Es demasiado prematuro sacar conclusiones sobre el curso que irá a seguir Ollanta Humala en Perú, tras derrotar el 5 de junio pasado al bloque compacto que la derecha más conservadora de ese país y del continente conformó alrededor de Keiko Fujimori. Sin embargo, como ya se pudo observar en la campaña electoral que desarrolló –en estrategia y discurso-, además del tipo de mensaje que formuló en su primera gira poselectoral por varios países de Sudamérica, es previsible que se vaya a mover con bastante moderación.
Pero la victoria de Gana Perú también se dio más por la fuerza de su candidato que por la fortaleza de las clases subalternas, cuyas protestas contra el crecimiento de las desigualdades sociales no ha borrado los rasgos conservadores construidos por las clases dominantes en más de 20 años en base a un hábil uso de las secuelas dejadas por la violencia guerrillera de los 90 –particularmente de Sendero Luminoso- y el terrorismo de Estado en la era de Alberto Fujimori. No es una sorpresa observar en ese país sindicatos debilitados –muchos de ellos cooptados por tendencias “amarillistas”-, escaso reconocimiento de la indio que recorre por sus venas y una ausencia de proyección de los movimientos sociales, cuando lograron constituirse como tales, salvo aquella movilización que puso al desnudo el carácter avasallador del proyecto industrialista de Alan García en la selva peruana.
En ese contexto de la realidad peruana, que Ollanta no ignoró al momento de formar su agrupación política para las elecciones con la presencia de corrientes de izquierda y centro derecha, ni mucho menos al recibir el respaldo de otra fracción de la derecha peruana a través de Mario Vargas Llosa y Alejandro Toledo en la segunda vuelta, es que se debe entender su oferta electoral y los futuros movimientos, discursos y medidas que vaya a tomar el presidente electo.
A manera de ir cerrando esta primera parte. El 5 de junio se dio el triunfo del Perú profundo y de la periferia. Gana Perú conquistó 19 de los 25 departamentos de ese país. Perú ya no es solo Lima. Lo hizo a través del político nacionalista, cuyos orígenes políticos e ideológicos están en la resistencia al fujimorismo y en el etnocacerismo, respectivamente.
Esta victoria le da un aire fresco para América Latina en un momento de contraofensiva de los Estados Unidos: el golpe de estado contra Zelaya en junio de 2009, la instalación de cuatro bases militares en Panamá, la movilización de 10.000 efectivos a Costa Rica con el argumento de la lucha contra el narcotráfico y de un número similar a Haití a título de “ayuda humanitaria” por el terremoto y la ampliación de tropas en Colombia que efectivamente se ha registrado a pesar de no haberse instalado seis nuevas bases ante el rechazo de la Corte Suprema de Justicia colombiana al convenio firmado por Alvaro Uribe y George Bush.
Pero los desafíos y los dilemas que tendrá que enfrentar Ollanta Humala no serán pocos. La manipulación que hizo la burguesía transnacional financiera al día siguiente que se alzó victorioso, con el cierre de la Bolsa, provocando una caída del 12%, es una muestra muy clara del terrorismo económico al que está dispuesto a llegar ese bloque dominante para acorralarlo y si es posible derrocarlo. La burguesía muchas veces se quita la careta democrática cuanto siente terror y amenaza a sus intereses. De eso, cada cual a su manera, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa tienen bastante experiencia.
Un primer dilema, por tanto, será el tipo de modelo que desarrollará Ollanta para hacer posible su oferta electoral: crecimiento económico con inclusión social. Su identificación con Brasil –una de las economía más poderosas de América Latina con la que el Perú no puede compararse por varias razones- da una idea más o menos próxima de lo que se intentará hacer para no tirarse a los empresarios encima y al mismo tiempo empezar a resolver la gran deuda social provocada por el neoliberalismo. Se ha anunciado un impuesto a la ganancia extraordinaria de las empresas mineras ¿eso es posible? Habrá que estar atento.
Un segundo dilema es si el triunfo del Perú profundo es el punto de partida para construir un nuevo sistema político, radicalmente distinto al que se tuvo en más de 20 años, o más bien el punto de llegada para poner en marcha una política que le de oxigeno a la recomposición de los partidos tradicionales (el APRA ya no existe) y allane el camino para Keiko Fujimori, una joven política de derecha que seguro tendrá la paciencia para esperar, obviamente no sentada pero subvirtiendo discretamente, la culminación del periodo presidencial. Es decir, Ollanta tendrá que tomar, en breve, la decisión de abrir otros canales de amplia participación democrática del pueblo –lo que implica encontrar la manera de posicionar la idea de la Asamblea Constituyente- o seguir con la camisa de fuerza que le impone las reglas construidas por la Constitución Política del fujimorismo.
Un tercer dilema se presentará en el campo de la integración. Perú tiene firmado un TLC con Estados Unidos y desmontar la creencia colectiva de que los beneficiarios son ambos países, lo cual no explicaría el por qué ha salido de ese país más de 40 mil millones de dólares respecto de lo que ha entrado o se ha quedado, será una tarea muy difícil y compleja. Además, ese país se ha movido en el Bloque Pacífico que EE.UU. ha conformado con Chile, Colombia y México con el objetivo de cerrar el paso a la expansión del ALBA y la corriente latinoamericanista.
Por lo pronto, Ollanta, a diferencia de su primera participación electoral en 2006, ha evitado hablar del ALBA –y de los países que lo integran- y sus respuestas más bien se han inclinado por la prioridad que Perú le dará a Unasur y a otros mecanismos de integración como el MERCOSUR y la CAN. Eso lo ha dicho en Brasil, Paraguay y Argentina.
No hay duda que Estados Unidos ha recibido un duro golpe con la derrota de la derecha en Perú. Pero tampoco hay duda que Ollanta puede estar muy tentado a convertir el ejemplo de Brasil en la línea política a seguir, ignorando que la “lulalización” es viable en países como el carioca y que en otros como el peruano hay necesidad de respuestas más radicales para terminar con las diversas formas de exclusión.
Estados Unidos no va a quedarse quieto. Y en la memoria de América Latina también está registrada la capacidad imperial de convertir sus derrotas en victorias al promover capitulaciones. La historia de Lucio Gutiérrez en Ecuador es una prueba bastante aleccionadora.
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