El pueblo tunecino fue el primer pueblo árabe que se sublevó a comienzos del siglo XXI para recuperar su dignidad y su libertad y borrar decenios de dictadura, corrupción, desigualdades, malversaciones e injusticias. Fue una revolución tan auténtica y contagiosa que anunciaba el comienzo de una nueva era para toda la región.
Algunos meses después de la huída de Ben Alí y sus allegados, la bruma que envuelve el paisaje político tunecino aún no se disipó, incluso se hizo más densa al punto que uno se pregunta si no anuncia una tormenta devastadora.
Las elecciones programadas para el 23 de octubre, que se supone que tendrán una participación masiva y que se han convertido, gracias al milagro de la inteligencia tunecina, en un escrutinio uninominal en forma de escrutinio mayoritario con resto mayor. ¿Quién dijo que somos un pueblo que no tiene ideas nuevas?
Tres mil seiscientas listas, más de diez mil candidatos para unos doscientos escaños. Es la avalancha democrática garantizada que anuncia auténticos tiempos de incertidumbre. De acuerdo con el optimismo o pesimismo de cada uno, se puede considerar esta primera elección como una verdadera oportunidad o una triste maldición.
Entre dulces soñadores, feroces revolucionarios, insidiosos oportunistas, verdaderos iluminados y antipáticos revanchistas, los ciudadanos ya no saben a qué santo encomendarse… los tiempos son duros y ahora los santos andan escasos.
Pero fuera de broma, ¿la situación es tan grave? ¿Hay un riesgo de un robo de la revolución? El riesgo es serio según algunos, es seguro según otros… ¿Y si fuera cierto?
Los ladrones son los que quieren desviar la revolución de sus objetivos para que sirva a otros.
En primer lugar, están los «resucitados»: aquellos conciudadanos nuestros que estuvieron en el poder desde hace algunos decenios, que nunca lo dejaron y que parece que no piensan abandonarlo… ¿Lógico? Por supuesto, ¿cómo puede ser alguien tan ingenuo hasta el punto de creer por un momento que se puede soltar el gobierno porque una parte de la población –pequeña o grande- grita «fuera»? ¿Hay algún ejemplo en la historia de los pueblos, de cualquier color de piel, en el que un soberano haya dejado el poder porque se lo pidieron amablemente?
Los tunecinos somos ante todo humanos y no vamos a derogar la regla de matar, robar, combinar, pactar, traicionar, asesinar, y pervertirse (por no decir más) para lograr el poder. Nuestros ilustres herederos de un poder condenado vuelven a entrar hoy por la ventana por deber nacional y para servir al país y a los ciudadanos. No se rían, muchos de nuestros ciudadanos lo creen… y no los menos inteligentes puesto que se trata de nuestros banqueros siempre tan ricos, tan oportunistas como deseen y jamás solidarios. Oigo a uno de estos resucitados justificar la «vuelta al pasado 2» por la necesidad histórica «¿Quién mejor que nosotros?» y con otro argumento no menos elegante «¿Quién mejor que nosotros con nuestra experiencia?».
Los resucitados se ríen cuando se habla de la «revolución», en la que siguen sin creer.
Los resucitados reflexionan poco y se mueven mucho. Son inteligentes, están unidos y tienen muchos recursos.
Para los resucitados, la palabra respeto significa poder, y la palabra pueblo no tiene ningún significado definido.
Para los resucitados, la historia significa lección a recordar o a evitar. El futuro es de ellos porque ésa es la ley de las cosas.
A continuación, están los que piensan que están sobre la tierra con una misión divina o simplemente una misión. Tienen en común la creencia de que la misión es más importante que el país, más importante que los ciudadanos reunidos y que vale todos los sacrificios, incluyendo el de sacrificar al pueblo, malograr un viraje de la historia, malograr la entrada en su siglo o incluso malograr sus vidas y las de millones de conciudadanos. Son los «ideólogos».
Los ideólogos no piensan. Otros han pensado por ellos.
Para los ideólogos estamos forzosamente en un modelo, forzosamente pasado, si es exitoso o no es solo un detalle.
Para ellos, la historia es la luz, el presente está pervertido, el futuro es el de ellos, porque ésa es la ley de las cosas.
Los ideólogos creen en la necesidad histórica del éxito de un modelo de pensamiento forzosamente único.
Los ideólogos siempre tienen razón. Son los poseedores de la verdad inaccesible para los incultos.
Todos los ideólogos tienen sus profetas. Los ideólogos tienen todos los libros sagrados divinos o humanos.
Cuando se habla de revolución con los ideológos, ellos también ríen… porque ellos ya lo leyeron y lo anunciaron en sus libros. Por otra parte son ellos quienes han hecho la revolución, son los guardianes contra los que intentan «cabalgar sobre la revolución» o «envolverse con ella» (las deliciosas palabras roukoub y Iltifaf son genuinamente tunecinas y por lo tanto intraducibles).
Los ideólogos están unidos, son estrategas. Creen en el orden, en la disciplina. Sobre todo son muy activos porque sus militantes están dedicados y condicionados.
Frente a esas dos categorías de corrientes, está el resto:
El resto de una población que ve lo que sucede como un espectador. Están los que no piensan en el mañana porque están demasiado ocupados en su día a día, quienes no saben qué pensar ya que sus últimas ilusiones datan de algunos decenios. O quienes no tienen nada que perder porque ya han perdido todo. Están ausentes, sólo están presentes el tiempo de contemplar a sus hijos o de ver que están en el centro de una atención nueva totalmente interesada.
Están también todos los que piensan que hay una auténtica revolución popular, que la revolución tiene objetivos que hay que alcanzar, que Túnez es mayor que todos los pequeños cálculos, que es bastante extensa para acoger a todos sus hijos, que la democracia bien vale algunos sacrificios, que la diversidad es una riqueza, que la ciudadanía es el bello fruto de la revolución y que el trabajo es la verdadera riqueza de los pueblos.
Son ingenuos, divididos, acomplejados, no leen la historia y no ven el futuro. A veces son arrogantes, a menudo egocéntricos y sobre todo no son conscientes de que son muchos y de que su revolución no ha terminado. Son indisciplinados pero no al punto de pensar en pasar a retiro a sus jefes históricos con el fin de darse una oportunidad de ponerse a la altura del momento y de encontrar una nueva vía.
Una cosa es segura, todos nos despertaremos el 24 de octubre después de una noche corta para algunos, normal para muchos otros… en una misma nueva realidad que todos deberemos aceptar ya que será definitivamente el resultado del primer ejercicio democrático en nuestro país desde hace algunos siglos.
¡Y eso, vale la pena haberlo vivido!… y también que intentemos lo imposible para que nuestra revolución tenga éxito evitando que nos la roben.
Algunos meses después de la huída de Ben Alí y sus allegados, la bruma que envuelve el paisaje político tunecino aún no se disipó, incluso se hizo más densa al punto que uno se pregunta si no anuncia una tormenta devastadora.
Las elecciones programadas para el 23 de octubre, que se supone que tendrán una participación masiva y que se han convertido, gracias al milagro de la inteligencia tunecina, en un escrutinio uninominal en forma de escrutinio mayoritario con resto mayor. ¿Quién dijo que somos un pueblo que no tiene ideas nuevas?
Tres mil seiscientas listas, más de diez mil candidatos para unos doscientos escaños. Es la avalancha democrática garantizada que anuncia auténticos tiempos de incertidumbre. De acuerdo con el optimismo o pesimismo de cada uno, se puede considerar esta primera elección como una verdadera oportunidad o una triste maldición.
Entre dulces soñadores, feroces revolucionarios, insidiosos oportunistas, verdaderos iluminados y antipáticos revanchistas, los ciudadanos ya no saben a qué santo encomendarse… los tiempos son duros y ahora los santos andan escasos.
Pero fuera de broma, ¿la situación es tan grave? ¿Hay un riesgo de un robo de la revolución? El riesgo es serio según algunos, es seguro según otros… ¿Y si fuera cierto?
Los ladrones son los que quieren desviar la revolución de sus objetivos para que sirva a otros.
En primer lugar, están los «resucitados»: aquellos conciudadanos nuestros que estuvieron en el poder desde hace algunos decenios, que nunca lo dejaron y que parece que no piensan abandonarlo… ¿Lógico? Por supuesto, ¿cómo puede ser alguien tan ingenuo hasta el punto de creer por un momento que se puede soltar el gobierno porque una parte de la población –pequeña o grande- grita «fuera»? ¿Hay algún ejemplo en la historia de los pueblos, de cualquier color de piel, en el que un soberano haya dejado el poder porque se lo pidieron amablemente?
Los tunecinos somos ante todo humanos y no vamos a derogar la regla de matar, robar, combinar, pactar, traicionar, asesinar, y pervertirse (por no decir más) para lograr el poder. Nuestros ilustres herederos de un poder condenado vuelven a entrar hoy por la ventana por deber nacional y para servir al país y a los ciudadanos. No se rían, muchos de nuestros ciudadanos lo creen… y no los menos inteligentes puesto que se trata de nuestros banqueros siempre tan ricos, tan oportunistas como deseen y jamás solidarios. Oigo a uno de estos resucitados justificar la «vuelta al pasado 2» por la necesidad histórica «¿Quién mejor que nosotros?» y con otro argumento no menos elegante «¿Quién mejor que nosotros con nuestra experiencia?».
Los resucitados se ríen cuando se habla de la «revolución», en la que siguen sin creer.
Los resucitados reflexionan poco y se mueven mucho. Son inteligentes, están unidos y tienen muchos recursos.
Para los resucitados, la palabra respeto significa poder, y la palabra pueblo no tiene ningún significado definido.
Para los resucitados, la historia significa lección a recordar o a evitar. El futuro es de ellos porque ésa es la ley de las cosas.
A continuación, están los que piensan que están sobre la tierra con una misión divina o simplemente una misión. Tienen en común la creencia de que la misión es más importante que el país, más importante que los ciudadanos reunidos y que vale todos los sacrificios, incluyendo el de sacrificar al pueblo, malograr un viraje de la historia, malograr la entrada en su siglo o incluso malograr sus vidas y las de millones de conciudadanos. Son los «ideólogos».
Los ideólogos no piensan. Otros han pensado por ellos.
Para los ideólogos estamos forzosamente en un modelo, forzosamente pasado, si es exitoso o no es solo un detalle.
Para ellos, la historia es la luz, el presente está pervertido, el futuro es el de ellos, porque ésa es la ley de las cosas.
Los ideólogos creen en la necesidad histórica del éxito de un modelo de pensamiento forzosamente único.
Los ideólogos siempre tienen razón. Son los poseedores de la verdad inaccesible para los incultos.
Todos los ideólogos tienen sus profetas. Los ideólogos tienen todos los libros sagrados divinos o humanos.
Cuando se habla de revolución con los ideológos, ellos también ríen… porque ellos ya lo leyeron y lo anunciaron en sus libros. Por otra parte son ellos quienes han hecho la revolución, son los guardianes contra los que intentan «cabalgar sobre la revolución» o «envolverse con ella» (las deliciosas palabras roukoub y Iltifaf son genuinamente tunecinas y por lo tanto intraducibles).
Los ideólogos están unidos, son estrategas. Creen en el orden, en la disciplina. Sobre todo son muy activos porque sus militantes están dedicados y condicionados.
Frente a esas dos categorías de corrientes, está el resto:
El resto de una población que ve lo que sucede como un espectador. Están los que no piensan en el mañana porque están demasiado ocupados en su día a día, quienes no saben qué pensar ya que sus últimas ilusiones datan de algunos decenios. O quienes no tienen nada que perder porque ya han perdido todo. Están ausentes, sólo están presentes el tiempo de contemplar a sus hijos o de ver que están en el centro de una atención nueva totalmente interesada.
Están también todos los que piensan que hay una auténtica revolución popular, que la revolución tiene objetivos que hay que alcanzar, que Túnez es mayor que todos los pequeños cálculos, que es bastante extensa para acoger a todos sus hijos, que la democracia bien vale algunos sacrificios, que la diversidad es una riqueza, que la ciudadanía es el bello fruto de la revolución y que el trabajo es la verdadera riqueza de los pueblos.
Son ingenuos, divididos, acomplejados, no leen la historia y no ven el futuro. A veces son arrogantes, a menudo egocéntricos y sobre todo no son conscientes de que son muchos y de que su revolución no ha terminado. Son indisciplinados pero no al punto de pensar en pasar a retiro a sus jefes históricos con el fin de darse una oportunidad de ponerse a la altura del momento y de encontrar una nueva vía.
Una cosa es segura, todos nos despertaremos el 24 de octubre después de una noche corta para algunos, normal para muchos otros… en una misma nueva realidad que todos deberemos aceptar ya que será definitivamente el resultado del primer ejercicio democrático en nuestro país desde hace algunos siglos.
¡Y eso, vale la pena haberlo vivido!… y también que intentemos lo imposible para que nuestra revolución tenga éxito evitando que nos la roben.
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