jueves, 27 de septiembre de 2012

La moneda de la gente común
Sinistrainrete
Se me ha confiado la tarea de intentar enmarcar la situación tal como se ha venido definiendo recientemente hasta las últimas decisiones del BCE. Cuando se siguen los acontecimientos monetarios y financieros uno se siente abrumado por la evolución de la situación y muy a menudo no se llega a reflejar nada más allá de las cuestiones financieras: La colonización financiera de la mente es algo real, pero creo que es importarse detenerse en tres puntos:
- La primera cuestión es cómo se ha llegado a las últimas medidas decididas por el BCE en estos días y cómo a los eufóricos efectos que han provocado en los mercados.
- La segunda tiene que ver con el rompecabezas de la moneda única. ¿Cómo nos posicionamos frente al dilema que plantea la supervivencia de la unión monetaria europea?
- Y el tercer punto es el comienzo de una reflexión sobre la idea que estamos planteando, que me parece potencialmente interesante por lo menos desde el punto de vista político, la moneda común.
¿Cómo se ha llegado en el BCE, casi por unanimidad aunque con la oposición del Budensbank, a esta medida de intervenir de manera ilimitada en el mercado secundario de títulos públicos a un máximo de tres años, junto a una serie de medidas colaterales? La idea de esta decisión circulaba ya entre finales de julio y el 2 de agosto en la cumbre de Bruselas. Para llegar a este compromiso fue necesario, al menos para Draghi, ceder en el tema de la condicionalidad adjunta de acompañar cualquier forma de ayuda a los países que la necesitan, Italia y España.
Creo que esta concesión necesaria para obtener el consenso de la mayoría en el Comité Ejecutivo del BCE, fue una concesión al Budensbank, es decir a los ortodoxos más duros, y me parece importante. Creo en realidad que es lo más importante a destacar. La mayor flexibilidad de la política monetaria del BCE es también importante, pero es necesario tener en cuenta que estas intervenciones en el mercado de las obligaciones públicas y de los títulos soberanos no se han decidido por primera vez. Son medidas que se aplicaron ya el año pasado, con relación tanto a Italia como a España. Luego se repitieron, mediante la inyección de 1.000 millones, entre diciembre y principios de febrero por parte del BCE. Estos antecedentes nos muestran que tales medidas duraron lo que duraron. En resumen, no resolvieron los problemas estructurales que golpean a la Eurozona. Nos enfrentamos desde hace dos años a una especie de financiarización de emergencia: creo que todos comparten el conocimiento de los problemas fundamentales de la arquitectura del euro, pero vemos al mismo tiempo que se sigue procediendo con medidas de emergencia, intentando ganar tiempo; pero no sabemos bien para qué estamos ganando tiempo. ¿Cuál es el horizonte temporal de este proceso? Estamos en presencia de medidas de emergencia y ante la difusión de una clara sensación de que los problemas básicos de la Eurozona no se resuelven.
¿Por qué se produce este movimiento sincopado en el plano de las políticas monetarias? Esta última medida viene a coronar una fase en la que de nuevo el euro ha estado al borde del colapso. Hemos asistido a un fraccionamiento del espacio financiero europeo. Se ha tratado de un verdadero y auténtico repliegue de la soberanía bancaria; disminuyó muchísimo el cross border lending es decir los préstamos entre bancos de diferentes países en el mercado al por mayor con los que los bancos generalmente se financian; se han producido en estos meses importantes fugas de capitales de España y de Italia. Partiendo de esta hipótesis se ha instituido un elevado premio al riesgo y se han activado para salir de los países periféricos para ponerse al reparo de esta eventualidad. Sabemos que estas fugas de capitales, debido a un mecanismo que existe en el interior de la Eurozona, que se llama “Target 2”, ha significado un importante aumento de la situación deudora del BCE sobre el banco especialmente crediticio, el Budensbank, se habla de 727.000 millones (hay quienes dicen que esto no debería causar problemas en el caso de que colapsara el euro; es difícil imaginar una situación en la que los ciudadanos de los países endeudados no sufran presiones de los acreedores, en aquéllos en los que verdaderamente se debería abandonar el euro).
Lo que quiero decir es que el BCE ha demostrado que ha perdido el control sobre las tasas de interés, tan es así que existen verdaderas divergencias entre las tasas de interés de diferentes países (cuando en el proyecto euro debería existir una convergencia entre las tasas de interés de los países miembros). Esto significa que el BCE no puede asumir su propio mandato, el de la estabilidad del sistema, aún entendido en el sentido ortodoxo del control de la inflación. Desde este punto de vista la situación es grave como también lo era el año pasado. Además del aumento del costo del dinero tanto para las empresas como para los ciudadanos, se está de acuerdo en que está creciendo un movimiento político de rechazo al euro en el interior de varios países. Y en tal sentido creo que un movimiento antieuro será mucho más fuerte y más peligroso en Alemania, es decir en los países más fuertes que en los más débiles. No creo que en los países más débiles exista una aversión popular hacia el euro, aunque sí hay una aversión a las políticas de austeridad inducidas por el funcionamiento del euro. En tal situación era necesario un movimiento del BCE.
Por lo tanto Draghi ha sido, en parte, hábil, pero por otro lado me parece que estas medidas (que veremos cuánto duran y que sin duda son impresionantes, piensen que la banca suiza está realizando, desde hace más de un año intervenciones ilimitadas sobre el mercado de cambios para evitar la revalorización del franco, intervenciones que hasta ahora no se han traducido en inflación inmobiliaria como muchos de nosotros temíamos) no funcionarán por una razón muy simple: no están funcionando en Inglaterra, donde esta política intervencionista del Banco Central funciona desde hace tiempo, no me parece que haya funcionado espléndidamente ni siquiera en los EE.UU. en donde esta política es recurrente. Hace falta tener en cuenta que esta medida beneficiará seguramente a los grandes bancos alemanes y franceses: en efecto el aumento del valor de los títulos públicos de los países periféricos permite revalorizarlos a los bancos franceses y alemanes que tienen todavía muchos de estos títulos en sus balances.
Estamos ante un juego en el centro del mundo bancario y financiero. Agregar medidas condicionantes además de las ya introducidas con el fiscal compact de los últimos meses no es un juego. Nadie sabe bien cuáles serán esas condiciones, creo que diferirán de país a país y que se establecerá una especie de sintonía fina, de regulación flexible según las reformas, o mejor dicho las contrarreformas que se hayan llevado a cabo aquí y allá, pero desde este punto de vista todavía no se sabe lo que puede suceder. Está luego el tema de la soberanía: veremos cómo se pronuncia la Corte Constitucional alemana de Karlsruhe el 12 de setiembre, aunque ya parece bastante improbable que vaya a declarar inconstitucional la creación de este segundo “fondo salva-Estados”, Financial Times opina que dirá sí al fondo pero con condiciones agregadas (1).
Es cierto que para un gobierno tecnocrático que asume la vinculación con los mercados y que enfrenta otras condicionantes parece increíble: desde este punto de vista la cuestión de la soberanía nacional parece no existir. Existe tal vez una vuelta a la soberanía bancaria, pero tiende a la fragmentación. Esto plantea un serio problema: por una parte un vacío de soberanía nacional y política, con márgenes de maniobra para tomar decisiones sobre política monetaria y política económica en el plano nacional, y por la otra el fraccionamiento y la nacionalización de las políticas bancarias y por lo tanto una divergencia ulterior.
He hablado muchas veces sobre la hipótesis de la caída del euro. Cuando se critica el euro parece que se critica a Europa. Pero, ¡vamos despacio! No se trata de criticar a Europa como nuestro horizonte, nuestro espacio de identidad, como nuestro espacio de lucha, sino considerándola una “jaula de acero”, una “camisa de fuerza” que como acabo de decir no constituye un espacio de socialización ni de generalización de la lucha de clases. Por otra parte la caída del euro parece marchar al mismo paso que la vuelta a una política de soberanía, a una vuelta a las monedas nacionales, a un retorno al Sistema Monetario Europeo que vivimos entre 1979 y 1992, monedas nacionales vinculadas entre sí por tasas fijas, anualmente ajustables, para dar oxígeno a las políticas nacionales. Por un lado este euro que a mí no me gusta, por el otro una división del euro con el pretexto de un retorno a las soberanías nacionales.
No se puede elegir ninguno de los dos. Estamos frente a un problema sobre el que debemos opinar. Estoy convencido de que en los próximos meses se producirá una gran movilización que será desordenada, confusa y difícil de definir políticamente según los parámetros actuales contra las políticas introducidas por el euro. ¿Cómo nos hallaremos en ella? Por una parte creo que debemos criticar firmemente a este euro, una moneda pensada y desarrollada según la teoría neoliberal, monetarista desde el principio hasta el final, desde Robert Mundell en adelante, la teoría de las zonas monetarias óptimas, basada en hipótesis, una de las cuales es particularmente llamativa: que exista una perfecta movilidad del factor laboral. Esto es en mi opinión el proyecto del euro, es decir crear una gran cuenca de fuerza laboral migratoria. La condición migratoria es según creo una de las razones para mantener vivo este euro. El euro produce un efecto de “dumping salarial” de fuga no solo de capitales sino también de personas de los países menos desarrollados. Esta es nuestra crítica al euro y también la oportunidad de plantear la cuestión de las alternativas entre soberanía supranacional o soberanía nacional. Vivimos en una soberanía caracterizada por la crisis de representatividad, una soberanía tecnocrática que nada tiene que ver con la diversidad de intereses existentes en el mundo, en la vida, en el trabajo y en la falta de trabajo. Esto significa enfrentar la cuestión de la línea de fuga (no me gusta la expresión tercera vía) de este dilema, de este rompecabezas “euro sí-euro no” planteando el tema de la moneda de la gente Común. Quiero establecer una diferencia entre la “moneda común” y “la moneda de la gente común”. La primera (la moneda común) tiene que ver con el plan propuesto por Keynes en Bretton Woods. La idea es establecer una moneda contable, un banco supranacional que funcione como vehículo de poder de compra entre países que intercambian bienes y servicios. No es de por sí nada nuevo, digamos que es mejor que lo que sucede actualmente siempre que se mueva en la dirección keynesiana. Para llegar a eso habría que abandonar el euro y volver a las monedas nacionales.
Creo que hablar de “moneda de la gente común” sería más correcto, en cuanto nos toca, porque plantea el problema en términos radicalmente diferentes. ¿Qué es la moneda de la gente común? Es la moneda que expresa y reconoce lo que es común a la multitud, digamos en un espacio político, social, demográfico como es hoy Europa. Así que no sé. Hace unos meses escuché a Michael Hardt, al presentar el libro que escribió con Toni sobre las diversas formas de la subjetividad ( Comune.Oltre il privato e il publico , Rizzoli 2010). Construir hoy un proyecto, cómo llamarlo, de insubordinación, de movilización, que se refiera al hombre endeudado, al hombre seguro, al hombre mediatizado, al hombre representado, creo que tiene que ver con la construcción de la “moneda de la gente común” y un buen punto de partida. Razonar sobre la moneda de la gente común podría significar partir de aquí, de una definición subjetiva de qué es el común, que es el común actualmente ¿Qué es lo que nos une?
Sucede que estamos padeciendo procesos de expropiación, de privatización de bienes que son esenciales (las public utilities son obviamente uno de los objetivos de los procesos de privatización porque garantizan ingresos permanentes para quién accede a controlarlas, a posibilidades de ganancias). Entonces hablemos a partir de aquí.
Tenemos que definir primero la “moneda de la gente común” como proceso. Nada nuevo pero no nos ilusionemos con el posible éxito de este proceso. Ciertamente a mi no me desagradaría un euro con la imagen de una persona común. La multitud tiene necesidad de contar con una expresión monetaria y no solo su parte negativa. En este proceso habrá que confrontar, que escoger en función de alianzas. Uno de los motivos por los cuales durante estos años se produjo una divergencia en el punto de vista de la deuda pública ha sido cierto tipo de interpretación del keynesianismo. Una de las cosas sobre las que más se ha hablado ha sido esta: los países que están hoy más comprometidos con la deuda pública son aquéllos que más han invertido en infraestructura vinculada al transporte, a las carreteras y a los ferrocarriles (por ejemplo Grecia). Esta es una interpretación malintencionada del keynesianismo que ahora no necesitamos.
Necesitamos inversiones, pero las inversiones en grandes obras son un desastre, obras en las que el trabajo personal, el trabajo asalariado constituye el 25% de los costos totales y se concentra en la fase final de los procesos (de alrededor de diez años). En efecto se trata de obras con gran incidencia del capital. No es este el tipo de keynesianismo que necesitamos. Tenemos más necesidad de inversión en lo inmaterial. Existe un gran espacio en qué invertir, no en el hardware o en el software, sino en el del conocimiento, en nuestra posibilidad de ser autónomos en cuanto al conocimiento. Creo también que este tipo de keynesianismo se inserta perfectamente en el modelo económico antropogénico del que estoy absolutamente convencido. Creo que Occidente puede respetar a los países emergentes solo si invierte en cultura, en sociabilidad, en educación y en sanidad. Estos son los cuatro sectores hacia los que se deben dirigir las inversiones. No me parece que estemos marchando en esa dirección. El liberalismo “montiano” (de Monti, primer ministro italiano, N. de T.) no parece marchar en esa dirección sino en la del relanzamiento de las llamadas grandes obras como el TAV (tren de alta velocidad, N. de T.).
No es fácil impulsar un discurso sobre el capitalismo contemporáneo como capitalismo cognitivo, no tanto frente a las críticas sino desde el propio punto de vista de los sujetos: la comparación con los protagonistas de la Primavera Árabe o de las manifestaciones inglesas no conducen fácilmente a la categoría del “trabajo cognitivo”. ¿Cómo se puede inducir al reconocimiento de la productividad de estos sujetos en una economía que ha generalizado el conocimiento? Creo sin embargo que debemos mantenernos en este terreno, no porque tengamos que elegir un sujeto (nunca fue así ni cuando se hablaba de la masa obrera). Más que el trabajador del conocimiento la figura más representativa de nuestra sociedad parece el trabajador precario-flexible, sin embargo la centralidad de lo cognitivo con relación a las reivindicaciones de los próximos meses no se discute.
Se habla de proyectos “bonds” (un poco menos estos últimos meses), de obligaciones emitidas para poder financiar las grandes obras. Me parece interesante contraponer a estos proyectos “bonds” proyectos similares pero que se planteen un desarrollo local sustentable. La cuestión ambiental está al orden del día. En este planteo se halla implícito el tema de la renta social. ¿Por qué hablar de renta social en lugar de renta de la ciudadanía? No tanto para cambiar de cosméticos: el capitalismo financiero es un capitalismo que produce rentas, pero unas rentas que reenvía a una productividad de vínculos sociales y de cooperación: es una afirmación monetaria de lo que consideramos es nuestra contribución a la economía, a la vida… una contribución del trabajo y de sufrimientos no reconocidos, como tampoco se reconoce el trabajo reproductivo de las mujeres. Desde esta perspectiva no se puede pensar que los lazos con las finanzas pongan las cosas en su lugar.
Pensar en una “desfinanciarización” del capitalismo contemporáneo es una contradicción en sus términos: nuestro problema no es ciertamente eternizar el capitalismo financiero, sino partir de ese nivel de desarrollo y entablar luchas que estén a la altura y preferentemente proyectadas hacia adelante. Hablar de renta social es una forma de mantener juntos las dos puntas del dilema: el “biovalor” y su forma monetaria.
N ota:
(1) El 12 de septiembre de 2012, la Corte Constitucional alemana aprobó el fondo salva-estados. Pero ha puesto una serie de condiciones sobre la operatividad del fondo: en particular establece que las dos cámaras del Parlamento alemán deben ser informadas de las decisiones del ESM y hace saber que el aporte de Alemania al fondo no puede superar la barrera de los 190.000 millones de euros sin la aprobación del Budenstag, la Cámara baja. La barrera de los 190.000 millones de euros de la contribución alemana al ESM, aunque no parezca suficiente para salvar a España e Italia, no espanta a los mercados europeos que luego de conocer la sentencia de la Corte alemana se han fortalecido. En la Bolsa de Milán el Ftse Mib encabeza el máximo del día con 16.416 puntos y una subida del 1,17% Suben también el Cac40 (+0,79%), el Dax (+0,40%) y el Ibex (+1,35%) La única excepción ha sido el FTse 100 (-0.30%).

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