Oye, vayamos a McGlinchey’s, el bar más barato en Center City. Cuando entré a ese lugar por primera vez en 1982 tenía solo 18 años, de modo que para parecer más legal, me puse una chaqueta de viejo, comprada en una tienda de segunda mano por dos dólares. Adentro, me encantó descubrir que un vaso de cerveza de barril Rolling Rock costaba solo 50 centavos, y un perrito caliente 25. Ahora valen 1,25 dólares y 75 centavos, respectivamente. Ese bar de mala muerte, mi clase, sigue siendo baratísimo, pero así es la inflación.
La inflación son tus dólares que se desvalorizan. Es tu dinero que cae, cae, cae, depreciándose a medida que la Reserva Federal inyecta más dólares a nuestro sistema bancario. Y ya que los mayores bancos son los dueños de la Reserva Federal, la Fed es el sistema bancario. Cada vez que esos bancos se otorgan dinero para prestártelo con intereses, tus dólares pierden un poco de valor.
Aunque es percibida por la mayoría de los estadounidenses como una agencia gubernamental, incluso la Reserva Federal admite que es “una entidad independiente dentro del gobierno, que tiene propósitos públicos y aspectos privados”. Como “entidad independiente” la Fed no sufre de control presidencial o de supervisión del Congreso. Aunque su Consejo de Gobernadores es nombrado por el presidente de EE.UU., cada uno de sus siete miembros sirve durante 14 años (¡!) y solo un miembro se reemplaza cada dos años. Ocultos de la atención pública, esos sospechosos señores son más durables que todos nuestros presidentes, senadores y congresistas, y ciertamente más poderosos, ya que representan a bancos que financian a todos nuestros políticos, sus abyectos sirvientes. La Fed también puede inflacionar, deflacionar, estrangular, violar o desangrar la economía global. Con tanta influencia, no le importa que una auditoría del Congreso en 2011, la primera, haya logrado descubrir que en menos de tres años la Fed prestó 16,1 billones [millones de millones] de dólares a Citygroup, Morgan Stanley, Merrill Lynch y Bank of America, así como a bancos del Reino Unido, Alemania, Suiza, Francia y Bélgica. Esta suma astronómica es mayor que nuestra deuda nacional o incluso que el PIB, de modo que, ¿de dónde diablos provino? De ninguna parte. Apareció sin rastro. Con poder divino, la Fed puede exorcizar la vida con dinero, y por lo tanto casi todo lo demás. Aquí una mansión, allí un yate, y ahora, con unas pocas pulsaciones en el teclado, un esclavo de primera mano, ¡o muchos, muchos esclavos!
Inconscientemente el pensamiento, papito, envíanos dinero, los infantiles ven cada gran aumento de suministro de dinero como dólares que se derraman por el sistema, beneficiando a todos, pero si la distensión cuantitativa fuera una bala mágica, Weimar y Zimbabue serían historias exitosas. Si pudiéramos monetizar un camino para salir de líos, ¿por qué no pagar todas nuestras deudas ahora mismo con dinero recién producido y evitar los dolorosos pagos de intereses? ¿Por qué no reanimar esta economía enviando un inmenso cheque a cada ciudadano? No unos miserables 600 dólares, como hizo Bush, ¿sino mil millones de dólares a cada hombre, mujer, niño y perro? No es posible porque nuestros acreedores no son tontos. Como dijo Vladimir Putin de nosotros: “Viven como parásitos de la economía global y su monopolio del dólar”. Por lo tanto Rusia, China, Japón, Brasil y los demás numerosos acreedores de nuestro país no se sintieron reasegurados ni divertidos cuando Allan Greenspan explicó que “EE.UU. puede pagar cualquier deuda que tiene porque siempre podemos imprimir dinero para hacerlo”.
La Reserva Federal solía decirnos cuántos dólares había en circulación, pero en marzo de 2006 dejó de hacerlo. Un hombre cuerdo deduciría que quería ocultar cuánta inflación estaba generando, pero no, esa repentina opacidad fue simplemente una medida de reducción de costes, explicó la Fed, la pródiga Fed que chorreaba dinero.
Para comprender de inmediato cuánto se ha depreciado tu dólar, basta con considerar el precio del oro. En 1982, una onza valía menos de 500 dólares. Ahora ha sobrepasado los 1.800. El aumento del precio del oro también indica que la gente está perdiendo confianza en su sistema económico, político y social, y que teme por el futuro inmediato. Cuando se dispara el oro, la casa se va cayendo. Id a algún vecindario vietnamita o camboyano y veréis una cantidad extraordinaria de negocios de joyería que venden oro. La gente traumatizada por la guerra y la dictadura no confía en los bancos o incluso en el dinero, sino solo en el oro para que le ayude a sobrevivir cualquier desorden social.
De modo que si el dólar está bajando, ¿para qué acumularlo? Ante todo, los gobiernos extranjeros tienen que tener dólares para comprar petróleo, porque ningún país puede vender petróleo por otra cosa que dólares. Los únicos renegados de esta regla son Irán y Venezuela. Al aceptar yuanes chinos por petróleo, han sido constantemente amenazados por Washington. Si euros, yuanes, yens, o rublos fueran generalmente aceptados por petróleo, EE.UU. se convertiría rápidamente en irrelevante y nadie tendría que enviarnos productos reales por nuestro papel cada vez más despreciable.
Este sistema del petrodólar ha sido impuesto por los militares de EE.UU. Como descubrieron Sadam Hussein y Muamar Gadafi, EE.UU. hará llover bombas sobre las cabezas de tu pueblo si tratas de escapar de este chanchullo. Gadafi quiso nacionalizar los campos petroleros de Libia. También propuso una moneda común para África. En su comercio entre ellos, los países africanos podrían entonces liberarse de la tiranía del dólar, pero una insolencia semejante no podía pasar sin castigo. EE.UU. te pondría una pistola en la sien para asegurarse de que sigas tragando su moneda.
Al ganar dinero con intereses, los bancos generan deuda para ti y para mí, y para el propio gobierno. El sistema se rescata para que no nos ahoguemos y para asegurar que sigamos gastando más allá de nuestros medios, tiene que hacer que deliremos con deseos. De ahí la interminable seducción por dondequiera se mire. No pienses o reflexiones. Deseo. En 1982, había solo un televisor en McGlinchey’s. Ahora hay cuatro. Mientras resuena la música, los incesantes señuelos parpadean sobre nuestras cabezas. Compra esto, compra eso, jódeme, o más bien, ama mi espejismo.
Virtudes tradicionales como prudencia y autocontrol han sido descartadas y reemplazadas por un apetito insaciable que alimenta la frustración, el aburrimiento, el adormecimiento y la violencia. En 2009, a cinco cuadras de aquí, una turba repentina atacó a un hombre de 56 años que iba del trabajo a su casa. Lo golpearon hasta dejarlo inconsciente y le robaron sus tarjetas de crédito. Uno de los perpetradores se compró entonces 5.000 dólares de mercancías de Ralph Lauren, Giorgio Armani y otras de lujo. Ordenó que el botín se entregases en su casa, y así capturaron a Stephen Lyde de veintiún años. Aunque pobre, y obviamente sin experiencia con una tarjeta de crédito, Lyde deseaba todas las cosas finas que poseían los de arriba, y exactamente como muchos de ellos, estaba dispuesto a la violencia. A diferencia de los pillos elegantes, sin embargo, Lyde golpeó directamente a su víctima. Si EE.UU. fuera a comenzar una guerra más, ¿cuántos accionistas se alegrarían?
Nuestro sistema bancarios gana dinero de la nada, nos presta dinero que ni siquiera tiene, y con Washington como su protector y vigilante, asegura que poseamos cada vez menos, mientras trabajamos más y más para hacer un pago tras otro interminable pago, con interés compuesto, multas, honorarios y todo lo demás que se le ocurre que puede seguir agregando. La Reserva Federal, por lo tanto, no es una institución con “propósitos públicos y aspectos privados”, sino todo lo contrario. Como nuestro propio gobierno federal, es un cártel con objetivos privados implacables ocultos tras una fachada pública.
La Fed tiene propósitos privados y aspectos públicos, y mientras ese parásito controle nuestras billeteras y nuestro gobierno, podemos contar con más guerras, bancarrota, embargos, una inflación cada vez más severa y frenéticos saqueos de todo tipo.
Linh Dinh es autor de dos libros de cuentos, cinco de poemas, y una novela recién publicada Love Like Hate. Rastrea nuestro paisaje social en deterioro a través de su fotoblog frecuentemente actualizado, State of the Union.
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