El chavismo después de octubre
AIM Digital
Cuando alguien alguna vez ideó el
apotegma según el cual “en política, dos más dos nunca da cuatro” no se equivocó
y Venezuela es una muestra. Los resultados de las elecciones presidenciales del
7 de octubre son, en esa medida, paradójicas, multisémicas, sus mensajes se
vuelven contradictorios si cada uno por su lado tomara vuelo propio y se
potenciara a su máxima expresión.
Allí está lo interesante, pero también sus riesgos, tratándose de un complejo
proceso social de más de 20 años, basado en el esfuerzo y sacrificio de millones
de trabajadores y pobladoras, miles de militantes, cuadros y dirigentes de la
izquierda socialista, quienes junto al inspirado líder bolivariano Hugo Chávez,
dieron a luz la llamada “revolución bolivariana”.
Que el presidente haya ganado en 22 de los 24 Estados, incluidos seis de los
siete que gobierna la oposición, no estaba en los cálculos de ninguna sala
situacional del gobierno, ni en la dirección del Partido Socialista Unido de
Venezuela o en los movimientos sociales, menos en las melifluas consultoras de
opinión pública que saturaron a la población y los titulares con las
estadísticas electorales más sorprendentes. Tampoco en las previsiones de la
oposición.
Chávez ganó con holgura y comodidad en las peores condiciones del chavismo,
lo que constituye un contrasentido, sólo explicable por la dinámica actual del
proceso revolucionario bolivariano y de su vanguardia, en el contexto
internacional en que se dio.
Cuando 11 valen más que 11
Los más de 11 puntos de ventaja obtenidos por Hugo Chávez sobre el candidato
de la burguesía y de Washington, adquieren relevancia en varias dimensiones.
Comencemos por recordar dos datos electorales básicos y uno de carácter
social. El presidente Hugo Chávez había ganado tres veces seguidas las
elecciones para la primera magistratura (1998, 2000, 2006). Esta es su cuarta
victoria presidencial y la número 13 de las 15 pruebas del chavismo en las
urnas, durante 13 años de gobierno.
No se conoce un caso similar en la historia electoral latinoamericana. Sólo
José María Velasco Ibarra, en Ecuador y Getúlio Vargas, en Brasil, alcanzaron
triunfos tan simultáneos, con dos diferencias: O sufrieron golpes que acortaron
sus períodos, o ellos mismos restringieron las libertades democráticas (como
suspender el parlamento o militarizar las ciudades) para prorrogar sus
mandatos.
En la última prueba presidencial, Chávez derrotó a su contrincante con 26
puntos de ventaja. Esta vez la redujo en 15 puntos. Esta caída contiene la
tendencia decreciente del voto chavista, que entre 2007 y 2010 cayó 14 por
ciento, mientras el voto enemigo subió siete por ciento en el mismo período. Con
esa dinámica como escenario, se esperaba un guarismo menor en octubre
pasado.
Desde el punto de vista del ánimo social, eran verificables tres datos en la
base chavista: la vanguardia está molesta por lo que considera retrocesos
políticos del gobierno ante la boliburguesía, la burocracia, y los gobiernos de
Santos y Lobo, al primero por entregarle militantes colombiados refugiados en
Venezuela, al segundo por haberlo legitimado en la OEA, luego de condenarlo por
“hijo del golpe contra Zelaya”.
La base chavista más amplia siente lo mismo, pero por causas de escala como
la inseguridad, la inflación (la más alta del continente), la ineficacia en la
gestión de los servicios públicos. El movimiento obrero, por ejemplo, no acepta
compartir el control obrero de fábricas en las que se ve sometido a un
incremento constante de su explotación, salarios retenidos por contrataciones
vencidas y una burocracia sindical reemplazante del patrón ausente.
De la misma manera que el voto campesino y rural por Chávez ha sido superior
al 70 por ciento desde el año 2000, el voto obrero se ha reducido a casi la
mitad desde entonces. Basta recordar que la primera Ley social de escala fue la
de Tierras, en 2001, mientras que la ley Orgánica del Trabajo apareció 12 años
después, el 1º de mayo de este año.
Chávez nunca tuvo programa para el movimiento obrero, aunque se haya puesto
de su lado en dos ocasiones fundamentales: el paro patronal petrolero de 2003 y
la rebelión de los obreros de Guayana en 2009, cuando fue expropiada la
multinacional argentina Techint.
Dentro de un escenario tan complicado, no hay dudas que más de 11 puntos de
ventaja representa mucho más que esa cifra.
Debe registrarse que esta vez se trató de una derrota para la campaña
internacional, que desde Madrid, Miami, Bogotá, Buenos Aires, Londres, Asunción,
Santiago y Berlín, dedicaron casi dos meses a vaticinar, no solo la derrota
inminente del chavismo, también su violencia gubernamental mediante “grupos
armados bolivarianos” (diario ABC) y “milicias para imponer un fraude” (Nuevo
Herald), “incluso en el caso que, como se prevé, resulte un empate” (J. Lanata,
Clarín/Mitre).
Una muestra de los ocho principales matutinos de esas capitales, recensada
por la red internet, permite comprender el valor político internacional ganado
por esos 11 puntos de ventaja. Entre el 15 de septiembre y el 5 de octubre
publicaron 401 noticias con informes y opiniones sobre el proceso electoral
venezolano, todas con un solo mensaje: Chávez puede perder.
En las dos semanas finales de la campaña, modificaron una parte del contenido
con una semiótica ambivalente, sinuosa, que iba de la posibilidad de perder a la
probabilidad de un fraude por empate. En algunos casos, como ABC de Madrid y Die
Bilt, de Berlín, hablaron de escenarios de violencia callejera donde el gobierno
usaría el poder militar para imponerse sobre sus oponentes.
Hasta las 19 del propio día de las votaciones, cuando ya era evidente la
derrota de los anti chavistas, Jorge Lanata y un diario alemán aseguraban que
habría un empate.
De varias maneras, el ambiente y los rumores de violencia recordaban al
Referéndum Revocatorio de agosto de 2004, cuando otra consulta electoral se
convirtió en una prueba política de alto voltaje social internacional. En ese
contraste radicó el valor simbólico y político de la suficiente mayoría ganada
por Hugo Chávez.
Esta vez, como aquella, las fuerzas más militantes de ambos bandos, se
prepararon para escenarios de enfrentamiento físico, para definir en los hechos
aquello que los votos dejaran sinuoso.
La diferencia radicaba en las razones y los objetivos. Para los “escuálidos”
más duros dentro de la derecha opositora, el sentimiento se reduce a la absoluta
intolerabilidad de Chávez en el poder y de sus movimientos radicales dominando
la vida social en las ciudades y campos.
Para los bolivarianos, los aprestos revolucionarios se basaban en dos
motivaciones estrechamente relacionadas: defender el anunciado triunfo
presidencial (solo una de 9 encuestadoras daban derrota para Hugo Chávez), una
forma, un momento, en la defensa de los avances, cambios, reformas y
transformaciones.
El sugerente llamado del candidato derechista, Capriles Radonski, al día
siguiente de su derrota, exigiendo cordura y tranquilidad a “aquellos grupos que
andan por ahí queriendo hacer violencia”, no se debió solo a la comprensible
preservación de su fulgurante 44 por ciento de presea electoral, sino también al
costo político y humano que hubieran significado los enfrentamientos
anunciados.
En barrios ricos del este de Caracas fueron detectados no menos de 10 grupos
armados esperando la orden para defender el triunfo que les habían prometido
durante la campaña, y desde el exterior.
Como pocas veces desde el golpe de Estado de abril 2002, la dirección
política de la derecha venezolana convenció a sus electores y cuadros, de dos
cosas:
a) La victoria de Capriles era un hecho inevitable.
b) Chávez se muere en medio o después de la campaña.
b) Chávez se muere en medio o después de la campaña.
Con esa creencia convertida en fe, los más decididos a la acción se
organizaron para defender “su” triunfo en las urnas con las armas.
Veamos como lo escribe uno de sus estrategas en el revelador documento
interno de la MUD, titulado Avalancha, tan sugestivo como su nombre: “Muchas
cosas han sucedido en este país en tres semanas y la prueba está en el hecho,
innegable a mi juicio, que Capriles hoy supera a Chávez por un margen de 10 a 15
puntos.
Escenario 2012
• El presidente tiene cáncer
• El 85 por ciento de la población rechaza el comunismo en Venezuela
• El gobierno y su aparato político no ha ganado ninguna elección nacional,
gremial, sindical o estudiantil en los últimos dos años
• 14 años de gobierno de ofertas, promesas incumplidas y abuso de la
propaganda oficial cansaron a la población
• Crisis de servicios públicos frente a una regaladera internacional hecha
pública enardeció a todos
• Al ser Chávez el único referente oficial, su equipo de gobierno y líderes
partidistas son imperceptible para el ciudadano común. La caída del líder único,
conduce a la caída del proyecto
• La inseguridad, la salud, la escasez de vivienda y la inflación, sumada a
fenómenos naturales, evidenciaron una gestión estructurada sobre un andamiaje
gubernamental ineficiente e incapaz
• La descomposición y desintegración de los partidos y lideres políticos se
vio sustituida eficazmente por una oposición que logró la Unidad emergiendo la
MUD como su referencia mas seria
• Las elecciones primarias lograron a los efectos del imaginario del
ciudadano común, ofrecer la percepción de que no solo se había elegido al
candidato de la Oposición si no al próximo presidente (Avalancha!!!, por Nelson
J. Oxford Belisario, Caracas, septiembre 2012)
Entre datos reales y deseos necrofílicos, prepararon a sus electores, pero
sobre todo a sus cuadros y militantes más activos, para un triunfo tan
inexorable como la salida del sol a la mañana. La derrota por tanta diferencia
los sorprendió, en proporción inversa al alivio sentido por el gobierno y el
movimiento bolivariano.
Resonancias bolivarianas
Si proyectamos el efecto del triunfo de Chávez en el terreno internacional,
al interior del movimiento bolivariano, de su militancia y de la población
chavista votante, debemos multiplicarlo en cantidad, pero sobre todo apreciarlo
en sus cualidades políticas y subjetivas.
Si antes de las elecciones, los temores indujeron a más de un analista por
los caminos de la prudencia y a muchos militantes y movimientos a prepararse
para lo peor, el triunfo fue sentido y valorado con la fuerza de un espasmo.
Se calcula que alrededor 320 militantes de confines tan distantes como
Suecia, Argentina, Holanda, Brasil, Francia, Estados Unidos, España y México,
entre una veintena de países, se convoyaron con la militancia chavista en la
campaña, se pusieron al servicio de las tareas del día 7 y celebraron como
propia la victoria. Esto no ocurrió en 2006 ni en 2010.
Como señala Gonzalo Gómez, el referente del diario web Aporrea, “la
correlación de fuerzas en América Latina sigue siendo favorable a la revolución
y a la llamada “integración” regional, con el triunfo de Chávez. La opción
intervencionista del imperialismo queda debilitada y postergada, lo cual da
preferencia a otras estrategias que están tratando de utilizar para neutralizar
a la revolución bolivariana en el escenario geopolítico latinoamericano”.
Aunque estos cuatro aspectos recogidos por Gonzalo tienen complejidades
mayores, sumariados así, ilustran con inteligencia el sentido de lo alcanzado
con los inesperados 11 puntos de ventaja.
Para la mayoría de la militancia bolivariana de base, y para su amplia gama
de cuadros políticos y técnicos, el triunfo por tanta ventaja es la posibilidad
de profundizar las transformaciones, hasta completar el proceso. A eso lo llaman
“transitar al socialismo”, a pesar que la complejidad del concepto aconseja
medidas, tareas y programas de difícil realización, mientras esos mismos
movimientos no asuman un empoderamiento político superior.
Como en ningún país latinoamericano, esa vanguardia puede apoyarse en el
discurso presidencial, que convocó durante su campaña, desde su propuesta
conocida como “Programa de la Patria”, a “una transición al socialismo”,
blindando la independencia nacional conquistada (aunque sea relativa) y a la
profundización de lo que llama “el poder popular”.
El resultado dejó abiertos varios mensajes. Unos hablan de potencialidades
revolucionarias contenidas en el desbordado entusiasmo defensivo que a último
momento garantizó el voto chavista.
Pero otros indican que se ha abierto la fase más difícil para el movimiento
político bolivariano y para su gobierno y líder, enredados todos en el
escurridizo mecanismo del voto, donde los explotados y oprimidos tienen más
riesgos que ventajas.
En ese terreno, es suficiente saber que la derecha pasó del 37 por ciento del
electorado en 2006 al 44 por ciento en 2012. Y ese, no es un dato alentador para
ningún proyecto o transición socialista, por muy voluntariosa y bienintencionada
que sea.
Basta con refrescar esa tendencia en términos estadísticos, para ver
sobrevolar en Venezuela el espantajo del retroceso y la “autoderrota” como si
fuera el silbido funerario de un suicidio que se anuncia. Como en Nicaragua, por
ejemplo.
Uno de los jóvenes intelectuales de la nueva camada formada en los tiempos
del chavismo, Luigino Bracci, puso el asunto en términos matemáticos,
proyectando todos los resultados electorales de octubre 2012, en el escenario
electoral de octubre de 2018, cuando serían las próximas votaciones
presidenciales.
“Matemáticamente hablando, si la oposición y el chavismo mantenemos las
mismas proporciones de crecimiento, en 2018 las cifras serían estas:
• Oposición: 9.747.508 votos
• Chavismo: 8.892.603 votos.
[Ellos] Nos superarían en 854.860 votos.” (Aporrea, 09/10/12)
• Oposición: 9.747.508 votos
• Chavismo: 8.892.603 votos.
[Ellos] Nos superarían en 854.860 votos.” (Aporrea, 09/10/12)
Luigino razona su advertencia en los siguientes datos y tendencias:
“En Venezuela no hay 6,5 millones de oligarcas”, diría Fidel Castro. Sí, los revolucionarios estamos contentos, pero hay que comparar los números con los de las elecciones presidenciales de 2006 para comenzar a analizar en qué requerimos mejorar en nuestro trabajo dentro del proceso que comanda Hugo Chávez.
“En Venezuela no hay 6,5 millones de oligarcas”, diría Fidel Castro. Sí, los revolucionarios estamos contentos, pero hay que comparar los números con los de las elecciones presidenciales de 2006 para comenzar a analizar en qué requerimos mejorar en nuestro trabajo dentro del proceso que comanda Hugo Chávez.
• En 2006, estaban inscritas 15.784.777 personas en el sistema electoral. De
ellas, votaron 11.790.397 personas (participación de 74,69 por ciento).
7.309.080 personas votaron por Hugo Chávez y 4.292.466 personas votaron por el
opositor Manuel Rosales.
• En 2012, estaban inscritas 18.903.937 personas en el sistema electoral. Los
votantes hasta ahora han sido 14.901.740 personas (participación de 80,72 por
ciento).
• En estos seis años, el registro electoral subió en 3.119.160 personas
(19,76 por ciento) y los votantes subieron hasta ahora en 3.111.343 (26,38 por
ciento). Era de esperarse entonces que tanto el chavismo como la oposición
crecieran alrededor de 26 por ciento desde 2006.
Ahora, las cifras desagradables. Entre 2006 y 2012:
• Los socialistas crecimos en 752.976 votantes, es decir, 10,3 por ciento. Muy por debajo de lo que esperamos.
• Los opositores crecieron en 2.175.984 votantes, es decir, 50,69 por ciento. Muy por encima de lo esperado.
Por supuesto, la lucha de clases, y menos su compleja dimensión llamada
“conciencia”, son matematizables, fundadas ambas en múltiples determinaciones,
variables y dinámicas, a veces azarosas. Pero bien vale su alerta desde el punto
de vista electoral, para recordar que el camino elegido para defender y
profundizar el proceso bolivariano, es el más vulnerable porque es el terreno
privilegiado de ellos.
Una profunda dialéctica estrujó a la conciencia bolivariana de base y la
convenció de conservar lo conquistado. Atrapada entre su malestar con la
enriquecida boliburguesía, la fastidiosa burocracia y su terror al pasado,
definió su voto en términos más defensivos que ofensivos, dispuesta a preservar
logros democráticos, sociales, económicos y culturales, que le han modificado
sustancialmente su existencia, aunque estén en proceso de riesgoso
deterioro.
Para darle sustentabilidad a esos enormes avances sociales y políticos, el
proceso bolivariano deberá ampliar su base social y militante, desde otros
parámetros que los electorales.
Dos escenarios de prueba inmediata para ese desafío, ambos en el terreno
electoral, son las elecciones de diciembre para elegir gobernadores y Consejos
Legislativos regionales, luego en abril 2013 para la elección de alcaldes y
alcaldesas. La perspectiva para ambos escenarios es de incertidumbre. Antes del
7 de octubre, varios datos de la realidad social anunciaban resultados
cerradamente paritarios en diciembre y una derrota fea en abril.
Tanto en uno como en otro están contenidas las señales de la nueva realidad
del chavismo: dilemático como movimiento, declinante como opción electoral. La
derecha mantiene 7 gobernaciones, entre ellas las dos circunscripciones
electorales más grandes (Miranda y Zulia) y la cuarta (Carabobo).
En esos Estados y otros menores gobernados por ellos, Chávez les ganó el 7 de
octubre, aunque con poco margen, pero en sus capitales provinciales el enemigo
incrementó sus votos. A la derecha le bastarían cinco gobernaciones nuevas para
poner al chavismo contra la pared.
Eso no está descartado en términos electorales, debido a la mala gestión, más
corrupción y desgaste de una parte de los alcaldes y gobernadores chavistas.
Esto se manifestó con crudeza en la campaña electoral pasada.
En dos actos con Chávez, la masa chavista, junto con sus movimientos y
organizaciones, gritaron vivas al presidente y abucheos al gobernador… delante
del propio Hugo Chávez. El mensaje fue contundente. En el Estado Aragua, por
ejemplo, fuente del movimiento militar bolivariano desde 1982, con alta votación
histórica para el gobierno, el equipo de prensa de Presidencia realizó una
encuesta sobre el propio gobernador, un militar y asistente cercano suyo, el
mismo día del acto de masas en el que habló como candidato.
De este acto conspirativo, muy del estilo del líder bolivariano, resultaron
dos conclusiones: al gobernador chavista no lo quiere nadie, y: hay que
cambiarlo o se pierde Aragua.
Así ocurrió en este Estado y en otros, pero no en la estratégica ciudad de
Guayana, la mayor concentración obrera del país, donde varias industrias
gigantescas están bajo control obrero. Allí el candidato será el actual
gobernador, un contrasentido que puede conducir a la derrota, solo explicable
por el peso de ese gobernador, un general, en el ”partido militar”.
Esa complicada perspectiva explica los cambios de figuras y candidatos
aplicado por el presidente para esos Estados. Solo falta saber si eso más el
“efecto octubre” logran mover a un electorado chavista regional muy molesto. Con
un agravante. Ni está en disputa la presidencia de Hugo Chávez ni este podrá
viajar Estado por Estado para garantizar el triunfo de sus candidatos
levantándoles sus manos.
El poder popular deberá traducirse en poder político desde abajo, basado en
los organismos más dinámicos ya en curso, como las decenas de miles de Consejos
Comunales, los Consejos de trabajadores, las Comunas y Aldeas Socialistas, las
federaciones campesinas,los Comités de Salud Laboral, los activos organismos de
profesionales e intelectuales y los más de 600 medios comunitarios.
Después desde el 8 de octubre, el presidente y varios de sus ministros y
jefes políticos como Jorge Rodríguez, han acusado recibo y prometido profundizar
el poder popular, como se establece en la segunda Estrategia del programa
electoral de octubre. Como aconseja un dicho campesino, “una cosa piensa el
burro y otra el que lo va arriando”. La militancia tiene serias dudas y espera
para ver. Este estado transicional se basa en la promesa deberán convertirla en
realidad el mismo cuerpo burocrático que causó el malestar.
La contradicción más dulce de la “revolución bolivariana” es que avanzó tanto
que no es posible hacerla retroceder por medios pacíficos o electorales, siempre
bajo la condición que sus vanguardias y movimientos conserven su actual
conciencia anti capitalista y anti burocrática.
De ella dependerá que en el próximo período las presiones internacionales y
locales no conduzcan a un gobierno de coalición con “la burguesía”, como ya se
ha instalado en un sector del chavismo más institucional.
Que en el actual contexto internacional, el debate en Venezuela sea entre
transitar socialismo o retroceder, ya es en sí mismo un avance descomunal. El
dilema está en las mediaciones sociales, programáticas y políticas, para
transitar a lo primero e impedir lo segundo.
* Modesto Emilio Guerrero es analista internacional, periodista,
escritor.
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