La elección presidencial en Perú -que se definirá en segunda vuelta el 5 de junio- confirma que está en desarrollo una poderosa corriente que conduce al cambio democrático y popular en América Latina. Aunque el resultado final aún está pendiente, la victoria de Ollanta Humala en primera vuelta -con 32% de los votos- apunta en esa dirección. En 2006 el ex teniente coronel del ejército peruano obtuvo alrededor del 26% en primera vuelta y alcanzó el 47% en la segunda. Esta vez Humala aumentó su caudal electoral, derrotando la feroz campaña publicitaria en su contra. Sin embargo, afronta el mismo desafío que la vez anterior: el reagrupamiento del voto de centroderecha. En aquella oportunidad ese sector se aglutinó en torno al candidato del Partido Aprista Peruano, Alan García, que obtuvo por segunda vez la Presidencia de la República. García, que reunió el 20% en primera vuelta, llegó casi al 53% en la segunda gracias al apoyo de los sectores más conservadores del Perú. Estos temían -y temen- que Ollanta Humala emule a Hugo Chávez, que en Venezuela ha puesto en marcha un proceso revolucionario de contenido socialista.
Esta vez la competidora de Humala será Keiko Fujimori, hija del ex presidente (y dictador) Alberto Fujimori, actualmente en prisión purgando condena por los numerosos delitos que cometió su gobierno. Aunque la oligarquía peruana siente repugnancia y desprecio por Fujimori, se está empleando a fondo en apoyo de su hija. Sabe que una de las primeras medidas de Keiko, si llegara a la Presidencia, sería poner en libertad a su padre. Conoce, asimismo, que el fujimorismo es en realidad una mafia vinculada al narcotráfico y a escandalosos actos de corrupción. Por eso, la centroderecha levantó la candidatura de Pedro Pablo Kuczynski, en la que se volcaron todos los recursos financieros y de propaganda de la elite peruana y extranjera en el poder. No obstante, Keiko Fujimori aventajó a Kuczynski en un estrecho resultado por el segundo lugar. La derrota del candidato de la derecha, que gozó de aplastante hegemonía en los medios de comunicación encabezados por el diario El Comercio, hermano gemelo de El Mercurio de Chile, hay que sumarla al significado profundo de estas elecciones. Kuczynski, que incluso como agente de negocios ostentaba nacionalidad norteamericana -a la cual ahora se vio obligado a renunciar-, era el representante más acreditado del modelo económico neoliberal. Su derrota, por lo tanto, se agrega al repudio a ese modelo que canalizó la postulación de Ollanta Humala.
Por otra parte, las elecciones en Perú reafirman otros rasgos de la corriente democrática que está abriéndose paso en América Latina. Por ejemplo, la crisis de los partidos tradicionales, incluyendo aquellos que alguna vez representaron a vastos sectores populares. Es el caso del Apra, al que pertenece el actual presidente, Alan García. La antigua Alianza Popular Revolucionaria Americana, fundada en México en 1924 por Víctor Raúl Haya de la Torre, partido “hermano” del PS chileno, de Acción Democrática de Venezuela y de otros partidos socialdemócratas del continente, casi está extinguida. Su representación parlamentaria quedó reducida a cuatro diputados. Es el precio que el histórico Apra ha debido pagar por la corrupción de sus más conocidos dirigentes y, sobre todo, por haber adherido incondicionalmente al modelo capitalista neoliberal, transformándose en sumiso servidor del imperio norteamericano. Es el mismo fenómeno que noqueó a AD en Venezuela en 1998 y que, sin duda, está corroyendo al PS chileno, que de socialista sólo conserva el nombre.
El Partido Nacionalista al que pertenece Ollanta Humala consiguió articular la coalición Gana Perú, en que participan los partidos Socialista, Comunista, Socialista Revolucionario, Movimiento Político Voz Socialista y Lima para Todos. Son pequeñas agrupaciones, restos de la antigua Izquierda peruana, pero que han entendido la necesidad de unirse y levantar una alternativa propia. El programa de Gana Perú contempla convocar a una Asamblea Constituyente para elaborar una Constitución Política que reemplace a la promulgada por Fujimori en 1993, en condiciones de virtual dictadura. La corriente anti neoliberal que hoy crece en América Latina adquiere formas políticas y orgánicas diversas. Pero todas -ya sea que hablen de socialismo, de nacionalismo o que esbocen críticas desde otras visiones al capitalismo globalizado-, aportan nuevas fuerzas al caudal que empuja la historia contemporánea hacia relaciones sociales más justas y democráticas, en un marco de soberanía e independencia de nuestras naciones.
En este escenario latinoamericano hace falta la presencia de Chile a través de una alternativa de Izquierda. Para ello necesitamos un instrumento de lucha política, social y cultural que permita romper la hegemonía pro capitalista de la derecha y la Concertación. En la práctica, ambas agrupaciones constituyen un solo bloque de defensores profesionales de los intereses privados, nacionales y extranjeros, que controlan las riquezas del país y explotan el talento de los trabajadores. Por cierto esa alternativa no va a surgir a la sombra de cálculos electorales de corto plazo o de migajas burocráticas. Una alternativa verdadera, o sea una propuesta diferente a lo que ya existe en el plano político, requiere una proyección histórica. Sobre todo en un país como Chile, con un modelo capitalista neoliberal que ha cooptado a amplios sectores de la población y a varias de sus representaciones políticas y sindicales.
En el camino de construir esa alternativa de Izquierda en nuestro país, resulta alentador y estimulante constatar nuevas victorias populares como la que está en desarrollo en Perú, que ojalá culmine con éxito para felicidad del pueblo hermano.
(Editorial de “Punto Final”, edición Nº 731, 15 de abril, 2011)
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