Grecia, España, la Unión Europea y la persistencia de la
crisis capitalista mundial
Sin Permiso / Format
FORMAT.— La canciller federal alemana Angela Merkel visita por vez primera
Grecia desde 2007. Por miedo a las revueltas callejeras, Atenas ha blindado todo
el distrito gubernamental de la ciudad. ¿Qué le dice a usted eso sobre la
situación de la Eurozona?
YANIS VAROUFAKIS.— La sociedad griega oscila entre la insurrección y la depresión. Ora están las calles desiertas de gente, ora, de repente, basta una pequeña bobada para que se produzca un estallido de rabia colectiva y revueltas. Es una situación muy seria. Incluso para aquellos griegos que apoyan al gobierno, Angela Merkel simboliza la miseria que ha irrumpido en el país, apabullándolo. Se halla en una espiral descendente, la situación es cada vez más grave. Eso fortalece a la derecha; ahora tenemos un partido nazi en el Parlamento. Es como en los años 20 del siglo pasado. Veremos qué pasa.
Merkel dice claro y alto que Grecia debe permanecer en la Eurozona y recibir más ayuda. ¿No da eso a la población griega una brizna de esperanza?
Me resulta muy difícil decir eso, pero he reflexionado desde hace mucho tiempo sobre esto: la probabilidad de que Grecia se halle de nuevo a sí misma es exactamente del cero por cien. No hay nada que Grecia, España o Portugal puedan hacer para relanzar realmente la economía y reducir duraderamente el desempleo. No, mientras esos países sean prisioneros de la Eurozona. Que la arquitectura institucional de ésta no funciona, es cosa manifiesta desde el desplome de la economía financiera en 2008. Lo que hasta ahora ha hecho la política europea ha sido tomar pseudomedidas con mucho ruido.
¿Significa eso que la Eurozona está condena a desintegrarse?
No tiene buena pinta. Grecia y España no se hallan en una recesión, sino en una depresión. Sí; están en coma. Recesiones las hay siempre, y a menudo no se pueden considerar algo malo, porque aceleran la desaparición de empresas sin futuro. Pero una depresión significa otra cosa: no sólo afecta a las empresas débiles, sino a todas. Una empresa griega exitosa, fabricante de máquinas-herramientas, el 98% de cuya producción se exporta al extranjero, se halla ahora mismo en concurso de acreedores, a pesar de contar con una rebosante cartera de pedidos. No puede comprar materias primas, porque no tiene crédito a corto plazo, lo que le impide responder a los pedidos. Lo mismo se está viendo ya en España. Lo que hace los recortes y la medidas de ahorro es estrangular más la economía.
¿No diría usted que ahora mismo se está empezando a calmar a situación? El anuncio realizado por el BCE de que va a comprar deuda de los países en crisis y el paraguas salvador del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) que acaba de ponerse por obra, ¿no facilitará al menos un poco la financiación de los estados?
Siempre ha funcionado así hasta ahora: tras cada paso dado, siguen dos semanas tranquilas, hasta que todos se percatan de que no ha servido para resolver nada. Los paquetes de ayuda, la quita griega… todo eso sirvió a modo de cortisona, que tersa la piel, mientras el cáncer invisible sigue corroyendo. Hubo, empero, una excepción: la ayuda directa a los bancos acordada en junio pasado. A través de ella habría podido conseguirse separar la crisis bancaria de la crisis de la deuda pública, de modo que no tuvieran que venir ya más Estados apurados en socorro de sus bancos apurados. Pero como enseñan estas últimas semanas, eso ha quedado en nada. Alemania lo impide.
¿Dónde radica el problema capital? ¿Cómo se puede resolver la crisis?
Con unión bancaria, eurobonos limitados y medidas de crecimiento. La unión bancaria es esencial para estabilizar el sistema. Pero tiene que instituirse adecuadamente: sólo deben salvarse bancos que sigan teniendo posibilidades reales de sanar. Los otros deben ser liquidados. El apoyo debe venir a través de participaciones: el BCE u otro instituto central proporciona dinero, a cambio del cual obtiene participaciones en el banco, participaciones que luego habrá de vender con beneficios.
¿Y qué hacemos con las deudas?
Imprimir dinero para comprar títulos y bajar los tipos, tal como ha propuesto el jefe del BCE, Mario Draghi, es, a lo sumo, la tercera mejor solución. Pero yo estoy también en contra de mutualizar todas las deudas, porque eso significa un enorme problema de azar moral que podría llevarse por delante las reformas estructurales de los Estados. Mi propuesta: el BCE podría, digamos que a propuesta de Italia, ofrecer bonos a intereses más bajos, a fin de ir disminuyendo paulatinamente las deudas que rebasen los topes fijados por Maastricht. Eso bajaría los intereses. Si extendiera esa política a otros Estados en crisis, la Eurozona podría librarse de un 30% de sus deudas en un período de unos 20 años, sin necesidad de que otros países quedaran comprometidos en el proceso.
¿Y por qué no lo hacemos?
En parte por incompetencia de los políticos. Pero la razón principal es esta: porque los países exportadores –Alemania, Finlandia y Holanda— se manifiestan en contra.
Pero esos países se manifiestan al mismo tiempo a favor de apoyar ilimitadamente al MEDE aceptando pasivos.
Estan más dispuestos a aceptar pasivos que a ligarse para siempre al euro. Si viene realmente la unión bancaria, si ver verdad vienen los eurobonos, ya no hay forma de salirse del euro. Este es el dilema: para resolver la crisis, tendríamos que apostar por la Eurozona para siempre jamás. Pero eso no lo quiere Alemania. Pues, como país exportador que es, dispone de una clara ventaja: si algún día –por los motivos que fuere— quiere salir, el capital fluiría hacia Alemania. No se rompería, como pongamos por caso Grecia; eso es seguro. Y esa opción se quiere dejar abierta.
En vez de eso tenemos ahora el MEDE. En su libro lo califica usted de equivalente de las CDOs, las famosas obligaciones de deuda colateralizada, que tanto contribuyeron al desastre financiero de 2008. ¿Dónde está el peligro?
En las CDOs se mezclaban, barajados, distintos títulos de deuda. Se pasó por alto que esos títulos eran interdependientes: si un deudor pierde su puesto de trabajo y no puede pagar sus cuotas, crece la probabilidad de que, a través de una recesión, eso acabe afectando a otros deudores. En el caso del MEDE sucede lo mismo: si Italia necesita ayuda y falla como país contribuyente, crece la probabilidad de que también otros Estados fallen. Eso es, sencillamente, una locura.
En su libro dice usted que Europa no sólo ha tomado el camino equivocado para resolver los problemas, sino que ni siquiera entiende el problema básico. ¿Por qué somos ciegos?
Asistimos en 2008 el desplome de un sistema que sacó a la economía mundial de un equilibrio que había durado muchos años. Con el Tratado de Bretton-Woods de 1944 creó un sistema monetario internacional. Los norteamericanos lo configuraron de modo tal, que podían enjugar los excedentes de su comercio exterior mediante transferencias de ayuda e inversiones en Europa, sobre todo Alemania, y Japón. Para disponer de países en los que colocar sus mercancías, los EEUU forzaron la creación de la UE. Cuando Bretton-Woods fue historia y las exportaciones norteamericanas se fueron debilitando, surgió una nueva idea: los EEUU mantuvieron su posición hegemónica simplemente en la medida en que el dinero excedentario de los demás fluía hacia Wall Street y hacia empresas norteamericanas como Chrysler. Eso ha funcionado a satisfacción de todos. Hasta 2008. Y ahora tenemos países abierta y declaradamente exportadores, pero ya no hay más países importadores, y sobre todo, no hay ya ningún catalizador. La economía mundial no podrá recuperarse como eso siga así.
¿No nos salvarán los llamados países emergentes?
No. China es ya un exportador neto e invierte en títulos de deuda norteamericanos, a fin de mantener la demanda allí. Pero China es de todo punto insostenible. El momentáneo crecimiento que experimenta se basa en programas estatales de coyuntura y en inversiones especulativas. Están inflando burbujas.
¿Y cómo podría el mundo volver a una situación de equilibrio?
Necesitamos un nuevo tratado del G20 que ayudara a orientar las corrientes monetarias mundiales. Pero los EEUU y Europa son por ahora ingobernables. Y estas cuestiones no juegan ningún papel político. No habrá recuperación en mucho, mucho tiempo.
Yanis Varoufakis es un reconocido economista greco-australiano de reputación científica internacional. Es profesor de política económica en la Universidad de Atenas y consejero del programa económico del partido griego de la izquierda, Syriza. Actualmente enseña en los EEUU, en la Universidad de Texas. Su último libro, El Minotauro Global, para muchos críticos la mejor explicación teórico-económica de la evolución del capitalismo en las últimas 6 décadas, está a punto de ser publicado en castellano por la editorial española Capitán Swing. Una extensa y profunda reseña del Minotauro, en SinPermiso Nº 11, Verano-Otoño 2012.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5329
YANIS VAROUFAKIS.— La sociedad griega oscila entre la insurrección y la depresión. Ora están las calles desiertas de gente, ora, de repente, basta una pequeña bobada para que se produzca un estallido de rabia colectiva y revueltas. Es una situación muy seria. Incluso para aquellos griegos que apoyan al gobierno, Angela Merkel simboliza la miseria que ha irrumpido en el país, apabullándolo. Se halla en una espiral descendente, la situación es cada vez más grave. Eso fortalece a la derecha; ahora tenemos un partido nazi en el Parlamento. Es como en los años 20 del siglo pasado. Veremos qué pasa.
Merkel dice claro y alto que Grecia debe permanecer en la Eurozona y recibir más ayuda. ¿No da eso a la población griega una brizna de esperanza?
Me resulta muy difícil decir eso, pero he reflexionado desde hace mucho tiempo sobre esto: la probabilidad de que Grecia se halle de nuevo a sí misma es exactamente del cero por cien. No hay nada que Grecia, España o Portugal puedan hacer para relanzar realmente la economía y reducir duraderamente el desempleo. No, mientras esos países sean prisioneros de la Eurozona. Que la arquitectura institucional de ésta no funciona, es cosa manifiesta desde el desplome de la economía financiera en 2008. Lo que hasta ahora ha hecho la política europea ha sido tomar pseudomedidas con mucho ruido.
¿Significa eso que la Eurozona está condena a desintegrarse?
No tiene buena pinta. Grecia y España no se hallan en una recesión, sino en una depresión. Sí; están en coma. Recesiones las hay siempre, y a menudo no se pueden considerar algo malo, porque aceleran la desaparición de empresas sin futuro. Pero una depresión significa otra cosa: no sólo afecta a las empresas débiles, sino a todas. Una empresa griega exitosa, fabricante de máquinas-herramientas, el 98% de cuya producción se exporta al extranjero, se halla ahora mismo en concurso de acreedores, a pesar de contar con una rebosante cartera de pedidos. No puede comprar materias primas, porque no tiene crédito a corto plazo, lo que le impide responder a los pedidos. Lo mismo se está viendo ya en España. Lo que hace los recortes y la medidas de ahorro es estrangular más la economía.
¿No diría usted que ahora mismo se está empezando a calmar a situación? El anuncio realizado por el BCE de que va a comprar deuda de los países en crisis y el paraguas salvador del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) que acaba de ponerse por obra, ¿no facilitará al menos un poco la financiación de los estados?
Siempre ha funcionado así hasta ahora: tras cada paso dado, siguen dos semanas tranquilas, hasta que todos se percatan de que no ha servido para resolver nada. Los paquetes de ayuda, la quita griega… todo eso sirvió a modo de cortisona, que tersa la piel, mientras el cáncer invisible sigue corroyendo. Hubo, empero, una excepción: la ayuda directa a los bancos acordada en junio pasado. A través de ella habría podido conseguirse separar la crisis bancaria de la crisis de la deuda pública, de modo que no tuvieran que venir ya más Estados apurados en socorro de sus bancos apurados. Pero como enseñan estas últimas semanas, eso ha quedado en nada. Alemania lo impide.
¿Dónde radica el problema capital? ¿Cómo se puede resolver la crisis?
Con unión bancaria, eurobonos limitados y medidas de crecimiento. La unión bancaria es esencial para estabilizar el sistema. Pero tiene que instituirse adecuadamente: sólo deben salvarse bancos que sigan teniendo posibilidades reales de sanar. Los otros deben ser liquidados. El apoyo debe venir a través de participaciones: el BCE u otro instituto central proporciona dinero, a cambio del cual obtiene participaciones en el banco, participaciones que luego habrá de vender con beneficios.
¿Y qué hacemos con las deudas?
Imprimir dinero para comprar títulos y bajar los tipos, tal como ha propuesto el jefe del BCE, Mario Draghi, es, a lo sumo, la tercera mejor solución. Pero yo estoy también en contra de mutualizar todas las deudas, porque eso significa un enorme problema de azar moral que podría llevarse por delante las reformas estructurales de los Estados. Mi propuesta: el BCE podría, digamos que a propuesta de Italia, ofrecer bonos a intereses más bajos, a fin de ir disminuyendo paulatinamente las deudas que rebasen los topes fijados por Maastricht. Eso bajaría los intereses. Si extendiera esa política a otros Estados en crisis, la Eurozona podría librarse de un 30% de sus deudas en un período de unos 20 años, sin necesidad de que otros países quedaran comprometidos en el proceso.
¿Y por qué no lo hacemos?
En parte por incompetencia de los políticos. Pero la razón principal es esta: porque los países exportadores –Alemania, Finlandia y Holanda— se manifiestan en contra.
Pero esos países se manifiestan al mismo tiempo a favor de apoyar ilimitadamente al MEDE aceptando pasivos.
Estan más dispuestos a aceptar pasivos que a ligarse para siempre al euro. Si viene realmente la unión bancaria, si ver verdad vienen los eurobonos, ya no hay forma de salirse del euro. Este es el dilema: para resolver la crisis, tendríamos que apostar por la Eurozona para siempre jamás. Pero eso no lo quiere Alemania. Pues, como país exportador que es, dispone de una clara ventaja: si algún día –por los motivos que fuere— quiere salir, el capital fluiría hacia Alemania. No se rompería, como pongamos por caso Grecia; eso es seguro. Y esa opción se quiere dejar abierta.
En vez de eso tenemos ahora el MEDE. En su libro lo califica usted de equivalente de las CDOs, las famosas obligaciones de deuda colateralizada, que tanto contribuyeron al desastre financiero de 2008. ¿Dónde está el peligro?
En las CDOs se mezclaban, barajados, distintos títulos de deuda. Se pasó por alto que esos títulos eran interdependientes: si un deudor pierde su puesto de trabajo y no puede pagar sus cuotas, crece la probabilidad de que, a través de una recesión, eso acabe afectando a otros deudores. En el caso del MEDE sucede lo mismo: si Italia necesita ayuda y falla como país contribuyente, crece la probabilidad de que también otros Estados fallen. Eso es, sencillamente, una locura.
En su libro dice usted que Europa no sólo ha tomado el camino equivocado para resolver los problemas, sino que ni siquiera entiende el problema básico. ¿Por qué somos ciegos?
Asistimos en 2008 el desplome de un sistema que sacó a la economía mundial de un equilibrio que había durado muchos años. Con el Tratado de Bretton-Woods de 1944 creó un sistema monetario internacional. Los norteamericanos lo configuraron de modo tal, que podían enjugar los excedentes de su comercio exterior mediante transferencias de ayuda e inversiones en Europa, sobre todo Alemania, y Japón. Para disponer de países en los que colocar sus mercancías, los EEUU forzaron la creación de la UE. Cuando Bretton-Woods fue historia y las exportaciones norteamericanas se fueron debilitando, surgió una nueva idea: los EEUU mantuvieron su posición hegemónica simplemente en la medida en que el dinero excedentario de los demás fluía hacia Wall Street y hacia empresas norteamericanas como Chrysler. Eso ha funcionado a satisfacción de todos. Hasta 2008. Y ahora tenemos países abierta y declaradamente exportadores, pero ya no hay más países importadores, y sobre todo, no hay ya ningún catalizador. La economía mundial no podrá recuperarse como eso siga así.
¿No nos salvarán los llamados países emergentes?
No. China es ya un exportador neto e invierte en títulos de deuda norteamericanos, a fin de mantener la demanda allí. Pero China es de todo punto insostenible. El momentáneo crecimiento que experimenta se basa en programas estatales de coyuntura y en inversiones especulativas. Están inflando burbujas.
¿Y cómo podría el mundo volver a una situación de equilibrio?
Necesitamos un nuevo tratado del G20 que ayudara a orientar las corrientes monetarias mundiales. Pero los EEUU y Europa son por ahora ingobernables. Y estas cuestiones no juegan ningún papel político. No habrá recuperación en mucho, mucho tiempo.
Yanis Varoufakis es un reconocido economista greco-australiano de reputación científica internacional. Es profesor de política económica en la Universidad de Atenas y consejero del programa económico del partido griego de la izquierda, Syriza. Actualmente enseña en los EEUU, en la Universidad de Texas. Su último libro, El Minotauro Global, para muchos críticos la mejor explicación teórico-económica de la evolución del capitalismo en las últimas 6 décadas, está a punto de ser publicado en castellano por la editorial española Capitán Swing. Una extensa y profunda reseña del Minotauro, en SinPermiso Nº 11, Verano-Otoño 2012.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5329
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