martes, 20 de noviembre de 2012

Experimentos coloniales en Gaza
Jadaliya
Una vez más Israel, que sigue siendo la potencia ocupante de Gaza, ha desatado su maquinaria de guerra contra los palestinos bajo ocupación. Desde el comienzo de la segunda Intifada en 2000, este ritual se ha vuelto compulsivo y reiterado. Israel inició su nuevo ciclo de violencia sangrienta apuntando a los combatientes de la resistencia palestina a la que, según explicó el ministro de Transportes [israelí], Yisrael Katz, Israel va a “cazar como bestias”. En este nuevo asalto bélico los bombardeos aéreos y de artillería —o la caza, para utilizar un vocabulario colonial de Katz— se han topado con cohetes que tratan de contraatacar el asedio y la violencia impuestos a Gaza, afirmar la resistencia palestina y resistir de algún modo a décadas de ocupación.
Muchos comentaristas han señalado que la naturaleza de los objetivos iniciales declarados de este ritual sangriento era limitada. Los ataques israelíes no tienen por objeto eliminar la resistencia palestina por completo sino más bien minimizarla, tal y como Ehud Barak declaró el primer día de la guerra (14 de noviembre). Tanto Benjamín Netanyahu como ​​ Barak no querían prometer a sus electores resultados que sabían que no podrían ofrecer. Pero debido a que esa “minimización” podría haberse logrado por otros medios de pacificación con los que todo Estado ocupante cuenta (como la tregua negociada que Hamas ya aceptó), una tiene que preguntarse si la resistencia palestina ha sido el objetivo único o real de esta guerra. Por el contrario, y de modo similar a sus anteriores aventuras militaristas en Gaza, Israel ha intentado demostrar su dominio terrestre, aéreo y marítimo, y sobre el pueblo de Palestina, así como poner a prueba sus alianzas y enemistades internacionales en las respuestas de éstas a su agresión colonial. Netanyahu y ​​ Barak también pretenden ganar puntos políticos para mejorar sus perspectivas en las próximas elecciones de Israel.
Tales objetivos son diversos y no son compatibles del todo. Sin embargo, comparten una lógica que instrumentaliza Gaza como el terreno sobre el que Israel intenta conseguir sus objetivos militares y políticos nacionales, regionales e internacionales. Gaza se ha convertido literalmente en el terreno de pruebas de varios experimentos de Israel así como para el cumplimiento de las ambiciones personales de los políticos israelíes. La transformación de Gaza en un laboratorio de la hegemonía colonial e imperial en la región la lleva a cabo Israel. Como potencia ocupante, Israel ha transformado Gaza en un laboratorio imponiendo sobre la Franja diferentes formas de confinamientos que han culminado con el cerco impuesto y mantenido desde 2006.
El confinamiento merma los controles de las operaciones militares de Israel y disminuye la disuasión y la autodefensa que Gaza pueda presentar contra la máquina de guerra israelí. El horror de esta última guerra por lo tanto, no radica exclusivamente en la destrucción que engendra sino también en su condición de posibilidad: aquí hay una población rehén que Israel ataca cuando lo desea con el fin de lograr objetivos políticos que poco tienen que ver con la propia Gaza. El horror radica en la cuidadosa y medida instrumentalización de la población palestina y en la lógica de que los colonizados son prescindibles para todo fin.
Es por ello que la oposición a esta guerra no debe condenar únicamente la violencia y la destrucción mortal que engendra. La maquinaria militar israelí ha destruido muchas partes de Palestina desde 1948: desde el bombardeo y la limpieza étnica de pueblos enteros durante la guerra de 1948 a la conquista del resto de Palestina en 1967, a las invasiones y ataques de los últimos 45 años. Todas estas campañas de destrucción requieren nuestra oposición. Pero esta guerra actual revela la particular fragilidad de Gaza y cuán expuesta está, más aún que otras partes de Palestina, a los experimentos de Israel.
Aunque Gaza esté vallada y aislada no está desconectada del resto de Palestina. Las formas particulares de confinamiento, destrucción y experimentación en Gaza son constitutivas de la dominación colonial israelí. Esta dominación se mantiene y se reproduce a través de la fragmentación de Palestina y del pueblo palestino en diferentes grupos de población —aquellos que están en el exilio, en Gaza, en Cisjordania, en Galilea y el Triángulo [regiones situadas en el norte y en el centro de la Palestina histórica] y así sucesivamente. La proliferación de poblaciones palestinas ha dado lugar a difusas “soluciones” para poblaciones diversas —soluciones que ni siquiera reparan en que la producción misma de poblaciones diferenciadas y de soluciones separadas constituye el logro esencial de la dominación colonial israelí. Los habitantes de Gaza, al igual que los refugiados de los campamentos en otros lugares, se han convertido en receptores de ayuda humanitaria. Los ciudadanos palestinos de Israel reclaman igualdad y la transformación del Estado en una democracia con igualdad de derechos para todos los ciudadanos. Los residentes palestinos de Cisjordania son, en cierto modo, los beneficiarios de los fondos de desarrollo de donantes internacionales y de grupos empresariales, mientras que los habitantes de Jerusalén intentan fortalecer su estatuto legal como residentes para evitar su deportación o el traslado forzoso. El asedio a Gaza y las guerras experimentales que ello hace posible son sólo el medio más visible y violento con el que Israel consolida su dominio colonial.
El asedio a Gaza tiene asimismo otros efectos. Con un territorio de 365 kilómetros cuadrados (141 millas cuadradas) y una población de 1,5 millones, los habitantes de Gaza no tienen a dónde huir pues han sido confinados en lo que se ha convertido en la mayor prisión del mundo. Además, el asedio bajo estas condiciones de densidad demográfica hace completamente inútil el principio de distinción entre civiles y combatientes y convierte a todos los palestinos en combatientes o asesinables en tanto que “daños colaterales”.
Netanyahu declaró el primer día de la guerra que Israel no tendrá como objetivo a civiles; aviones militares lanzaron panfletos advirtiendo a la gente que se mantuviera alejada de posibles objetivos. Incluso si aceptáramos (ingenuamente, quizá) que Israel se esmera cuidadosamente por salvar las vidas de los civiles palestinos, el propio asedio que impone y la densidad de población hacen que sea imposible separar espacialmente a los civiles de los combatientes. El discurso moralizante de Netanyahu yerra no por hipócrita sino, peor, porque él, al igual que otros políticos israelíes, ha hecho que su realización resulte imposible.
Si Barak insistió en los objetivos limitados de la guerra en su primer día, los oficiales israelíes anunciaban posteriormente que Israel no pondrá fin a su ataque hasta que Hamas “ruegue” un alto el fuego. Este deseo de humillar a los palestinos y aplastar toda resistencia atestigua el objetivo más amplio de esta guerra: recordar a todos los interesados ​​ que es Israel quien marca las reglas. Entretanto, los cohetes disparados desde Gaza hacia Israel nos recuerdan que Israel no puede seguir estableciendo las reglas para los palestinos como le venga en gana y que utilizar Gaza como laboratorio para probar las relaciones de poder en la región no se va a tolerar de forma indefinida. En ausencia de cualquier presión política para levantar el cerco a Gaza, para poner fin a la ocupación de Palestina y para permitir que los refugiados regresen, esos cohetes son el único medio a través del cual los palestinos aspiran a establecer alguna medida de disuasión contra Israel y a declarar que ellos no van a ser instrumentalizados siempre que la potencia ocupante, Israel, quiera hacerlo, ya sea mediante la ocupación, la guerra, o la expulsión.

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