Los recuentos de víctimas
En los primeros días de la “guerra contra el terrorismo” el general
estadounidense Tommy Franks declaró: “Nosotros no hacemos recuento de víctimas”.
Por supuesto, se refería a las muertes de los afganos. El hecho de que los
nombres de las víctimas del 11 de septiembre se hayan grabado convenientemente
en una piedra hace que sea aún más sorprendente que la guerra emprendida en su
nombre genere poco interés por los muertos que no sean estadounidenses ni de la
OTAN. De hecho, una guerra que en estos momentos se encuentra en su undécimo año
y que comprende tanto la invasión y ocupación de dos países como el bombardeo
actual de al menos otros tres no ha producido ningún estudio exhaustivo sobre
sus víctimas directas e indirectas
El hecho de que una guerra global pueda causar estragos durante tanto tiempo
sin que haya voluntad oficial de determinar la cantidad de las “otras” personas
muertas es indicativo de la manera que tienen de calcular el coste de la guerra
de los Estados que la llevan a cabo. Los muertos, lisiados, desaparecidos o
desplazados que no son estadounidenses ni de la OTAN no pueden formar parte de
la ecuación si la política oficial es no contabilizarlos. El hecho de que no
parezca que haya mucha voluntad por parte de la opinión pública de cambiar esta
política dice mucho de una mucho más preocupante actitud hacia los “otros”, en
particular hacia los musulmanes. Con todo, la ONU y algunas ONG están tratando
de hacer este recuento de víctimas en la variedad de contextos locales sumidos
en el conflicto. A pesar de los obstáculos que suponen la ofuscación oficial y
la indiferencia pública, ha empezado a salir a la luz una serie de consecuencias
mortíferas.
Podemos hacernos una idea de la cantidad de muertes indirectas gracias a un artículo de The Guardian (el reportaje más completo sobre el tema) que calculaba que al menos 20.000 personas más habían muerto solo en el primer año de guerra a consecuencia del desplazamiento y del hambre a causa de la interrupción del suministro de comida. Igualmente, según Amnistía Internacional, aproximadamente 250.000 personas huyeron a otros países en 2001 y al menos 500.000 personas más son desplazadas internas desde entonces.
Más allás de estos dos Estados que todavía se encuentran bajo la ocupación, la “guerra contra el terrorismo” se extiende a varios países vecinos entre los que se incluyen Pakistán, Yemen y Somalia. Las principales armas desplegadas en estos escenarios han sido los “drones” estadounidenses, los grupos de operaciones especiales, los agentes de inteligencia y las fuerzas gubernamentales/armadas de los países implicados. Dada la naturaleza extra-judicial y encubierta de estos escenarios, la prácticamente total ausencia de datos independientes dificulta el cálculo de víctimas. De hecho, esto también es un problema en Afganistán e Iraq, pero aún así, aunque se considera que solo se han usado “drones” en Pakistán, Yemen y Somalia, es un hecho aceptado que la cantidad de ataques ha aumentado. Hasta la fecha, la Oficina del Periodismo de Investigación informa de que al menos se han producido 357 ataques en Pakistán entre 2004 y junio de 2012 (más de 300 bajo el gobierno Obama). Han sido asesinadas al menos 2.464 personas, incluyendo un mínimo de 484 civiles (168 de ellos, niños). The Washington Post añade 38 ataques que han provocado 241 muertes (56 de ellos, civiles) en Yemen. No hay cifras para Somalia, pero The New York Times confirma que se han estado llevando a cabo estas operaciones al menos desde 2007.
Los defensores de la guerra tanto oficiales como públicos se apresurarán a replicar que la mayoría de las cifras citadas de este artículo se refieren a víctimas civiles que son obra de combatientes enemigos. Pero, ¿cómo se es posible saber esto cuando se basan en estudios tan escasos? Y como se ha puesto de relieve durante la campaña de los “drones”, ¿cómo se puede distinguir claramente entre civiles y combatientes cuando los asesinos de estos últimos también son sus jueces? De hecho, incluso aceptando estas reservas, estos ataques convierten al gobierno de Estados Unidos en uno de los más prolíficos “asesinos selectivos” (según su propia denominación) de la historia. Además, como comentaba en su estudio un representante de la UNAMA, “si hay dudas acerca del estatus de no combatiente de una o más víctimas, estas muertes no se incluyen en la cantidad total de víctimas civiles. Así, hay muchas posibilidades de que UNAMA esté contabilizando a la baja las víctimas civiles”. De hecho, los autores de cada uno de los estudios admiten este mismo problema.
Uniendo todas estos datos dispersos la cifra mínima de civiles no estadounidenses ni de la OTAN muertos supera las 140.000 personas. La máxima llega fácilmente a las 1.100.000 personas. Esto significa de 14.000 a 110.000 muertes al año. Para situar esta cifras en un contexto, merece la pena recordar que 40.000 civiles fueron asesinados por el “Blitz” nazi sobre Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. Igualmente habría que recordar que en este arco de cálculos que va del mínimo al máximo no se dispone de las cifras de muertes directas en Afganistán para los años de 2003 a 2005 ni de las indirectas desde 2003 hasta el presente. Además, las muertes civiles causadas por medios diferentes de los drones, como las detenciones secretas y las desapariciones, no se cuentan en ninguna parte, y tampoco se han registrado las víctimas provocadas por las campañas militares de aliados (como los gobiernos de Pakistán o Yemen). Tampoco existen registros de la cantidad de personas que están vivas, pero enfermas, huérfanas o privadas de sus derechos, por no hablar de aquellas torturadas en cárceles públicas y privadas de todo el mundo. Y, por último, sigue siendo incalculable el sufrimiento de los millones de personas desplazadas de Afganistán, Iraq, Pakistán y de otras partes.
Aunque las cifras que hemos presentado aquí sean trágicamente incompletas, explican por qué Estados Unidos y la OTAN son tan reticentes a hacer lo mismo públicamente. Tener en cuenta el increíble coste humano de la “guerra contra el terrorismo” significaría admitir que el “terrorismo” es de doble sentido y que los Estados, y no las milicias, son quienes poseen las armas más mortíferas. El hecho de que el general Franks prefiera no contabilizar los cadáveres es aberrante pero no sorprendente. El hecho de que las esferas públicas de Estados Unidos y de los países de la OTAN se hagan eco de esta falta de interés demuestra la existencia del más sorprendente de los consensos (fabricado o no) entre la población en general, al menos en el caso de las víctimas musulmanas. Solo esta indiferencia pública y oficial explica la ausencia de cualquier estudio exhaustivo sobre las víctimas civiles, en especial mientras se continua llorando a los casi 3.000 civiles muertos en los ataques del 11 de septiembre en cuyo nombre se sigue emprendiendo la “guerra contra el terrorismo”.
M. Reza Pirbhai es profesor de Historia del sur de Asia en la Universidad del Estado de Louisiana. Se puede contactar con él en rpirbhai@lsu.edu
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