¿De qué depende la paz en Colombia?
Agencia Prensa Rural
Después de tantos años de cruda violencia en Colombia, tanto luto acumulado,
tantas lágrimas derramadas, tanto huérfanos, viudas, viudos, lisiados, etc,
aparece en el oscuro horizonte una nueva esperanza de paz, la cual hace renacer
en millones de corazones anónimos el sueño de poder transitar calles y caminos
sin el miedo de ser asaltados, asesinados, desplazados o presentados con prendas
militares al lado de exagerados titulares de prensa.
Los diálogos que hoy comienzan en la gélida y distante capital de Noruega, Oslo, son producto del estoicismo del pueblo colombiano que no han dejado morir la esperanza a través de los días más aciagos en la historia de este país. Son los restos de un pueblo heroico que como el ave fénix resurge con la fuerza dialéctica de la razón a enrumbar la nación por los caminos del diálogo, la solidaridad y el compromiso social. No es una dádiva del régimen, es una conquista producto de la constancia y la abnegación del pueblo.
¿De qué depende la paz en Colombia? Depende, principalmente, de dos factores concretos: Voluntad de la clase dirigente y compromiso del pueblo debidamente organizado, concientizado y movilizado.
El comandante en jefe de las Farc – Ep, Timoleón Jiménez dijo en una reciente entrevista que el movimiento insurgente nunca se había levantado de la mesa de negociación, que esa determinación la había tomado el gobierno, así las cosas, era el gobierno quien regresaba a la mesa de discusión.
Se recordará que ambas partes concibieron la agenda, pero fue el gobierno que teniendo el tigre muerto se atemorizó del cuero, terminando por concebir que ninguno de los puntos era susceptibles de ser discutidos, al extremo de verse precisado el entonces comandante Manuel Marulanda Vélez de enviarle una misiva en la cual le preguntaba qué era susceptible de discusión.
El presidente Andrés Pastrana Arango, débil para ese entonces, sin el apoyo de la clase política, ni de los gremios económicos, ni al parecer de la embajada de los Estados Unidos, y por el contrario, asediado por el militarismo ultra reaccionario no tuvo otra alternativa que levantarse de la mesa y sin respetar los mínimos acuerdos arreciar el terrorismo de Estado, inaugurando el tenebroso plan Colombia. Por supuesto, era una agenda mucho más ambiciosa, con temas bien estructurados y de hondo calado a favor de la masa popular.
Es bueno hacerle el recorrido a la larga y dolorosa historia del pueblo colombiano, historia tergiversada y acomodada a la clase dirigente, como bien lo afirma Gabriel García Márquez cuando dice que nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia echa más para esconder que para clarificar.
Con esos elementos básicos podemos ser optimistas pero no ingenuos frente al proceso que hoy comienza en esa parte del planeta. Será un camino duro, complejo y contradictorio donde se pondrá de presente una vez más la lucha de clases. Allí se juegan intereses antagónicos y de gran monta, que el pueblo debe dimensionar en sus justas proporciones.
Seguramente serán muchos los escollos a vencer. Quiero hacer referencia brevemente a uno: La Doctrina de la Seguridad Nacional. Quisiéramos decir que es cosa del pasado, pero los hechos demuestran algo bien diferente y es precisamente la férrea dependencia de los gobernantes colombianos de los dictámenes de los Estados Unidos. Ni una hoja se mueve en Colombia que no tenga el visto bueno de la embajada gringa. No es de ahora, Gaitán lo dijo: “El gobierno tiene la metralla homicida para los colombianos y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro americano”.
Al calor de la Doctrina de la Seguridad Nacional, creación francesa e implementada y desarrollada por los Estados Unidos para los países latinoamericanos, se desarrolla la figura siniestra del “enemigo interno”, generando diversas formas de gobernabilidad, en Colombia 1978 – 1982, con los tristes célebres Julio Cesar Turbay Ayala y el general Luis Carlos Camacho Leiva, mediante el estatuto de seguridad, afianzados en los decretos 1923 y 2144 de 1978 y 402 de 1979. ¿Quién puede olvidar este sangriento cuatrenio?
La brigada cívico – militar y la tortura son prácticas propias de la Doctrina de la Seguridad Nacional, lo cual vivimos a diario en Colombia hoy por lo que nos permite decir que sigue teniendo vigencia ésta en pleno siglo XXI en este país. Todas estas prácticas macabras y medievales van encaminadas a cerrarle el paso al Socialismo. Es decir, a impedir que el pueblo reclame, exija y haga valer sus derechos. Esa oscura tarea la hacían los militares abiertamente en los cuarteles, habida cuenta que su formación no era en los valores expuestos por el libertador Simón Bolívar, sino en la tenebrosa escuela de las Américas que funcionó durante años en el canal de Panamá y ahora funciona en los mismos Estados Unidos. Su formación es de odio hacia el pueblo, el cual es considerado enemigo interno. Con esa mentalidad es educado el soldado colombiano.
“Como parte del sistema o estrategia de seguridad, se estimuló la creación de organizaciones paramilitares o de autodefensas. Según ellos, se trató de organizaciones encaminadas particularmente a proteger a los núcleos humanos rurales contra ataques armados de grupos subversivos o bandas al margen de la ley. Aquellas establecieron una estrecha relación y coordinación con las autoridades militares. Las autodefensas tienen cuatro principios básicos: vigilancia total y continua, alarma oportuna, reacción inmediata y apoyo mutuo. En Guatemala, los grupos Mano Blanca, Ojo por ojo, Escuadrón de la muerte, Buitre Justiciero y Fraternidad Blanca, entre 1970 y 1988 desaparecieron a 40.000 personas. Por su parte, en El Salvador, el mayor Roberto D”Abuisson, comandó la “Unión Guerrera Blanca”, y en Colombia fueron formadas las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)”[i]
¿Qué indica esto? Que el paramilitarismo es una creación de la Doctrina de la Seguridad Nacional, una creación de los Estados Unidos impuesta a los países latinoamericanos como una infernal peste que se mantendrá mientras seamos dependientes de sus iniciativas y propósitos. Es decir, mientras seamos víctimas de sus intereses imperialistas.
Otro aspecto fundamental es que mediante esta Doctrina de la Seguridad Nacional, se debilita la parte civil y se fortalece la militar. Dice el autor citado en otro acápite de su interesante libro: “La doctrina de la seguridad nacional no es el fondo otra cosa que eso: la transferencia de la soberanía desde el pueblo a las fuerzas armadas, y por lo tanto la transformación institucionalizada de las fuerzas armadas en árbitros del poder”.[ii]
En el marco de esta oscura doctrina la tendencia es a pensar que la seguridad reside principalmente en el militarismo. Dice Edgar Velásquez Rivera: “El militarismo es la tendencia a creer que la fuerza militar es la fuente de toda la seguridad. Convertida esa tendencia en una ideología, los miembros de una sociedad asumen que la “paz a través de la fuerza” es la mejor o única forma de conseguir la paz. La ideología del militarismo se resume en el aforismo latino “Si vis pacem, para bellum”, (Si quieres la paz, prepárate para la guerra)”[iii]
Este investigar señala que la doctrina de la seguridad nacional no terminó con lo que se denominó “Guerra Fría”, continuó con expresiones concretas como el paramilitarismo, en cual sigue vigente hoy en casi todo el territorio nacional. En palabras suyas: “La DSN no cesó con la terminación de la Guerra Fría. Parte de su imaginario se transformó y adquirió nuevas formas de expresión anticomunista tales como el paramilitarismo, el cual fue una de las estrategias de la política contrainsurgente del Estado colombiano”. [iv]
Otra gran verdad que sale a flote: El paramilitarismo no es producto casual de alguna persona salida de casillas, es una política de Estado implementada con el apoyo incondicional de los Estados Unidos en el marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional. En 1891, siendo presidente Carlos Holguín dio apertura a la academia militar para la formación de oficiales y fueron contratados el estadounidense Enrique R. Lemly como director y el alemán Sophus Hoeg Warming como instructor. Todo fue extranjero. Con esa mentalidad son formados los militares hoy en Colombia: Más para reprimir que para defender al pueblo. Sobran los ejemplos antes y ahora en Colombia.
Señala Velásquez Rivera: “A comienzos de 1962 el ejército colombiano estimuló la formación de autodefensas, especialmente en aquellas zonas donde el Estado no podía proteger a la población campesina. En Estados Unidos se consideró la participación de las fuerzas armadas en los procesos de desarrollo económico y social como algo necesario para contener los avances del comunismo y, para tal efecto, crearon el concepto Latin America”s Security Operations (LASO), adelantado en Colombia por Ruiz Novoa, basado en la idea de que “…la represión militar no era suficiente para eliminar el problema de los bandoleros y de las guerrillas antisistema, por lo que se necesitaban también reformas sociales, económicas y políticas”. [v]
La escuela de caballería, adscrita a la brigada de institutos militares en Bogotá, al mando del general Miguel Vega Uribe, quien presenció varias sesiones de torturas, no fue el único lugar de torturas, otros sitios fueron: El batallón Baraya, el batallón Ayacucho, el batallón Miguel Antonio Caro y el batallón policía militar, etc.
Es apenas una relación a vuelo de mariposas amarillas de las infamias que al amparo del militarismo – paramilitarismo se ha desarrollado en Colombia bajo la Doctrina de la Seguridad Nacional. Sin nombrar una sola línea del período oscuro de la era de Álvaro Uribe Vélez.
Este será un escollo duro de superar en el proceso de diálogo del presidente Santos con las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia, ejército del pueblo, FARC – EP.
El otro elemento es la respuesta del pueblo. El comandante Timoleón Jiménez ha dicho también que la llave de la paz no la tiene ni el presidente de la república ni ellos, que la llave la tiene el pueblo. Esta afirmación categórica impone un reto singular al pueblo colombiano. El reto principal es el apoderamiento de la paz que debe manifestar el pueblo cada vez con más decisión y profundidad, mediante acciones concretas.
El llamado entonces es a ser protagonista de primer orden, asumir una posición activa, propositiva y dinámica. No puede ser una actitud pasiva e indiferente, como esperando que otro haga lo que uno tiene que hacer. El llamado es a participar a partir de hoy con decisión y coraje comenzando por exigir a las partes un cese al fuego inmediato que permita que el diálogo se desarrolle en los canales civilistas y sin los sobresaltos de la absurda guerra.
Se deben habilitar mesas veredales, barriales, municipales, departamentales para aportar a hacer realidad la paz con justicia social en Colombia. De lo contrario, es muy complicado pensar un desenlace feliz. Hay que participar con audacia pero también con decisión.
Notas:
[i] VELASQUEZ RIVERA, Edgar. Historia comparada de los Doctrina de la Seguridad Nacional: Chile – Colombia. Primera edición abril 2009. Hecho e impreso en Colombia. Página consultada 64.
[ii] Ibíd. Página consultada 66.
[iii] Ibíd. Página consultada 67.
[iv] Ibíd. Página consultada 183.
[v] Ibíd. Página consultada 193.
Fuente: http://prensarural.org/spip/spip.php?article9423
Los diálogos que hoy comienzan en la gélida y distante capital de Noruega, Oslo, son producto del estoicismo del pueblo colombiano que no han dejado morir la esperanza a través de los días más aciagos en la historia de este país. Son los restos de un pueblo heroico que como el ave fénix resurge con la fuerza dialéctica de la razón a enrumbar la nación por los caminos del diálogo, la solidaridad y el compromiso social. No es una dádiva del régimen, es una conquista producto de la constancia y la abnegación del pueblo.
¿De qué depende la paz en Colombia? Depende, principalmente, de dos factores concretos: Voluntad de la clase dirigente y compromiso del pueblo debidamente organizado, concientizado y movilizado.
El comandante en jefe de las Farc – Ep, Timoleón Jiménez dijo en una reciente entrevista que el movimiento insurgente nunca se había levantado de la mesa de negociación, que esa determinación la había tomado el gobierno, así las cosas, era el gobierno quien regresaba a la mesa de discusión.
Se recordará que ambas partes concibieron la agenda, pero fue el gobierno que teniendo el tigre muerto se atemorizó del cuero, terminando por concebir que ninguno de los puntos era susceptibles de ser discutidos, al extremo de verse precisado el entonces comandante Manuel Marulanda Vélez de enviarle una misiva en la cual le preguntaba qué era susceptible de discusión.
El presidente Andrés Pastrana Arango, débil para ese entonces, sin el apoyo de la clase política, ni de los gremios económicos, ni al parecer de la embajada de los Estados Unidos, y por el contrario, asediado por el militarismo ultra reaccionario no tuvo otra alternativa que levantarse de la mesa y sin respetar los mínimos acuerdos arreciar el terrorismo de Estado, inaugurando el tenebroso plan Colombia. Por supuesto, era una agenda mucho más ambiciosa, con temas bien estructurados y de hondo calado a favor de la masa popular.
Es bueno hacerle el recorrido a la larga y dolorosa historia del pueblo colombiano, historia tergiversada y acomodada a la clase dirigente, como bien lo afirma Gabriel García Márquez cuando dice que nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia echa más para esconder que para clarificar.
Con esos elementos básicos podemos ser optimistas pero no ingenuos frente al proceso que hoy comienza en esa parte del planeta. Será un camino duro, complejo y contradictorio donde se pondrá de presente una vez más la lucha de clases. Allí se juegan intereses antagónicos y de gran monta, que el pueblo debe dimensionar en sus justas proporciones.
Seguramente serán muchos los escollos a vencer. Quiero hacer referencia brevemente a uno: La Doctrina de la Seguridad Nacional. Quisiéramos decir que es cosa del pasado, pero los hechos demuestran algo bien diferente y es precisamente la férrea dependencia de los gobernantes colombianos de los dictámenes de los Estados Unidos. Ni una hoja se mueve en Colombia que no tenga el visto bueno de la embajada gringa. No es de ahora, Gaitán lo dijo: “El gobierno tiene la metralla homicida para los colombianos y una temblorosa rodilla en tierra ante el oro americano”.
Al calor de la Doctrina de la Seguridad Nacional, creación francesa e implementada y desarrollada por los Estados Unidos para los países latinoamericanos, se desarrolla la figura siniestra del “enemigo interno”, generando diversas formas de gobernabilidad, en Colombia 1978 – 1982, con los tristes célebres Julio Cesar Turbay Ayala y el general Luis Carlos Camacho Leiva, mediante el estatuto de seguridad, afianzados en los decretos 1923 y 2144 de 1978 y 402 de 1979. ¿Quién puede olvidar este sangriento cuatrenio?
La brigada cívico – militar y la tortura son prácticas propias de la Doctrina de la Seguridad Nacional, lo cual vivimos a diario en Colombia hoy por lo que nos permite decir que sigue teniendo vigencia ésta en pleno siglo XXI en este país. Todas estas prácticas macabras y medievales van encaminadas a cerrarle el paso al Socialismo. Es decir, a impedir que el pueblo reclame, exija y haga valer sus derechos. Esa oscura tarea la hacían los militares abiertamente en los cuarteles, habida cuenta que su formación no era en los valores expuestos por el libertador Simón Bolívar, sino en la tenebrosa escuela de las Américas que funcionó durante años en el canal de Panamá y ahora funciona en los mismos Estados Unidos. Su formación es de odio hacia el pueblo, el cual es considerado enemigo interno. Con esa mentalidad es educado el soldado colombiano.
“Como parte del sistema o estrategia de seguridad, se estimuló la creación de organizaciones paramilitares o de autodefensas. Según ellos, se trató de organizaciones encaminadas particularmente a proteger a los núcleos humanos rurales contra ataques armados de grupos subversivos o bandas al margen de la ley. Aquellas establecieron una estrecha relación y coordinación con las autoridades militares. Las autodefensas tienen cuatro principios básicos: vigilancia total y continua, alarma oportuna, reacción inmediata y apoyo mutuo. En Guatemala, los grupos Mano Blanca, Ojo por ojo, Escuadrón de la muerte, Buitre Justiciero y Fraternidad Blanca, entre 1970 y 1988 desaparecieron a 40.000 personas. Por su parte, en El Salvador, el mayor Roberto D”Abuisson, comandó la “Unión Guerrera Blanca”, y en Colombia fueron formadas las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)”[i]
¿Qué indica esto? Que el paramilitarismo es una creación de la Doctrina de la Seguridad Nacional, una creación de los Estados Unidos impuesta a los países latinoamericanos como una infernal peste que se mantendrá mientras seamos dependientes de sus iniciativas y propósitos. Es decir, mientras seamos víctimas de sus intereses imperialistas.
Otro aspecto fundamental es que mediante esta Doctrina de la Seguridad Nacional, se debilita la parte civil y se fortalece la militar. Dice el autor citado en otro acápite de su interesante libro: “La doctrina de la seguridad nacional no es el fondo otra cosa que eso: la transferencia de la soberanía desde el pueblo a las fuerzas armadas, y por lo tanto la transformación institucionalizada de las fuerzas armadas en árbitros del poder”.[ii]
En el marco de esta oscura doctrina la tendencia es a pensar que la seguridad reside principalmente en el militarismo. Dice Edgar Velásquez Rivera: “El militarismo es la tendencia a creer que la fuerza militar es la fuente de toda la seguridad. Convertida esa tendencia en una ideología, los miembros de una sociedad asumen que la “paz a través de la fuerza” es la mejor o única forma de conseguir la paz. La ideología del militarismo se resume en el aforismo latino “Si vis pacem, para bellum”, (Si quieres la paz, prepárate para la guerra)”[iii]
Este investigar señala que la doctrina de la seguridad nacional no terminó con lo que se denominó “Guerra Fría”, continuó con expresiones concretas como el paramilitarismo, en cual sigue vigente hoy en casi todo el territorio nacional. En palabras suyas: “La DSN no cesó con la terminación de la Guerra Fría. Parte de su imaginario se transformó y adquirió nuevas formas de expresión anticomunista tales como el paramilitarismo, el cual fue una de las estrategias de la política contrainsurgente del Estado colombiano”. [iv]
Otra gran verdad que sale a flote: El paramilitarismo no es producto casual de alguna persona salida de casillas, es una política de Estado implementada con el apoyo incondicional de los Estados Unidos en el marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional. En 1891, siendo presidente Carlos Holguín dio apertura a la academia militar para la formación de oficiales y fueron contratados el estadounidense Enrique R. Lemly como director y el alemán Sophus Hoeg Warming como instructor. Todo fue extranjero. Con esa mentalidad son formados los militares hoy en Colombia: Más para reprimir que para defender al pueblo. Sobran los ejemplos antes y ahora en Colombia.
Señala Velásquez Rivera: “A comienzos de 1962 el ejército colombiano estimuló la formación de autodefensas, especialmente en aquellas zonas donde el Estado no podía proteger a la población campesina. En Estados Unidos se consideró la participación de las fuerzas armadas en los procesos de desarrollo económico y social como algo necesario para contener los avances del comunismo y, para tal efecto, crearon el concepto Latin America”s Security Operations (LASO), adelantado en Colombia por Ruiz Novoa, basado en la idea de que “…la represión militar no era suficiente para eliminar el problema de los bandoleros y de las guerrillas antisistema, por lo que se necesitaban también reformas sociales, económicas y políticas”. [v]
La escuela de caballería, adscrita a la brigada de institutos militares en Bogotá, al mando del general Miguel Vega Uribe, quien presenció varias sesiones de torturas, no fue el único lugar de torturas, otros sitios fueron: El batallón Baraya, el batallón Ayacucho, el batallón Miguel Antonio Caro y el batallón policía militar, etc.
Es apenas una relación a vuelo de mariposas amarillas de las infamias que al amparo del militarismo – paramilitarismo se ha desarrollado en Colombia bajo la Doctrina de la Seguridad Nacional. Sin nombrar una sola línea del período oscuro de la era de Álvaro Uribe Vélez.
Este será un escollo duro de superar en el proceso de diálogo del presidente Santos con las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia, ejército del pueblo, FARC – EP.
El otro elemento es la respuesta del pueblo. El comandante Timoleón Jiménez ha dicho también que la llave de la paz no la tiene ni el presidente de la república ni ellos, que la llave la tiene el pueblo. Esta afirmación categórica impone un reto singular al pueblo colombiano. El reto principal es el apoderamiento de la paz que debe manifestar el pueblo cada vez con más decisión y profundidad, mediante acciones concretas.
El llamado entonces es a ser protagonista de primer orden, asumir una posición activa, propositiva y dinámica. No puede ser una actitud pasiva e indiferente, como esperando que otro haga lo que uno tiene que hacer. El llamado es a participar a partir de hoy con decisión y coraje comenzando por exigir a las partes un cese al fuego inmediato que permita que el diálogo se desarrolle en los canales civilistas y sin los sobresaltos de la absurda guerra.
Se deben habilitar mesas veredales, barriales, municipales, departamentales para aportar a hacer realidad la paz con justicia social en Colombia. De lo contrario, es muy complicado pensar un desenlace feliz. Hay que participar con audacia pero también con decisión.
Notas:
[i] VELASQUEZ RIVERA, Edgar. Historia comparada de los Doctrina de la Seguridad Nacional: Chile – Colombia. Primera edición abril 2009. Hecho e impreso en Colombia. Página consultada 64.
[ii] Ibíd. Página consultada 66.
[iii] Ibíd. Página consultada 67.
[iv] Ibíd. Página consultada 183.
[v] Ibíd. Página consultada 193.
Fuente: http://prensarural.org/spip/spip.php?article9423
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