Desde hace ya casi un mes, nuestro país vive una situación que, a primera vista, pudiera parecer paradojal. Los índices de crecimiento económico aumentan y, al mismo tiempo, la cesantía retrocede. Sin embargo, como nunca antes, tras el “retorno a la democracia”, la ciudadanía da muestras de hastío y cansancio. Las cifras de rechazo a la actual administración bordean el 60% y aquellas que reprueban a los partidos opositores no son mejores. Pareciera que lo que ha entrado en crisis es el “modelo chileno”, un sistema de consensos, equilibrios y negociaciones amparadas por una constitución política redactada en tiempos de dictadura. Asistimos a la irrupción de un nuevo horizonte en el imaginario histórico y social chileno, que como todo imaginario está tejido de acciones “cuasirracionales”, esperanzas y expectativas.
Los síntomas son inequívocos: amplios sectores de la ciudadanía protestan por el actual estado de cosas. Los estudiantes han sido, hasta aquí, los protagonistas de las manifestaciones, pero no los únicos. La cuestión es clara: Los partidos y líderes políticos formados en la actual institucionalidad muestran toda su precariedad ante movimientos sociales que expresan su descontento. Así, por ejemplo, pretender satisfacer las demandas de estudiantes, docentes y apoderados aportando dinero al presupuesto educacional es desconocer la profunda naturaleza política del conflicto. Una crisis matrimonial no se resuelve regalando una lavadora.
La ciudadanía entiende que las cifras halagüeñas de crecimiento económico no significan nada para la gran mayoría de chilenos que deben lidiar cotidianamente con el alto costo de la vida, el endeudamiento y un salario mínimo humillante. Los ciudadanos han entendido, tras más de dos décadas de consensos, que la clase política no sólo es inepta sino, además, corrupta. Las nuevas generaciones, hijos de la mediatización y las redes sociales globalizadas, se niegan a seguir el modelo de sus padres que solo les promete injusticia y frustración. Destaquemos que los actuales movimientos sociales se enmarcan en demandas democráticas radicales que exigen, en última instancia, un urgente cambio constitucional. El actual ordenamiento constitucional ha llegado al límite en que ya no es capaz de otorgar representatividad ni legitimidad, y mucho menos eficiencia a las instituciones políticas.
Ya no es una utopía ni mera demagogia exigir una nueva constitución sancionada por la soberanía popular. Poco a poco, se instala en nuestro imaginario social la posibilidad cierta de un salto cualitativo en la política nacional. Esto es lo que se lee detrás de las consignas y pancartas en las calles de nuestras ciudades, un inédito horizonte político que va cerrando un pasado de más de tres décadas de autoritarismo y post autoritarismo e inaugura una nueva época. En el ámbito político se pueden advertir las grandes tendencias, sin embargo, la dosis de incertidumbre puede hacer de un día muchos años y de muchos años un día. No obstante, sean cuales fueren los plazos, las movilizaciones ciudadanas en curso auguran un nuevo tiempo político para Chile.
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