sábado, 25 de mayo de 2013

Tres países con escuadrones de la muerte

Diario 16

Para los habitantes del centro y sur del continente americano, la capacidad de sorpresa se nos ha quedado atrofiada de por vida. Sin embargo, esto no quiere decir que en algún momento nos hayamos habituado a tantas extravagantes pesadillas.


Esta semana, la Corte Constitucional de Guatemala anuló la sentencia por genocidio y delitos de lesa humanidad que condenó a 80 años de prisión al exdictador de Guatemala, Efraín Ríos Montt. Al enterarme de este gran golpe al pueblo guatemalteco y latinoamericano, se me pusieron los ojos como platos; casi igual que cuando me enteré de que el presidente actual de Guatemala fue uno de los ejecutores del genocidio de Ríos Montt. El presidente guatemalteco, Pérez Molina, ejecutó matanzas, torturas y secuestros a pueblos enteros siendo militar, durante los años 80.

Varios vídeos corroboran estas acusaciones, imágenes en las que nos encontramos a un Pérez Molina uniformado e imperturbable hurgando entre las cosas de una hilera de cadáveres frescos para enseñar algunos objetos a un periodista.

Paraguay, tuvo instalada por 35 años la dictadura de Stroessner (bajo el Partido Colorado), una de más largas del continente. La dictadura cayó en 1989, pero el Partido Colorado continuó manejando el país en base a su vasta experiencia en persecuciones, represiones, aprisionamientos y asesinatos. En 2008, un presidente cambió las tornas y asumió el poder: Fernando Lugo llegaba a la presidencia en un Estado donde la oligarquía (3% de la población) era poseedora del 88% de las tierras. Justo por esta época, en 2012, un golpe de Estado, ejecutado a través del Parlamento, depuso a este presidente de izquierdas que había ofrecido una reforma agraria impedida desde el minuto uno de su legislatura por las fuerzas derechistas que invadían el Parlamento. A pesar de que la comunidad internacional (exceptuando a EE.UU.) rechazara el golpe, la presidencia de Fernando Lugo fue usurpada por un “gobierno de transición”. A finales del mes pasado, las elecciones generales fueron celebradas, y el Partido Colorado vuelve a estar en el Ejecutivo. El nuevo presidente, Horacio Cartes, es el tercer hombre más rico del país, poseedor de un par de decenas de empresas donde los trabajadores son explotados e impedidos de sindicarse. Su campaña electoral fue dirigida por el portavoz y ministro del fallecido dictador Pinochet. En cables de WikiLeaks se han encontrado diversas conversaciones de instituciones estadounidenses (como la DEA) que lo acusan de narcotráfico, además de que los medios de comunicación han encontrado apabullantes indicios de actividades ilícitas relacionadas con la droga y el lavado de dinero. Cartes –como todo político ejemplar que trabaja para proteger los privilegios de los terratenientes y empresarios– infravalora la política, y es por ello que a sus 56 años nunca antes había ido a votar.

En Perú, el terrorismo de Estado, a través de grupos paramilitares, campó a sus anchas en las décadas anteriores al 2000. Como Guatemala y Nicaragua, tuvimos escuadrones de la muerte, escudados bajo la palabra “guerrilla” o “terrorismo” para diezmar pueblos enteros de indígenas en el interior del país. Además, durante el fujimorato, más de 300 mil esterilizaciones forzosas fueron llevadas a cabo. Sin embargo, tan solo unos pocos años antes elegimos a Alan García como presidente, quien operó en los 80 con escuadrones de la muerte como el conocido Comando Rodrigo Franco. En las elecciones presidenciales pasadas, estuvimos a punto de elegir como nuestra representante principal a la hija del hoy encarcelado Alberto Fujimori, también padre de la aplicación de un terrorismo de Estado.

El modus operandi en Latinoamérica ha resultado ser muy parecido. No lo olvidemos nunca, pues recordarlo será la única forma de revertirlo.

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