles de vida, como también para la economía en su totalidad, puesto que la continua redistribución del ingreso hacia arriba lleva necesariamente al estancamiento como resultado de una demanda inadecuada”.
El 26 de diciembre, escribiendo sobre el crecimiento económico (Is Grow Over?), Krugman dice que si por un momento consideramos una especie de fantasioso escenario tecnológico, en el cual podemos producir robots inteligentes y capaces de hacer todo lo que una persona puede hacer, es claro que tal tecnología removería todos los límites en el PIB per capita, en tanto no contamos a los robots entre los capitas. Todo lo que uno necesita hacer es elevar el radio de robots respecto a los humanos, y obtendríamos el PIB que deseamos () ¿Y qué pasaría con la gente? Una buena pregunta. Las maquinas inteligentes quizás permitan elevar el PIB, pero también reducen la demanda de personas, incluyendo las personas inteligentes. Entonces estaríamos contemplando una sociedad que se vuelve cada vez más rica, pero en la cual todo el aumento de la riqueza va a parar a los dueños de los robots.
El mismo día, en otra entrada (Capital-biased Technological Progress), el Nóbel de economía elabora sobre la competencia entre dos sistemas de producción, uno basado en la automatización y el otro en el trabajo manual, calcula la producción y el impacto sobre los salarios, y concluye en que es obvio que en relación al costo del capital (fijo) los salarios bajan, y en que es menos obvio, pero sin embargo verdad, que los salarios reales también deben caer en términos absolutos, y que –por lo tanto- eso permite ver qué significaría un capital inclinado al progreso tecnológico, y “cómo esto podría actualmente lesionar a los trabajadores”.
El capitalismo cambia, pero su naturaleza es siempre la misma
La reflexión de Krugman –del 26 de diciembre- ya tenía una respuesta de nada menos que Robert Skidelsky –economista e historiador de la economía-quien en el primer párrafo de un artículo publicado en junio del 2012 propone imaginar “un mundo en el cual la mayoría de la gente trabajara solo 15 horas semanales. Todos recibirán un pago igual o quizás superior al que reciben ahora, porque los frutos de su trabajo serian distribuidos más equitativamente en la sociedad (4). En ese artículo Skidelsky destaca que ya existen las condiciones para hacer realidad lo que había avizorado John. M. Keynes en su escrito de 1930, “Las posibilidades económicas de nuestros nietos” (4).
El “fantasioso” escenario de Krugman, la realista propuesta de Skidelsky y la anticipación de Keynes, están en buena medida contenidas en lo que Marx escribió entre 1857 y 1858, cuando avizora la inevitable consecuencia de la automatización de las fuerzas productivas industriales: “el robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado, creado por la industria misma. Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio {deja de ser la medida} del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo. Desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos. El capital mismo es la contradicción en proceso, {por el hecho de} que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone el tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza”.
“Trabajar menos y ganar lo mismo”
Marx define muy bien la insuperable contradicción del capital, tal y como la vemos ahora en los países del capitalismo avanzado: “Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales –unas y otras aspectos diversos del desarrollo del individuo social- se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para él más que medios para producir fundándose en su mezquina base. In fact, empero constituyen las condiciones materiales para hacer saltar a esa base por los aires” (5).
Y seguidamente Marx cita un extraordinario y anónimo panfleto de 1821: “Una nación es verdaderamente rica cuando en vez de 12 horas se trabajan 6. La riqueza no es disposición de tiempo de plustrabajo” (riqueza efectiva) “sino de tiempo disponible, aparte el usado en la producción inmediata, para cada individuo y toda la sociedad” (6).
Lo que Marx y otros pensadores desde comienzos del siglo 19 avizoraron sobre el desarrollo del capitalismo industrial, sobre el impacto de la eventual automatización de la producción para la reproducción del capital –la inevitable reducción del trabajo asalariado, única fuente de la plusvalía que debe ser realizada a través del consumo, que convierte los valores de uso en valores de cambio y reproduce el capital-, la tendencia a la formación de los monopolios y del capital ficticio que acompañan los saltos tecnológicos en las fuerzas productivas, y de cómo en su desarrollo final el capital invalidaría la creación del valor de cambio, y con ello su razón de ser, todo esto es la realidad concreta y cotidiana en los países del capitalismo avanzado.
Esto es reconocido, de una u otra forma, en comentarios y análisis en los diferentes blogs y portales de economistas y analistas económicos, particularmente en EE.UU. (7), pero lo que cabe destacar es que tal preocupación no existe, y menos aun el comienzo de un debate de ideas, en la esfera política de los “partidos de gobierno” o en la tecnocracia que administra el sistema en EE.UU. o Europa, mientras que las empresas privadas analizan la situación, reconocen los problemas pero elaboran estrategias para mantener el control sobre el actual sistema (8).
Una visión que contempla los cambios ocurridos en el modo de producción y su efecto en las relaciones de producción y de cambio, y lo que representan como alternativas no capitalistas del manejo de la economía, está germinando en grupos que proponen el “decrecimiento económico” y el “ecosocialismo” como políticas para frenar el cambio climático y restablecer los dañados o destruidos ecosistemas como resultado del desarrollo capitalista. Por ejemplo, en la declaración de principios “Humanifeste du Parti communiste français à l’aube du siècle qui vient », que el PCF discutirá en su próximo congreso, hay un reconocimiento de la existencia de una crisis estructural, de que la automatización es un gran problema bajo el capitalismo pero puede ser una solución fuera del capitalismo
Por eso es importante este debate, que sin duda deberá explorar todas las facetas de esta crisis, tanto económicas como sociales, políticas y culturales, y que por lo tanto debe ser apropiado por los cientistas sociales y las organizaciones políticas y sociales de los países del capitalismo avanzado, donde se están experimentando las consecuencias de esta crisis estructural y hay necesidad y condiciones para un cambio radical, un cambio de civilización, como decía Marx.
En el tercer y último artículo, “La contrapartida de esta crisis estructural en el capitalismo avanzado”, veremos la situación y perspectivas en los países emergentes que conservaron (o adoptaron) el “papel gestor” del Estado, y que mantuvieron su soberanía en los asuntos económicos, sociales y políticos, y donde finalmente el capitalismo industrial –transnacional y nacional- se instaló y está desarrollándose.
La Vèrdiere, Francia.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
Automatización, globalización, monopolización…
En agosto y noviembre del 2012 el analista económico David Leonhardt, corresponsal en Washington para el New York Times (3) abordó la cuestión de la caída de los salarios y el desempleo. En su columna del 21 de agosto cita al economista Stephen Roach, quien opinó que en Estados Unidos (EE.UU.) esos problemas se deben a varios factores: competencia global; pobre desempeño de la educación; estancamiento en la innovación; impacto de la automatización; desregulación y altos costos de los servicios de salud, entre otros más.
Roach, economista de la “vieja escuela” que vigila tanto los indicadores económicos como los sociales, y que en los últimos años se especializó en la economía de China, destacó el impacto del “rápido crecimiento de las plataformas de producción integradas globalmente (deslocalización de la producción y de las cadenas de abastecimiento) que exprimió los ingresos salariales en todas las etapas del proceso de producción”. En su columna del 24 de octubre Leonhardt retoma el tema y escribe que en entrevistas con diversos economistas, “en el tope de la lista” de las causas de la baja de salarios y el desempleo “está la revolución digital, que permitió que las maquinas reemplazaran diversas formas del trabajo humano, y la ola de globalización, que permitió que millones de trabajadores con bajos salarios en todo el mundo compitieran con los estadounidenses”, y añade que los trabajadores cuyas tareas pueden ser efectuadas por computadoras, sea en las fabricas o en los comercios, han pagado un alto precio: “el sector manufacturero estadounidense produce mucho más que antes de 1979, a pesar de que está empleando casi 40 por ciento menos de trabajadores”.
En varias de sus entradas en el blog, en diciembre pasado, Krugman sigue adentrándose en el meollo de esta crisis estructural, la relación entre capital y trabajo asalariado. El día 8 confesó que en la cuestión de la desigualdad de los ingresos, “nuestros ojos han sido desviados del capital/trabajo, por varias razones. No nos parecía crucial en la década de los 90 y no suficientes personas (incluyéndome a mí) dirigimos la mirada como para notar que las cosas cambiaban. Esto tiene ecos del viejo marxismo –lo que no debería ser una razón para ignorar los hechos, pero muy seguido lo es. Y realmente tiene inconfortables implicaciones. Pero pienso que mejor es empezar a prestar atención a esas implicaciones”. El 9 de diciembre elabora sobre la tecnología y el poder de los monopolios, y las conclusiones de un estudio sobre el rápido aumento de la concentración y el poder de las empresas de los economistas Barry Linn y Philip Longman, lo cual resolvería –según Krugman- “la aparente paradoja de las ganancias que aumentan rápidamente y las bajas tasas de interés”.
La analista Izabella Kaminska (Blog de Alphaville, Financial Times, 10-12-2012), retoma a Krugman, a Linn y Longman, y opina que esto explicaría la realidad actual: Entonces los robots y el poder de la tecnología están reduciendo la tasa de empleo natural. Pero en lugar de que estemos subsidiando a aquellos que han perdido sus trabajos por la tecnología, de manera a expandir el maná de riquezas que literalmente llueve sobre la superficie de la tierra sin provocar desventajas físicas, las empresas están usando su poder de monopolio para extraer rentas del capital que está creando toda esa riqueza gratuita. El mismo día el economista Dean Baker (www.cepr.net ) apunta en su blog que la cuestión que plantea Krugman sobre la distribución –de la riqueza social- “es extremadamente importante, tanto para los trabajadores que no están viendo aumentar sus niveles de vida, como también para la economía en su totalidad, puesto que la continua redistribución del ingreso hacia arriba lleva necesariamente al estancamiento como resultado de una demanda inadecuada”.
El 26 de diciembre, escribiendo sobre el crecimiento económico (Is Grow Over?), Krugman dice que si por un momento consideramos una especie de fantasioso escenario tecnológico, en el cual podemos producir robots inteligentes y capaces de hacer todo lo que una persona puede hacer, es claro que tal tecnología removería todos los límites en el PIB per capita, en tanto no contamos a los robots entre los capitas. Todo lo que uno necesita hacer es elevar el radio de robots respecto a los humanos, y obtendríamos el PIB que deseamos () ¿Y qué pasaría con la gente? Una buena pregunta. Las maquinas inteligentes quizás permitan elevar el PIB, pero también reducen la demanda de personas, incluyendo las personas inteligentes. Entonces estaríamos contemplando una sociedad que se vuelve cada vez más rica, pero en la cual todo el aumento de la riqueza va a parar a los dueños de los robots.
El mismo día, en otra entrada (Capital-biased Technological Progress), el Nóbel de economía elabora sobre la competencia entre dos sistemas de producción, uno basado en la automatización y el otro en el trabajo manual, calcula la producción y el impacto sobre los salarios, y concluye en que es obvio que en relación al costo del capital (fijo) los salarios bajan, y en que es menos obvio, pero sin embargo verdad, que los salarios reales también deben caer en términos absolutos, y que –por lo tanto- eso permite ver qué significaría un capital inclinado al progreso tecnológico, y “cómo esto podría actualmente lesionar a los trabajadores”.
El capitalismo cambia, pero su naturaleza es siempre la misma
La reflexión de Krugman –del 26 de diciembre- ya tenía una respuesta de nada menos que Robert Skidelsky –economista e historiador de la economía-quien en el primer párrafo de un artículo publicado en junio del 2012 propone imaginar “un mundo en el cual la mayoría de la gente trabajara solo 15 horas semanales. Todos recibirán un pago igual o quizás superior al que reciben ahora, porque los frutos de su trabajo serian distribuidos más equitativamente en la sociedad (4). En ese artículo Skidelsky destaca que ya existen las condiciones para hacer realidad lo que había avizorado John. M. Keynes en su escrito de 1930, “Las posibilidades económicas de nuestros nietos” (4).
El “fantasioso” escenario de Krugman, la realista propuesta de Skidelsky y la anticipación de Keynes, están en buena medida contenidas en lo que Marx escribió entre 1857 y 1858, cuando avizora la inevitable consecuencia de la automatización de las fuerzas productivas industriales: “el robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado, creado por la industria misma. Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio {deja de ser la medida} del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo. Desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos. El capital mismo es la contradicción en proceso, {por el hecho de} que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone el tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza”.
“Trabajar menos y ganar lo mismo”
Marx define muy bien la insuperable contradicción del capital, tal y como la vemos ahora en los países del capitalismo avanzado: “Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales creadas de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales –unas y otras aspectos diversos del desarrollo del individuo social- se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para él más que medios para producir fundándose en su mezquina base. In fact, empero constituyen las condiciones materiales para hacer saltar a esa base por los aires” (5).
Y seguidamente Marx cita un extraordinario y anónimo panfleto de 1821: “Una nación es verdaderamente rica cuando en vez de 12 horas se trabajan 6. La riqueza no es disposición de tiempo de plustrabajo” (riqueza efectiva) “sino de tiempo disponible, aparte el usado en la producción inmediata, para cada individuo y toda la sociedad” (6).
Lo que Marx y otros pensadores desde comienzos del siglo 19 avizoraron sobre el desarrollo del capitalismo industrial, sobre el impacto de la eventual automatización de la producción para la reproducción del capital –la inevitable reducción del trabajo asalariado, única fuente de la plusvalía que debe ser realizada a través del consumo, que convierte los valores de uso en valores de cambio y reproduce el capital-, la tendencia a la formación de los monopolios y del capital ficticio que acompañan los saltos tecnológicos en las fuerzas productivas, y de cómo en su desarrollo final el capital invalidaría la creación del valor de cambio, y con ello su razón de ser, todo esto es la realidad concreta y cotidiana en los países del capitalismo avanzado.
Esto es reconocido, de una u otra forma, en comentarios y análisis en los diferentes blogs y portales de economistas y analistas económicos, particularmente en EE.UU. (7), pero lo que cabe destacar es que tal preocupación no existe, y menos aun el comienzo de un debate de ideas, en la esfera política de los “partidos de gobierno” o en la tecnocracia que administra el sistema en EE.UU. o Europa, mientras que las empresas privadas analizan la situación, reconocen los problemas pero elaboran estrategias para mantener el control sobre el actual sistema (8).
Una visión que contempla los cambios ocurridos en el modo de producción y su efecto en las relaciones de producción y de cambio, y lo que representan como alternativas no capitalistas del manejo de la economía, está germinando en grupos que proponen el “decrecimiento económico” y el “ecosocialismo” como políticas para frenar el cambio climático y restablecer los dañados o destruidos ecosistemas como resultado del desarrollo capitalista. Por ejemplo, en la declaración de principios “Humanifeste du Parti communiste français à l’aube du siècle qui vient », que el PCF discutirá en su próximo congreso, hay un reconocimiento de la existencia de una crisis estructural, de que la automatización es un gran problema bajo el capitalismo pero puede ser una solución fuera del capitalismo
Por eso es importante este debate, que sin duda deberá explorar todas las facetas de esta crisis, tanto económicas como sociales, políticas y culturales, y que por lo tanto debe ser apropiado por los cientistas sociales y las organizaciones políticas y sociales de los países del capitalismo avanzado, donde se están experimentando las consecuencias de esta crisis estructural y hay necesidad y condiciones para un cambio radical, un cambio de civilización, como decía Marx.
En el tercer y último artículo, “La contrapartida de esta crisis estructural en el capitalismo avanzado”, veremos la situación y perspectivas en los países emergentes que conservaron (o adoptaron) el “papel gestor” del Estado, y que mantuvieron su soberanía en los asuntos económicos, sociales y políticos, y donde finalmente el capitalismo industrial –transnacional y nacional- se instaló y está desarrollándose.
La Vèrdiere, Francia.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
No hay comentarios:
Publicar un comentario