Por estos días es frecuente escuchar preguntas acerca de WikiLeaks en todas partes: ¿Quién lo financia, a quién beneficia, a quién perjudica, cómo es posible que el imperio se muestre tan vulnerable?
No es difícil descubrir que quien queda más dramáticamente expuesto en los documentos sustraídos por WikiLeaks es el actual, ahora impopular, gobierno de Estados Unidos y, quizás por ello, la inusitada acción fue recibida con aprobación jubilosa en casi todas partes del mundo porque constituía un aporte de pruebas para la denuncia de sucios manejos imperiales contra los pueblos.
Diríase que la opinión pública aprobaba de antemano aquel gesto heroico de sustraer, a lo Robin Hood, papeles secretos del gobierno de Estados Unidos que ponían de manifiesto el irrespeto a la independencia de otras naciones y a la soberanía de los pueblos con que la política nacional y la diplomacia estadounidense asumen un papel que pretende ser de líder del mundo, para difundirlos a escala global.
Obviamente, tal ejercicio habría significado una extraordinaria conmoción en los procedimientos informativos establecidos.
Muchos pensaron incluso que tales revelaciones podrían ser el preludio del fin del imperio estadounidense o del fin del capitalismo. Era difícil suponer que tan inconcebibles testimonios de la violencia y del desprecio con que Estados Unidos maneja sus relaciones, no solo con sus enemigos sino también a sus amigos y asociados, fueran a quedar impunes a la luz del derecho internacional.
Las primeras revelaciones que pudieron ser apreciadas por la opinión pública mundial, por su carácter sensacionalista, hicieron pensar que las expectativas se justificaban, pero bien pronto se pudo saber que el hecho no era, como se creía, algo parecido a una absoluta libertad de difusión de la información que escapara de las reglas de control impuestas por Washington.
Pronto se hizo evidente que, por algún motivo, la disciplina que ha venido rigiendo a la supuesta libertad de prensa en el hemisferio, no había cedido en el caso del evento WikiLeaks.
No se sabe bien cómo ocurrió que los dirigentes del sitio web aceptaron que los documentos que habían logrado sustraer, para hacerlos del libre conocimiento de los pueblos, fuesen seleccionados o censurados por una agrupación de cinco de los medios más representativos de la gran prensa occidental que ha respetado históricamente las regulaciones impuestas por Estados Unidos. Se pudiera suponer que el acoso a que fue sometido por las autoridades estadounidenses de relaciones exteriores e inteligencia el máximo dirigente de WikiLeaks, fue responsable de que él cediera en esto, cual ante una retorcida de brazo.
Esos cinco medios fueron los diarios The New York Times, El País, Le Monde, Der Spiegel y The Guardian, de Estados Unidos, España, Francia, Alemania e Inglaterra, respectivamente.
Se supone que estas cinco publicaciones llegaron a una suerte de pacto con WikiLeaks sobre la base de que, antes de hacer públicos los documentos, advertirían al Departamento de Estado y se pondrían de acuerdo entre ellas para que los textos publicados se mantuvieran dentro de ciertos parámetros "éticos" acordados.
O sea, a diferencia de lo que anteriormente ocurría con las informaciones confidenciales reveladas por WikiLeaks, en esta ocasión se había instrumentado una filtración o "censura" a cargo de varios medios acostumbrados a regirse por la disciplina informativa establecida por Washington para los grandes medios occidentales que se identifican como la "mainstream media" informando, previamente a su publicación, a la administración estadounidense.
Pero más allá aún de estas dudas sobre la naturaleza verdadera de la operación WikiLeaks, están las dudas acerca de cuáles serán las fuerzas internas o elementos en Estados Unidos que están detrás del asunto o que han propiciado su ocurrencia.
No son pocos los que atribuyen la paternidad de la audaz hazaña periodística a la extrema derecha de Estados Unidos, las fuerzas neoconservadoras que perdieron, con la asunción de Barack Obama, el control total que ejercieran desde la administración de Ronald Reagan hasta la de George W. Bush.
Suponen que la contundente derrota del partido demócrata en las elecciones de medio término, abrió los apetitos de las fuerzas neoconservadoras de golpear al herido hasta asegurar su exterminio y el regreso de la ultra derecha al poder real en las elecciones del 2012, o antes.
Otras muchas respuestas se plantean a las preguntas acerca de las motivaciones reales del fenómeno WikiLeaks cuyos objetivos difícilmente pudieran calificarse de nobles o positivos, aunque su acontecer haya sido recibido con júbilo por quienes consideran merecida una sanción al presidente Barack Obama, dada su pobre actuación a favor de quienes lo eligieron en apoyo a su discurso renovador.
http://www.granma.cubaweb.cu/2010/12/02/interna/artic01.html
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