Nubarrones e incertidumbres en la economía mundial
En la crisis
capitalista de 2008-2009 su epicentro se localizó en Estados Unidos
cuando se desplomaron los índices de las acciones de las principales
compañías de ese país, con énfasis particular en la mayor quiebra
bancaria de los últimos cinco lustros, que fue la del banco californiano
Indymac (con 35 mil millones de dólares en activos), y ante las
quiebras en cascada de otras compañías inmobiliarias donde el Estado
norteamericano intervino mediante una auténtica política de corte
keynesiana a través del Tesoro y la Reserva Federal para ayudar a
consorcios privados inmobiliarios como Freddie Mac (Federal Home Loan
Mortage Corporation), que tenía una deuda de 740 mil millones de
dólares, y Fannie Mae (Federal National Mortage Association), con una
deuda de 800 mil millones de dólares, en un rescate cuyo costo se
calculó en 100 mil millones de dólares y que por supuesto tendrán que
pagar los ciudadanos norteamericanos. Es importante señalar que estas
firmas poseen la mitad de las garantías hipotecarias —unos 5 billones de
dólares en deuda (alrededor de 32.5% del pib total de Estados Unidos—.
A diferencia de esa crisis, la actual tiene como epicentro a la Unión
Europea —frente a una magra recuperación de Estados Unidos— que azota en
particular a los países más afectados como son Grecia, España, Portugal
e Italia pero que, no nos hagamos ilusiones, no deja intactos a los
demás países que la constituyen, en particular, a los miembros de la
Eurozona que enfrentan agudas contradicciones y desequilibrios en sus
balanzas comercial y de pagos.
Durante la primera crisis, por
ejemplo, con referencia a América Latina el más afectado fue México cuyo
producto se desplomó en términos negativos —decreció -2.5% entre
2008-2009— justamente por ser un país fuertemente dependiente de la
economía norteamericana, mientras que Brasil fue el que menos
experimentó los efectos de la crisis —creció 2.3% en los mismos años— lo
que se explica en parte dada su mayor vinculación al mercado mundial a
través de una economía en expansión como China.
En 2010 la
recuperación llega para la mayoría de los países latinoamericanos
destacando, por ejemplo, el caso de Paraguay que arroja una tasa de
crecimiento extraordinaria de 15%, mientras que Brasil crece 7.5% y
México 5.4% (véase: CEPAL, Estudio Económico de América Latina y el
Caribe, Santiago, Naciones Unidas , 2011, Cuatro A-3, p. 309. Sin
embargo, en 2011 Brasil se desacelera a 2.7% y México lo hace 4.2%
(CEPAL, " Informe macroeconómico de América Latina y el Caribe , Cuadro
1, p. 18, Junio de 2012. Disponible en internet: http://www.cepal.org/ publicaciones/xml/5/46985/ informe-macroeconomico.pdf "
En el entorno de las actuales dificultades de la economía capitalista
mundial, y a deferencia de las anteriores etapas, figura la reciente
desaceleración de la economía china, en orden de 7.6% anual, contra
tasas de crecimiento de su PIB que, por ejemplo, en la década de los
noventa fueron de 10% anual y cercanas a 9% durante la primera década
del siglo XXI. Esto afecta a países que comenzaron a depender de la
demanda china y, en menor medida, de sus exportaciones. Es lo que sucede
con países como Brasil, Chile y Perú que en menos de diez años
convirtieron a Chima en el primer destino de sus exportaciones. Se
calcula que una desaceleración del orden de 1% de su PIB en la economía
de este país repercute en un menor crecimiento de alrededor de 1.2% en
los principales países de América del Sur (("China desacelera", El país ,
en: http://elpais.com/elpais/2012/ 07/15/opinion/1342380065_ 582347.html
, 16 de julio de 2012). En el caso de México 1% mayor o menor del PIB
significa un incremento o disminución de alrededor de 100,000 empleos.
Este dato es suficiente para estimar lo que ocurriría si continua el
declive chino en el contorno de la crisis de sus principales socios
comerciales de la Unión Europea y de Estados Unidos que, si bien éste
último se ha mantenido relativamente a flote en los últimos años,
también muestra situación de desaceleración que ya preocupa a las
autoridades y a los trabajadores.
Aún más preocupante es el
hecho de que se esté configurando un indeseable cuadro de recesión de la
economía mundial que terminaría afectando, en diferentes grados y
niveles, prácticamente a todos los países del orbe, sin que se entrevean
probables salidas para superarla que no la intensifiquen, como está
ocurriendo hoy en día con la aplicación de las políticas de austeridad y
de ajuste fiscal en el capitalismo avanzado.
En otras
palabras, el margen de maniobra del capital y el Estado es cada vez más
limitado para imaginar y crear nuevos instrumentos contra-cíclicos que
redunden en una efectiva corrección y superación de esos desequilibrios.
La tablita de salvación del capitalismo en crisis se desliza
en la superficie de gigantescas marejadas de olas cada vez más
turbulentas y caóticas que no conducen a ninguna parte o, a lo sumo, a
un precipicio aún más profundo, revuelto y espinoso.
En
términos estrictamente capitalistas la única forma de superar la crisis
económica, es mediante un inusitado y sistemático aumento de la
productividad del trabajo con cargo en la desvalorización de la fuerza
de trabajo, vale decir, en un abaratamiento monetario de su reproducción
para que mediante esta vía aumente efectivamente la masa de plusvalor,
su cuota y, por ende, la tasa de ganancia de capital. Pero como éste es
precisamente el mecanismo responsable de la crisis —la insuficiencia en
la producción de plusvalía— el cual supone la incorporación de
tecnología y de los avances de la ciencia y la técnica en el proceso
productivo y de trabajo encaminado a ese fin, el capital obviamente con
el concurso del Estado, tiene que echar mano de otros mecanismos que
coadyuven directa o indirectamente a la producción de plusvalía.
Nos referimos principalmente a la intensidad del trabajo y a su
prolongación encaminados a contrarrestar los problemas de la producción
de plusvalor, es decir, los problemas derivados de la producción de
plusvalía relativa, para afianzar una nueva modalidad en el capitalismo
avanzado que coadyuve a restituir las condiciones generales de
rentabilidad del capital y el aumento de la tasa de ganancia.
Esta modalidad consiste en la propensión del sistema a remunerar a la
fuerza de trabajo por debajo de su valor configurando lo que Marini
denomina superexplotación del trabajo . Al respecto su planteamiento es
el siguiente: "…los tres mecanismos identificados —la intensificación
del trabajo, la prolongación de la jornada de trabajo y la expropiación
de parte del trabajo necesario al obrero para reponer su fuerza de
trabajo— configuran un modo de producción fundado exclusivamente en la
mayor explotación del trabajador, y no en el desarrollo de su capacidad
productiva...Importa señalar además que, en los tres mecanismos
considerados, la característica esencial está dada por el hecho de que
se le niega al trabajador las condiciones necesarias para reponer el
desgaste de su fuerza de trabajo: en los dos primeros casos, porque se
le obliga a un dispendio de fuerza de trabajo superior al que debería
proporcionar normalmente, provocándose así su agotamiento prematuro, en
el último, porque se le retira incluso la posibilidad de consumir lo
estrictamente indispensable para conservar su fuerza de trabajo en
estado normal. En términos capitalistas, estos mecanismos (que además se
pueden dar, y normalmente se dan, en forma combinada) significan que el
trabajo se remunera por debajo de su valor,
y corresponden, pues, a una superexplotación del trabajo" (Ruy Mauro
Marini, Dialéctica de la dependencia , Editorial ERA, México, 1973, pp.
40-41).
Conviene hacer algunas precisiones al respecto.
Este tema sobre la superexplotación del trabajo en los países avanzados
encierra muchas interrogantes y su discusión es reciente aunque
limitada.
El planteamiento original de Marini consiste en
suponer que la superexplotación es una categoría constitutiva del ciclo
del capital de la economía dependiente y que es ella la que determina la
fisonomía de sus formaciones económico-sociales históricamente
configuradas. Sin embargo, también dio pie para esbozar el planteamiento
consistente en que a partir de la década de los ochenta del siglo
pasado —y dadas una serie de condiciones estructurales como la creciente
tendencia a la homogeneización de los paquetes científico tecnológicos
en la economía mundial— se estaría asentando una otra tendencia para
extender el régimen de superexplotación en los procesos productivos y de
trabajo de los países del capitalismo avanzado en la medida en que la
fuerza de trabajo se estaría constituyendo en el factor por excelencia
para la producción de ganancias extraordinarias.
En función de
esta última tesis, nosotros hemos planteado que existe una diferencia
sustancial, respecto a la vigencia de la superexplotación en el
capitalismo dependiente, y que consiste en que en éste aquella se
configura —y funciona— bajo la égida de procesos de producción y de
trabajo fundados en el plusvalor absoluto, en la intensificación del
trabajo y, por último, en la reducción del fondo de consumo obrero y, en
menor medida, en el incremento de la productividad. Por el contrario,
en el capitalismo avanzado, la superexplotación se circunscribe a los
ciclos dominantes del capital —que funcionan en términos regionales e
internacionales— y opera bajo la hegemonía del plusvalor relativo; al
incesante aumento de la capacidad productiva del trabajo, a la
aplicación de la ciencia y la tecnología a los procesos productivos y de
trabajo y, por último, a las dinámicas internas de los mercados de
consumo que reclaman cierto poder de compra de las clases trabajadoras
que los dinamicen, aunque en muchas fracciones de ellas, se estén
reduciendo sus niveles salariales configurando poblaciones trabajadoras
de bajos salarios, pobres, precarias, polivalentes, con bajo poder de
compra y acceso limitado para adquirir los satisfactores básicos para la
vida (este tema lo profundizamos en nuestro libro de próxima aparición:
Los rumbos del trabajo . Superexplotación y precariedad social en el
Siglo XXI , México, Editorial Porrúa-FCPyS, 2012).
En los
países de capitalismo avanzado esta nueva modalidad irremediablemente se
tiene que construir sobre la base de la mayor explotación del trabajo, y
ya no solamente sobre el mero incremento de su productividad bajo la
forma clásica que implicaba la plusvalía relativa, porque es justamente
esta última modalidad la que está en crisis y se expresa en
insuficiencia en la producción de valor y de plusvalía que termina por
afectar la tasa de acumulación y de beneficio del capital.
Esto
explica las raquíticas —incluso negativas— tasas de crecimiento
económico no solamente de las economías europeas, sino también de la
economía mundial que castigan severamente la creación de nuevos empleos
productivos estimulando, al mismo tiempo, el desempleo, la precariedad
laboral y la reducción de los salarios directos e indirectos.
Las políticas de austeridad aplicadas en los países pertenecientes a la
Unión Europea como Grecia, Irlanda, Italia, Portugal y España
(peyorativamente señalados con el acrónimo inglés "pigs") no han
resuelto el candente problema de la productividad y de la reanimación de
las tasas de crecimiento económico. Más bien se han concentrado
favorablemente a resolver los problemas del capital bancario y
financiero como lo muestra la aprobación (el 25 de julio de 2012) de 100
mil millones de euros —unos 121 mil 490 millones de dólares— para
recapitalizar a los bancos españoles a costa de un paquete mas agresivo
de austeridad impuesto a la población.
Este es el modelo
neoliberal que se está implementando en todos los países en
dificultades, que no tienen otra alternativa más que la de resolver los
intereses del capital financiero ( ficticio para decirlo con Marx) a
costa de intensificar las contradicciones fundamentales del capitalismo y
agravar y erosionar, como está ocurriendo, las condiciones generales de
vida y de trabajo de la población.
Esta es la esencia de la
crisis: se proyecta de esta forma en la superficie de la sociedad, pero
responde a los profundos desequilibrios e insuficiencias en la
producción de plusvalía para proporcionar tasas suficientes y adecuadas
de ganancia que garanticen la acumulación y reproducción del capital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario