lunes, 10 de diciembre de 2012

Irán pone a prueba el contacto con la realidad de EE.UU.
Sr. Presidente, derribe este muro
TomDispatch
En el teatro del absurdo debate de “política exterior” de la Elección 2012 se mencionó Irán no menos de 47 veces. A pesar de todo el miedo, el odio, las amenazas y las mentiras en este circo de multimillonarios de una temporada electoral, a los estadounidenses no les ofrecieron realmente nada sustancial sobre Irán, aunque se pregonaron implacablemente sus (inexistentes) armas de destrucción masivas como el principal problema de seguridad de EE.UU. (el mundo, no obstante, se sorprendió cuando el candidato Romney dijo que Siria, no el Golfo Pérsico, es la “ruta hacia el mar” de ese país.)
Ahora, una vez que dejamos atrás el arrebato y asalto de la campaña pero continúan las amenazas, la pregunta es: ¿puede Obama 2.0 cerrar la brecha entre la actual política de EE.UU. (no queremos guerra, pero habrá guerra si tratáis de construir una bomba) y la óptica persa (no queremos una bomba –dijo el Supremo Líder– y queremos un acuerdo, pero solo si nos otorgáis una cierta medida de respecto)? No hay que olvidar que un presidente Obama próximo a la reelección señalizó en octubre la menor de las posibles aperturas hacia la reconciliación mientras hablaba sobre la “presión” que estaba aplicando a ese país, cuando habló de “nuestra política de… tener potencialmente discusiones bilaterales con los iraníes para poner fin a su programa nuclear”.
Por supuesto, Teherán no “pondrá fin” a su programa nuclear (legal). La mención de “potencialmente”, debiera ser un recuerdo gráfico de cómo el establishment en Washington aborrece hasta la posibilidad de negociaciones bilaterales.
Sr. presidente, derribe ese muro
Comencemos con lo obvio pero importante: al entrar al Despacho Oval en enero de 2009 el presidente Obama heredó un “Muro de la Desconfianza” aparentemente impregnado de tres décadas de relaciones entre Irán y EE.UU. Dicho sea a su favor, en marzo de ese año se dirigió directamente a todos los iraníes para Nowruz, el Año Nuevo Iraní, pidiendo un “encuentro que se perfeccionar y fundamente en el respeto mutuo”. Incluso citó al poeta persa del Siglo XIII, Sa’adi: “Los hijos de Adán son extremidades de un cuerpo, que Dios creó de una esencia”.
Y, sin embargo, desde el principio estuvo inhabilitado por un conjunto de interpretaciones equívocas en Washington, tan antiguas como ese muro, y por un consenso bipartidista para una estrategia agresiva hacia Irán que emergió en los años de George W. Bush cuando el Congreso pagó 400 millones de dólares para un conjunto de “operaciones clandestinas” con el propósito de desestabilizar ese país, incluyendo operaciones a través de la frontera por medio de equipos de fuerzas especiales. Todo esto ya se basaba en los peligros de “la bomba iraní”.
Un informe de septiembre de 2008 del Centro Bipartidista de Política, un think tank de Washington, asumió típicamente como un hecho un Irán capaz de producir armas nucleares. Lo redactó Michael Rubin del neoconservador American Enterprise Institute, el mismo AEI que había promovido desvergonzadamente la desastrosa invasión y ocupación de Iraq en 2003. Varios futuros consejeros de Obama “aprobaron unánimemente” el informe, incluidos Dennis Ross, el ex senador Charles Robb, el futuro secretario adjunto de Defensa Ashton Carter, Anthony Lake, la futura embajadora en la ONU Susan Rice, y Richard Clarke. Todas las agencias de inteligencia de EE.UU. descartaron terminantemente la Valoración de Inteligencia Nacional de 2007, que declaraba que Irán había terminado todo programa de armas nucleares en 2003, fue descartado.
Reflejando el enfoque de “todas las opciones están sobre la mesa” (incluida la ciberguerra) del gobierno de Bush, el informe propuso –¿qué iba a ser?– un incremento militar en el Golfo Pérsico, apuntando “no solo a la infraestructura nuclear de Irán, sino también a su infraestructura militar convencional a fin de eliminar una reacción iraní”. De hecho, un incremento semejante comenzó antes de que George W. Bush abandonara su puesto y solo aumentó su envergadura en los años de Obama.
El punto crucial es el siguiente: mientras decenas de millones de votantes estadounidenses prefirieron a Barack Obama en 2008, en parte porque prometía terminar la guerra en Iraq, una parte representativa de las elites de Washington estaba preparando un proyecto agresivo para una futura estrategia estadounidense en la región que abarca del Norte de África a Asia Central y lo que el Pentágono todavía llamaba en aquel entonces el “arco de inestabilidad”. Y el puntal crucial en esa estrategia era un programa para crear las condiciones para un ataque militar contra Iraq.
¿R.e.s.p.e.t.o?
Ya que pronto comenzará un gobierno Obama 2.0, el momento para solucionar el inmensamente complejo drama nuclear iraní es ahora mismo. Pero como ha sugerido Gary Sick, de la Universidad Columbia, consejero clave de la Casa Blanca sobre Irán durante la Revolución Iraní y la crisis de los rehenes en Teherán de 1979-1981, no se logrará nada si Washington no comienza a pensar más allá de su programa de sanciones permanentemete endurecidas, que ahora se ha hecho inalterable por ser “políticamente intocable”.
Sick ha propuesto un camino sano, lo que significa que no hay esperanza alguna de que se adopte en Washington. Involucraría discusiones privadas bilaterales por negociadores verosímiles de ambas partes sobre la base de una agenda mutuamente acordada. Irían seguidas de negociaciones propiamente tales según el marco P5+1 existente (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU –EE.UU., Rusia, China, Francia y Gran Bretaña – más Alemania).
Considerando el frenético va y viene posterior a 2009 de sanciones, amenazas, ataques cibernéticos, incrementos militares, y colosales incomprensiones mutuas, nadie en su sano juicio esperaría que emergiera fácilmente un modelo de “respeto mutuo” del enfoque de “doble vía” de Washington.
El embajador Hossein Mousavian, investigador en la Escuela Woodrow Wilson de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad Princeton y portavoz del equipo de negociación nuclear de Irán de 2003 hasta 2005, tuvo que explicar finalmente todo en agosto pasado en una sola frase: “La historia del programa nuclear de Irán sugiere que Occidente está empujando impensadamente a Irán hacia las armas nucleares”. Chas Freeman, ex embajador de EE.UU. en Arabia Saudí, está de acuerdo, sugiriendo en un discurso reciente que ahora Irán “parece estar recreando el programa clandestino de desarrollo de armas de Israel de hace cinco décadas, desarrollando capacidades de construir y lanzar armas nucleares mientras niega que se proponga realmente hacer algo semejante”.
Lo que hace que todos estos acontecimientos sean aún más absurdos es que existe una solución para toda esta demencia. Como he escrito en otro lugar, para satisfacer las preocupaciones de Occidente respecto al almacenamiento por Irán de uranio enriquecido a 20%:
“Una solución mutuamente aceptable a largo plazo involucraría un ‘almacenamiento cero’. Según este enfoque, un comité conjunto del P5+1 e Irán cuantificaría las necesidades interiores de Irán para el uso de uranio enriquecido a 20%, y cualquier cantidad superior sería vendida en el mercado internacional o reconvertida de inmediato a un nivel de enriquecimiento de 3,5%. Esto aseguraría que Irán no posea jamás un exceso de uranio enriquecido a 20%, satisfaciendo las preocupaciones internacionales de que Irán busca armas nucleares. Sería una solución que salvaría las apariencias para todas las partes ya que reconocería el derecho al enriquecimiento de Irán y ayudaría a negar preocupaciones de que Irán quiera tener armas nucleares.”
Es el momento de tomar la(s) nueva(s) Ruta(s) de la Seda
La actual estrategia de EE.UU. no es exactamente un tremendo éxito. El economista Djavad Salehi-Esfahani ha explicado cómo los gobernantes teocráticos de Teherán siguen encarando los peores efectos de las sanciones y de una moneda nacional en caída libre utilizando la inmensa riqueza de petróleo y gas natural del país para subvencionar importaciones esenciales. Lo que nos lleva a la pregunta fundamental de este –y posiblemente cualquier otro– momento. ¿Admitirá finalmente Obama 2.0 que Washington no necesita un cambio de régimen en Teherán para mejorar su relación con ese país?
Solo con una admisión semejante (para sí mismo, no el mundo) son posibles negociaciones reales que lleven a un acuerdo que destruya el Muro de la Desconfianza. Esto incluiría indudablemente una auténtica détente, la aceptación del derecho de Irán a tener un programa nuclear pacífico, garantías de que el resultado no sea un proyecto encubierto de armas y la separación de la posibilidad de una guerra devastadora en el Golfo Pérsico y en las zonas petrolíferas cruciales del Gran Medio Oriente.
Teóricamente, también podría incluir algo más: un momento de Obama como “Nixon en China”, un viaje o gesto dramático del presidente de EE.UU. para romper decisivamente el impasse. Pero mientras un aluvión de halcones anti-Irán furiosamente desinformados, al unísono con el gobierno israelí del primer ministro Benjamin Netanyahu, despliegue una implacable ofensiva de relaciones públicas repleta de retórica incendiaria, “líneas rojas”, plazos, y sabotaje preventivo de las negociaciones de P5+1, un momento semejante, un gesto semejante, seguirá siendo el sueño más absoluto.
E incluso un momento tan elusivo de “Obama en Teherán” sería a duras penas el fin de la historia. Sería más bien un giro saludable en la visión general. Para entender por qué, tenéis que comprender cuán crucial es la posición geopolítica de Irán. Después de todo, en energía y otros términos este país es la máxima encrucijada de Eurasia y, por lo tanto, el pivote del mundo. Estratégicamente, domina las líneas de suministro de una parte importante de las reservas de petróleo y gas del globo, y es un centro privilegiado para la distribución de energía al Sur de Asia, Europa, y Asia Oriental en un momento en el cual China e India emergen como potenciales grandes potencias del Siglo XXI.
La necesidad urgente de controlar esa realidad es de importancia vital para la política de Washington en la región, no una “amenaza” iraní que palidece en cuando se comparan los gastos en defensa de los dos países. Después de todo, EE.UU. gasta casi 1 billón de dólares en “defensa” por año; Irán un máximo de 12.000 millones – es decir menos que los Emiratos Árabes Unidos, y solo un 20% de los gastos totales en defensa de las seis monarquías del Golfo Pérsico agrupadas en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).
Además, la “amenaza” nuclear iraní desaparecería para siempre si Obama 2.0 se decidiera a presionar para convertir Medio Oriente en una zona libre de armas nucleares. Irán y el CCG apoyaron la idea en el pasado. Israel –una potencia nuclear de facto (nunca lo ha reconocido oficialmente) con un arsenal de hasta 300 ojivas– la ha rechazado.
Sin embargo, la visión general va mucho más allá de los juegos estratégicos de EE.UU. e Israel sobre el posible futuro arsenal de Irán. Su posición como la máxima encrucijada estratégica en el Sudoeste de Asia determinará mucho sobre el futuro Gran Juego en Eurasia – especialmente qué versión de una moderna Ruta de la Seda prevalecerá en el gran tablero de ajedrez energético que llamo Ductistán.
He argumentado durante años que todos estos eventos interrelacionados se deben analizar en conjunto, incluido el “pivote” (también llamado “reajuste”) militar asiático anunciado por Washington. Esa estrategia, desvelada a principios de 2012 por el presidente Obama, debía reorientar la atención de Washington lejos de sus dos desastrosas guerras en el Gran Medio Oriente hacia la región de Asia-Pacífico con un enfoque especial en la contención de China. Una vez más, sucede que Irán se encuentra directamente en el corazón de esa nueva política, considerando cuánto de su petróleo y gas natural va hacia el este a China, pasando por aguas patrulladas por la Armada de EE.UU.
En otras palabras, apenas importa que Irán sea una tambaleante potencia regional dirigida por avejentados teócratas, con fuerzas armadas que son solo modestamente impresionantes. Es seguro que la relación entre Obama 2.0 e Irán tendrá que ver con la cuestión nuclear, pero también (se reconozca o no) con el flujo global de energía por Ductistán y las futuras relaciones de Washington con el resto de Asia. También tendrá que ver con los movimientos concertados de Beijing por reforzar el yuan en relación con el dólar y, al mismo tiempo, acelerar la muerte del petrodólar. Finalmente, tras todo esto yace la cuestión de quién dominará la versión energética del Siglo XXI en Eurasia de la antigua Ruta de la Seda.
En la reunión en 2012 del Movimiento de No-Alineados (MNA) en Teherán, India, Irán y Afganistán presionaron por la creación de lo que se podría llamar una nueva Ruta de la Seda meridional – en realidad, una red de carreteras, ferrocarriles, y puertos importantes que conectaría de un modo aún más estrecho Irán y su riqueza energética con Asia Central y del Sur. Para Delhi (como para Beijing), acercarse a Afganistán y especialmente Irán se considera crucial para su estrategia eurasiática, independientemente de cuánto los desapruebe Washington.
India apuesta por el puerto de Chabahar en Irán, China por el puerto de Gwadar en Pakistán (y por supuesto por un gasoducto de ahí a Irán) como ejes cruciales de reembarque que vinculen Asia Central y el Golfo. Ambos puertos serán peones esenciales en el Nuevo Gran Juego de Ductistán, que se escapa rápidamente al control de Washington. En ambos casos, a pesar de su intento de aislar Irán, al gobierno de Obama le quedan pocas posibilidades para impedir éstos y otros casos de mayor integración eurasiática.
La grandiosa estrategia de Washington por una “Gran Asia Central” bajo su control solía basarse en Afganistán e India. Su desastrosa Guerra Afgana, sin embargo, ha afectado tanto a sus planes como a su obsesión por la creación de rutas energéticas que eludan Irán (y Rusia), lo que parece cada vez más irreal a gran parte del resto de Eurasia. La única versión de una Ruta de la Seda que el gobierno de Obama ha podido urdir se relaciona con la guerra: la Red de Distribución del Norte, una maratón logística de rutas que cruzan de un lado a otro Asia Central para llevar suministros militares a Afganistán sin depender enteramente de un Pakistán cada vez menos fiable.
Sobra decir que, a largo plazo, Moscú hará todo lo posible por impedir una presencia de EE.UU. y la OTAN en Asia Central. Al igual que Moscú lo hará Beijing, que considera Asia Central un área estratégica de retaguardia en lo que tiene que ver con su suministro de energía y también lo considera un lugar para expansión económica. Los dos coordinarán sus políticas orientadas a dejar a Washington en la estacada mediante la Organización de Cooperación de Shanghái. De la misma manera Beijing planifica orientar su solución para un Afganistán eternamente desgarrado por la guerra y así asegurar sus inversiones a largo plazo en la explotación minera y energética. En última instancia, tanto Rusia como China quieren un Afganistán posterior a 2014 estabilizado por las Naciones Unidas.
La antigua Ruta de la Seda fue la primera carretera de globalización de la humanidad centrada en el comercio. Ahora China en particular impulsa su propia ambiciosa versión de una nueva Ruta de la Seda enfocada a sacarle provecho a la energía –petróleo y gas natural– de Myanmar a Irán y Rusia. Finalmente terminaría por vincular no menos de 17 países mediante más de 8.000 kilómetros de trenes de alta velocidad (aparte de los 8.000 kilómetros ya construidos dentro de China). Para Washington esto significa una cosa: el desarrollo de un eje Teherán-Beijing decidido a asegurar que el objetivo estratégico estadounidense de aislar Irán e imponer un cambio de régimen en ese país quede permanentemente fuera de alcance.
¿Obama en Teherán?
¿Qué queda entonces del impulso original de Obama de acercarse a Irán con un “encuentro que se perfeccione y fundamente en el respeto mutuo”? No gran cosa, parece.
Culpad –de nuevo– al Pentágono, para el cual Irán seguirá siendo la “amenaza” número uno, un enemigo necesario. Culpad a una elite bipartidista en Washington, apoyada por filas de eruditos y think tanks , que no abandonarán la enemistad hacia Irán y las campañas de miedo a su bomba. Y culpad a Israel que sigue determinado a obligar a EE.UU. a un ataque contra instalaciones nucleares iraníes. Mientras tanto, sigue adelante el incremento militar de EE.UU. en el Golfo Pérsico, que ya llega a niveles impresionantes.
Parece que alguien tiene que dar las nuevas a Washington: vivimos en un mundo crecientemente multipolar en el cual las potencias eurasiáticas Rusia y China, y la potencia regional Irán, simplemente no aprobarán sus escenarios. Cuando se trata de la(s) Nueva(s) Ruta(s) de la Seda que vinculan Asia del Sur, Asia Central, Asia del Sudoeste y China, sean cuales sean los sueños de Washington, serán conformadas y construidas por potencias eurasiáticas, no por EE.UU.
¿Y en cuánto a un momento “Nixon en China” de Obama 2.0 trasplantado a Teherán? El planeta ha visto cosas más extrañas. Pero en las actuales circunstancias, más vale esperar sentado.
Pepe Escobar es el corresponsal itinerante de Asia Times, analista para al-Jazeera, y la red RT rusa, y colaborador regular de Tom Dispatch. Su último libro es Obama Does Globalistan (Nimble Books, 2009).
Copyright 2012 Pepe Escobar

No hay comentarios: