Aumentar impuestos y limitar derechos
El estar viviendo una época de
crisis coyuntural y estructural nos obliga a dejar de pensar que con algunas
reformas al estado liberal contemporáneo se resuelve el problema. La decadencia
de la hegemonía estadounidense representa el fin de una época -que arrancó
después de la segunda guerra mundial- como consecuencia del agotamiento de un
sistema económico que surgió en el siglo XVI y que, a lo largo de los últimos
quinientos años, ha provocado el crecimiento espectacular de la producción y el
consumo de bienes pero también la degradación de la naturaleza y la humanidad
enteras.
Una de las creaciones más importantes en este proceso secular -también
conocido como capitalismo- fue sin duda la creación del estado liberal,
provocado en parte por la revolución francesa que mandó a las monarquías al baúl
de los recuerdos para inaugurar la democracia representativa. Sin embargo, la
discusión con respecto a la formación de un nuevo régimen político que sirviera
de soporte al capitalismo viene desde antes de la toma de la Bastilla
Para Tomás Hobbes, el estado se justifica y se legitima por su eficacia para
evitar la guerra de todos contra todos -que es la constante en el estado de
naturaleza- lo que impide el disfrute de la propiedad. En cambio para John
Locke, el estado está para garantizar el disfrute de los derechos naturales, a
los cuales el ciudadano no puede renunciar, garantizando la tolerancia religiosa
y la libertad para poseer propiedades sin la intervención estatal. Ambos
coinciden en reconocer que el estado está obligado a mantener condiciones
mínimas para el libre desarrollo de la sociedad.
Posteriormente, el pensador utilitarista Jeremías Bentahm iría más allá,
afirmando que la misión del estado es realizar acciones útiles para la sociedad,
abriendo el camino para la intervención del estado en la economía, sin reñir con
el credo liberal clásico enarbolado por Hobbes y Locke, que limitaba al estado a
ser un simple guardián del orden. Las ideas de éstos son hasta hoy el sustento
del estado liberal tradicional -hoy llamado neoliberal- mientras que las del
utilitarismo de Bentahm representan sin duda un antecedente central en la
conformación del estado de bienestar.
En nuestros días, la decadencia del estado liberal y del liberalismo como
ideología puede verse en México sin necesidad de realizar sesudos estudios. Por
un lado no consigue contener el aumento de la violencia social -lo que afecta
sin duda la confianza para invertir y abrir un negocio en buena parte del
territorio nacional, razón de ser de la economía capitalista. Pero además, de
cara al enorme crecimiento de las demandas de la sociedad, el estado mexicano se
muestra incapaz de atenderlas. El derecho al trabajo, por ejemplo, está cada vez
más debilitado y hoy enfrenta una reforma laboral que de un plumazo se propone
cancelar prestaciones ganadas a pulso por movilizaciones de trabajadores, muchas
veces reprimidas brutalmente. Todo con el falaz argumento de que lo importante
es aumentar las inversiones para recuperar el crecimiento económico y crear más
empleos.
Al mismo tiempo la destrucción paulatina del estado de bienestar ha cancelado
la posibilidad de distribuir la riqueza de manera eficaz, para evitar que la
brecha entre pobres y ricos aumente. El estado neoliberal, creado para sostener
un nuevo modelo de desarrollo, ha generado una serie de políticas que han
empobrecido a la mayoría de la población, en su afán ciego por favorecer a los
dueños del dinero. La paradoja radica en que hoy el gobierno federal y los
gobiernos estatales disponen de un volumen de recursos que nunca soñaron tener
hace tan sólo veinte años; y al mismo tiempo gritan a diestra y siniestra, para
responder a las demandas de la población, que no hay dinero, amagando con
aumentar impuestos siguiendo los dictados de los organismos internacionales como
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE). Su flamante
secretario ejecutivo, José Ángel Gurría, recomendó a México homologar el
impuesto al valor agregado (IVA) en todo el país al 19%, sin concesiones ni
excepciones, argumentando que la tendencia mundial apunta a reducir impuestos al
trabajo, a las inversiones y aumentarlos al consumo.
Sometidos a la lógica del capital, la burocracia corporativa internacional
propone como solución a la crisis mundial liberar del pago de impuestos a los
grandes empresarios para aumentar la inversión, y pasarle el costo fiscal a los
habitantes que sólo pueden dedicarse a trabajar para consumir lo básico para
sobrevivir. No importa si esto significa mayores niveles de violencia social,
aumento de la desigualdad y marginación. Frente al problema de la baja
recaudación fiscal en México (según el lacayo Gurría, México es el país que
menos recauda en el mundo) lo que sugiere es aumentar impuestos a la población
en general. Pero lo que no dice es que la razón de la baja recaudación tiene que
ver con los altos niveles de corrupción e impunidad, mecanismos básicos para el
enriquecimiento de unos cuantos y sostén del modelo económico en curso.
Por todo lo anterior, hay que empezar a pensar en otras formas de
organización para evitar que la muerte del estado liberal nos arrastre al fondo
del pozo. La libertad, proclamada como el principio superior de la humanidad y
sostén ideológico del estado liberal está cada vez más debilitado precisamente
por la pérdida de la posibilidad de vivir una vida digna –pérdida alentada por
el estado que nació, siglos atrás, con la misión de defenderla. Vivir hoy en un
estado liberal es vivir la tragedia de la criminalización de la sociedad, de la
pérdida sistemática de las libertades básicas, del robo legalizado y el aumento
de impuestos. Al final de sus días el estado liberal se muerde la cola,
renegando de los principios que en otros tiempos le dieron cierto nivel de
legitimidad y prestigio. Al final lo importante es aumentar los márgenes de
ganancia de los poderosos aunque esto signifique derrumbar sus propias
creaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario