Hasta hace poco las resoluciones de las cumbres europeas tardaban dos o tres meses en quedar desfasadas. Desde el 26 de octubre eso ya ocurre en cuestión de días. La última cumbre de Bruselas fue presentada y celebrada por Merkel y Sarkozy como un “paquete completo” enfocado al medio y largo plazo: por fin se afrontaban los problemas en su raíz (siempre la falta de austeridad y disciplina), se dijo. Pero su resultado, confuso y mal cerrado, con importantes detalles aun por negociar, se saldó con el más grotesco desbarajuste al más corto plazo. Atribuido al amago de Papandreu con el referéndum, el último fiasco ha malogrado la reunión del G-20 en Cannes este fin de semana. Diseñada para abordar “problemas mundiales”, la simple realidad es que en Cannes los jefes de Estado ni siquiera han resuelto lo de Grecia, cuando el problema de Italia ya asoma con gran claridad. La sensación de desbarajuste es completa. La impresión de que los líderes políticos no entienden lo que ocurre ni lo que hacen, es abrumadora.
Mientras la canciller Merkel dice que se tardará una década en salir de la crisis, los alemanes declaran – en la última encuesta disponible- que su gobierno ha perdido el norte (59%) y que lo peor de la crisis está por venir (82%), pero, al mismo tiempo, los alemanes aprueban el papel de Merkel en Europa (59%). La conclusión es algo esquizofrénica: mientras la receta unilateral alemana de disciplina y austeridad complica cada vez más la crisis (y las deudas), su líder logra mantener en casa, de momento, un respaldo fundamental, lo que actúa como fuerte estímulo para no corregir el curso.
¿Hay un plan B?
El establishment alemán, su gobierno y sus medios, avanzan “paso a paso”, como dice Merkel, hacia la institucionalización de la Europa de dos categorías. El viejo plan que el año pasado se estudiaba en el ministerio de finanzas, está ahora de plena actualidad. Bild dice que “Grecia es un caos” que paraliza al G-20 y “debe salir del euro”. El Frankfurter Allgemeine Zeitung constata que, “ha caído el tabú de la salida del euro de un país”. “Quienes no puedan adaptarse, tendrán que irse”, explica el comentarista europeo del primer canal de televisión.
Es obvio que si se abre la puerta de salida del euro, Grecia no será la única. Europa podría acabar con un “euro fuerte” en el norte (Alemania, Holanda, Finlandia, Austria y otros) y un “euro blando”, como se decía el año pasado –y continúan pregonando los euroescépticos- con Francia en algún lugar en medio de ambos ¿Es ese el plan oculto que se está urdiendo en Berlín, o todo no es más que una atropellada improvisación presidida por la corteza de miras?
Porque si el euro se descompone no es ni por el endeudamiento ni por Grecia, sino por un obtuso liderazgo alemán en el diseño de un mecanismo de salvación manifiestamente errado, observa el periodista económico Robert von Heusinger. La zona euro está menos endeudada que otros grandes países industriales como Estados Unidos, Japón o el Reino Unido, y el 3% que Grecia aporta a la potencia económica de la eurozona es ridículo, dice.
¿Tiene Alemania mercados en Marte?
Alemania, afirma Jürgen Habermas, su filósofo vivo de mayor renombre, “se ha convertido en el acelerador de una desolidarización que afecta a toda Europa”. Sin fórmulas de justicia distributiva que nivelen la extraordinaria orgía de enriquecimiento y desigualdad protagonizada por la minoría más favorecida en los últimos treinta años, la eurocrisis no tiene una salida democrática, sugiere Habermas.
“Los alemanes han impuesto a todos una estrategia que funcionó con ellos: la orientación unilateral a la exportación y el crecimiento en el mercado exterior, lo tonto es que pasaron por alto que mientras no haya comercio con Marte el superávit de todos en la Tierra es imposible”, dice von Heusinger. La solución es todo aquello que el dogmatismo alemán estigmatiza como bestia negra: la “unión de transferencias”, el eurobono, y el control político sobre el Banco Central Europeo. Sin ello, desde luego, se saldrá de la crisis porque todas las crisis acaban un día u otro, pero mucho más tarde, y habrá que ver a qué precio.
Delors y el aterrizaje de Merkel
Desde el principio la crisis ha sido vista en Alemania como un problema de otros. Se ha presentado a la opinión pública como un asunto injusto consistente en el precio que Alemania debe pagar por errores y excesos ajenos. Se perdió de vista la perspectiva de una realidad interrelacionada. Eso cambió algo hace cuatro semanas, cuando, a la luz de la fuerte corrección a la baja de los pronósticos de crecimiento alemán para este año y el que viene, la canciller Angela Merkel aterrizó.
“Merkel comprendió entonces que si al euro le iba mal de verdad, eso tendrá consecuencias muy malas para Alemania”, explica Jacques Delors, 86 años y patriarca de la Unión Europea, en una entrevista con el Stuttgarter Zeitung. “Hasta entonces”, dice, “no estoy muy seguro de que Merkel comprendiera esa relación”. Ese cambio determinó que Merkel presentara su ofensiva europea: la concepción del “paquete completo” con un horizonte de reforma de los tratados de la Unión en clave única de disciplina presupuestaria, lo que amenaza con romper la zona euro en dos.
“El triunfo total de la Señora Merkel” en Bruselas sustituyó definitivamente el tradicional sistema de toma de decisiones con la Comisión Europea en el centro y lo sustituyó por un consenso franco-alemán en el que la posición francesa consiste en plegarse a la alemana, se queja Delors, que recuerda que con el método anterior, “Europa alcanzó sus progresos”. “Merkel prefiere el consenso entre países, lo que es un regreso a la monstruosa manera de hacer política del siglo XIX”, dice.
El aterrizaje de Merkel aún empeora más las cosas, pues su tardía consciencia de que hay que hacer algo por Europa – pues de lo contrario la propia Alemania se va al garete- le ha llevado a la peregrina idea de una quimérica germanización del continente vía la reforma de los “tratados de la Unión”. Bajo ese concepto, la canciller tiene en mente institucionalizar la austeridad, meter en todas las constituciones el límite de endeudamiento, crear un nuevo comisario fiscal europeo, un “Mister Austerity”, y cosas así.
Que el ama de casa suaba baile sevillanas
El simplismo de la canciller es asombroso: la crisis reducida a un problema de virtud denota una mentalidad “cateta” y provinciana de Europa, como ha dicho Felipe González. Merkel y Alemania no dejan de hablar del modelo del “ama de casa suaba”, el tópico de la “schwäbische Hausfrau”. Pretender convertir a griegos, españoles, portugueses, irlandeses, italianos y franceses, es decir a católicos y ortodoxos, en amas de casa suabas, denota una mentalidad corta, perfectamente homologable con el “España va bien” que el postfranquismo -incluyendo en él a sus ayudantes socialistas- construyó sobre ese desastre medioambiental de nuevo rico que designamos como “ladrillo” y que ha destrozado, literalmente, el aspecto de España.
El ama de casa suaba es todo lo contrario del espíritu meridional: es una administradora que cuida hasta el último céntimo de su presupuesto y que nunca gasta más (en realidad siempre mucho menos) de lo que puede. No hay duda de las virtudes generales de la “schwäbische Hausfrau”: si nuestros alegres hipotecados meridionales tuvieran algo de “schwäbische Hausfrau”, nunca se habrían metido a comprar pisos sin disponer ni siquiera de una fracción de su coste en el bolsillo. La reflexión tiene dos problemas muy serios.
Primero: el ladrillo no es únicamente resultado del cretinismo del consumidor celtíbero. No olvidemos que fue (es) un negocio para una minoría social de facinerosos inmobiliarios que no habría podido actuar sin un marco económico-legislativo concreto, en cuyo diseño el hipotecado consumidor no tuvo arte ni parte. Segundo: las virtudes y los defectos son siempre algo relativo.
Quien abrace por ejemplo la figura del ama de casa suaba, debe ser consciente de que su naturaleza podría ocasionarle verdaderas arcadas culturales. Se trata de algo tan básico como las diversas lecturas que un mismo rasgo merece en diferentes culturas. Lo que en Alemania y Holanda es elogiosa virtud ahorrativa, es el sur se lee como una garrapería miserable. En la tradición grecolatina –y no olvidemos que fue ella la que inventó el metro, el sentido de la mesura- el ama de casa suaba es un ser ruin e impresentable, por razones muy parecidas a las que en Alemania desagradan los hábitos económicos y sociales meridionales. Pretender imponer lo uno a los otros es, pura y simplemente, cargarse Europa. Y eso es lo que apunta la Señora Merkel: que el ama de casa suaba baile sevillanas, pero al revés.
Su idea de Europa no es muy diferente de la que ciertos políticos catalanes manifiestan sobre Andalucía y los andaluces (y estos, probablemente, sobre los marroquíes), con una falta de pudor extraordinaria que refleja su nivel: espíritu obtuso, provincialismo, limitación mental e incapacidad de ponerse en el lugar del otro… Con esos ladrillos, España, Europa y la simple convivencia humana son imposibles. En esta crisis podría estar en juego todo eso, ni más ni menos. Esa actitud no tiene, en cualquier caso, nada que ver con la idea que en los años cincuenta animó a los padres fundadores de la Unión Europea.
Principios en lugar de mercado
Aquella “Unión del carbón y del acero” transformó los materiales de la guerra en instrumentos de paz y reconciliación entre Francia y Alemania. Un veterano político alemán de aquella generación recordaba la semana pasada que entonces, cinco años después del fin de la guerra, “Alemania no se merecía nada”, pese a lo cual, “Francia nos tendió la mano con grandeza de miras”. Hoy la mentalidad es otra: la quimera de implantar al ama de casa suaba en Sevilla, Roma, Dublin o el Epiro. Y en el norte de la operación, una estrategia puramente nacional: que Alemania salga fortalecida de esta crisis, como repite Merkel. Los principios de la Europa social y ciudadana, han sido definitivamente sustituidos por la Europa de los mercados, la visión universalista francesa por un patoso provincianismo alemán, cuyos ecos se imitan en Barcelona. Que el Presidente de Francia se haya apuntado a ese discurso de la ejemplar virtud alemana –en su última entrevista televisada- recuerda que el problema no es nacional. Y ahí está el asunto.
En lugar de reconocer la enfermedad del sistema y sus complejas interrelaciones en las que nadie sale bien parado (el ladrillo español o americano financiado por la especulación internacional, con gran capital de la Europa virtuosa), se proponen ridículos cuentos de rollizas lecheras suabas e invitaciones a la ancestral pelea chovinista europea.
En medio de esta confusión, los alemanes ven claras dos cosas, de acuerdo con la última encuesta de Infratest: el 59% opina que el gobierno conservador ha perdido el norte, y el 82% declara que lo peor de la “crisis de endeudamiento” está por venir. Un 44% se siente personalmente afectado por la crisis. La opción de, “un control más fuerte sobre los bancos y mercados financieros” es la que tiene mayor apoyo: 92%. Esas opiniones no impiden una buena valoración de papel de Merkel en la crisis: un 58% cree que la canciller ha defendido bien los intereses de Alemania en Europa. Ese ambiguo aprobado en casa actúa como estímulo para mantener en Europa la “línea alemana”, que es la línea de un capital que no entiende su propio enredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario