Tanto la victoria de Ollanta Humala, como la derrota de Keiko Fujimori en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales celebradas el pasado domingo en Perú constituyen factores de tranquilidad para muchas personas en ese país y en el mundo.
Mostrar / Ocultar ▼▲
Como es sabido, la llegada de la hija del ex presidente Alberto Fujimori a la presidencia habría significado la restauración de un régimen que sometió a los poderes Legislativo y Judicial, cometió graves atropellos contra los derechos humanos, impuso en el país un modelo neoliberal particularmente descarnado, y toleró y propició la corrupción en la administración pública. El miedo, más que el repudio, ante tal perspectiva, unificó en torno a la candidatura del militar retirado a buena parte del espectro político peruano. Es ilustrativo que, ante la posibilidad de un retorno del fujimorismo, hasta Mario Vargas Llosa acudió a dar al hoy presidente electo un respaldo que en otras circunstancias habría sido impensable, habida cuenta de las tajantes diferencias ideológicas entre ambos. Ese vuelco explica, en buena medida, que el candidato triunfador haya conseguido remontar las tendencias que en principio favorecían a su rival
Humala encabeza una propuesta política con sentido social moderado y partidaria de la integración latinoamericana. Tras perder los comicios presidenciales de hace cinco años frente a Alan García, el ex militar experimentó un corrimiento al centro y pasó de reconocerse en el presidente venezolano, Hugo Chávez, a inspirarse en el ex mandatario brasileño Luis Inazio Lula da Silva. Es partidario de una política social de inclusión de los sectores sociales más desfavorecidos, pero también ha extendido seguridades de que los ejes macroeconómicos del país se mantendrán, en lo esencial, intactos. Pese a ello, la oligarquía financiera y los capitales trasnacionales que operan en Perú provocaron una grave caída de la bolsa de valores el día mismo en que se reconoció el triunfo electoral de Humala.
Pero así como resulta reconfortante la victoria de éste, es inquietante que Fujimori haya logrado apoyos electorales sólidos del empresariado oligárquico y del aún presidente Alan García, los cuales se tradujeron en una votación de 48.5 por ciento para la hija del ex presidente ahora encarcelado por delitos graves. El hecho de que el fujimorismo siga siendo una opción política válida y hasta deseable para millones de peruanos habla, quizá, del desencanto de los ciudadanos del país sudamericano con los procedimientos democráticos. En todo caso, es claro que el fujimorismo hará valer su peso y su arrastre social para tratar de impedir, durante la próxima administración, reformas de gran calado o eventuales acciones de procuración de justicia orientadas a combatir la impunidad.
Más allá de tales nubarrones, cabe esperar que la administración que en breve se iniciará bajo el liderazgo de Ollanta Humala sea capaz no sólo de sortear los nubarrones políticos sino, sobre todo, de avanzar en la superación de los terribles rezagos sociales que afectan a su país, en la consolidación de la soberanía y en la confluencia con otros gobiernos de la región para dar un nuevo impulso a los procesos de integración política y económica que tienen lugar en Sudamérica.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/06/07/index.php?section=opinion&article=002a1edi
Mostrar / Ocultar ▼▲
Como es sabido, la llegada de la hija del ex presidente Alberto Fujimori a la presidencia habría significado la restauración de un régimen que sometió a los poderes Legislativo y Judicial, cometió graves atropellos contra los derechos humanos, impuso en el país un modelo neoliberal particularmente descarnado, y toleró y propició la corrupción en la administración pública. El miedo, más que el repudio, ante tal perspectiva, unificó en torno a la candidatura del militar retirado a buena parte del espectro político peruano. Es ilustrativo que, ante la posibilidad de un retorno del fujimorismo, hasta Mario Vargas Llosa acudió a dar al hoy presidente electo un respaldo que en otras circunstancias habría sido impensable, habida cuenta de las tajantes diferencias ideológicas entre ambos. Ese vuelco explica, en buena medida, que el candidato triunfador haya conseguido remontar las tendencias que en principio favorecían a su rival
Humala encabeza una propuesta política con sentido social moderado y partidaria de la integración latinoamericana. Tras perder los comicios presidenciales de hace cinco años frente a Alan García, el ex militar experimentó un corrimiento al centro y pasó de reconocerse en el presidente venezolano, Hugo Chávez, a inspirarse en el ex mandatario brasileño Luis Inazio Lula da Silva. Es partidario de una política social de inclusión de los sectores sociales más desfavorecidos, pero también ha extendido seguridades de que los ejes macroeconómicos del país se mantendrán, en lo esencial, intactos. Pese a ello, la oligarquía financiera y los capitales trasnacionales que operan en Perú provocaron una grave caída de la bolsa de valores el día mismo en que se reconoció el triunfo electoral de Humala.
Pero así como resulta reconfortante la victoria de éste, es inquietante que Fujimori haya logrado apoyos electorales sólidos del empresariado oligárquico y del aún presidente Alan García, los cuales se tradujeron en una votación de 48.5 por ciento para la hija del ex presidente ahora encarcelado por delitos graves. El hecho de que el fujimorismo siga siendo una opción política válida y hasta deseable para millones de peruanos habla, quizá, del desencanto de los ciudadanos del país sudamericano con los procedimientos democráticos. En todo caso, es claro que el fujimorismo hará valer su peso y su arrastre social para tratar de impedir, durante la próxima administración, reformas de gran calado o eventuales acciones de procuración de justicia orientadas a combatir la impunidad.
Más allá de tales nubarrones, cabe esperar que la administración que en breve se iniciará bajo el liderazgo de Ollanta Humala sea capaz no sólo de sortear los nubarrones políticos sino, sobre todo, de avanzar en la superación de los terribles rezagos sociales que afectan a su país, en la consolidación de la soberanía y en la confluencia con otros gobiernos de la región para dar un nuevo impulso a los procesos de integración política y económica que tienen lugar en Sudamérica.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/06/07/index.php?section=opinion&article=002a1edi
No hay comentarios:
Publicar un comentario