El fin de la mal llamada meritocracia
Una de las
consecuencias de la enorme crisis financiera y económica que estamos
experimentando es la pérdida de confianza en las élites gobernantes,
sean éstas financieras, económicas, mediáticas o políticas. La confianza
que un sistema político democrático requiere que exista entre el
establishment –las instituciones que gobiernan las distintas actividades
financieras, económicas, mediáticas y políticas del país- por un lado, y
las clases populares por el otro, se está perdiendo rápidamente.
La
gente normal y corriente, que solía creer que “los que mandan” son
mejores y tienen más información sobre la cual toman decisiones, ya no
cree en ello. Más y más gente cuestiona que las élites que están arriba
mandando estén allí debido a su mérito. Según la última encuesta de
valores realizada por la Pew Foundation, la mayoría de las poblaciones
de los países en recesión incluyendo los países de la Eurozona, no
confían en las élites gobernantes. Y ello explica que tales élites estén
perdiendo no sólo la confianza sino su legitimidad para “mandar”, sea
en el sector que sea.
Hay muchas consecuencias de este hecho,
fácilmente evidenciables. Pero una de las más importantes es que además
del esquema político derecha-izquierda hay que incluir otra línea
divisoria que separa los que están arriba de todos los demás, que
constituyen la gran mayoría de la población. Esta mayoría percibe que la
línea ascendente en el gradiente social no la determina el mérito, sino
las conexiones y relaciones interpersonales determinadas en gran parte
por el origen social del individuo, definido este por clase social y
género. En realidad, la evidente incompetencia de los que están arriba
(tanto en los sectores financieros como en los políticos), que aparece
claramente en su continuo y persistente intento de seguir las políticas
de austeridad que han conducido a estos países al desastre, muestra que
el mérito tiene poco que ver con que estén donde están. Las conexiones y
redes de intereses (que los sociólogos llaman capital social y la gente
normal y corriente llama las conexiones y enchufes) que les permiten
trepar, explica que estén arriba. Ésta es la percepción hoy
generalizada.
Es lógico, pues, que la gran mayoría de la
ciudadanía cuestione el sistema que permite a las élites existir,
permanecer y reproducirse, sin ninguna justificación o responsabilidad
frente a los demás (lo que en inglés se llama accountability). La
meritocracia aparece como la ideología que las élites promueven en los
medios que controlan para justificar su poder. La pérdida de
credibilidad de esta ideología es clara y enorme. La gran mayoría de la
población en la citada encuesta Pew, no cree que las élites gobernantes
sean “mejores” que la gente normal y corriente. En realidad, comienza a
verse lo contrario. Unos porcentajes que están creciendo son los de los
que piensan que la gente de arriba es más corrupta que la gente normal y
corriente. Se han enriquecido, no a base de sus méritos, sino a base de
sus contactos y conexiones (repito, el llamado capital social).
Esta toma de conciencia lleva a una situación que tiene un enorme
potencial explosivo, pues el mayor grado de conocimiento y mayor
exigencia que ello conlleva, conduce a una situación en que la falta de
credibilidad de la ideología meritocrática provoca el deseo de cambiarla
o eliminarla. Y de ahí surgen los movimientos contestatarios: de la
concienciación de que los que tienen gran poder en el país defienden, no
los intereses generales de la población, sino los particulares que
representan, careciendo de legitimidad para estar donde están y tener el
poder que tienen.
Los movimientos contestatarios
No
es, pues, por casualidad, que tales movimientos hayan surgido en países
como España y como EEUU, donde hay mayor concentración del poder
financiero, económico, mediático y político, y donde la relación
existente entre estos diferentes establishments es más acentuada. La
relación y conexión, por ejemplo, entre el establishment financiero, el
mediático y el político alcanza dimensiones elevadas en España y en
EEUU. De ahí el surgimiento del 15-M y del Occupy Wall Street. Son
movimientos de denuncia de la gran concentración del poder y de las
enormes limitaciones que ello determina en el sistema democrático de tal
país. En ambos países las limitaciones del sistema democrático son
enormes y evidentes. El “no nos representan” del movimiento 15M es
ampliamente entendido y compartido por la mayoría de la ciudadanía,
mayor en las personas de sensibilidad progresista, pero también presente
en personas de sensibilidad conservadora.
Ello conlleva una
distancia cada vez mayor entre los gobernantes y los gobernados, que
incluye a los gobernados de distintas sensibilidades políticas. En ambos
países, tales movimientos contestatarios actúan como conciencia
colectiva de la mayoría de la población. Su gran poder deriva del gran
apoyo popular que reciben. De ahí el enorme temor que tales
establishments han mostrado, aumentando la represión, que ha alcanzado
en España y en Catalunya un nivel no visto desde tiempos de la
dictadura.
Tales movimientos, en contra de una imagen
intencionada y sesgada promovida por los medios conservadores, han sido
altamente exitosos, pues han puesto en el centro del debate y de la
visibilidad mediática las enormes falsedades en las que se apoya el
sistema. En España, hay una escasísima representatividad del sistema
político (“no nos representan”), una enorme corrupción de las
estructuras políticas (“no hay pan para tanto chorizo”), una exigencia
del cambio (“si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”), y una
larga lista de eslóganes que reflejan gráfica y simbólicamente los
enormes déficits del sistema político-económico heredado de la
transición inmodélica, hecha en términos muy desiguales con gran dominio
de las fuerzas conservadoras en aquel proceso de transición,
determinando una democracia muy incompleta, con un bienestar muy
insuficiente (todavía hoy España tiene el gasto público social por
habitante más bajo de la UE-15).
Estos movimientos, con su
estrategia de ridiculizar al establishment (lo cual hacen con gran
creatividad y humor) están mostrando que el rey está desnudo. La manera
como los “yayo flautas”, un grupo de ciudadanos de edad avanzada,
ridiculizan la pomposidad del poder es digna de aplauso y apoyo. Al
poder hay que mostrarlo por lo que es: la mera defensa de intereses
particulares para el enriquecimiento de élites que han trepado hasta
arriba a costa de todos los demás.
No es su objetivo
convertirse en un partido político sino denunciar los enormes déficits
democráticos, y radicalizar a los instrumentos políticos y sociales que
necesitan que se les agite para que sirvan mejor a la ciudadanía. Y lo
están consiguiendo.
Una última observación. Este distanciamiento
entre gobernantes y gobernados, resultado de las enormes insuficiencias
del sistema democrático español, no debe llevar a un sentimiento
antipolítico que conduce a un fascismo antidemocrático (Franco era el
indicador máximo de la antipolítica) sino a un mayor nivel de exigencia
democrática, pidiendo con toda contundencia, que se hagan las
transformaciones profundas de lo que se llama democracia en España, para
conseguir una democracia real y auténtica en la que sea la ciudadanía
el origen de todo poder, expresado este, tanto en forma directa como
indirecta, dentro de un sistema auténticamente proporcional el que cada
ciudadano tenga la misma capacidad decisoria en el país, expresada a
través de referéndums vinculantes (tanto a nivel central como autonómico
y municipal) así como a través de instituciones auténticamente
representativas. Y exigiendo también una pluralidad en los medios, hoy
prácticamente inexistente en España, que represente la existente
pluralidad que hay en la ciudadanía española.
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