La disyuntiva planteada por el electorado es contundente. U optamos por validar al gobierno más corrupto y oscuro que ha tenido el Perú, o transitamos hacia una opción de reordenamiento nacional que implica antes que nada cancelar la corrupción y el crimen como forma de ejercicio del poder. Por otro lado, la apuesta Fujimorista incorpora sin duda la profundización de las actuales condiciones excluyentes, matizada de un asistencialismo perverso; mientras que la de Ollanta propone una concepción de desarrollo integral, que mira hacia el mundo pero sobre la base de armonizar las demandas internas.
Si bien estas posiciones están encarnadas hoy en ambos candidatos, ellos sólo son representantes de sentires mayores. Si bien los crímenes de Fujimori no se trasladan automáticamente a Keiko, el grupo que la acompaña es esencialmente parte de la mafia de los noventa. No basta que Montesinos esté encarcelado, esa red funcionó con la complicidad de todo el Fujimorismo que hoy está claramente presente con Keiko. No hay posibilidad de desligar el fujimontesinismo de la propuesta de Keiko. Como se ha visto claramente en su balconazo en la Plaza San Martín, lo que la gente clama no es Keiko, sino chino, chino, chino.
Político del siglo XXIPor su lado, es indiscutible el arrastre popular que Ollanta mantiene luego de cinco años de demolición lícita e ilícita hacia su imagen. A pesar de ello su segundo triunfo en una elección presidencial en primera vuelta, lo convierte en el político peruano más relevante aparecido en el siglo XXI hasta la fecha. Pero más allá de su persona, Ollanta es la representación de una corriente global que cuestiona el modelo de desarrollo actual, que en perspectiva histórica está declinando en el mundo. Lo que en el Perú algunos desean presentar como lo pasado, en el planeta se trata de una apuesta hacia el futuro que remonte las perversiones del modelo.
Remontar el modelo no significa resucitar perspectivas en las que el Estado solo resuelve la pobreza, al contrario, pasa por lograr una interrelación adecuada entre mercado y Estado, que la agonizante hegemonía neoliberal peruana se niega a reconocer. Eso hoy más allá de nuestras fronteras es elemental, pero una cápsula sigue encerrando al país, impulsada por la mayoría de medios de comunicación, que a pesar de los resultados de hoy, seguirán empeñados en mantenernos aislados de una corriente global de replanteamiento político y económico. Esa desconexión país-planeta, en este proceso tuvo como expresión la intransigencia económica, política y social de la corriente PPK.
La mirada minúsculaPor eso el reto hacia el 5 de junio no es una cuestión de avance o retroceso del país en los términos en que la derecha lo plantea, sino al revés. En lo interno la disyuntiva es clara: regreso al pasado autoritario y asesino que Keiko representa más allá de su voluntad, persistencia de la mafia Fujimorista y del fundamentalismo religioso contrario a las libertades representado sin atenuante por Rey, para sobre esas dos bases corruptas ahondar una economía en la que la pobreza se atiende con dádivas. O una opción que mira hacia adelante sobre la base de un reordenamiento de diversas relaciones económicas y sociales, y que se corresponde con una corriente global de acciones y conceptos que se vienen desarrollando con distintos matices.
La presente elección nos supera como colectividad nacional y nos engarza con una respuesta global al desarrollismo que si no logramos parar acabará con el planeta. A pesar de ello las pequeñas ópticas sobre la segunda vuelta llenarán los espacios políticos, informativos y redes virtuales. Por eso un posible triunfo de Ollanta debe comprometer claramente el tránsito progresivo pero decidido hacia una apertura a las libertades individuales sobre la base de la consolidación de los derechos, desde una lógica universalista y diversa en la que el Estado recupera su función pública, y además se engarza adecuadamente con el comercio mundial.
Nunca más claro como hoy lo que está en juego este 5 de junio. El país tiene entre manos una oportunidad para cancelar una época y atreverse a transitar hacia otra. Y si bien no podemos estar en la cabeza de Ollanta para saber a ciencia cierta su pensamiento, es claro que la expresión del voto hacia él desde ya legitima a los que lo apoyamos a ser los primeros en frenarlo si es que la tentación autoritaria pasase por su proyecto o por el de su gobierno. Una victoria de Ollanta significaría acaso la oportunidad de conciliar entre todos una apuesta nacional en relación con el mundo, porque la situación lo exigiría. Una apuesta por Keiko es sin ninguna duda, un salto al pasado abyecto imposible de superar políticamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario