El saqueo de los bienes colectivos y servicios públicos vitales no conoce descanso. Se trata de un robo a plena luz del día y a cara descubierta, que en nombre de la austeridad está empobreciendo las condiciones de vida de la clases populares e hipotecando la prosperidad de las nuevas generaciones. La codicia de la banca y la corrupción de unos políticos en nómina que lejos de resolver problemas se convierten en un problema en sí, están haciendo hervir la paciencia de la gente. Las plazas Sol y Syntagma, el Parlament de Catalunya sitiado por una multitud, el extraordinario éxito del movimiento popular italiano en los referendos que han dado un golpe, quizá definitivo, a Berlusconi, o las acciones que se preparan en Gran Bretaña, Irlanda, Portugal y en otros puntos son buen ejemplo de ello.
Las protestas están dando una vuelta completa a la rueda de los esquemas de movilización, representación política, a partidos y sindicatos en su día radicales que hoy se presentan inefectivos, fuera de contacto social y burocráticos. Están obligando a repensar, reinventar y reorganizarse, de abajo a arriba, para transformar la política a mejor. Y preocupar, todavía más, a las élites depredadoras.
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