A partir del próximo febrero, durante siete meses, los Museos Capitolinos de Roma albergarán un tesoro que incluirá, por ejemplo, la carta de León X a Lutero para anunciarle que sería excomulgado, las actas del proceso a Galileo Galilei o las misivas de parlamentarios ingleses a Clemente VII sobre la causa matrimonial de Enrique VIII. También podrá verse la bula de Alejandro VI, de mayo de 1493, dirigida a los Reyes Católicos, en la que repartió entre España y Portugal las nuevas tierras conquistadas en América.
Los 85 kilómetros de anaqueles del Archivo Secreto Vaticano contienen información impagable sobre la historia de la humanidad. Está registrada la acción de la Iglesia y los numerosos entresijos diplomáticos entre los países. El papado es una institución única. Ninguna otra ha mantenido, con carácter ininterrumpido y durante tanto tiempo, un protagonismo de esa relevancia en la escena internacional.
Los organizadores de la exposición, bajo el título de Lux in arcana. L'Archivio Segreto Vaticano si rivela (luz en los enigmas, el Archivo Secreto Vaticano se revela), están dando a conocer a la prensa, en cuentagotas, la identidad de los documentos que serán expuestos. Quieren que la muestra tenga un impacto global, que sea visita obligada para los historiadores y genere curiosidad entre el público en general. Hay mucha expectación por saber qué documentos serán exhibidos sobre el llamado “periodo cerrado” de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de material del pontificado de Pío XII –polémico candidato a la beatificación–, un periodo que aún está vetado a la consulta pero en el que se harán algunas excepciones, con permiso expreso de la Secretaría de Estado.
Coincidiendo con el día de hoy, 12 de octubre, exactamente 519 años después de la llegada de Cristóbal Colón a tierras americanas, los responsables de la muestra y del Archivo Secreto Vaticano han revelado en exclusiva a La Vanguardia que entre el centenar de documentos de Lux in arcana figurará la bula Inter cetera de Alejandro VI –el valenciano Rodrigo de Borja– en la que, siguiendo criterios geográficos bastante inexactos, distribuyó entre España y Portugal los dominios en el Nuevo Mundo, con la expresa condición de que los habitantes de esos territorios fueran evangelizados.
La bula alejandrina, llamada también bula de partición, tiene una historia compleja. Se realizó una primera versión, con fecha 3 de mayo de 1493, pero su contenido no satisfizo a los destinatarios porque no quedaba clara la división territorial. Podía interpretarse demasiado favorable a España en detrimento de Portugal, cuyo soberano, Juan II, reivindicaba también con fuerza sus derechos. Por eso, tras las consiguientes gestiones diplomáticas, se realizó una segunda versión, datada retroactivamente el 4 de mayo de 1493 –aunque su redactado real fue posterior–, en la que Alejandro VI, como árbitro aceptado por las dos partes, establecía el dominio español en todos los territorios descubiertos, hasta entonces y en el futuro, situados al oeste de un meridiano imaginario, a unas cien leguas de las islas Azores y de las islas de Cabo Verde. Esta división geográfica resultó en la práctica incorrecta e inaplicable, pero al menos estableció un principio genérico de reparto. Un año después, en 1494, un acuerdo diplomático hispanoluso, el tratado de Tordesillas, corrigió las zonas de influencia y desplazó en 370 millas el meridiano fijado por el papa.
La bula original enviada a los Reyes Católicos se conserva en el Archivo General de Indias. Pero el documento madre es el que se expondrá en los Museos Capitolinos, la llamada copia de registro, que se halla en el Registro Vaticano 777 del Archivo Secreto Vaticano. Según explicó a este diario Alessandra Gonzato, portavoz del archivo, “la copia de registro es en realidad la copia número uno, el texto fundamental, la única garantía de autenticidad”. En aquella época las bulas podían perderse por el camino, ser manipuladas, falsificadas o destruidas. Esto último ocurrió, por cierto, con la que excomulgaba a Lutero. La copia de registro, guardada celosamente en el Vaticano, es la fuente infalible de los actos papales y, en el caso de la que dividió América, su existencia, en versión corregida de una anterior, explica también las vicisitudes de la negociación diplomática que requirió el asunto.
En la bula, Alejandro VI, un papa corrupto y despiadado con sus enemigos, loa a los Reyes Católicos por la recuperación del reino de Granada de los musulmanes y expresa su deseo de que “la fe católica y la religión cristiana sea exaltada sobre todo en nuestros tiempos, y por donde quiera se amplíe y dilate, y se procure la salvación de las almas, y las naciones bárbaras sean sometidas y reducidas a la fe cristiana”. También incluye palabras de admiración hacia Cristóbal Colón, un “hombre apto y muy conveniente” para la empresa que realizó.
La futura exposición dispone ya de un sitio en internet (www.luxinarcana.org). La muestra usará herramientas multimedia y tratará de revivir los documentos con narraciones sobre el trasfondo histórico y los personajes implicados. Era inevitable que la Santa Sede escogiera la propia Roma para la exposición, no sólo por motivos prácticos sino por el profundo vínculo del papado con la ciudad. Desde el Medioevo no se entiende uno sin la otra.
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