Sr. Presidente, derribe este muro
TomDispatch
En el teatro del absurdo debate de “política exterior” de la Elección 2012 se
mencionó Irán no menos de 47 veces. A pesar de todo el miedo, el odio, las
amenazas y las mentiras en este circo de multimillonarios de una temporada
electoral, a los estadounidenses no les ofrecieron realmente nada sustancial
sobre Irán, aunque se pregonaron implacablemente sus (inexistentes) armas de
destrucción masivas como el principal problema de seguridad de EE.UU. (el mundo,
no obstante, se sorprendió cuando el candidato Romney dijo que Siria, no el
Golfo Pérsico, es la “ruta hacia el mar” de ese país.)
Ahora, una vez que dejamos atrás el arrebato y asalto de la campaña pero
continúan las amenazas, la pregunta es: ¿puede Obama 2.0 cerrar la brecha entre
la actual política de EE.UU. (no queremos guerra, pero habrá guerra si tratáis
de construir una bomba) y la óptica persa (no queremos una bomba –dijo el
Supremo Líder– y queremos un acuerdo, pero solo si nos otorgáis una cierta
medida de respecto)? No hay que olvidar que un presidente Obama próximo a la
reelección señalizó en octubre la menor de las posibles aperturas hacia la
reconciliación mientras hablaba sobre la “presión” que estaba aplicando a ese
país, cuando habló de “nuestra política de… tener potencialmente discusiones
bilaterales con los iraníes para poner fin a su programa nuclear”.
Por supuesto, Teherán no “pondrá fin” a su programa nuclear (legal). La
mención de “potencialmente”, debiera ser un recuerdo gráfico de cómo el
establishment en Washington aborrece hasta la posibilidad de
negociaciones bilaterales.
Sr. presidente, derribe ese muro
Comencemos con lo obvio pero importante: al entrar al Despacho Oval en enero
de 2009 el presidente Obama heredó un “Muro de la Desconfianza” aparentemente
impregnado de tres décadas de relaciones entre Irán y EE.UU. Dicho sea a su
favor, en marzo de ese año se dirigió directamente a todos los iraníes para
Nowruz, el Año Nuevo Iraní, pidiendo un “encuentro que se perfeccionar y
fundamente en el respeto mutuo”. Incluso citó al poeta persa del Siglo XIII,
Sa’adi: “Los hijos de Adán son extremidades de un cuerpo, que Dios creó de una
esencia”.
Y, sin embargo, desde el principio estuvo inhabilitado por un conjunto de
interpretaciones equívocas en Washington, tan antiguas como ese muro, y por un
consenso bipartidista para una estrategia agresiva hacia Irán que emergió en los
años de George W. Bush cuando el Congreso pagó 400 millones de dólares para un
conjunto de “operaciones clandestinas” con el propósito de desestabilizar ese
país, incluyendo operaciones a través de la frontera por medio de equipos de
fuerzas especiales. Todo esto ya se basaba en los peligros de “la bomba iraní”.
Un informe de septiembre de 2008 del Centro Bipartidista de Política, un
think tank de Washington, asumió típicamente como un hecho un Irán capaz
de producir armas nucleares. Lo redactó Michael Rubin del neoconservador
American Enterprise Institute, el mismo AEI que había promovido
desvergonzadamente la desastrosa invasión y ocupación de Iraq en 2003. Varios
futuros consejeros de Obama “aprobaron unánimemente” el informe, incluidos
Dennis Ross, el ex senador Charles Robb, el futuro secretario adjunto de Defensa
Ashton Carter, Anthony Lake, la futura embajadora en la ONU Susan Rice, y
Richard Clarke. Todas las agencias de inteligencia de EE.UU. descartaron
terminantemente la Valoración de Inteligencia Nacional de 2007, que declaraba
que Irán había terminado todo programa de armas nucleares en 2003, fue
descartado.
Reflejando el enfoque de “todas las opciones están sobre la mesa” (incluida
la ciberguerra) del gobierno de Bush, el informe propuso –¿qué iba a ser?– un
incremento militar en el Golfo Pérsico, apuntando “no solo a la infraestructura
nuclear de Irán, sino también a su infraestructura militar convencional a fin de
eliminar una reacción iraní”. De hecho, un incremento semejante comenzó antes de
que George W. Bush abandonara su puesto y solo aumentó su envergadura en los
años de Obama.
El punto crucial es el siguiente: mientras decenas de millones de votantes
estadounidenses prefirieron a Barack Obama en 2008, en parte porque prometía
terminar la guerra en Iraq, una parte representativa de las elites de Washington
estaba preparando un proyecto agresivo para una futura estrategia estadounidense
en la región que abarca del Norte de África a Asia Central y lo que el Pentágono
todavía llamaba en aquel entonces el “arco de inestabilidad”. Y el puntal
crucial en esa estrategia era un programa para crear las condiciones para un
ataque militar contra Iraq.
¿R.e.s.p.e.t.o?
Ya que pronto comenzará un gobierno Obama 2.0, el momento para solucionar el
inmensamente complejo drama nuclear iraní es ahora mismo. Pero como ha sugerido
Gary Sick, de la Universidad Columbia, consejero clave de la Casa Blanca sobre
Irán durante la Revolución Iraní y la crisis de los rehenes en Teherán de
1979-1981, no se logrará nada si Washington no comienza a pensar más allá de su
programa de sanciones permanentemete endurecidas, que ahora se ha hecho
inalterable por ser “políticamente intocable”.
Sick ha propuesto un camino sano, lo que significa que no hay esperanza
alguna de que se adopte en Washington. Involucraría discusiones privadas
bilaterales por negociadores verosímiles de ambas partes sobre la base de una
agenda mutuamente acordada. Irían seguidas de negociaciones propiamente tales
según el marco P5+1 existente (los cinco miembros permanentes del Consejo de
Seguridad de la ONU –EE.UU., Rusia, China, Francia y Gran Bretaña – más
Alemania).
Considerando el frenético va y viene posterior a 2009 de sanciones, amenazas,
ataques cibernéticos, incrementos militares, y colosales incomprensiones mutuas,
nadie en su sano juicio esperaría que emergiera fácilmente un modelo de “respeto
mutuo” del enfoque de “doble vía” de Washington.
El embajador Hossein Mousavian, investigador en la Escuela Woodrow Wilson de
Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad Princeton y portavoz del
equipo de negociación nuclear de Irán de 2003 hasta 2005, tuvo que explicar
finalmente todo en agosto pasado en una sola frase: “La historia del programa
nuclear de Irán sugiere que Occidente está empujando impensadamente a Irán hacia
las armas nucleares”. Chas Freeman, ex embajador de EE.UU. en Arabia Saudí, está
de acuerdo, sugiriendo en un discurso reciente que ahora Irán “parece estar
recreando el programa clandestino de desarrollo de armas de Israel de hace cinco
décadas, desarrollando capacidades de construir y lanzar armas nucleares
mientras niega que se proponga realmente hacer algo semejante”.
Lo que hace que todos estos acontecimientos sean aún más absurdos es que
existe una solución para toda esta demencia. Como he escrito en otro lugar, para
satisfacer las preocupaciones de Occidente respecto al almacenamiento por Irán
de uranio enriquecido a 20%:
“Una solución mutuamente aceptable a largo plazo involucraría un
‘almacenamiento cero’. Según este enfoque, un comité conjunto del P5+1 e Irán
cuantificaría las necesidades interiores de Irán para el uso de uranio
enriquecido a 20%, y cualquier cantidad superior sería vendida en el mercado
internacional o reconvertida de inmediato a un nivel de enriquecimiento de 3,5%.
Esto aseguraría que Irán no posea jamás un exceso de uranio enriquecido a 20%,
satisfaciendo las preocupaciones internacionales de que Irán busca armas
nucleares. Sería una solución que salvaría las apariencias para todas las partes
ya que reconocería el derecho al enriquecimiento de Irán y ayudaría a negar
preocupaciones de que Irán quiera tener armas nucleares.”
Es el momento de tomar la(s) nueva(s) Ruta(s) de la Seda
La actual estrategia de EE.UU. no es exactamente un tremendo éxito. El
economista Djavad Salehi-Esfahani ha explicado cómo los gobernantes teocráticos
de Teherán siguen encarando los peores efectos de las sanciones y de una moneda
nacional en caída libre utilizando la inmensa riqueza de petróleo y gas natural
del país para subvencionar importaciones esenciales. Lo que nos lleva a la
pregunta fundamental de este –y posiblemente cualquier otro– momento. ¿Admitirá
finalmente Obama 2.0 que Washington no necesita un cambio de régimen en Teherán
para mejorar su relación con ese país?
Solo con una admisión semejante (para sí mismo, no el mundo) son posibles
negociaciones reales que lleven a un acuerdo que destruya el Muro de la
Desconfianza. Esto incluiría indudablemente una auténtica détente, la
aceptación del derecho de Irán a tener un programa nuclear pacífico, garantías
de que el resultado no sea un proyecto encubierto de armas y la separación de la
posibilidad de una guerra devastadora en el Golfo Pérsico y en las zonas
petrolíferas cruciales del Gran Medio Oriente.
Teóricamente, también podría incluir algo más: un momento de Obama como
“Nixon en China”, un viaje o gesto dramático del presidente de EE.UU. para
romper decisivamente el impasse. Pero mientras un aluvión de halcones
anti-Irán furiosamente desinformados, al unísono con el gobierno israelí del
primer ministro Benjamin Netanyahu, despliegue una implacable ofensiva de
relaciones públicas repleta de retórica incendiaria, “líneas rojas”, plazos, y
sabotaje preventivo de las negociaciones de P5+1, un momento semejante, un gesto
semejante, seguirá siendo el sueño más absoluto.
E incluso un momento tan elusivo de “Obama en Teherán” sería a duras penas el
fin de la historia. Sería más bien un giro saludable en la visión general. Para
entender por qué, tenéis que comprender cuán crucial es la posición geopolítica
de Irán. Después de todo, en energía y otros términos este país es la máxima
encrucijada de Eurasia y, por lo tanto, el pivote del mundo. Estratégicamente,
domina las líneas de suministro de una parte importante de las reservas de
petróleo y gas del globo, y es un centro privilegiado para la distribución de
energía al Sur de Asia, Europa, y Asia Oriental en un momento en el cual China e
India emergen como potenciales grandes potencias del Siglo XXI.
La necesidad urgente de controlar esa realidad es de importancia vital para
la política de Washington en la región, no una “amenaza” iraní que palidece en
cuando se comparan los gastos en defensa de los dos países. Después de todo,
EE.UU. gasta casi 1 billón de dólares en “defensa” por año; Irán un máximo de
12.000 millones – es decir menos que los Emiratos Árabes Unidos, y solo un 20%
de los gastos totales en defensa de las seis monarquías del Golfo Pérsico
agrupadas en el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).
Además, la “amenaza” nuclear iraní desaparecería para siempre si Obama 2.0 se
decidiera a presionar para convertir Medio Oriente en una zona libre de armas
nucleares. Irán y el CCG apoyaron la idea en el pasado. Israel –una potencia
nuclear de facto (nunca lo ha reconocido oficialmente) con un arsenal de
hasta 300 ojivas– la ha rechazado.
Sin embargo, la visión general va mucho más allá de los juegos estratégicos
de EE.UU. e Israel sobre el posible futuro arsenal de Irán. Su posición como la
máxima encrucijada estratégica en el Sudoeste de Asia determinará mucho sobre el
futuro Gran Juego en Eurasia – especialmente qué versión de una moderna Ruta de
la Seda prevalecerá en el gran tablero de ajedrez energético que llamo
Ductistán.
He argumentado durante años que todos estos eventos interrelacionados se
deben analizar en conjunto, incluido el “pivote” (también llamado “reajuste”)
militar asiático anunciado por Washington. Esa estrategia, desvelada a
principios de 2012 por el presidente Obama, debía reorientar la atención de
Washington lejos de sus dos desastrosas guerras en el Gran Medio Oriente hacia
la región de Asia-Pacífico con un enfoque especial en la contención de China.
Una vez más, sucede que Irán se encuentra directamente en el corazón de esa
nueva política, considerando cuánto de su petróleo y gas natural va hacia el
este a China, pasando por aguas patrulladas por la Armada de EE.UU.
En otras palabras, apenas importa que Irán sea una tambaleante potencia
regional dirigida por avejentados teócratas, con fuerzas armadas que son solo
modestamente impresionantes. Es seguro que la relación entre Obama 2.0 e Irán
tendrá que ver con la cuestión nuclear, pero también (se reconozca o no) con el
flujo global de energía por Ductistán y las futuras relaciones de Washington con
el resto de Asia. También tendrá que ver con los movimientos concertados de
Beijing por reforzar el yuan en relación con el dólar y, al mismo tiempo,
acelerar la muerte del petrodólar. Finalmente, tras todo esto yace la cuestión
de quién dominará la versión energética del Siglo XXI en Eurasia de la antigua
Ruta de la Seda.
En la reunión en 2012 del Movimiento de No-Alineados (MNA) en Teherán, India,
Irán y Afganistán presionaron por la creación de lo que se podría llamar una
nueva Ruta de la Seda meridional – en realidad, una red de carreteras,
ferrocarriles, y puertos importantes que conectaría de un modo aún más estrecho
Irán y su riqueza energética con Asia Central y del Sur. Para Delhi (como para
Beijing), acercarse a Afganistán y especialmente Irán se considera crucial para
su estrategia eurasiática, independientemente de cuánto los desapruebe
Washington.
India apuesta por el puerto de Chabahar en Irán, China por el puerto de
Gwadar en Pakistán (y por supuesto por un gasoducto de ahí a Irán) como ejes
cruciales de reembarque que vinculen Asia Central y el Golfo. Ambos puertos
serán peones esenciales en el Nuevo Gran Juego de Ductistán, que se escapa
rápidamente al control de Washington. En ambos casos, a pesar de su intento de
aislar Irán, al gobierno de Obama le quedan pocas posibilidades para impedir
éstos y otros casos de mayor integración eurasiática.
La grandiosa estrategia de Washington por una “Gran Asia Central” bajo su
control solía basarse en Afganistán e India. Su desastrosa Guerra Afgana, sin
embargo, ha afectado tanto a sus planes como a su obsesión por la creación de
rutas energéticas que eludan Irán (y Rusia), lo que parece cada vez más irreal a
gran parte del resto de Eurasia. La única versión de una Ruta de la Seda que el
gobierno de Obama ha podido urdir se relaciona con la guerra: la Red de
Distribución del Norte, una maratón logística de rutas que cruzan de un lado a
otro Asia Central para llevar suministros militares a Afganistán sin depender
enteramente de un Pakistán cada vez menos fiable.
Sobra decir que, a largo plazo, Moscú hará todo lo posible por impedir una
presencia de EE.UU. y la OTAN en Asia Central. Al igual que Moscú lo hará
Beijing, que considera Asia Central un área estratégica de retaguardia en lo que
tiene que ver con su suministro de energía y también lo considera un lugar para
expansión económica. Los dos coordinarán sus políticas orientadas a dejar a
Washington en la estacada mediante la Organización de Cooperación de Shanghái.
De la misma manera Beijing planifica orientar su solución para un Afganistán
eternamente desgarrado por la guerra y así asegurar sus inversiones a largo
plazo en la explotación minera y energética. En última instancia, tanto Rusia
como China quieren un Afganistán posterior a 2014 estabilizado por las Naciones
Unidas.
La antigua Ruta de la Seda fue la primera carretera de globalización de la
humanidad centrada en el comercio. Ahora China en particular impulsa su propia
ambiciosa versión de una nueva Ruta de la Seda enfocada a sacarle provecho a la
energía –petróleo y gas natural– de Myanmar a Irán y Rusia. Finalmente
terminaría por vincular no menos de 17 países mediante más de 8.000 kilómetros
de trenes de alta velocidad (aparte de los 8.000 kilómetros ya construidos
dentro de China). Para Washington esto significa una cosa: el desarrollo de un
eje Teherán-Beijing decidido a asegurar que el objetivo estratégico
estadounidense de aislar Irán e imponer un cambio de régimen en ese país quede
permanentemente fuera de alcance.
¿Obama en Teherán?
¿Qué queda entonces del impulso original de Obama de acercarse a Irán con un
“encuentro que se perfeccione y fundamente en el respeto mutuo”? No gran cosa,
parece.
Culpad –de nuevo– al Pentágono, para el cual Irán seguirá siendo la “amenaza”
número uno, un enemigo necesario. Culpad a una elite bipartidista en Washington,
apoyada por filas de eruditos y think tanks , que no abandonarán la
enemistad hacia Irán y las campañas de miedo a su bomba. Y culpad a Israel que
sigue determinado a obligar a EE.UU. a un ataque contra instalaciones nucleares
iraníes. Mientras tanto, sigue adelante el incremento militar de EE.UU. en el
Golfo Pérsico, que ya llega a niveles impresionantes.
Parece que alguien tiene que dar las nuevas a Washington: vivimos en un mundo
crecientemente multipolar en el cual las potencias eurasiáticas Rusia y China, y
la potencia regional Irán, simplemente no aprobarán sus escenarios. Cuando se
trata de la(s) Nueva(s) Ruta(s) de la Seda que vinculan Asia del Sur, Asia
Central, Asia del Sudoeste y China, sean cuales sean los sueños de Washington,
serán conformadas y construidas por potencias eurasiáticas, no por EE.UU.
¿Y en cuánto a un momento “Nixon en China” de Obama 2.0 trasplantado a
Teherán? El planeta ha visto cosas más extrañas. Pero en las actuales
circunstancias, más vale esperar sentado.
Pepe Escobar es el corresponsal itinerante de Asia Times, analista
para al-Jazeera, y la red RT rusa, y colaborador regular de Tom
Dispatch. Su último libro es Obama Does Globalistan (Nimble Books,
2009).
Copyright 2012 Pepe Escobar
No hay comentarios:
Publicar un comentario