Experimentos coloniales en Gaza
Jadaliya
Una vez más Israel, que sigue
siendo la potencia ocupante de Gaza, ha desatado su maquinaria de guerra contra
los palestinos bajo ocupación. Desde el comienzo de la segunda Intifada en 2000,
este ritual se ha vuelto compulsivo y reiterado. Israel inició su nuevo ciclo de
violencia sangrienta apuntando a los combatientes de la resistencia palestina a
la que, según explicó el ministro de Transportes [israelí], Yisrael Katz, Israel
va a “cazar como bestias”. En este nuevo asalto bélico los bombardeos aéreos y
de artillería —o la caza, para utilizar un vocabulario colonial de Katz—
se han topado con cohetes que tratan de contraatacar el asedio y la violencia
impuestos a Gaza, afirmar la resistencia palestina y resistir de algún modo a
décadas de ocupación.
Muchos comentaristas han señalado que la naturaleza de los objetivos
iniciales declarados de este ritual sangriento era limitada. Los ataques
israelíes no tienen por objeto eliminar la resistencia palestina por completo
sino más bien minimizarla, tal y como Ehud
Barak declaró el primer día de la guerra (14 de noviembre). Tanto Benjamín
Netanyahu como Barak no querían prometer a sus electores resultados que
sabían que no podrían ofrecer. Pero debido a que esa “minimización” podría
haberse logrado por otros medios de pacificación con los que todo Estado
ocupante cuenta (como la tregua
negociada que Hamas ya aceptó), una tiene que preguntarse si la resistencia
palestina ha sido el objetivo único o real de esta guerra. Por el contrario, y
de modo similar a sus anteriores aventuras militaristas en Gaza, Israel ha
intentado demostrar su dominio terrestre, aéreo y marítimo, y sobre el pueblo de
Palestina, así como poner a prueba sus alianzas y enemistades internacionales en
las respuestas de éstas a su agresión colonial. Netanyahu y Barak también
pretenden ganar puntos políticos para mejorar sus perspectivas en las próximas
elecciones de Israel.
Tales objetivos son diversos y no son compatibles del todo. Sin embargo,
comparten una lógica que instrumentaliza Gaza como el terreno sobre el que
Israel intenta conseguir sus objetivos militares y políticos nacionales,
regionales e internacionales. Gaza se ha convertido literalmente en el terreno
de pruebas de varios experimentos de Israel así como para el cumplimiento de las
ambiciones personales de los políticos israelíes. La transformación de Gaza en
un laboratorio
de la hegemonía colonial e imperial en la región la lleva a cabo Israel.
Como potencia ocupante, Israel ha transformado Gaza en un laboratorio imponiendo
sobre la Franja diferentes formas de confinamientos que han culminado con el
cerco impuesto y mantenido desde 2006.
El confinamiento merma los controles de las operaciones militares de Israel y
disminuye la disuasión y la autodefensa que Gaza pueda presentar contra la
máquina de guerra israelí. El horror de esta última guerra por lo tanto, no
radica exclusivamente en la destrucción que engendra sino también en su
condición de posibilidad: aquí hay una población rehén que Israel ataca cuando
lo desea con el fin de lograr objetivos políticos que poco tienen que ver con la
propia Gaza. El horror radica en la cuidadosa y medida instrumentalización de la
población palestina y en la lógica de que los colonizados son prescindibles para
todo fin.
Es por ello que la oposición a esta guerra no debe condenar únicamente la
violencia y la destrucción mortal que engendra. La maquinaria militar israelí ha
destruido muchas partes de Palestina desde 1948: desde el bombardeo y la
limpieza étnica de pueblos enteros durante la guerra de 1948 a la conquista del
resto de Palestina en 1967, a las invasiones y ataques de los últimos 45 años.
Todas estas campañas de destrucción requieren nuestra oposición. Pero esta
guerra actual revela la particular fragilidad de Gaza y cuán expuesta está, más
aún que otras partes de Palestina, a los experimentos de Israel.
Aunque Gaza esté vallada y aislada no está desconectada del resto de
Palestina. Las formas particulares de confinamiento, destrucción y
experimentación en Gaza son constitutivas de la dominación colonial israelí.
Esta dominación se mantiene y se reproduce a través de la fragmentación de
Palestina y del pueblo palestino en diferentes grupos de población —aquellos que
están en el exilio, en Gaza, en Cisjordania, en Galilea y el Triángulo [regiones
situadas en el norte y en el centro de la Palestina histórica] y así
sucesivamente. La proliferación de poblaciones palestinas ha dado lugar a
difusas “soluciones” para poblaciones diversas —soluciones que ni siquiera
reparan en que la producción misma de poblaciones diferenciadas y de soluciones
separadas constituye el logro esencial de la dominación colonial israelí. Los
habitantes de Gaza, al igual que los refugiados de los campamentos en otros
lugares, se han convertido en receptores de ayuda humanitaria. Los ciudadanos
palestinos de Israel reclaman igualdad y la transformación del Estado en una
democracia con igualdad de derechos para todos los ciudadanos. Los residentes
palestinos de Cisjordania son, en cierto modo, los beneficiarios de los fondos
de desarrollo de donantes internacionales y de grupos empresariales, mientras
que los habitantes de Jerusalén intentan fortalecer su estatuto legal como
residentes para evitar su deportación o el traslado forzoso. El asedio a Gaza y
las guerras experimentales que ello hace posible son sólo el medio más visible y
violento con el que Israel consolida su dominio colonial.
El asedio a Gaza tiene asimismo otros efectos. Con un territorio de 365
kilómetros cuadrados (141 millas cuadradas) y una población de 1,5 millones, los
habitantes de Gaza no tienen a dónde huir pues han sido confinados en lo que se
ha convertido en la mayor prisión del mundo. Además, el asedio bajo estas
condiciones de densidad demográfica hace completamente inútil el principio de
distinción entre civiles y combatientes y convierte a todos los palestinos en
combatientes o asesinables en tanto que “daños colaterales”.
Netanyahu declaró el primer día de la guerra que Israel no tendrá como
objetivo a civiles; aviones militares lanzaron panfletos advirtiendo a la gente
que se mantuviera alejada de posibles objetivos. Incluso si aceptáramos
(ingenuamente, quizá) que Israel se esmera cuidadosamente por salvar las vidas
de los civiles palestinos, el propio asedio que impone y la densidad de
población hacen que sea imposible separar espacialmente a los civiles de los
combatientes. El discurso moralizante de Netanyahu yerra no por hipócrita sino,
peor, porque él, al igual que otros políticos israelíes, ha hecho que su
realización resulte imposible.
Si Barak insistió en los objetivos limitados de la guerra en su primer día,
los oficiales israelíes anunciaban posteriormente que Israel no pondrá fin a su
ataque hasta que Hamas “ruegue”
un alto el fuego. Este deseo de humillar a los palestinos y aplastar toda
resistencia atestigua el objetivo más amplio de esta guerra: recordar a todos
los interesados que es Israel quien marca las reglas. Entretanto, los cohetes
disparados desde Gaza hacia Israel nos recuerdan que Israel no puede seguir
estableciendo las reglas para los palestinos como le venga en gana y que
utilizar Gaza como laboratorio para probar las relaciones de poder en la región
no se va a tolerar de forma indefinida. En ausencia de cualquier presión
política para levantar el cerco a Gaza, para poner fin a la ocupación de
Palestina y para permitir que los refugiados regresen, esos cohetes son el único
medio a través del cual los palestinos aspiran a establecer alguna medida de
disuasión contra Israel y a declarar que ellos no van a ser instrumentalizados
siempre que la potencia ocupante, Israel, quiera hacerlo, ya sea mediante la
ocupación, la guerra, o la expulsión.
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