“¿Cuándo se quebró el Perú?”, pregunta un personaje al amigo, en la notable novela de Vargas Llosa, Conversaciones en la Catedral. Los dos dan por hecho que el Perú se había quebrado. Se trataba solamente de saber cuándo. Aunque escrito hace más de cuatro décadas (1969), en la mejor época de la obra del Nobel peruano, podría retratar lo que el país vive hasta ahora.
La victoria de Ollanta Humala para la presidencia del Perú cierra un largo ciclo de gobiernos neoliberales y abre nuevas perspectivas para el país, a la vez que fortalece el campo de los procesos de integración regional y debilita la precipitada operación de construcción de un eje neoliberal, con México, Colombia y Chile, en contraposición a los gobiernos pos neoliberales.
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Al gobierno nacionalista de Velasco Alvarado (1968-1975) le siguió una serie de gobiernos que buscaron desarticular los avances del gobierno de Velasco, tanto en el plano de la reforma agraria, como en la construcción de un proyecto nacional en el Perú. Fue derrocado por un golpe militar ejecutado por su ministro Morales Bermúdez, que gobernó hasta 1980.
Luego vino Alan García (1985-1990), del partido más estructurado del Perú, el APRA, que intentó una moratoria de la deuda externa peruana, no recibió siquiera apoyo de los gobiernos de la región, no logró controlar la inflación y cayó, sin respaldo interno. En su sucesión se enfrentaron Vargas Llosa, con un programa claramente neoliberal, y el desconocido Alberto Fujimori, que se valió para triunfar del rechazo al estilo aristocrático del escritor.
En el gobierno, Alberto Fujimori (1990-2000) asumió un proyecto de contrainsurgencia que, a la vez que combatía la guerrilla de Sendero Luminoso, destruía la espina dorsal del fuerte movimiento popular peruano, tanto en el campo como en la ciudad. Entre las acciones de Sendero –que atacaron también a las fuerzas populares que no se sometían a su acción- y las acciones del ejército, el movimiento popular peruano sufrió, bajo un fuego cruzado, acciones demoledoras que lo redujo a la mínima expresión. Fujimori dio un golpe, cerró el Congreso e intervino en la Justicia (para lo cual recibió, vergonzosamente para nosotros, el apoyo de Fernando Henrique Cardoso, FHC), extendió su mandato, pero terminó cayendo debido a procesos de corrupción y violencia, por lo que, tras huir a Japón, fue condenado a 23 años de prisión, pena que cumple actualmente.
Fue a partir de esa destrucción de la capacidad de defensa y resistencia del movimiento popular que se erigió el proyecto neoliberal en el Perú, mediante los gobiernos de Fujimori, Toledo (2001-2006) y Alan García (2006-2011) cubriendo un periodo de más de 20 años, en el que la economía peruana volvió a crecer, en base a una extensa explotación extractivista exportadora de las riquezas del país, centrada en el ingreso masivo de las empresas extranjeras. Las condiciones no podrían ser mejores para esas empresas, dado que la tributación general en el país gira en torno al 15% del PIB, lo que no deja recursos para que los gobiernos impulsen políticas sociales.
Se repitió así con Fujimori, Toledo y Alan García, el mismo patrón de gobierno: continuidad del alto crecimiento del PIB, centrado en la exportación de minerales –oro, zinc, cobre, gas, básicamente-, sin políticas sociales, con gobiernos que, electos, perdían popularidad de forma estrepitosa, sea por la corrupción que los envolvió a todos, sea por la falta de políticas sociales redistributivas.
En la elección anterior se enfrentaron el proyecto nacionalista de Ollanta Humala y Alan García. Valiéndose de una fuerte campaña de miedo, después que Ollanta había triunfado en la primera vuelta, con el apoyo explícito de Hugo Chávez, García triunfó por un pequeño margen y volvió al gobierno, esta vez para dar continuidad a los programas neoliberales de sus antecesores y sufrir el mismo tipo de desgaste. A finales de su gobierno, ya con menos del 10% de apoyo, Toledo había firmado un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. A pesar de no comprometerse explícitamente a mantenerlo durante la campaña, García asumió el TLC y consolidó la apertura neoliberal de la economía peruana. Con la recesión norteamericana, sin embargo, el Perú pasó a tener a China como su principal asociado y a Brasil un socio muy importante, ambos con crecientes inversiones en el país.
La invasión de tierras indígenas en la región amazónica por empresas transnacionales para explotar sus riquezas minerales llevó al despertar de importantes movimientos indígenas, lo que ocasionó, entre otros conflictos, una masacre (llamada el Baguazo), en junio de 2009, donde hubo 34 muertos, por la resistencia indígena a la ocupación de tierras para la explotación mineral. El Congreso peruano aprobó en ese momento una legislación que contemplaba la consulta a los movimientos indígenas sobre las inversiones.
Esa legislación pasó a constituirse en un obstáculo para las inversiones ya existentes y para otras ya programadas, pero el gobierno nunca la reglamentó, promoviendo situaciones de incertidumbre, tanto para las inversiones, como para los movimientos indígenas. Días antes de la segunda vuelta de las elecciones de esta semana, un movimiento paró la región de Puno, solo aceptando suspenderlo por la intervención de Ollanta, pero con la perspectiva de retomarlo enseguida, si no hay solución para sus reivindicaciones.
Movimientos de este tipo hicieron que el país tuviera que reconocer a la región amazónica como región importante para el Perú y despertaron movimientos antes poco conocidos en el país, promoviendo los conflictos sociales más importantes, que se deben prolongar en el nuevo gobierno.
El desprestigio de García hizo que su partido prácticamente desapareciera –alcanzó apenas 4 parlamentarios-, dejando abierta la sucesión, para la cual se presentaron varios candidatos neoliberales, entre ellos Toledo, un ex-ministro de economía de García, un ex-alcalde de Lima, la hija de Fujimori, frente al único candidato que criticaba el modelo, Ollanta Humala. El APRA ni siquiera consiguió presentar un candidato propio, con García apoyando al candidato neoliberal que llegara a la segunda vuelta.
Humala recicló sus posiciones hacia un modelo de continuidad del desarrollo, pero con redistribución de la renta mediante la elevación de las tasas a las inversiones mineras y políticas sociales, modelo próximo al de Lula. Consiguió apoyo popular, especialmente en el interior del país, para llegar de nuevo en primer lugar en la segunda vuelta, esta vez contra Keiko, la hija de Fujimori, que gozaba también de apoyo popular, basado en las políticas asistencialistas de su padre en la lucha contra Sendero Luminoso. En un viaje oficial al Perú, cuando se encontró con García, Lula recibió públicamente también a Ollanta, con quien intercambió opiniones sobre las experiencias brasileñas en la construcción de alternativas al neoliberalismo. Desde entonces, Ollanta vino a Brasil, tanto en la elección de Dilma, cuánto en su posesión, consolidando lazos con Lula, Dilma y el PT, lo que se tradujo, inclusive, en apoyo político a la campaña de Ollanta. (Mientras los tucanos, avergonzados, se inclinaban por Keiko, hija del amigo de FHC).
La segunda vuelta fue muy intransigente, tanto en la disputa los votos como en las acusaciones. El apoyo de la vieja mídia peruana, fuertemente alineada con Keiko y las campañas, conocidas por nosotros, de calumnias y terror contra Ollanta –al punto de llegar a indignar a Vargas Llosa, que rompió con el tradicional periódico El Comercio, en el cual históricamente publicaba sus columnas-, incluyó falsas acusaciones e intercepciones telefónicas a Ollanta y, horas antes de la apertura de la votación, una sospechosa acción, atribuida a Sendero Luminoso.
En la fase final de la campaña, las manifestaciones callejeras y los mensajes por Internet en rechazo a Keiko, en los que se alertaba sobre los riesgos del retorno de la camarilla del gobierno de su padre –gobierno en el que ella participó como primera dama-, contribuyeron a la victoria apretada de Ollanta. Triunfo alcanzado, a pesar del sólido apoyo a Keiko de la clase media y de la oligarquía peruana en Lima y en regiones del norte del país, además del respaldo del gobierno de García y de los dos candidatos neoliberales derrotados. De su lado, Toledo, que fue elegido tras las movilizaciones populares que derrotaron a Fujimori, quedó en cuarto lugar y apoyó a Ollanta.
Ollanta supo, en la segunda vuelta, establecer alianzas para conseguir el triunfo, renunciando a algunas propuestas de su programa inicial, como nacionalizaciones de empresas y convocatoria a una Asamblea Constituyente.
Su triunfo cierra el ciclo de 20 años de gobiernos neoliberales en el Perú, y el mismo se da en el marco de compromisos ya establecidos, como el TLC con Estados Unidos. Pero incluso en ese marco, habrá una clara aproximación con el Mercosur y, en particular con Brasil, ora por afinidades políticas, ora por los intereses económicos mutuos entre los dos países, y un distanciamiento del polo neoliberal que México, Colombia y Chile pretendían construir, como alternativa a los procesos de integración regional que involucran a la mayoría de los países de la región.
Se abre para el Perú el camino de poner en práctica políticas sociales redistributivas –eje fuerte de la campaña de Humala y, de alguna forma, también de Keiko– y una nueva inserción internacional del país, que pasa a sumarse a los gobiernos pos neoliberales de la región. No se puede definir precisamente cuando el Perú se había quebrado, pero ciertamente siguió por ese camino en las dos últimas décadas y 2011 marca el momento en que el país, bajo el liderazgo de Ollanta y con fuerte respaldo popular, comienza a transitar hacia un proyecto de amplia democratización económica, social, política y cultural.
Emir Sader sociólogo brasileño, actualmente secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Fuente: http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1181
La victoria de Ollanta Humala para la presidencia del Perú cierra un largo ciclo de gobiernos neoliberales y abre nuevas perspectivas para el país, a la vez que fortalece el campo de los procesos de integración regional y debilita la precipitada operación de construcción de un eje neoliberal, con México, Colombia y Chile, en contraposición a los gobiernos pos neoliberales.
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Al gobierno nacionalista de Velasco Alvarado (1968-1975) le siguió una serie de gobiernos que buscaron desarticular los avances del gobierno de Velasco, tanto en el plano de la reforma agraria, como en la construcción de un proyecto nacional en el Perú. Fue derrocado por un golpe militar ejecutado por su ministro Morales Bermúdez, que gobernó hasta 1980.
Luego vino Alan García (1985-1990), del partido más estructurado del Perú, el APRA, que intentó una moratoria de la deuda externa peruana, no recibió siquiera apoyo de los gobiernos de la región, no logró controlar la inflación y cayó, sin respaldo interno. En su sucesión se enfrentaron Vargas Llosa, con un programa claramente neoliberal, y el desconocido Alberto Fujimori, que se valió para triunfar del rechazo al estilo aristocrático del escritor.
En el gobierno, Alberto Fujimori (1990-2000) asumió un proyecto de contrainsurgencia que, a la vez que combatía la guerrilla de Sendero Luminoso, destruía la espina dorsal del fuerte movimiento popular peruano, tanto en el campo como en la ciudad. Entre las acciones de Sendero –que atacaron también a las fuerzas populares que no se sometían a su acción- y las acciones del ejército, el movimiento popular peruano sufrió, bajo un fuego cruzado, acciones demoledoras que lo redujo a la mínima expresión. Fujimori dio un golpe, cerró el Congreso e intervino en la Justicia (para lo cual recibió, vergonzosamente para nosotros, el apoyo de Fernando Henrique Cardoso, FHC), extendió su mandato, pero terminó cayendo debido a procesos de corrupción y violencia, por lo que, tras huir a Japón, fue condenado a 23 años de prisión, pena que cumple actualmente.
Fue a partir de esa destrucción de la capacidad de defensa y resistencia del movimiento popular que se erigió el proyecto neoliberal en el Perú, mediante los gobiernos de Fujimori, Toledo (2001-2006) y Alan García (2006-2011) cubriendo un periodo de más de 20 años, en el que la economía peruana volvió a crecer, en base a una extensa explotación extractivista exportadora de las riquezas del país, centrada en el ingreso masivo de las empresas extranjeras. Las condiciones no podrían ser mejores para esas empresas, dado que la tributación general en el país gira en torno al 15% del PIB, lo que no deja recursos para que los gobiernos impulsen políticas sociales.
Se repitió así con Fujimori, Toledo y Alan García, el mismo patrón de gobierno: continuidad del alto crecimiento del PIB, centrado en la exportación de minerales –oro, zinc, cobre, gas, básicamente-, sin políticas sociales, con gobiernos que, electos, perdían popularidad de forma estrepitosa, sea por la corrupción que los envolvió a todos, sea por la falta de políticas sociales redistributivas.
En la elección anterior se enfrentaron el proyecto nacionalista de Ollanta Humala y Alan García. Valiéndose de una fuerte campaña de miedo, después que Ollanta había triunfado en la primera vuelta, con el apoyo explícito de Hugo Chávez, García triunfó por un pequeño margen y volvió al gobierno, esta vez para dar continuidad a los programas neoliberales de sus antecesores y sufrir el mismo tipo de desgaste. A finales de su gobierno, ya con menos del 10% de apoyo, Toledo había firmado un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. A pesar de no comprometerse explícitamente a mantenerlo durante la campaña, García asumió el TLC y consolidó la apertura neoliberal de la economía peruana. Con la recesión norteamericana, sin embargo, el Perú pasó a tener a China como su principal asociado y a Brasil un socio muy importante, ambos con crecientes inversiones en el país.
La invasión de tierras indígenas en la región amazónica por empresas transnacionales para explotar sus riquezas minerales llevó al despertar de importantes movimientos indígenas, lo que ocasionó, entre otros conflictos, una masacre (llamada el Baguazo), en junio de 2009, donde hubo 34 muertos, por la resistencia indígena a la ocupación de tierras para la explotación mineral. El Congreso peruano aprobó en ese momento una legislación que contemplaba la consulta a los movimientos indígenas sobre las inversiones.
Esa legislación pasó a constituirse en un obstáculo para las inversiones ya existentes y para otras ya programadas, pero el gobierno nunca la reglamentó, promoviendo situaciones de incertidumbre, tanto para las inversiones, como para los movimientos indígenas. Días antes de la segunda vuelta de las elecciones de esta semana, un movimiento paró la región de Puno, solo aceptando suspenderlo por la intervención de Ollanta, pero con la perspectiva de retomarlo enseguida, si no hay solución para sus reivindicaciones.
Movimientos de este tipo hicieron que el país tuviera que reconocer a la región amazónica como región importante para el Perú y despertaron movimientos antes poco conocidos en el país, promoviendo los conflictos sociales más importantes, que se deben prolongar en el nuevo gobierno.
El desprestigio de García hizo que su partido prácticamente desapareciera –alcanzó apenas 4 parlamentarios-, dejando abierta la sucesión, para la cual se presentaron varios candidatos neoliberales, entre ellos Toledo, un ex-ministro de economía de García, un ex-alcalde de Lima, la hija de Fujimori, frente al único candidato que criticaba el modelo, Ollanta Humala. El APRA ni siquiera consiguió presentar un candidato propio, con García apoyando al candidato neoliberal que llegara a la segunda vuelta.
Humala recicló sus posiciones hacia un modelo de continuidad del desarrollo, pero con redistribución de la renta mediante la elevación de las tasas a las inversiones mineras y políticas sociales, modelo próximo al de Lula. Consiguió apoyo popular, especialmente en el interior del país, para llegar de nuevo en primer lugar en la segunda vuelta, esta vez contra Keiko, la hija de Fujimori, que gozaba también de apoyo popular, basado en las políticas asistencialistas de su padre en la lucha contra Sendero Luminoso. En un viaje oficial al Perú, cuando se encontró con García, Lula recibió públicamente también a Ollanta, con quien intercambió opiniones sobre las experiencias brasileñas en la construcción de alternativas al neoliberalismo. Desde entonces, Ollanta vino a Brasil, tanto en la elección de Dilma, cuánto en su posesión, consolidando lazos con Lula, Dilma y el PT, lo que se tradujo, inclusive, en apoyo político a la campaña de Ollanta. (Mientras los tucanos, avergonzados, se inclinaban por Keiko, hija del amigo de FHC).
La segunda vuelta fue muy intransigente, tanto en la disputa los votos como en las acusaciones. El apoyo de la vieja mídia peruana, fuertemente alineada con Keiko y las campañas, conocidas por nosotros, de calumnias y terror contra Ollanta –al punto de llegar a indignar a Vargas Llosa, que rompió con el tradicional periódico El Comercio, en el cual históricamente publicaba sus columnas-, incluyó falsas acusaciones e intercepciones telefónicas a Ollanta y, horas antes de la apertura de la votación, una sospechosa acción, atribuida a Sendero Luminoso.
En la fase final de la campaña, las manifestaciones callejeras y los mensajes por Internet en rechazo a Keiko, en los que se alertaba sobre los riesgos del retorno de la camarilla del gobierno de su padre –gobierno en el que ella participó como primera dama-, contribuyeron a la victoria apretada de Ollanta. Triunfo alcanzado, a pesar del sólido apoyo a Keiko de la clase media y de la oligarquía peruana en Lima y en regiones del norte del país, además del respaldo del gobierno de García y de los dos candidatos neoliberales derrotados. De su lado, Toledo, que fue elegido tras las movilizaciones populares que derrotaron a Fujimori, quedó en cuarto lugar y apoyó a Ollanta.
Ollanta supo, en la segunda vuelta, establecer alianzas para conseguir el triunfo, renunciando a algunas propuestas de su programa inicial, como nacionalizaciones de empresas y convocatoria a una Asamblea Constituyente.
Su triunfo cierra el ciclo de 20 años de gobiernos neoliberales en el Perú, y el mismo se da en el marco de compromisos ya establecidos, como el TLC con Estados Unidos. Pero incluso en ese marco, habrá una clara aproximación con el Mercosur y, en particular con Brasil, ora por afinidades políticas, ora por los intereses económicos mutuos entre los dos países, y un distanciamiento del polo neoliberal que México, Colombia y Chile pretendían construir, como alternativa a los procesos de integración regional que involucran a la mayoría de los países de la región.
Se abre para el Perú el camino de poner en práctica políticas sociales redistributivas –eje fuerte de la campaña de Humala y, de alguna forma, también de Keiko– y una nueva inserción internacional del país, que pasa a sumarse a los gobiernos pos neoliberales de la región. No se puede definir precisamente cuando el Perú se había quebrado, pero ciertamente siguió por ese camino en las dos últimas décadas y 2011 marca el momento en que el país, bajo el liderazgo de Ollanta y con fuerte respaldo popular, comienza a transitar hacia un proyecto de amplia democratización económica, social, política y cultural.
Emir Sader sociólogo brasileño, actualmente secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Fuente: http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article1181
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