Un análisis sobre los resultados de las elecciones de
EEUU
“No importa a quién votemos, ganará Wall Street”
Ante los resultados de las
elecciones de Estados Unidos, gana el establishment, perdiendo la ciudadanía y
la democracia.
El hecho de que la campaña electoral haya costado más de 6.000 millones de
dólares se traduce en que, efectivamente, la democracia se compra. La Casa
Blanca no es más que un producto vendido al mejor postor.
Agregar a esto que más del 50% de la población no votó y que por lo tanto,
Obama es electo por alrededor del 25% de nos norteamericanos cuestiona
profundamente la legitimidad del proceso.
¿De qué nos habla Estados Unidos cada vez que instala en los medios de
comunicación la moralina de la democracia para dar clases al resto del
mundo?
El movimiento Occupy Wall Street llamó abiertamente a no participar en el
proceso electoral, elevando la consigna “No importa por quien votemos, ganará
Wall Street”, reflejando así la percepción que se tiene de la democracia
norteamericana por gran parte de la población.
Definitivamente lo que ha ocurrido en Estados Unidos es un caso modélico del
cinismo en que se mueven las potencias occidentales a la hora de elevar y luego
despreciar los principios político administrativos que ellos mismos han
instalado en la agenda mundial desde los pilares de la modernidad.
Democracia, Derechos Humanos, Libertad de Expresión son construcciones
absolutamente acomodables a ciertos objetivos estratégicos que se plantea el
lobby económico de estos países. Prueba de ello es la detención, en más de tres
ocasiones, de la candidata presidencial norteamericana Jill Stein, del Partido
Vede, una de ellas precisamente cuando intentaba ingresar a uno de los debates
en que performáticamente se “debatían” las propuestas de los dos candidatos que
representan a los partidos eternizados en el poder en el llamado “país de la
libertad”. ¿Qué libertad sería esa nos preguntamos? ¿Y la libertad de expresión?
¿Y la democracia, que teóricamente tiene como máxima expresión el voto
ciudadano?
Curioso es que, en transmisión en directo, haya sido en canal de televisión
de la Federación Rusa, RT, quien ha dado el espacio a los otros 4 candidatos
presidenciales para debatir sus propuestas. Un gran favor a la democracia
norteamericana de parte de quien sería considerado “el principal enemigo de
EEUU” en palabras de Romney.
No. No importa quien haya ganado las elecciones, porque además del maquillaje
de los discursos que ponen acento a una mala o menos mala reforma migratoria,
recortes en los fondos para políticas sociales y una puesta en escena más o
menos belicista en política exterior, los candidatos mostraban muchos más puntos
en común que diferencias. Ambos apoyarían fervientemente a Israel, ambos
rescatarían a sus tropas de Afganistán, supuestamente, en 2014, ambos
consideraban a Irán una amenaza a la paz y seguridad internacional. Lo demás,
detalles sin mayor significancia.
No cabe más que lamentar la situación de los ciudadanos norteamericanos,
absolutamente encarcelados en un país que utiliza el matonaje para enfrentarse a
la disidencia interna y externa, y que sin pudor alguno, acalla las voces de los
candidatos –incluso conservadores- y ciudadanos que re/presentan opciones
políticas distintas. Pero atención, aún cuando “aparezca” en nosotros la muy
cristiana sensación de compadecer a los norteamericanos de a pie -y de paso a
aquellos que asumen la lógica de la nacionalidad en Chile- una opción es
transformarla en empatía para tratar de de-velar los movimientos que toman
fuerza en los subterráneos espacios de la política.
La no participación en las elecciones es definitivamente un acto político
toda vez que pone de manifiesto la voluntad popular de no someterse a los
lugares comunes del “deber ciudadano”, cuando ellos mismos saben que no son, en
la práctica, considerados ciudadanos, a excepción de las elecciones.
La decisión de no votar, no instala solamente un rechazo de los partidos y
sus representantes, sino, mucho más en el fondo, la negativa a seguir avalando
la estructura institucional y política de un Estado y unas lógicas de
funcionamiento que revelan el agotamiento – mas no la caída- de fórmulas que se
basan en relaciones de dominación del sujeto, en todos los ámbitos de su vida.
Pero la resistencia existe, se evidencia, y aún cuando la condición de
inevitabilidad de un cambio civilizatorio es ingenuidad, hay espacios de
posibilidad.
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